sábado, 29 de diciembre de 2007

Sobre lo transitorio de la transición

Rafael Palacios*

La transición al socialismo venezolano está llena de sentimientos, subjetividades y manifestaciones ideológicas que no son posible condensar en una sola actitud y voluntad política, más bien, está sujeta a grandes dilemas, preguntas sin respuestas y grandes confusiones, pero la transición está amenazada.

No estamos apostando a aterrizar en algún lado, digo, a que esta sociedad, la nuestra, se mueva simplemente, ni tampoco a ir más allá del intento de contrarrestar lo que atenta contra los principios fundamentales de la democracia y el Estado de Derecho, a lo que apostamos es a un cambio de dirección para la reconstrucción de un nuevo modelo político que garantice, sobre todas las cosas, el derecho a una vida más digna, esto es sin duda revolucionario al igual que las implicaciones que esto conlleva desde todo punto de vista.

Parto del hecho mismo de que esta revolución no es una revolución como tal, no es una revolución compartida sentimentalmente por todos y, a veces, tampoco por quienes andamos con menos discursos y "rodilla en tierra"; no es una revolución arraigada por un compromiso político, por una conciencia política e ideológica, repito, compartida.

Además, toda la configuración de subjetividades que hasta ahora han aterrizado en el imaginario colectivo de nuestro país referente al socialismo confronta por sí misma grandes complicaciones desde la subjetividad del propio pueblo, al no poder diferenciar con claridad lo bueno o lo malo, al no poder apostar con conciencia a repensar nuevas formas de gestión del Estado.

Desde el propio imaginario colectivo del chavismo y de quienes viven todavía en estado de pobreza en "democracia" se han negado a sí mismos la necesidad de darle pie y cabeza a este atrevimiento político e ideológico, como es el socialismo. De allí, la falta de discusión de carácter teóricoepistemológico requerida para diluir tamaña cuestión en todos los sectores del país. Este inmenso error ha sido evidentemente aprovechado por los sectores oligárquicos y mediáticos, los cuales tienen las fichas muy claras en el tablero, siendo una de ellas la de confundir y estigmatizar cualquier cosa que suene a socialismo.

La actitud de muchos de los que lideran este proceso revolucionario no ha sido más que la de repetir las dádivas discursivas sobre socialismo, provenientes de movimientos de vanguardia en nombre de la revolución. Estas no son buenas señales para apuntalar hacia su transición más allá de las formalidades políticas y líneas estratégicas que se prevean. No es algo transitorio la existencia del imaginario colectivo sobre socialismo dentro del chavismo, del Gobierno, del pueblo y "no pueblo". Tampoco la cultura política en el capitalismo prevé dentro de su cartilla peculiar de "democracia" el cansancio de las conciencias para pensar en fabricar otras. Vistas así las cosas, el discurso sobre la transición hacia el socialismo, el que queramos y avalemos, no necesita simplemente de tiempo para penetrar como fenómeno ideológico, eso no cuenta en esta ocasión, lo que cuenta es que se requiere de una construcción desde la base, desde el pueblo, desde todas las esferas del Gobierno, de las instituciones y del partido de gobierno y de los intelectuales que nos acompañan, faltan millones de voluntades.

Estamos imbuidos en un proceso sin precedentes en la historia política venezolana y latinoamericana lleno de contrasentidos necesarios, pero ello no soporta la pasividad y descuido político para hacer frente a lo que conlleva plantearse una revolución con R mayúscula.

No se está planteando la revolución del proletariado, la del movimiento obrero ni de otras que sucedieron, no son esas. Se trata de una revolución de grandes connotaciones, las cuales poco hemos podido avizorar.

No es bueno dejar pasar la bola o ignorar hasta qué punto este descuido se ha manifestado con los recientes resultados que arrojó el referéndum revocatorio. Los contrasentidos son una cosa, pero aquellos que son fabricados innecesariamente por los propios líderes de este proceso no alcanzan a tener mucha tolerancia en una población a la que se le ha despertado tantas expectativas, entre ellas, la del socialismo venezolano.

*Investigador, Eberhard Karls Universität Tübingen

El Nacional, Miradas múltiples para el diálogo, 29/12/2007


Diversidad vs. realismo mágico


Jonatan Alzuru*




El ministro William Lara comparó al presidente Hugo Chávez con Gabriel García Márquez porque el primero afirmó que la oposición había obtenido una "victoria de mierda" y el escritor colombiano terminaba una novela con dicha palabra.

Un amigo estaba muy impactado por la extremada estupidez del tren ministerial y, en especial, por lo arrastrado del titular de las comunicaciones. Le confesé que quizás no era así. Que quizás el señor Lara tenía razón.

El máximo líder era uno de los seguidores del realismo mágico latinoamericano. Su narrativa era tan contundente que parecía real. Él, quizás, tenía la facultad de transformar un país en un gran teatro, en una telenovela tragicómica, en un reality show político con mucha audiencia.

Bastaba recordar la seriedad con la que propuso los gallineros verticales o los cultivos de verdura en los apartamentos o en las autopistas de las principales ciudades del país. Y si no se conformaba con esos datos, quizás sería bueno que leyese el discurso que pronunció el 17 de diciembre donde se mostraba sumamente preocupado porque Bolívar no murió de enfermedad, sino fruto de una conspiración y, lo peor, lo que no lo dejaba dormir tranquilo, que las cenizas que están en el Panteón no eran del Libertador.

La sonrisa del amigo no se hizo esperar. Sin embargo, le dije, eso no es lo peor del asunto, eso puede pasar por anécdotas de alguien delirante en el poder. ¿Qué es lo peor? Me interpeló con asombro. Le contesté en tono lacónico. Los dialoguistas de la telenovela que dirige el máximo líder son lo más terrible: sus escribidores que se suelen hacer pasar por intelectuales de izquierda.

Resulta que para ellos no existió ninguna derrota el 2 de diciembre. Las masas populares no votaron en contra de la reforma ni se abstuvieron porque no compartían esas ideas, sino que votaron contra una reforma mediática, por lo tanto, es lógico que el Gobierno invierta en miles de pancartas y vallas con la famosa expresión "Por ahora...".

Tales sujetos que entienden la política como una guerra entre amigos y enemigos, escriben sendos artículos sosteniendo la imposibilidad de la reconciliación por la necesidad de enfrentar la oligarquía, que fue en definitiva la que manipuló las mentes de los ciudadanos, quienes, confundidos como estaban, no entendieron la verdad que los haría libres, no comprendieron el camino hacia el reino de los cielos.

En definitiva, la estrechez de mirada de tales escribidores se evidencia en que reducen el país a revolucionarios y oligarcas, patriotas y proimperialistas, blanco y negro.

Todo es un gran relato. No hay matices, no hay posiciones intermedias, no hay pensamiento crítico en ningún lado distinto al de la revolución, además tiene que estar certificado, estar inscrito en el partido cuyo único organismo que funciona es el tribunal disciplinario. Tal miopía política de los supuestos pensantes del Gobierno es lo más terrible, ¿Será muy difícil aceptar que muchos se abstuvieron de votar porque consideraban la reforma un proyecto bonapartista, conducente a un cesarismo democrático?¿Acaso será muy complejo comprender que en la sociedad venezolana existen individuos que están contra el imperialismo norteamericano pero también contra cualquier totalitarismo de izquierda o de derecha? ¿Será imposible creer que existen grupos, intelectuales, estudiantes que están en contra del proyecto de Chávez, pero que tampoco son lacayos de los grandes medios de comunicación? ¿Acaso es inadmisible que existan ciudadanos que creen en un proyecto de cambio, progresista, que apoyaron a Chávez pero hasta un límite, cuando éste pretendió perpetuarse en el poder, cuando éste intentó tener el poder de crear distritos, ciudades y nombrar a dedo sus autoridades? No se trata de un pacifismo ridículo, ni de abrazarnos como si no existieran luchas de intereses, miradas contrarias, visiones diversas, opuestas, eso también es iluso. Se trata de comprender que 70% de los electores o se abstuvo o votó en contra de la reforma y necesitan conciliar un horizonte común, con sumo respeto a la diversidad y a ese 30% que sigue al Presidente.

El Nacional, Miradas múltiples para el diálogo, 28/12/2007

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Las paradojas de un proceso electoral

Alexis Guerra
aguerra@ucla.edu.ve.


Como es sabido, según la historia griega, Zenón de Elea (siglo V a. C.), formuló cerca de cuarenta reflexiones filosóficas basado en el denominado método de reducción al absurdo, dando origen así a lo que se conoce con el nombre de aporía o paradoja. Entre ellas se cuentan la de "Aquiles y la tortuga" y la de "El corredor en el estadio".

Desde entonces, bastante agua ha corrido debajo de los puentes, y las afirmaciones donde un sentido es el reflejo invertido del otro continúan generando tal perplejidad que colocan la razón en entredicho, cuando la lógica tradicional que acompaña la ciencia occidental es insuficiente para explicar la realidad a la manera como la percibimos.

Releyendo a Edgar Morin (Los siete saberes de la educación del futuro), en eso de cómo enfrentar las incertidumbres, nos percatamos de que su alusión a que el siglo XX ha descubierto la impredecibilidad del futuro es enteramente cierta y válida, a propósito de lo que acaba de ocurrir el pasado 2 de diciembre en nuestro país.

La diversidad y la disimilitud, como rasgos característicos del tiempo que vivimos, está presente en la multiplicidad de interpretaciones que se entretejen en la red argumental que desde los diferentes ámbitos comunicacionales se configura, tratando de explicar unos acontecimientos que se declararon en huelga, para decirlo en términos postmodernos.

Las ideas y opiniones que buscaron traducir la realidad lo hicieron de forma errónea.

Nadie, o casi nadie, para ser más exactos, planteó la posibilidad de un resultado electoral tan reñido, excepto el vicepresidente Jorge Rodríguez, ya en conocimiento de los datos reales. Una vez hecho el pronunciamiento del Consejo Nacional Electoral, nadie o muy pocos, y a tan escasos minutos, esperaba el reconocimiento por parte del Presidente. El ambiente de violencia que se respiraba, y que había sido presagiado, desapareció del escenario como por arte de magia.

Luego se desencadenaron otros eventos, dándole razón a Eurípides, quien otrora, también siglos ha, señaló: "Los dioses nos dan muchas sorpresas; lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta".

La victoria ya no es como se esperaba.

No es nada original ni novedoso calificar un triunfo como pírrico, para asumir como lo advirtió Pirro, rey de Epiro (307 y 302 a. C.), que ganando también se pierde.

Cuánto esfuerzo realizado, cuánto trabajo invertido, sin que proporcionalmente la diferencia obtenida permita ir más allá de lo que desde hace rato se sabía: uno, que la abstención electoral es un fenómeno crónico, y dos, que la polarización tiene mínima diferencia Ante probables victorias visualizadas como pírricas ya hubo respuestas no menos paradójicas. Así, en las reñidas elecciones presidenciales de 1963, Rafael Caldera triunfó por un margen de 30.000 votos frente a Gonzalo Barrios, quien públicamente declaró: "...Prefiero una derrota dudosa a una victoria sospechosa...". De allí a postular hoy que "perdiendo también se gana" es una manera de emparentarse con la aporía de Zenón.

