domingo, 27 de mayo de 2007

El proyecto de la democracia socialista es una insurgencia contra-hegemónica: Algunos equívocos sobre Gramsci y el Socialismo

Javier Biardeau*
Los lenguajes son relevantes para abordar como se conectan acciones y discursos, como a partir de los discursos se pueden generar aciertos o desaciertos, tanto en el juicio político como en la acción. El debate sobre el nuevo socialismo del siglo XXI ha traído la praxis teórica y política de Gramsci a la escena política por su relevancia obvia, pero este logro ha conducido a riesgos evitables, a prefigurar potenciales errores no solo de cálculo sino de la construcción de las bases de un nuevo orden en el proceso de transición hacia el Socialismo.

La alternativa a la hegemonía burguesa y capitalista no es la hegemonía proletaria o socialista. Todo lo contrario, las alternativas anti-sistémicas son movimientos contra-hegemónicos, son movimientos que afirman no la hegemonía como proyecto, sino las luchas contra-hegemónicas como horizonte de otro proyecto histórico que nace y se prefigura en las luchas contra la explotación, la coerción, la hegemonía ideológica, la exclusión, la discriminación y la negación cultural propias del metabolismo del capital.

Es inconveniente y equívoco hablar de hegemonía, hay que plantear el debate en el terreno de la contra-hegemonía popular. El volumen colectivo HEGEMONIA Y ALTERNATIVAS POLITICAS EN AMERICA LATINA (1985), que compila las ponencias del seminario del mismo nombre, celebrado en México en 1980, apunta a elucidar las posibilidades de las clases subalternas para construir una contra-hegemonía superadora de la dominación burguesa. El momento en que fue realizado el seminario, en pleno apogeo de las dictaduras militares en América Latina, incitaba a los distintos autores a reflexionar sobre la derrota pasada y a imaginar formas de superación. En este sentido, autores como Laclau, Mouffe, De Riz, De Ipola, Portantiero y Aricó, entre otros, a partir de los aportes gramscianos cuestionan la centralidad de la clase obrera en la construcción de alternativas socialistas, y plantean, a partir de una lectura del concepto gramsciano de hegemonía, la multiplicidad de "actores" sociales interpelables por la lucha anti-capitalista.

La cuestión de la democracia aparece, más o menos explícitamente, como un valor a construir por las clases subalternas a partir de los elementos presentes en la sociedad burguesa, y como el terreno privilegiado de la contra-hegemonía popular. Muchos de estos trabajos son centrales para debatir la relación entre socialismo, democracia y revolución, respecto al tema de la transición histórica y el papel de los movimientos sociales, que replantearon la atención de cuestiones tales como las características de la dominación burguesa, el problema de las clases sociales y sus luchas, ligada a la cuestión del "sujeto revolucionario" y el papel del Estado capitalista. Es pocas, palabras, sin pasearse por un debate teórico que ha replanteado desde su raíz el asunto de las transiciones al socialismo y las experiencias del socialismo burocrático, se estará condenado a repetir los errores de apreciación y de actuación histórica, que en política, como recuerda Gramsci, pueden ser muy riesgosos.

Andrés Izarra ha planteado en una entrevista del 8 de enero del 2007 al diario El Nacional lo siguiente:

“El nuevo panorama estratégico que se plantea, la lucha que cae en el campo ideológico tiene que ver con una batalla de ideas por el corazón y la mente de la gente. Hay que elaborar un nuevo plan, y el que nosotros proponemos es que sea hacia la hegemonía comunicacional e informativa del Estado. Construir hegemonía en el sentido gramsciano.”(Izarra; 2007)

En esta afirmación hay varios planteamientos. No hablaremos de la batalla por el corazón y la mente, que es un planteamiento extraído de la retórica de Kennedy y de la alianza para el progreso. El planteamiento sustantivo es que hay que construir hegemonía en el sentido gramsciano. Este planteamiento asociado a la tesis de la hegemonía informativa y comunicacional del Estado, nos aleja de un horizonte de transformación socialista, y nos mete de lleno en el tema de la Estadolatria, cuestionada precisamente por Gramsci.

La democracia socialista no implica concentrar la hegemonía en el Estado, sino construir una “sociedad regulada”, en los propios términos de Gramsci; y esto significa, transformar las relaciones de dominio capitalista tanto en la sociedad política como en la sociedad civil, implica democratizar tanto el Estado, como la esfera pública en el proceso de construcción de un nuevo bloque histórico, no sustituir la hegemonía ideológica del capitalismo en las instituciones y espacios de la sociedad civil burguesa por la hegemonía estatal.

El debate no es sustituir de una matriz societal capitalista por una matriz estado-céntrica, esto ya fue lo que aconteció precisamente en el socialismo burocrático y fue un fracaso. El problema central del socialismo sigue siendo la construcción del poder popular, con capacidad de iniciativa, organización y dirección autónoma de las clases dominadas, que democratice efectivamente el Estado Burgués, activando precisamente las contradicciones de clase en su seno, lo que implica simultáneamente la organización autónoma de las clases, grupos y sectores subalternos, para desarticular la hegemonía ideológica dominante de las sociedades capitalistas, y así afirmar un nuevo proyecto histórico, sobre nuevas bases de poder.

Este nuevo proyecto histórico es un proyecto contra-hegemónico; es decir, neutraliza y supera la influencia intelectual y moral de los grupos anteriormente dirigentes y dominantes, para construir no una configuración ético-política desde el Estado, sino desde los mundos de vida, el “buen sentido”, desde la conexión entre los que “sienten” y “comprenden” en el mundo popular, para conformar una nueva dirección intelectual y moral de los grupos, sectores y clases subalternos.

Esta nueva dirección intelectual y moral, a diferencia del elitismo de las concepciones burguesas es un “intelectual colectivo” que puede encarnarse en el partido político, pero que contiene el cuadro de dirección intelectual y moral que se disemina en el conjunto de los campos y aparatos culturales, educativos, comunicacionales, etc bajo control de las clases anteriormente sometidas. No solo se trata de democratizar el estado y la sociedad política, se trata de democratizar la sociedad civil burguesa, y esto supone una alteración de la ética social no por efecto exclusivo de una hegemonía estatal, sino por la activación e iniciativa del movimiento nacional-popular.

De allí, las constantes anotaciones críticas de Gramsci alrededor de la Estadolatria, a los fenómenos cesaristas, al culto al Jefe, a la distinción entre mafia, secta y partido, etc. Las luchas contra-hegemónicas desde lo nacional-popular deben ser co-extensivas a la transformación del Estado burgués, pero el Estado no es la única garantía de una nueva ética social. Esto es caer en una visión hegeliana y proto-fascista de la transformación. Lo que Gramsci llama precisamente Estadolatria.

No es el poder de Estado, ni el aparato de estado, ni la burocracia pública el que va a lograr “que el pensamiento y los valores socialistas de lo colectivo, lo solidario, lo social predominen como valores sobre los del capitalismo”. Son las luchas e iniciativas nacional-populares las decisivas. Hegemonía en términos nominales es que un grupo cultural convenza a otro grupo de sus valores, principios e ideas. El problema es que no se trata de cualquier grupo cultural. El problema de fondo es la naturaleza de los conflictos étnicos, de clase, raciales, sexuales y nacionales, que le dan contenido concreto a la nominal categoría de “grupo cultural dirigente”. El problema es si el sujeto nacional-popular de la transformación socialista, y su estrato dirigente, es el que efectivamente dirige este proceso, o este proceso es conducido por los funcionarios de una burocracia público-estatal.

El tema de fondo es si la vía revolucionaria es una “revolución desde el estado y desde arriba”, o si se hace correlativamente desde la transformación democratizadora del Estado, lo que implica una lucha contra el burocratismo, y desde la dirección e iniciativa del movimiento nacional-popular.

Es la construcción de un nuevo bloque histórico popular bolivariano el que define los contenidos concretos de la dirección intelectual y moral, de la influencia y capacidad de transformar el sentido común, los hábitos, costumbres, concepciones y normas de acción, de la ética social. Son los propios agenciamientos nacional-populares los decisivos para recolocar el asunto de los campos culturales, de los valores, de las concepciones del mundo, de los imaginarios. Si la iniciativa estatal sustituye o no se corresponde con el movimiento social, el peligro son los evidentes desfases que refuerzan el culto al Estado, y a la pasividad política de las multitudes populares.