La victoria del No, supuestamente, deja bien parada una Constitución de la República Bolivariana de Venezuela que, paradójicamente, no recibió el debido apoyo que la legitimara electoralmente, precisa mente dada la abstención crónica a la cual hicimos referencia.

No obstante, la campaña y los hechos posteriores dejan esa percepción en la ciudadanía. Paradójicamente, el triunfo tuvo la virtud de disipar casi la totalidad de las dudas acerca de la actuación del CNE, tan vilipendiado por los dirigentes de la oposición durante la secuencia de derrotas electorales recibidas, como defendido por el Gobierno, con base en los triunfos obtenidos.

Los resultados electorales de una contienda polarizada en grado sumo, incluso conducen a lecturas que supuestamente desmontan, de una vez, varios mitos, entre ellos, el de la dictadura de Chávez, el golpismo de la oposición y la falta de imparcialidad del CNE. ¿Quién iba a decirlo?. Paradojas de un proceso electoral.

*UCLA (Barquisimeto)

lunes, 24 de diciembre de 2007

Del unipersonalismo a la gestión colectiva



Esteban Emilio Monsoyi



Los que creemos firmemente en un proceso de transformaciones de índole progresiva que necesita el país –y que el tiempo dirá si revisten un verdadero carácter revolucionario– no fuimos muy sorprendidos por los resultados de la consulta electoral del 2-D ni nos sentimos angustiados ante el futuro próximo. Ya se han analizado con cierto detalle una serie de razones que llevaron al rechazo de las dos propuestas cuya aprobación podía significar una diferencia considerable en la configuración del proyecto político global que orientaría y encauzaría en lo fundamental el rumbo que iba a tomar Venezuela durante los próximos decenios.

En lo personal, hace tiempo vengo expresando algunas inquietudes y objeciones –creo que con suficiente fundamento– sobre las cuales no es el momento reincidir. Pero sí me gustaría recalcar algo que –si mi capacidad de análisis no me engaña– a raíz de los resultados reviste un significado básico: parecería que esta vez la historia nos brinda la oportunidad de pasar de una gestión casi netamente unipersonal a la conformación de una labor transformadora mucho más colectiva, desde los niveles de compactación de esfuerzos hasta las expresiones decisorias dentro de la dinámica del quehacer nacional.

Tendría muchas cosas a qué referirme, pero me voy a concentrar en lo que se ha llamado el aporte indígena y afrodescendiente a un proyecto socialista de alcance nacional y aun continental.

Es totalmente cierto que la Constitución bolivariana del 1999 visibilizó a los pueblos indígenas, definió los principales parámetros de sus derechos colectivos e impulsó notablemente su participación creciente, así como el logro de una serie de objetivos que ya estaban sobre el tapete desde hacía medio siglo.

Por su lado, el artículo 100 de la propuesta presidencial sobre interculturalidad y diversidad intentó por vez primera poner de relieve la existencia y las notables contribuciones de los afrodescendientes venezolanos y sus múltiples comunidades.

Mas, en forma simultánea, hubo ot ros a r t ícu los que apuntaron más bien hacia el sobredimensionamiento del presidencialismo en sus diferentes acepciones, un nuevo mapa territorial insuficientemente consultado que introduciría cambios sustanciales desde la jefatura del Estado, el supeditamento de los poderes nacionales y de las más importantes instituciones al Poder Ejecutivo, tal vez sin percibir suficientemente que si en algún momento la Presidencia de la República caía en manos de un extremista de derecha –pongamos por caso– los daños que podría causar tal tipo de mandatario serían irreparables.

Como el espacio no permite mayores análisis en nuestro contexto, permítaseme subrayar solamente que un buen número de artículos de ambos bloques estaban todavía demasiado crudos para poder someterlos a un referéndum tan abarcante, ambicioso y definitorio, cuando no definitivo.

Lo que me resta poner de relieve fue la omisión de profundizar la verdadera potencialidad de las aportaciones de estos pueblos originarios de los continentes americano y africano que quisiera resumir aquí sólo en sus aspectos más generales y fundamentales: el máximo respeto de la mayoría de estos pueblos por los valores ambientales y de sostenibilidad del modelo de desarrollo que hayamos de implantar; la capacidad milenaria de mantener sociedades de amplio consenso, amor por el diálogo fraterno más allá de la mera tolerancia y respeto; toma de decisiones colectivas de las que ningún miembro de una comunidad puede sentirse excluido, la redistribución de los bienes sin necesidad de despersonalizar la familia o descaracterizar al individuo.

En resumen, estamos reflejando la experiencia pancrónica y pantópica de miles de sociedades donde la unidad no impuesta desde arriba, pero tampoco solamente espontánea, ha sido y seguirá siendo la regla: algo inmejorable ante la crisis planetaria, el armamentismo, la violencia y la persistencia de la miseria que no parece ceder en el llamado Sur del pequeño y opaco astro que nos alberga.


*Universidad Central de Venezuela

domingo, 23 de diciembre de 2007

Tiempo de balance



Rigoberto Lanz
rlanz@cipost.org.ve


El espacio A Tres Manos ya ha andado un buen trecho. Estos días han de servirnos para evaluar el trayecto y medir lo que nos hemos propuesto sin grandes estridencias: contribuir a propiciar la interacción entre gente diferente; ayudar al diálogo entre personas que no piensan lo mismo; auspiciar un clima de debate respetuoso entre actores políticos e intelectuales que tienen posturas distintas. Este ejercicio aparentemente básico y sencillo resulta en la práctica toda una proeza en la Venezuela de estos días. En parte porque no contamos con una sólida tradición democrática que sirva de músculo al procesamiento de las diferencias, en parte también porque se han generado tales enfrentamientos entre los actores en pugna que queda poco margen para las inevitables negociaciones en una sociedad compleja.

Desde luego, hablamos aquí sólo de un componente de estos intrincados procesos de conflictos y contradicciones: el momento de la discusión de las posiciones que se confrontan. No es el único elemento en juego, pero con seguridad se trata de un factor clave para encarar el arduo trabajo de concertación de visiones e intereses antagónicos. No se trata sólo de hacer converger a actores socio-políticos en conf licto, sino de procesar una plataforma de intereses ideológicos que se excluyen mutuamente. Es justamente por el calibre de esos antagonismos que las dinámicas democráticas del debate político resultan tan cruciales.

A Tres Manos es un ejercicio de diálogo en la diferencia que envía un claro mensaje de pedagogía política al país. De allí no se sigue conclusión alguna en línea recta.

Sólo se indica –haciéndolo– el camino posible para viabilizar el conflicto, para arreglar la gobernanza, para visibilizar al otro en condiciones de extrema pugnacidad. Este ejercicio se torna aun más complicado cuando los actores perciben un cuadro de clausuras para sus aspiraciones políticas, cuando los ciudadanos (por lo que sea) no encuentran canales f luidos para expresar sus demandas, cuando la gente común y corriente se siente atropellada por los efectos invasivos del poder. El conf licto no desaparecerá nunca, es bueno saberlo y acomodarse a ello.

Lo que está planteado ahora es la búsqueda de mecanismos eficaces para procesar esos conflictos, la construcción incesante de espacios de interacción donde convivan las diferencias sin aniquilarse, ámbitos de deliberación que permitan ajustar los límites de la destrucción simple y llana.

Nuestro modesto espacio de diálogo –por muy agrio que parezca a veces– ilustra con su sola existencia el tipo de cultura política a la que debemos aspirar como condición de base de cualquier idea de democracia. Esto nada tiene que ver con "reconciliaciones" ni con la cándida imagen de "la gran familia venezolana". Manejar inteligentemente los conf lictos comienza por reconocer que conflictos hay (de sobra). Pero también supone admitir sin traumas que esa conflictividad es consustancial a la sociedad, que no se trata de suprimir las contradicciones en un metafísico ideal de "paz social" de cementerio.

Estamos evaluando el trayecto recorrido para enderezar el rumbo, para pulsar la opinión de la gente, para imaginar nuevos derroteros. Tenemos ya un libro como producto de los aportes de tantos amigos que han compartido esta exigente aventura. Ello es sólo el síntoma de lo que es posible cuando nos tomamos en serio los desafíos del debate político, los retos de interpelar lo que piensa el otro, de disponerse a escuchar de verdad lo que viene de la acera de enfrente. Nadie dijo que sería fácil. Las intrigas, las incomprensiones y las envidias no dejan de percutir. Todo ello era previsible. Importa mucho más la repercusión cotidiana de las discusiones generadas, el impacto de las ideas en debate, la recepción crítica de lo que cada quien plantea. Se trata de una discusión diaria con decenas de miles de lectores.

Nadie puede pretender controlar o administrar una dinámica como esta. Las ideas están allí. La gente no es neutra respecto a la discusión, las ideas tampoco. Nuestro papel es hacer posible la controversia... sin rollos.



miércoles, 19 de diciembre de 2007

El dilema de Chávez

El dilema de Chávez

Miradas múltiples para el diálogo



ANTONIO DONADO TOLOSA*


rlanz@cipost.org.ve


C uando Chávez pretendió desatar el nudo gordiano de las urnas, aceptando el triunfo del No, imprimió una huella gigantesca en la historia por venir de Venezuela, de cara al futuro que debemos construir. Esta proposición afirmativa tiene para nuestro análisis dos partes: la victoria del No y su reconocimiento por parte del Presidente, consecuente o no, en tanto conciencia, en tanto decantación ética de un hecho político. En política no hay absolutos, de allí que por encima de nuestros deseos la validación electoral del No tendría consecuencias sociopolíticas diametralmente opuestas, dependiendo obligatoriamente de la respuesta presidencial.

Credibilidad y sospecha son los términos de la fórmula ético-política que Chávez emplea como código universal para comprender la realidad, tomar decisiones y valorar las consecuencias de su acción, y que hasta ahora siempre lo ha empujado hacia la vertiente trágica del drama político y del pathos en que se cuece el destino de los seres humanos: el peso de lo creíble, lo respetable, siempre ha de favorecer lo que él entiende y acepta, mas la sospecha, obligatoriamente, es el halo que envuelve todo lo demás, principalmente a ese otro que es distinto y se le opone: todo contradictor es fascista, golpista, amigo del imperialismo...

¿El Chávez que la madrugada del 3 de diciembre aceptó su derrota es un hombre que ahora es más razonable y que se encuentra en tránsito hacia una visión más integral, orgánica, desprejuiciada de su papel como jefe del Estado venezolano? Difícil pronosticarlo.

En el tablero donde ha jugado sus dados cargados de la sospecha y la falta de credibilidad que le merece toda persona u objeto conceptual que se le oponga, aparecen como sus últimos enemigos la Iglesia católica, la empresa privada, la Universidad y los medios de comunicación no oficialistas. La debilidad de Chávez es la connatural incapacidad que presenta la cultura militar para entender la naturaleza y misión de esas instituciones en un mundo que busca intuitivamente el equilibrio entre la tradición y la innovación, entre la libertad individual y la solidaridad social, entre un Estado regulador y un estado promotor, entre la responsabilidad moral del conocimiento y la autonomía creativa e investigativa, entre la paz social y la paz espiritual, entre la productividad económica y la justicia social.

Si Chávez tiene algo que aportar que sea perdurable o al menos importante en el foro universal abierto para ventilar razones, experiencias y argumentos en esta dirección de afirmación humanística, deberá comenzar por distinguir que la Iglesia católica no es una acción en Wall Street o en la Bolsa de Caracas.

Hacia el horizonte del trabajo, deberá con urgencia comprender, a partir de su propia experiencia de gobernante, que más daño hace a la productividad económica la corrupción de la burocracia innecesariamente intervencionista que la rapacidad crematística de la oligarquía.

En su juicio sobre la Universidad ha de valorar que ha sido la columna vertebral de la cultura occidental desde la Edad Media, la matriz donde se ha gestado todo aquello que nos permite una vida menos salvaje y primitiva, y comprender que sus frutos requieren de elementos que nutran la creatividad y la libertad, aunque siempre sea posible separar la mala hierba del trigo, cosa posible en la cosecha pero no en el crecimiento.

Finalmente, en relación con los medios de comunicación, él mismo ha de contribuir para que regresen a su rol de informadores y orientadores de la opinión, particularmente los medios audiovisuales que tienen el poder tecnológico para invadir y usurpar las mentes y la vida privada de los seres humanos, de preferencia las mentes de los más jóvenes y su sagrado derecho a crecer como sujetos de valores y responsabilidad ética. Si el nuevo "por ahora" de Chávez significa insistir por el camino que ha demostrado ser un fracaso, y no aprende de sus experiencias y las de la humanidad reciente, entonces nos aguardan a todos días oscuros y estérilmente fríos, y su legado histórico será sumado a otros de ignominia y estupidez humanas.

*UCV

lunes, 17 de diciembre de 2007

¿Dijo usted reconciliación?

Rigoberto Lanz

rlanz@cipost.org.ve

Cada vez que la cosa se pone intensa aparecen las almas buenas con los discursos de “la gran familia venezolana”. Sobre manera si tales cantaletas provienen de curas, “notables” y “fuerzas vivas”. No quiere ello decir que el ideal de país sea esta diatriba cotidiana donde el otro está permanentemente estigmatizado por los odios y las irracionalidades de la prepolítica. Pero de allí a los arrebatos de la “reconciliación” hay un trecho largo.

Lo primero que debe ser desmantelado es este síndrome hipócrita de “la gran familia venezolana”. Tal figura no existe ni ha existido nunca, es decir: en Venezuela nunca ha habido una situación socio-política en la que la comunidad de sus habitantes estén unidos por lazos solidarios, donde las relaciones sociales se funden en la cooperación, donde los modelos decisionales se fundamenten en la participación protagónica de la gente, donde no haya necesidad de un Estado gendarme que ejerza la violencia en nombre del “bien común”. Esa sería la situación antropo-política en la que tal vez pueda hablarse de “la familia venezolana”.

Pero es obvio de toda obviedad que tal estructura social nunca ha existido. En su lugar, lo que hemos tenido históricamente es una sociedad brutalmente escindida entre la opulencia y la miseria, entre las élites dominantes y el pueblo depauperado, entre las clases acomodadas y las masas hambrientas. ¿Cuál es esa “familia venezolana”?

La gente no se divide gratuitamente según un fogonazo del estado de ánimo. Es evidente que en Venezuela coexisten diversas clases sociales, grupos de intereses, sectores étnicos y religiosos, capas etáreas y de género, sensibilidades políticas y morales, en fin, una enorme diversidad de intereses en conflicto que se expresas en todos los ámbitos de la vida. En el espacio público este cuadro de contradicciones adquiere la forma de opciones ideológicas enfrentadas, visiones del mundo que pueden ser muy antagónicas, maneras de entender el país y el mundo que no pueden disolverse una en la otra. Esa división no se resuelve con palmaditas de buen vecino ni con llamamientos hipócritas a la “reconciliación”. No se trata de una declaración de guerra en la que ninguna convivencia sea planteable. De lo que sí se trata es del reconocimiento responsable de conflictos, contradicciones y antagonismos que están en la base estructural de este tipo de sociedad. Lo cual no quiere decir que sea una maldición de “toda” sociedad. He dicho: de este tipo de sociedad. Mientras tengamos un modelo de organización social fundado en la explotación, la coerción y la hegemonía, no hay “familia” que valga. Mientras persista un modelo de organización social determinado por la lógica del capital, la figura de la “familia venezolana” es una retórica encubridora de las lacras del capitalismo. Mientras las miserias del poder estructuren las prácticas y discursos de la gente, la falacia del “nosotros” no hace sino escamotear el juego de intereses de las élites dominantes.

Una cosa muy diferente es la búsqueda de espacios de diálogo político, zonas de distensión para que la gobernanza prospere, puentes y negociaciones de todo género para que los conflictos no derrapen en violencia ciega. Ese es otro asunto. Hace rato que estamos urgidos de una voluntad expresa que contemple al otro en el propio punto de partida de la política. No hay país posible sin el cultivo paciente y cuidadoso de estos espacios de concertación. Lo cual nada tiene que ver con “reconciliaciones”. Se trata del reconocimiento democrático de la diferencia, del juego político con reglas precisas, de una interacción conflictiva y tensa pero que no supone fatalmente la destrucción y la guerra. ¿De quién depende?

El cemento más seguro para una convivencia democrática es la existencia de una densa cultura política instalada en la piel de la gente, es decir, una cultura democrática que funciona ella misma como límite del conflicto. En Venezuela estamos lejos de ese ideal. Pero podemos caminar en esa dirección echando abajo los poderosos obstáculos de la miseria y la exclusión cuya persistencia hace inviable cualquier idea de país.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Acerca de victorias y derrotas

Que no ganara el sí

Daisy D'Amario*
ddamario@cipost.org.ve

Miradas múltiples para el diálogo**


Desde la noche del 2 de diciembre, a la espera de los resultados del Consejo Nacional Electoral, comenzó la reflexión a lo interno del chavismo por los resultados obtenidos en el referéndum constitucional, no sólo como parte de la evaluación que realizan los "perdedores" al final de una contienda, sino sobre todo como fruto de la sorpresa por los resultados.

Pero, ¿de dónde viene esta sorpresa? ¿Acaso no se sabía que la gente no estaba convencida acerca de la propuesta de reforma constitucional? Pese a saberlo, el chavismo creía que por ser una propuesta del Presidente de la República el pueblo votaría Sí; el Presidente y el Comando Zamora sabían que la gente no estaba convencida, pero pensaban que votaría que Sí.

El reconocimiento del liderazgo del Presidente parecía una garantía para que la propuesta ganara. Estamos acostumbrados a ver a Chávez ganar y se le utiliza, con buenas o con malas intenciones, como la última carta para dirimir, agotar, sabotear, subestimar los conflictos, las diferencias y las discusiones entre quienes le siguen. Se sigue o no se sigue a Chávez se ha convertido en el quid de la política venezolana.

Y, sin embargo, un importante sector de la población, decisivo para el chavismo en confrontaciones electorales, consultivas y referendos, decidió no ir a votar. Se sabía que la abstención se había dibujado como una opción a lo interno, pero no se esperaba que tuviera tal incidencia: que sin su votación la oposición lograra superar a la maquinaria y al chavismo. Ahora muchos piensan que votó el chavismo duro y que no votó el chavismo light; otros piensan que votó el chavismo consciente y que no votó el chavismo ignorante.

Es decir, el liderazgo, el carisma, los sentimientos sociales y políticos que se aglutinan en torno a Chávez no son suficientes para convencer, para mantener y construir políticamente en torno a los nuevos contenidos propuestos para la Constitución.

Y eso es una buena noticia.

Acusados de irracionales, populistas, de masas engañadas, alimentadas por el verbo presidencial y las misiones sociales, los bolivarianos han mostrado, al contrario, su autonomía, su complejidad y multitud.

Aunque la oposición haría bien en no ilusionarse pensando que construyó una nueva mayoría política o que la gente se "desenamoró" del proyecto bolivariano, el chavismo no debe confiar en "capitales políticos" como si se tratase de recursos económicos de los cuales disponer en cualquier momento y lugar.

El presidente Chávez, aun con toda la hidalguía que demostró y cabía esperar democráticamente en su alocución de la madrugada del 3 de diciembre, comete nuevamente un error cuando dice que su propuesta sigue allí y que "no le cambiará una coma".

Pero si se quiere una propuesta que sea sostenida por hombres y mujeres fuera de él mismo, que sea un norte para las prácticas sociales y políticas de los venezolanos, si se quiere que sujetos sociales se convenzan, la encarnen, la aprueben y la defiendan, entonces –¿cuál es el problema?–, hay que lanzar verdaderamente las ideas y los proyectos al ruedo de la participación y asumir y coadyuvar a los cambios que pueden derivarse de esta participación democrática, que debe entenderse en sí misma como parte de la construcción del nuevo modelo de sociedad.

Si hay algo que lamentar es el tiempo, los recursos y la oportunidad perdida en los intentos de "aprobar" una reforma, que se han podido dirigir a un proceso de construcción social de significados y consensos en torno a la idea de una sociedad basada verdaderamente en la justicia y en la inclusión. Pero si los resultados del referéndum sirven para analizar cómo la gente se relaciona con la política, con el Gobierno, con el Estado, si sirve para cuestionar significados del liderazgo, para analizar el papel que asumen los dirigentes y los seguidores políticos, para deshacerse de los chantajes emocionales, entonces, los chavistas tienen que agradecer que no ganara el Sí, porque es un gesto político para reclamar participación y protagonismo en las decisiones. Esperemos que esta lección sea la primera en ser tomada.

*UCV

** El Nacional

jueves, 13 de diciembre de 2007

Reflexiones sobre la coyuntura constitucional y politica en Venezuela

02-12-2007

Roberto Viciano Pastor y Ruben Martínez Dalmau

Los problemas de una postura crítica frente a la reforma constitucional


El domingo 2 de diciembre de 2007 el pueblo venezolano ha sido convocado a las urnas para decidir la aprobación o el rechazo de la reforma constitucional que ha planteado la mayoría del bloque de fuerzas políticas que apoyan al Presidente Chávez. Como no podía ser de otro modo, dado la cantidad de cuestiones de gran trascendencia que se están ventilando con esta decisión y la falta del tiempo suficiente para explicar y debatir cada uno de ellos, la campaña electoral no ha dejado mucho espacio para una reflexión ponderada. Como ha ocurrido desde las primeras elecciones que ganó Hugo Chávez, nueve años atrás, el pueblo venezolano ha vuelto a seccionarse en dos posiciones, que parecieran irreconciliables si no fuera porque quienes conocemos bien el país sabemos de su enorme capacidad para transitar de la más alta crispación al más cariñoso trato.

En esta ocasión, sin embargo, se produce una novedad que no se ha dado en otras ocasiones anteriores. Aunque este artículo se escribe y se publica cuando aún no se conocen los resultados de la jornada electoral, todo parece indicar que una parte significativa del chavismo no se ha alineado con su máximo dirigente. Sean los resultados que fueren, lo cierto es que el partido socialdemócrata PODEMOS, diversos académicos de izquierda y los sectores vinculados al trostkismo y a la izquierda radical, aliados desde el principio al proyecto de cambio liderado por Hugo Chávez, se han posicionado en contra de la reforma constitucional. Y también lo han hecho personas que apoyaron el proceso de diferentes maneras, entre ellas el general Baduel, compañero de Chávez en el ejército y uno de los principales oficiales que organizaron la resistencia militar frente a aquel golpe de Estado que promovió la derecha venezolana e internacional en 2002 contra Chávez, y que instauró brevemente una dictadura encabezada por el Presidente de la patronal venezolana, Pedro Carmona. Unos desde la confluencia en el objetivo de generar un modelo socialista y Baduel desde el rechazo al proyecto socialista.

Desde la restitución del Presidente constitucional, esa derecha no ha cesado de intentar derrocar al Presidente Chávez, con ayuda de capital norteamericano y europeo, utilizando métodos democráticos y no tan democráticos: repetidos intentos de magnicidio, nuevas tentativas de golpe de estado, cierres patronales... y haciendo uso, siempre, de una maquinaria propagandística internacional que ha buscado degenerar hasta el extremo la imagen de Hugo Chávez y de la revolución bolivariana.

Por esa razón, resulta especialmente complicado tomar posición sobre cuestiones clave que acaecen en Venezuela. En esa situación frentista, donde además los medios de comunicación manipulan la información a su antojo y la difunden con una carga considerable de falsedad, cualquier crítica al Gobierno del Presidente Chávez puede ser objeto de uso por parte de una oposición que, fuera de sí, inevitablemente intentará convertir cualquier discrepancia en nueva munición contra el proceso político y social bolivariano.

Éstas son las razones que han llevado a que hayamos esperado a este día crucial, para que antes de que se conozcan los resultados del referéndum hacer pública una postura sobre la reforma constitucional que hoy se dilucida, y opinar sobre el rumbo que puede tomar el proceso político y social venezolano. Debe hacerse constar que esta posición crítica se hizo llegar oportuna y reservadamente en el mes de octubre de este año, en un informe que elaboramos más de una docena de profesores universitarios españoles, a las más altas instancias de gobierno de la República Bolivariana de Venezuela.

Pero, a pesar de que desde bien temprano manifestamos nuestra postura crítica con el proyecto de reforma constitucional, preferimos permanecer al margen del debate constitucional con el fin de que nuestra discrepancia no fuera utilizada malintencionadamente por la derecha golpista venezolana y el aparato mediático de dominación.

Por esa razón, cuando nos encontramos ante la que quizá sea la más disputada batalla electoral de la Quinta República venezolana, sin que pueda saberse a ciencia cierta de qué lado se inclinará la balanza, nos ha parecido el momento adecuado para hacer pública nuestra posición y algunas reflexiones sobre la encrucijada política y social en que se encuentra el proceso bolivariano.

Como suele suceder con quienes intentan plantear posiciones reflexivas y equilibradas en momentos de fuerte confrontación, es muy probable que concitemos el rechazo de ambos sectores. Los unos porque alegaran que debimos plantear publicamente estas cuestiones antes y los otros porque pueden entender que nunca debieron publicitarse.

Pero estamos convencidos de que la construcción de un modelo de socialismo del siglo XXI requiere de estos debates y, sobre todo, esperamos que ese nuevo socialismo que se intenta construir en Venezuela aprenda de la Historia que sólo desde el pluralismo, la contraposición de puntos de vista y la libertad de pensamiento y de expresión se puede construir un socialismo emancipador. La existencia de una presión interna y externa, incluso de una agresión interna o externa, no pueden justificar la eliminación de esos principios básicos de organización política. Pues supondría reconocer que cualquier intento de construcción del socialismo, que necesariamente tendrá fuertes resistencias internas y externas, tiene que pasar por el autoritarismo y el recorte de libertades. Y eso no es así. Como precisamente ha quedado demostrado en Venezuela hasta el momento, los procesos políticos que cuentan con apoyo popular pueden sobrevivir a las presiones internas y externas con pluralismo y dentro de un marco ejemplar de respeto a los derechos y las libertades públicas.

¿Era necesaria esta reforma constitucional?

Un hecho sustancial que no puede ser dejado de lado en este análisis es que, para muchos de los partidarios del proceso bolivariano, esta reforma constitucional no era necesaria, al menos en estos términos. Y ello por varias razones.

En primer lugar, porque se podía haber avanzado aún mucho más en el diseño del nuevo Estado por la vía legal y reglamentaria sin necesidad, de momento, de cambiar el texto constitucional.

En segundo lugar, porque para una gran cantidad de venezolanos y venezolanas el proceso bolivariano aún tiene muchas cuestiones que resolver de su gestión cotidiana del poder. Los problemas que acucian al país no son, desde luego, atípicos. Las últimas encuestas son claras: la inseguridad ciudadana, la inflación, el desempleo, la corrupción y el peligro de una fractura definitiva en el pueblo son las cuestiones que preocupan a las venezolanas y los venezolanos, y que deberían preocupar aún más a los poderes públicos antes que otras cuestiones quizás más pomposas, pero desde luego secundarias.

En tercer lugar, porque aún no está bien definido que se entiende por socialismo del siglo XXI y cuales son sus aplicaciones políticas y económico-sociales concretas y en detalle. Además, la generación del socialismo no puede hacerse por decreto, ni siquiera por reforma constitucional. Hace falta una conciencia social que soporte el proceso y lo asuma conscientemente. Parece claro que en una sociedad como la venezolana, formada durante decenios en el más puro individualismo, ese presupuesto no existe aún.

En cuarto lugar, porque para afrontar una transformación social profunda en sentido socialista debe contarse con un Estado fuerte y que funcione adecuadamente, cosa que como es obvio, no ocurre en Venezuela.

Si la cuestión políticamente urgente era, ante la necesidad de una dirección carismática del proceso, la autorización constitucional de la posibilidad de que Hugo Chávez pueda presentarse a Presidente de la República tantas veces como lo considere oportuno y pueda ser Presidente tantas veces como el pueblo venezolano libremente así lo decida, debería de haberse planteado esa exclusiva cuestión que, como indican todas las encuestas electorales, contaba con un amplio apoyo popular.

Y sobre todo, una vez decidido que se iba a realizar un proceso de reforma, se entendía que debía ser para profundizar en los grandes principios de la Constitución de 1999: más democracia, más controles sobre el poder, profundización de los derechos y las libertades, más control de las disfunciones del mercado y más medidas de generación de una nueva economía autónoma del monocultivo petrolero.

Indudablemente, mucha gente no ha percibido que la reforma reforzaba todos estos ejes.

¿Reforma constitucional o Asamblea Nacional Constituyente?

Con independencia de todo lo dicho hasta ahora con carácter previo, y asumiendo que la decisión política de la dirección del proceso bolivariano era la de proceder a una amplia reforma, nos encontramos con la segunda cuestión: ¿se ha utilizado la vía constitucional adecuada?

Si partimos de que el poder constituyente sólo puede ser ejercido por su titular, el pueblo, cualquier cambio en el texto constitucional debe ser autorizado por el poder constituyente. Este es el caso de la reforma constitucional en Venezuela; el buen criterio de los constituyentes venezolanos de 1999 eliminó el supuesto poder constituyente constituido o poder de reforma constitucional ejercido por el poder constituido, y ni una coma ni un punto de la Constitución puede ser cambiado sin el consentimiento del pueblo, en ejercicio genuino del poder constituyente. Por tanto, en Venezuela es indudable que una reforma constitucional sólo puede culminar con éxito cuando el pueblo así lo desee.

Sin embargo, el problema reside en el procedimiento que debería haberse empleado para llevar adelante una modificación de la Constitución de estas dimensiones en extensión y contenidos. Reformas de gran calado, como la propia Constitución de 1999 indica –artículo 347 en relación con el 342-, deberían debatirse no en el seno de los poderes constituidos, sino de una Asamblea Nacional Constituyente. El artículo 342 es taxativo cuando establece que la reforma constitucional “tiene por objeto una revisión parcial de esta Constitución y la sustitución de una o varias de sus normas que no modifiquen la estructura y principios fundamentales del texto constitucional” mientras que la Asamblea Nacional Constituyente queda reservada para los supuestos excluidos o la redacción de una nueva Constitución.

Para cualquier lector de la propuesta de reforma, resulta evidente que un cambio que propone modificar 69 artículos de la Constitución vigente, y que lo hace para construir, donde antes se hablaba de una Democracia participativa, una Democracia Socialista (artículo 158); o que habla de Estado socialista (artículo 318) donde antes sólo se hacía referencia al Estado Democrático y Social de Derecho; o que prevé que el Ejecutivo Nacional pueda regular la transición al modelo de Economía Socialista (artículo 300 y disposición transitoria novena), es de suficiente envergadura para ser debatido con amplitud en el seno más democrático donde pueda acontecer este debate: una Asamblea Constituyente.

Si esas definiciones no bastaran para entender que estamos ante una modificación de los principios fundamentales del texto constitucional, la reforma afronta la modificación del artículo 16 de la vigente Constitución para la generación de nuevas estructuras territoriales antes inexistentes, como regiones marítimas, municipios federales, distritos funcionales, ciudades comunales…; reformula el contenido constitucional de diversos derechos políticos y sociales, entre ellos el de propiedad (artículo 115); se elimina un órgano de relieve constitucional como el Consejo Federal de Gobierno (artículo 185) el cual, por cierto, nunca fue activado; se transforma la naturaleza del Banco Central de Venezuela (artículo 318); o se redefine y se reorganiza la Fuerza Armada Nacional (artículo 328).

El hecho de que se mencionen estos temas no debe entenderse como un desacuerdo con la necesidad de reformar la Constitución para modificarlos, sino como la demostración de una obviedad: son modificaciones del ordenamiento constitucional venezolano que no deberían llevarse adelante por la vía de la simple reforma constitucional, sino por la más democrática de una Asamblea Nacional Constituyente. Por qué no se ha realizado así, sólo los proponentes de la reforma lo pueden conocer. Pero desde la perspectiva jurídico-constitucional no cabe duda alguna.

Dicho esto, tampoco parece de recibo la cínica posición de la oposición, la derecha venezolana, y una importante parte de la opinión publicada, que se rasgan las vestiduras porque se utilice una vía que permite opinar a los venezolanos y venezolanas sobre la modificación de su texto constitucional. Cabe recordar que la Constitución de 1961 se elaboró por medio de un cerrado pacto de elites, sin participación alguna de los ciudadanos. Y no podemos olvidar que la derecha, venezolana e internacional, aplaudió con entusiasmo la derogación de la vigente Constitución de 1999 durante el “carmonazo”.

Tampoco en otros ámbitos geográficos podemos estar muy contentos de la legitimidad de nuestros procesos constituyentes. Qué decir de la patética inteligentzia española, que ni se inmutó cuando se hurtó a la ciudadanía la elección de una Asamblea Constituyente que rompiera con el franquismo, y entregó dicha función, de facto, al legislativo ordinario; o el hecho de que en España sea posible modificar importantes partes del texto constitucional –como ocurrió con el artículo 13, aprobado con nocturnidad por las Cortes Generales- sin pedir la opinión de la ciudadanía.

¿Presidente vitalicio en un país sin propiedad privada?

Sobre el contenido de la reforma constitucional se han vertido ríos de tinta, aunque no todos parecen haber consultado el texto propuesto. Como ocurre en estos casos, se ha producido una catarata de lugares comunes e incorrecciones que, a fuerza de ser repetidas, han calado en una buena parte de la opinión pública en la que la agresividad de los medios de comunicación busca acabar con cualquier postura de cuestionamiento hacia las verdades mediáticas.

El eje central de la crítica, tanto a nivel interno como internacional, ha insistido en que, supuestamente, la reforma constitucional establecía la perpetuación en el poder del Presidente Chávez, por una parte, y por otra en que se abolía la propiedad privada. Ninguna de las dos cosas son ciertas.

La redacción propuesta para el artículo 230, contenida en la reforma, establece que “el período presidencial es de siete años. El Presidente o Presidenta de la República puede ser reelegido o reelegida”. Nada más. Es decir, que, con independencia de que el periodo de siete años pueda parecer excesivo –y en constitucionalismo comparado no existen muchos casos similares-, lo cierto es que ni el proyecto busca nombrar Presidente vitalicio a Chávez, ni nada por el estilo. Simplemente se adopta un criterio, el de la posibilidad de reelección, ajeno al sistema presidencialista de origen norteamericano, pero consustancial al parlamentarismo europeo: que el jefe del ejecutivo puede ser elegido tantas veces como lo quiera la ciudadanía ejerciendo su derecho al libre sufragio. No hace falta recordar, en el caso español, que Felipe Gonzalez fue reelegido en tres ocasiones, y que lo intentó una cuarta aunque las circunstancias se lo impidieron, y a nadie sensato se le ocurriría pensar que se trataba de una forma de gobierno autoritaria. Por no hablar de los ejemplos, sin salir de nuestro país, de Manuel Chaves (dieciocho años gobernando Andalucía) o Jordi Pujol (diecinueve años al mando del Ejecutivo catalán).

Es cierto, se dice, que en los sistemas parlamentarios existe la posibilidad de que el parlamento censure al Ejecutivo y, por lo tanto, caiga el Gobierno. Pero también lo es, en primer lugar, que la moción de censura sólo se produce en momentos de particular inestabilidad política, o cuando las elecciones no han propiciado una mayoría suficiente de apoyo al Ejecutivo –aunque lo lógico sería, en ese caso, que no se pudiera formar gobierno más que se le censure-. En los sistemas presidencialistas, como el venezolano, no está la prevista la censura al Presidente de la República (sí a los ministros), por su calidad de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno en una misma persona; pero la Constitución venezolana fue la primera en el mundo en prever la revocación del mandato, mucho más democrática que la moción de censura, donde los ciudadanos pueden, de forma directa, decidir si el Presidente permanece o no en el poder (como ocurrió en 2004 en ese mismo país)

Por otro lado, es cierto que la propuesta cuestiona la previsión anterior sobre la propiedad. La redacción propuesta para el artículo 115 de la Constitución vigente, que antes sólo se refería a la propiedad privada, amplía el reconocimiento a otras formas de propiedad pública, social, colectiva o mixta. Pero mantiene la vigencia del derecho de propiedad privada, que es definida como aquella que “pertenece a personas naturales o jurídicas y que se reconoce sobre bienes de uso, consumo y medios de producción legítimamente adquiridos, con los atributos de uso, goce y disposición y las limitaciones y restricciones que establece la ley (…) con fines de utilidad pública o de interés general”. Es decir, una redacción similar a la que podemos encontrar en la mayor parte de las constituciones europeas de postguerra. Por cierto, se trata de una regulación que poco tiene que ver con el socialismo clásico, puesto que el proyecto establece que la expropiación de bienes, además de producirse tras el pago de justa indemnización, únicamente podrá formalizarse mediante sentencia firme. ¡Ya quisieran los propietarios de muchos países europeos contar con una regulación similar que limitara la capacidad de expropiación de sus bienes por el Estado!

Por tanto, es fácil percatarse cómo una parte del debate ha estado basado en falsedades, mentiras repetidas hasta la saciedad, y una escandalosa manipulación de la derecha mediática, a la que se ha dejado arrastrar una buena parte de la izquierda europea.

Una propuesta que era mejorable

Pero, por otro lado, el hecho de que se haya incurrido en falsedades no significa que la propuesta sea la mejor que haya podido realizarse. Desde un sentido de avance progresista en un proceso de cambio, no lo es.
Vamos a dejar de lado la deficiente redacción técnico-jurídica de la que adolecen no pocos artículos del proyecto de reforma (por ejemplo, cuando se prohíben los monopolios sin especificar que se trata de los privados, lo que es contradictorio con la posterior reserva al Estado de determinados sectores económicos, obviamente en régimen de monopolio –artículo 113-), o algunas erróneas concepciones de algunas instituciones jurídicas (se establece el refrendo del Vicepresidente Primero de la República para la mayoría de los actos del Presidente, que es a quien se atribuye directamente por el pueblo la función ejecutiva, trasladando una institución que tiene su lógica en la mayor parte de los sistemas parlamentarios, donde los Jefes de Estado no cuentan con poderes ejecutivos). Los motivos para desconfiar en que la reforma sea la más conveniente están, desde luego, en el fondo de la propuesta.

Para ser honestos, en el proyecto aparecen aspectos que mejoran sustancialmente las previsiones de la Constitución de 1999, pero también otras muchas que significan un evidente retroceso. Las condiciones con que nació el texto constitucional no eran lo suficientemente maduras y, seguramente, ni siquiera posibilitaban un cambio más profundo del que tuvo lugar. Por ello, la profundización en el proceso necesita del cambio constitucional. Ahora bien, ¿son estas modificaciones las que apuntan realmente a un cambio adecuado en el proceso venezolano?

Es innegable, por ejemplo, que se han mejorado claramente previsiones como la del artículo 21, que desarrolla el principio de igualdad, la reducción de la mayoría de edad a los 16 años –una apuesta por la juventud- y la concesión a los extranjeros del derecho al voto, no sólo en las elecciones municipales, como en la actualidad, sino también en las regionales (artículo 64); el reforzamiento de los mecanismos de fiscalización de la financiación de los partidos y las campañas electorales (artículo 67); los derechos laborales, a la Seguridad Social o la reducción de jornada laboral a 36 horas semanales (arts. 87 y 90); el derecho de educación para todos (art. 103); o el fortalecimiento de la autonomía universitaria (artículo 109). También resulta positiva la regulación de los principios de la política exterior del Estado, encaminados a la “no intervención en los asuntos internos, solución pacífica de los conflictos internacionales y el respeto a los derechos humanos y la solidaridad entre los pueblos en la lucha por su emancipación y el bienestar de la Humanidad” (artículo 152); así como la incorporación de una cláusula constitucional que permita la generación de mecanismos de integración latinoamericanos, incluida una Confederación (artículo 153).

También son positivas previsiones como la del reforzamiento del control sobre el gasto público, con la creación de las contralorías estadales y municipales (artículos 163 y 176); los principios de funcionamiento del régimen económico y social, basado en criterios de intervención estatal “para garantizar el desarrollo armónico de la economía nacional” (artículo 299); la calificación como actividades reservadas al Estado de la explotación, transporte y almacenamiento de los hidrocarburos líquidos, sólidos y gaseosos (artículo 302); la prohibición de privatizar las empresas estatales que desarrollen actividades reservadas al Estado (artículo 303); y la defensa de la producción agroecológica, que garantice la soberanía alimentaria de Venezuela (artículo 305), prohibiendo el latifundio por ser contrario al interés social (artículo 307). Aunque algunas de estas cosas ya estaban planteadas en la redacción vigente, seguramente en algunos de estas modificaciones deben depositarse las verdaderas inquietudes de los poderes económicos transnacionales, así como sus correas de transmisión políticas, gubernamentales y mediáticas.

Pero junto con todo esto, algunas previsiones del proyecto son innecesariamente complicadas y, en algunos casos, perjudiciales. Resulta incomprensible, por ejemplo, la regulación que se hace de la estructura territorial del poder público, generando múltiples niveles de decisión (artículos 16 y 18), a los que antes se ha hecho referencia, que pueden generar más ineficiencia en la gestión de la cosa pública y que, probablemente, encubren una ausencia de reflexión sobre una reforma a fondo de un modelo nominal de Estado federal inexistente. Si, como parece ser, el federalismo no es útil para un país como Venezuela, simplemente habría que plantearse la sustitución del modelo y la aplicación de otro diferente, más acorde con la realidad venezolana.

Otro ejemplo de poco acertada redacción de la reforma se encuentra en la generación de un nuevo poder público (junto al Nacional, Estadal o Municipal) que se denomina Poder Popular (artículo 136), que apunta hacia la absurda idea de que éste sea un poder más del Estado, en lugar del fundamento del mismo y del conjunto de los poderes públicos. Tampoco es muy lúcida la diferenciación entre diferentes tipos de propiedad (artículo 115), lo que vuelve a conducirnos a la sospecha de una reforma constitucional precipitada y poco reflexionada. Son errores de concepto que, desde luego, merecían una reflexión más profunda.

Más peligroso es el retroceso que se experimenta en el concepto de democracia participativa, verdadero sustento del proceso de cambio en Venezuela desde 1998. En ese sentido, el proyecto aumenta sistemáticamente todos los porcentajes de firmas necesarios para promover un mecanismo de participación popular, en algunos casos haciéndolos impracticables pues se exige, por ejemplo, la firma del treinta por ciento de los electores de la circunscripción para activar el referendo revocatorio de cargos públicos (artículo 72), el abrogatorio de leyes y decretos con valor de ley (art. 74) o la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente (artículo 348).

Más perniciosa si cabe parece la constitucionalización de las “misiones” (artículo 141). Las misiones son necesarias para evitar burocracias anquilosadas que obstaculizan la implementación de políticas sociales que permitan mejorar las condiciones de vida de la población. Pero su carácter debe ser temporal, hasta que se produzca una reforma de la Administración Pública. El reconocimiento de las “misiones” como formas estables de gestión supone, en la práctica, la asunción implícita de la incapacidad del gobierno de llevar adelante una adecuada reforma del Estado y, por otro lado, se traduce en la consolidación de un mecanismo donde los sistemas de control presupuestario se debilitan, permitiendo por tanto la proliferación de la corrupción.

Únicamente desde la experiencia concreta venezolana puede verse como positivo el vaciamiento competencial de los Estados, transfiriendose competencias al Estado central o hacia los municipios y comunidades (artículos 156 y 164). Pero resulta inadecuado que esa centralización acabe reforzando la concentración de poderes en manos del Presidente de la República (artículo 236).

Tampoco parece particularmente útil la creación de un Consejo Nacional de Gobierno, encargado de coordinar la acción entre el Gobierno nacional, los gobiernos estatales y los municipios y órganos del Poder Popular (artículo 185), puesto que ya el Consejo Federal de Gobierno, de funciones similares y eliminado en el proyecto, nunca se activó. Pese a que el Consejo de Estado tampoco fue nombrado nunca, el proyecto altera su composición y lo convierte simplemente en un órgano de consulta del Presidente con los demás Presidentes de los órganos del Poder Público Nacional (artículo 252).

No resultan muy acertados los mecanismos de selección y elección de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (264), del Consejo Nacional Electoral (artículo 295), del Fiscal General, del Contralor General de la República y del Defensor del Pueblo (artículo 279). En todos estos casos, aunque aparentemente se contemplan mecanismos de participación social, las entidades que deben componer los respectivos Comités de Postulaciones son elegidas por la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional, que es la misma que finalmente elige a dichos funcionarios. Y no parece muy garantista establecer que dichos funcionarios puedan ser removidos, en caso de faltas graves, por la mayoría de los miembros de la Asamblea Nacional (artículos 265, 279 y 296), sin que se determine constitucionalmente qué se entiende por falta grave. El mecanismo puede dar lugar a una discrecionalidad por parte del Parlamento que no siempre será positiva.

Se ha desaprovechado la reforma para crear un verdadero Tribunal Constitucional, encargado de velar por el cumplimiento de la Constitución por el resto de los poderes del Estado, y esas funciones continuarán en manos de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, a medio camino entre un sistema de control difuso y de control concentrado de la constitucionalidad.

Aunque es deseable una disminución de la autonomía de los Bancos Centrales, la reforma plantea que el Banco Central de Venezuela solo se ocupe de la ejecución de la política monetaria y cambiaria, eliminandose los mecanismos anteriores de coordinación del Banco con el Ejecutivo Nacional para la determinación de dichas políticas, y se incorpora un ámbito de decisión más directo del Ejecutivo, que alcanza a la administración de las reservas internacionales (artículo 321), sin abandonar como objetivos “evitar la vulnerabilidad de la economía y velar por la estabilidad monetaria y de precios” (artículo 320).

Por último, la redacción propuesta para el artículo 338 elimina las limitaciones temporales para los estados de excepción (con la reforma “durarán mientras se mantengan las causas que los motivaron”) y modifica los derechos fundamentales que no pueden ser restringidos o suspendidos durante el periodo de excepción. Además de apartar del listado el derecho de la información, se sustituye la genérica mención aún vigente del derecho al debido proceso por la exclusiva prohibición de que sea suspendido o restringido “el derecho a la defensa, a ser juzgado o juzgada por sus jueces naturales y a no ser condenado o condenada a penas que excedan los treinta años” (artículo 337), dejando fuera de la exclusión otros contenidos del derecho al debido proceso.

Sea cual sea el resultado del referendo ¿Cuál nos parece que tiene que ser la actitud de la dirigencia del proceso bolivariano ante esta encrucijada en que se encuentra?

Con independencia del resultado electoral, parece indiscutible que el Gobierno bolivariano debe tomar nota de algunas cuestiones relevantes:

Aunque finalmente los ciudadanos bolivarianos hayan apoyado la propuesta de reforma para no dar un aparente triunfo a la derecha golpista, ha quedado puesto suficientemente de relieve el grado de insatisfacción de un sector del chavismo con el rumbo que está tomando el proceso político y social.
Una parte sustancial de los votantes de Chávez piensan que en lugar de hacer política de grandes gestos hay que hacer política de grandes resultados sustentables. Es decir, conseguir que los grandes avances sociales y políticos que se han dado en Venezuela se consoliden y tengan un funcionamiento estable.
Para ello urge llevar a cabo, sin prisas pero sin pausa, un gran proceso de reforma de las administraciones públicas y disminuyendo la alta rotación del personal al servicio de la función pública, que permita garantizar la eficiencia a la administración.
Debe reforzarse el componente de pluralidad dentro del proceso político. Las divergencias en lo táctico y en las soluciones concretas deben entenderse como una riqueza y no como una debilidad.
Debe reforzarse el estudio en detalle de qué Estado se desea como resultado final del proceso bolivariano y planificar que, en el momento políticamente adecuado, se realice una Asamblea Nacional Constituyente que establezca jurídicamente los fundamentos de ese nuevo modelo de Estado ya definido previamente.
Priorizar la consolidación de una economía no dependiente del petróleo, cuestión esta que, si bien se ha intentado, no se ha conseguido precisamente por la inexistencia de una administración pública que asigne racional y planificadamente los recursos.

Es ahora cuando se está en disposición de definir cual va a ser el rumbo final del proceso de cambio politico-social en Venezuela. De lo que ahora se haga dependerá que mucha gente, dentro y fuera de Venezuela, se mantenga unida e identificada con el mismo o, por el contrario, que entienda que se ha tratado de una nueva oportunidad perdida por la izquierda emancipadora, democrática y socialista.

En conclusión

Es difícil hacer un balance objetivo que apueste o no por apoyar el proceso de reforma constitucional.

Por una parte, la propuesta era mejorable técnicamente y de fondo. Incorpora elementos extremadamente complejos, e impropios de un cambio de avanzada. Y ya que se da por supuesta la apropiación por el pueblo de la Constitución –como ocurrió con el texto de 1999- debe procurarse la mayor claridad posible, sin que vaya en detrimento de la calidad jurídica.

Además, es un proyecto que no cumple con las expectativas de profundización del cambio del modelo económico y social. Aparecen muchos conceptos que, al menos en la propuesta de reforma, no están suficientemente concretados. No se ha avanzado en las garantías de los derechos económicos y sociales ni en los mecanismos concretos de transformación del modelo de producción.

Por otra parte, el proyecto no sólo no profundiza en la democracia participativa, sino que endurece varias condiciones para su aplicación. Grave error, especialmente cuando la diferencia entre el proceso de cambio venezolano y otros procesos sociales ha sido justo ésa: la legitimidad que proporciona la participación. Se pudo haber apelado, y no se hizo, al mecanismo adecuado para la realizacion de los cambios: la Asamblea Constituyente.

Todo ello no significa que sea un proyecto totalitario, propio de una dictadura, ni contrario a los principios y valores de la democracia, como ha querido ser vendido por la derecha venezolana e internacional y el sistema mediático. Simplemente es un proyecto de reforma inadecuado para el momento histórico en que se da. Muchas alforjas para un tramo tan corto, cuando necesitaremos muchas más para cruzar el verdadero desierto.

Roberto Viciano Pastor
Ruben Martínez Dalmau
Profesores de Derecho Constitucional
Universitat de València.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

La victoria escondida del Presidente Chávez

Juan Carlos Monedero


“Tan doloroso es poner una revolución democrática en peligro por exquisiteces puristas como dejar a esa revolución consumirse por un silencio falsamente revolucionario”

Ernesto Müntzer

La complicación de una promesa

Que Venezuela iba a enrumbarse al socialismo fue la promesa electoral que llevó al Presidente Chávez al triunfo espectacular de diciembre de 2006. De ahí que, de entrada, que se cumpliera esa promesa no era sino una cuestión de honestidad política. Que la fórmula fuera una reforma constitucional abría más interrogantes. Es indudable que una Asamblea Constituyente obligaba a un debate más en profundidad, con sus indudables ventajas, pero también se acompañaba de dos inconvenientes: implicaba disolver la Asamblea –con mayoría absoluta chavista tras la retirada de la oposición- y significaba un cambio de modelo cuya profundidad no podía decretarse sino que tenía que estar primero asentada en la ciudadanía. Reforzar la idea de que se camina hacia un nuevo contrato social tiene siempre interés, y aún más cuando se pretende construir ese nuevo consenso a través de la legalidad y la legitimidad constitucionales. La decisión final, políticamente correcta, fue dar pasos graduales a través de una reforma. El socialismo se hace al andar.

Sin embargo, y como pudo comprobarse durante los tres meses de debate, era evidente que esa reforma era complicada en la forma y confusa en el fondo. Pese a que el mismo Presidente reconoció haber recibido informes cuestionando algunos aspectos e, incluso, la conveniencia de la misma, el proyecto llegó finalmente a una Cámara entregada que hizo bien poco por que el pueblo se enamorara de la propuesta.

La actitud tradicional de la oposición de intentar tumbar el proceso bolivariano apoyándose en cualquier excusa –apoyada por una iglesia tan lejos de dios como cerca de los Estados Unidos- forzó, como en otras ocasiones, a que se simplificaran las posiciones. La proliferación en Venezuela de iracundos y acríticos altavoces de la última afirmación del Presidente, caracterizados por tomar al pie de la letra cualquier intervención presidencial y convertirla en artículo de fe, terminaba de enturbiar la serenidad del debate. Una vez más se perdía la posibilidad de abrir una discusión desde dentro de la revolución que permitiera un compromiso ciudadano a la altura de los momentos más críticos vividos durante el debate constitucional (1999) o con ocasión del golpe o del revocatorio presidencial.

Aunque ya en un inicio hubiera parecido sensato optar por un ejercicio de simplificación del texto constitucional, se optó por insistir en la Flutgesetz (la marea legislativa tan propia de la época), con el resultado de que los finalmente muchos artículos reformados, así como la complicada redacción de buena parte de ellos sembraron el fárrago y el oscurantismo. El apresuramiento que demostraban algunas redacciones, el escaso cuidado con la técnica constitucional, el endurecimiento de los requisitos para la participación, la falta de concreción de la nueva geometría política (postergada a desarrollos legislativos posteriores), el refuerzo del Ejecutivo o la superación de la descentralización tradicional eran elementos que reclamaban mayor explicación y quizá, como se argumentó desde dentro del chavismo, una asamblea constituyente. El argumento de que la reforma debía apoyarse en bloque no ayudaba a abrazar la propuesta, pues conforme iba creciendo en volumen la reforma, más difícil se tornaba encontrar una lógica común a todos ellos.

Es indudable que la reforma vigorizaba al Presidente de la República. Pero en vez de explicar este hecho como algo necesario y paralelo al empoderamiento popular (sentar a Gramsci en la mesa de Montesquieu), se distraía el debate con otros asuntos que parecía excusas y que no daban argumentos para contrarrestar las alertas catastrofistas de la oposición. La tarea de enmascaramiento puesta en marcha por los adversarios del proceso bolivarano terminó de confundir a quien se adentrase en las entrañas de la reforma, aún fuera cargados de paciencia y conocimiento. Las tardías y malhumoradas explicaciones no podían, en la recta final, competir con las simplificaciones oportunistas de la oposición.

De Asambleas y plazos

Por si fuera poco, en el trámite parlamentario, los 33 artículos iniciales se convirtieron en 69. Un Parlamento que había necesitado poner en marcha el parlamentarismo de calle para legitimarse (apenas lo apoyaban dos venezolanos de cada diez), se colgaba de la propuesta presidencial para reinventarse la reforma. Pronto llegaron los recursos que hicieron del Tribunal Supremo un actor muy presente en esta historia. Como además el calendario de aprobación estaba absurdamente urgido por las fechas navideñas, los plazos de discusión popular se hacían aún más escasos, complicando la posibilidad de un debate sosegado que pudiera repetir la experiencia de 1999 y, al tiempo, desmontar las falsedades difundidas en los medios. Pretender que la apelación al Presidente bastaba en última instancia para superar estas deficiencias es no entender el éxito en la politización lograda por el propio proceso bolivariano. Tres millones de chavistas han hecho valer su discrepancia no apoyando la reforma sin que eso implique abandonar su apoyo al Presidente, prueba de que estamos ante una revolución que es bonita porque ha politizado y no adoctrinado.

El momento en que fue convocada la reforma es igualmente algo que no permite fáciles análisis ¿Era ahora el momento idóneo, sin haberse siquiera alcanzado el ecuador de la Presidencia? ¿No cargaba aún la ciudadanía el esfuerzo descomunal de diciembre, donde se rompieron barreras de participación y el Presidente Chávez conquistó siete millones de votos? ¿Era real pretender acercar siquiera ese resultado a través de un referéndum, tradicionalmente menos atendidos por la ciudadanía? ¿No era un trágala incorporar la palabra socialismo en la reforma cuando no se ofrecía una definición de qué quería significarse con esta palabra? ¿No era precipitado avanzar constitucionalmente lo que no era visto como una necesidad en la calle? Un exceso de complacencia sobrevolaba el ambiente. Al final, y en ausencia de una clara conceptualización del socialismo, la oposición tenía abonado el terreno para difundir su tramposa tesis sobre lo que debía significar esa propuesta: eliminación de la propiedad privada, ausencia de pluralismo político, perpetuación del líder en el poder o pérdida de la patria potestad sobre los hijos.

La confusión reinaba por doquier, y en las filas del chavismo no estaban listos los argumentos para defender la reforma. El más sencillo era simplemente erróneo: con la reforma se construía el socialismo. Si eso era así, ¿no implicaba la exigencia de una asamblea constituyente en vez de una reforma? Por el contrario, si no se trataba de traer el socialismo sino de dar algunos pasos en esa dirección –lectura correcta-, ¿no era importante dejar de decir lo contrario para no abonar la confusión? Escuchando los argumentos de muchos partidarios del sí, puede afirmarse que solamente el Presidente sabía a ciencia cierta en qué consistía la reforma.

Inconsistencias con la democracia participativa y protagónica

Algunos asuntos de diferente calado fueron construyendo el alud de suspicacias. La mala composición acerca del método tenía que abundar necesariamente en la perplejidad. Cuando la propuesta arrancaba, la democracia participativa se relegó, entregando la responsabilidad del proyecto de reforma a una comisión elegida a dedo y sometida a la estricta confidencialidad. El secreto no suele ser buen método para generar adhesiones. Algún miembro de esa comisión había defendido con vehemencia la opción de la Asamblea Constituyente, de manera que no siempre parecía convincente en la defensa ahora, igualmente vehemente, de la opción por la reforma. Otrosí ocurría con la inesperada multiplicación de artículos reformados en la Asamblea, que se veían tan duplicados como poco justificados. Y algo de no menor relevancia: fue el Presidente quien enfáticamente planteó inicialmente que no se cambiaba “ni una coma” del proyecto –idea repetida por el eco gubernamental, advirtiendo en contrario de un delito de lesa revolución-. Sin embargo, más temprano que tarde empezaron a modificarse aspectos sustantivos -Guardia Nacional, jornada laboral, derechos de propiedad-, lo que daba la sensación tanto de apresuramiento como de que todo dependía, fuera o no cierto, de la decisión de una sola persona.

En mitad de ese viaje, la oposición volvió por sus fueros y buscó en la reforma una nueva bandera para intentar tumbar la V República. Identificó las debilidades, construyó un nuevo sujeto cuyas naves no estuvieran aún quemadas –los estudiantes- y mordió como perro de presa con un discurso falaz y simple pero muy eficaz. El chavismo, por jactancia o por incapacidad, se dio el lujo de no debatir con la oposición y perdió así la posibilidad de entender cuáles eran sus propios puntos débiles y de poder contrarrestar el discurso opositor. Una vez más se hace cierto que cuando los dioses quieren perder a alguien antes lo ciegan. Desde las filas bolivarianas se equiparó la crítica interna con la crítica opositora, perdiéndose la capacidad de ajuste interno. Como pude decir en otro sitio, se trataba de la primera batalla ganada por la oposición. Con esa actitud, todas las alertas acerca de los problemas que traía consigo la reforma fueron rechazados como si vinieran de enemigos declarados del proceso.

En definitiva, una parte importante de la derrota deben atribuírsela todos aquellos que han presentado la discrepancia como abandono de la revolución, traición o debilidad. Complétese el escenario con un creciente descontento ante la deriva burocrática de la revolución bolivariana, con sus correlatos de autoritarismo, corrupción, clientelismo e ineficiencia económica y administrativa. Un exceso de cuartarepublicanismo enmascarado bajo boina roja ha venido utilizando espacios de poder –en el Gobierno, en la administración, en el PSUV, en empresas públicas o cobijadas políticamente- para repetir los abusos que llevaron a Chávez al poder en 1998 y cuya promesa de erradicación forma parte aún del fuerte apoyo que posee.

Quizá, con todos estos impedimentos, lo que sorprenda es que cuatro millones de venezolanos hayan apostado con firmeza por una vía al socialismo.

No hay mal que por bien no venga

Pero más allá de todo esto, Chávez trae con su derrota la posibilidad de una victoria de largo aliento. Tanto el 50% de electores que han apostado por un futuro socialista como los abstencionistas, que ni por asomo han pensado en apoyar a la oposición –esto es, votar No-, alientan en esa dirección. Conviene notar que el error de la convocatoria a una reforma constitucional en este momento, reconocido con urgencia por el propio Presidente Chávez, ha servido para ver lo mucho que ha crecido la conciencia política en Venezuela. La nueva cultura política ha venido para quedarse.

Pero no se agotan ahí los elementos positivos. Tantos que puede hablarse sin abuso de una victoria escondida del Presidente Chávez.

Por un lado, puede considerarse una victoria que la oposición haya ganado sólo aferrándose a la Constitución de 1999, esto es, a la Constitución impulsada por Chávez y a la que siempre adversó. Es a partir de ahora, con el reconocimiento opositor de la V República, que empieza la posibilidad de una normalización democrática. Si la oposición, por el contrario, ha aceptado la Constitución bolivariana solamente como una estrategia electoral, demostrará una vez más que no han entendido nada de lo que está pasando en este país.

Igualmente, el resultado cuenta a Venezuela, a América Latina y al mundo cómo ese pueblo, ayer invisible, reclama hoy que se cuente con lo que piensa. En otras palabras, es capaz de seguir apoyando a Chávez (entre el 60% y el 70%), y decirle al tiempo un No contundente cuando algo no lo comparte o no lo entiende. Chávez es un líder que acierta como nadie cuando manda obedeciendo. En otras palabras, cuando al tiempo que habla el mismo lenguaje de su pueblo no ordena que se cumpla otra cosa que aquello que el pueblo quiere realmente hacer. Por el contrario, se equivoca como todos cuando guiado por la improvisación, por una deficiente información o a través de una mala reflexión –todos problemas ligados a un mal trabajo de equipo- decide al margen del pueblo. Es, por un lado, lo que ha ocurrido en importantes procesos electorales donde el apoyo a Chávez ha roto barreras y escenarios. Aún más, cuando el pueblo recuperó a su Presidente secuestrado por una parte de los que hoy festejan la victoria del No. Pero, por otro, también fue lo que ocurrió en las últimas elecciones a la Asamblea (que generó una abstención inaceptable del 75%) y es lo que ha ocurrido ahora con el referéndum constitucional, donde tres millones de la base chavista no han visto razones suficientes para acudir a las urnas.

Pero quizá la mayor victoria del chavismo tenga que ver precisamente con la reflexión a la que obliga la derrota. En los últimos años ha brillado por su ausencia la autocrítica. Al contrario, ha obrado una auto complacencia ingenua o dolosa. Las estructuras de información han sido peor que pésimas –especialmente en el exterior-, sin contar con la frivolidad de olvidar que los problemas de Venezuela se convierten en problemas para toda la izquierda continental. Castigar la mentira es una de las principales señales de salud democrática. Como ha demostrado el referéndum, demasiadas personas han mentido al Presidente Chávez.

En esta dirección, es momento de preguntarnos: ¿Cómo es posible que haya más aspirantes al PSUV que gente comprometida con la reforma? ¿No había responsables de chequear este compromiso? ¿No se estarán repitiendo los comportamientos del rey del cuento, desnudo a los ojos de los niños y vestido con caros ropajes a ojos de la corte?

En un reciente Aló Presidente, Chávez confrontó duramente a un ciudadano que le argumentaba que quizá estuviera mal informado. Algo que, sin embargo, piensa mucha gente en Venezuela (dicho de otra manera: no piensan que el Presidente sea consciente de determinadas cosas que ocurren en el país). Pero ese crédito puede terminar agotándose de persistir los mismos errores.

De ahí que alguien, más temprano que tarde, debiera explicar por qué la reforma, un paso concreto hacia el socialismo, tiene menos votos que aspirantes al Partido Socialista Unido de Venezuela, un instrumento esencial para el proceso de cambio y que a día de hoy es mera carcasa donde aún no hay estatutos o ideología pero sí una eficiente comisión de conflictos. No hubiera sido mala idea que la reforma constitucional hubiera nacido como propuesta del naciente PSUV –y aún mejor, como propuesta participada popularmente-, y no como una oferta del Ejecutivo sobre la base de una comisión restringida y poco empoderada. No debiera olvidarse que cuando la gente colabora en las propuestas cree más en ellas.

Pero el horizonte, pese a la depresión que algunos han manifestado inicialmente, invita al optimismo. No es extraño pensar que este revés pueda ayudar a una necesaria autocrítica que haga ver al Presidente Chávez que antes de la ampliación del socialismo, conviene avanzar en la corrección de errores y en el asentamiento de bases culturales para construir su proyecto. Hay que insistir en esta idea: no puede haber socialismo sin socialistas, o, como venimos repitiendo, el hombre nuevo es el hombre viejo en nuevas circunstancias. Como enseñan los clásicos, en la medida de lo posible conviene no saltarse etapas. Donde no existe una conciencia de lo público no puede pensarse en esa fase superior que implica una sociedad socialista. La propuesta de ahondamiento de la democracia que implica el socialismo no puede tener lugar sin antes haber solventado los cuellos de botella de la ineficacia y la corrupción, de la comprensión de lo de todos como lo de nadie, de la falta de previsibilidad institucional que otorga un cuerpo burocrático cambiante y poco profesional. De la misma manera, la respuesta a estas lacras no puede ser que el Presidente termine comprobando hasta las facturas de las escobas o la electricidad de Palacio. Utilizando la expresión de Gramsci, una metástasis de cesarismo, pese a que sea democrático, crean más problemas que soluciones. Los tiempos del todo para el pueblo sin el pueblo no se corresponden con la época y, mucho menos, con las expectativas de una ciudadanía que le han aceptado al Presidente Chávez que ellos son el poder constituyente.

Le corresponde a una nueva generación de políticos y cuadros armar una nueva ética pública que se caracterice por el compromiso político y la alta capacitación en la administración del Estado. La existencia de esos nuevos cuadros será el antídoto más eficaz contra lo que ya se conoce como boliburguesía, es decir, esa nomenklatura que no ha necesitado más que cinco años para apropiarse de espacios enormes de riqueza y alcanzar una unánime reprobación popular. Una voracidad obscena –hummer, whisky, viviendas lujosas, control de empresas- y a veces es tan extrema –urgida por su culpable incompatibilidad con el discurso revolucionario- que hace palidecer en ocasiones el robo institucionalizado durante la Cuarta República.

Conclusión: que error con error se paga

La atribución de toda crítica a un ánimo contrarrevolucionario ha impedido, como se ha afirmado, el ajuste interno del proceso. Por supuesto que es cierto que hay acaparadores que tienen responsabilidad en las estrecheces de abastecimiento cuando están aumentando las importaciones gubernamentales; por supuesto que es cierto que hay alcaldes y gobernadores que no esta vez tampoco han hecho campaña; por supuesto que los medios, la iglesia, las universidades privadas o privatizadas han sembrado en el país las dudas; por supuesto que la hegemonía neoliberal internacional, tanto en Estados Unidos como en Europa o determinados países latinoamericanos, ha hecho sus deberes demonizadotes de la reforma y del Presidente Chávez. Pero también lo han hecho en situaciones anteriores y han fracasado en su intento. Es momento por tanto de ver las responsabilidades propias.

La soledad en la toma de decisiones, la falta de una red coral de gobierno, la ausencia de una estructura colegiada de dirección política, la falta de consolidación del partido o un creciente autoritarismo ramificado en amplios sectores de la administración y el Gobierno no pueden sustituirse por discursos extremos, acusaciones de traición o deslealtad o por una primacía de las declaraciones altisonantes. Más allá de todos estos aspectos, incluidas las adversidades de la política exterior –con el correlato del miedo al aislamiento-, han sido algunas decisiones internas las que han ido debilitando el proceso. Momento es de recordar contra William Blake que los caminos del exceso no siempre conducen al palacio de la sabiduría.

La gestión de la conveniente recuperación del espacio radioeléctrico que ocupaba el canar RCTV no pasará a los anales de la estrategia política. ¿Era necesario anunciarlo con seis meses de antelación, como una decisión política y no administrativa y en un acto militar? De la misma manera, los regustos autoritarios de algunos momentos de la creación del PSUV –la elección a dedo de los propulsores, la labor desarrollada por algunos Gobernadores, la creación de una comisión de conflictos aun cuando no estaban todavía listos ni estatutos ni programa- tampoco recibirán grandes elogios en una historia de la democracia latinoamericana. Por último, una reforma constitucional nacida de un grupo deliberante confidencial no es un método adecuado cuando se trata de dar pasos hacia el socialismo. Como recordó Marx, esta fase superior de la historia humana reclama grandes dosis de conciencia y, por tanto, de participación. No vale decir que el socialismo no se decreta y después pretender realmente decretarlo. No en un pueblo que ha llevado durante tanto tiempo la Constitución de 1999 en sus bolsillos.

Conclusión: que el Che Guevara no vuelva a marcharse a Bolivia

Hay un momento en toda revolución donde las promesas incumplidas, la cárcel recurrente que tejen los burócratas, la sustitución de los antiguos privilegiados por otros nuevos (que, además de quedarse con el dinero quieren también la gloria del sacrificio, cuyo discurso monopolizan pero no cumplen), la tentación de negociar con el antiguo régimen a costa de los pobres o, en el otro extremo, la renovación del culto a la personalidad –contra la que alerta el propio Chávez-o la exacerbación de la amenaza hacia propios y ajenos, hacen que los auténticos revolucionarios se vayan con su suerte a otra parte, aunque sea para que les llenen de plomo el pecho en una escuelita en un pueblo perdido.

Lo que significa la Venezuela bolivariana en el contexto emancipador mundial no puede permitir siquiera pensar en un escenario que no sea la profundización exitosa del camino emprendido décadas atrás y que tuvo su pistoletazo de salida con el pueblo alzado y reprimido durante el caracazo en 1989. La Venezuela bolivariana y socialista es hoy vanguardia de la emancipación latinoamericana y hay que cuidarla como a un preciado tesoro. Como sostiene Ernesto Müntzer, manchándonos políticamente las manos cuando las circunstancias lo reclamen, pero no contribuyendo con el silencio a que se devore a sí misma.

Más allá de que más adelante pueda ser el pueblo quien decida los contornos de su nuevo contrato social y se movilice para que el Presidente Chávez pueda continuar esa tarea, hoy la discusión tiene necesariamente que ser otra. Quedan por delante cinco años de Gobierno, asentados sobre todo lo ya construido y con una credibilidad que no tiene parangón en todo el continente. Además de la voluntad demostrada del pueblo venezolano y de la dirección eficaz del Presidente Chávez, se cuenta en Venezuela con dos herramientas de gran valor: por un lado, una de las mejores constituciones del mundo; por otro, un partido naciente que puede convertirse en un referente para todo el continente si logra construirse como una estructura nacida desde la base y articulada desde la base.

Esto no debe llevar a análisis ingénuos. Las dificultades seguirán siendo grandes. Los ataques internos y externos van a recrudecerse al entenderse la derrota del referéndum como un momento de debilidad. No vamos a escuchar al grueso de los opinólogos que han acusado a Chávez de dictador, autócrata, manipulador, gorila o castrocomunista, entonar un mea culpa después de que el Presidente aceptara de inmediato y sin ningún reparo el resultado adverso. Pese a los insultos y calumnias de políticos, tertulianos, columnistas y editorialistas, miembros de ese cartel global de mercenarios de la comunicación, el Consejo Nacional Electoral no estaba manipulado, ni el voto electrónico se monitoreaba fraudulentamente por satélites rusos y chinos; era rotundamente falso que los jefes de mesa respondían en última instancia a consignas del oficialismo o que los funcionarios públicos estaban obligados a votar por lo que les dijera Chávez. O, como se ha pretendido en patética explicación a posteriori, el ejército, lejos de ser una guardia pretoriana del Presidente, ha sido y es un garante de la Constitución y a la Constitución se somete. Ese mismo ejército que ha asumido el lema “Patria, socialismo o muerte” como saludo no ha usado sus armas para imponer la reforma y menos, como se ha pretendido en un desesperado intento de explicar el normal desarrollo del referéndum, ha tenido que forzar al Presidente a aceptar el resultado (¡Qué necesidad tiene ese peculiar neofascismo de negar el compromiso democrático de Chávez!). Ojala mostrara el ejército la misma fidelidad institucional en Colombia, en México o en Guatemala, por sólo quedarnos en ese continente.

La campaña para intentar tumbar a Chávez no se va a frenar pese a que, una vez más, haya demostrado su pleno compromiso con los procedimientos democráticos. Ya se sabe que en una parte importante de la derecha mundial, -que contamina a una izquierda contaminada de argumentos conservadores- la honestidad democrática es algo que sólo se exige a los otros.

En repetidas ocasiones ha repetido Chávez que comenzaba la “revolución en la revolución”. Ahora, cuando van a arreciar las posiciones del “chavismo sin Chávez” –en las propuestas teóricas de Dieterich, en el comportamiento errático de Baduel, en las críticas tardías de quienes dentro del chavismo anhelan mantener posiciones de poder e, incluso, en políticos oportunistas de la oposición-, es cuando corresponde asentar las bases para que la revolución eche los cimientos de unas estructuras profundas. Es el momento de mimar la capacidad democrática del PSUV, revirtiendo una estrategia que ha primado la cantidad a la calidad y que ha impedido que sea la base quien se encuentre con su verdadero instrumento de emancipación. Es el momento de hacer de la discusión interna un requisito democrático, de multiplicar las disidencias, de hacer cierta la apertura de mil escuelas para que florezcan las mil flores de un pensamiento plural. Es el momento de cortar de cuajo la corrupción, de demostrar que el aparato del Estado respira por otras heridas que las abiertas en la Cuarta República, de predicar con el ejemplo gubernamental la austeridad socialista a la que está obligado un pueblo en donde aún hay necesidades extremas no cubiertas. Es el momento de hacer de la formación de cuadros un objetivo prioritario de la V República.

Es muy difícil que surjan liderazgos como el que representa el Presidente Chávez. Por eso, nadie tiene derecho a dilapidarlos, pues su fracaso condena al continente al retraso en su emancipación. Por el referente simbólico levantado, ni siquiera el propio Chávez puede frivolizar con la importancia de Hugo Chávez. La enseñanza del referéndum es clara: ojalá los aciertos del futuro –y en su caso los errores- tengan necesariamente que atribuirse a más actores. No un Chávez sino mil Chávez será el mejor legado dejado por el Presidente para la nueva Venezuela. Que dure cinco años su mandato o pueda renovarse más adelante lo decidirá el pueblo venezolano. Que la revolución reclama un nuevo rumbo desde el día 3 de diciembre sólo puede negarse desde la falta de compromiso revolucionario. Decía Bertold Brecht que son los pueblos con convicciones los que tienen esperanza. La convicción revolucionaria del pueblo bolivariano y del Presidente Chávez tiene pues la tarea por delante de seguir sembrando las esperanzas que habrán de cosecharse en el horizonte hermoso que sigue alumbrando el continente latinoamericano.

(*)Profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid. Miembro del Centro Internacional Miranda