De allí la diferencia entre revolución pasiva y revolución bajo la iniciativa nacional-popular. Se trata de diferencias sustantivas, al igual que la que transcurre entre los fenómenos cesaristas progresivos o regresivos. Es ciertas condiciones históricas, una gran personalidad e incluso el Estado bajo control de un nuevo grupo dirigente que nace de la movilización de las clases subalternas pueden cumplir tareas progresivas en el terreno de la desarticulación del las funciones de mando y dirección capitalitas. Pero si esta situación transitoria, episódica, coyuntural no anuncia la entrada en escena de las multitudes populares organizadas autónomamente, quienes asumen tareas de conducción moral, intelectual y política, el tema de la entronización de la división entre gobernantes y gobernados puede hacer fracasar la construcción de una sociedad socialista. Aquí es preciso, introducir el debate sobre la palabra hegemonía en la tradición socialista. Esto lo haremos e una segunda entrega

Fuente: http://www.aporrea.org/ideologia/a35363.html

sábado, 12 de mayo de 2007

Balance y perspectivas de la co-gestión: ¿Cuál es el modelo productivo que corresponde al socialismo que queremos construir?



BALANCE Y PERSPECTIVA DE LA CO-GESTION EN CVG ALCASA

Carlos Lanz R. *

En estas líneas voy a reseñar una especie de evaluación de la experiencia alcanzada en dos años de cogestión, delimitada en tres etapas con énfasis en los tópicos de carácter socio-políticos:

a.- Primera etapa, que tuvo que ver con la construcción de la viabilidad política, centrada en la renovación gerencial y la justicia social.

b.-Segundo etapa, enmarcada en el enfoque de cogestión con cambios en las relaciones de producción y en una nueva prospectiva estratégica

c.- Tercera etapa, vinculada al actual debate sobre los consejos de fábrica, las empresas socialistas y el modelo productivo rumbo al socialismo.

Todo este proceso puede ser reconstruido documentalmente, considerando múltiples fuentes de información:

1.- La numerosas asambleas y discusiones en el seno de la comunidad alcasiana, reseñadas en 254 HOJAS DE COGESTION, las cuales están editada en dos tomos.

2.- Las certificaciones de Junta Directiva.

3.- Las innumerables notas y comentarios de la prensa regional.

4.- Los volantes y pronunciamientos de actores oponentes del proceso cogestionario..

5.- Varias compilaciones o ensayos sobre tópicos como la reducción de la jornada de trabajo, la división social del trabajo, la formación permanente, el debate sobre el socialismo, los consejos de fábrica, etc..

De suyo se comprende que este proceso ha tenido un desarrollo contradictorio y diverso, siendo una construcción colectiva tensionada por conflictos larvados, por intereses encontrados. Pero como todo proceso revolucionario que apunta al cambio, tiene que vencer resistencias y derrotar adversidades de diversas naturalezas.

Como un aporte para la evaluación del proceso cogestionario impulsado en la empresa , vamos a reseñar las diferentes etapas antes nombradas.

Reflexiones de cierre del documento (acceso al documento completo)

Finalmente, en esta tercera etapa del proceso co-gestionario, también se ha abierto la reflexión sobre el modelo productivo que corresponde al socialismo que queremos construir. En este marco es ineludible examinar las premisas o puntos de partidas de dicho proceso, ya que allí se encierra una toma de posiciones teóricas e ideológicas que deben ser evidenciadas, explicitadas si queremos profundizar el proceso y realizar cambios radicales.

En esa dirección, hemos estado problematizando la discusión al estilo ¿Puede construirse el Socialismo perpetuando la explotación del trabajo?, y hemos propuesto rescatar la lectura del proceso inmediato de producción (ámbito donde la valorización del capital tiene su raíz) para superar la óptica que reduce el análisis a la esfera de la circulación y la distribución de bienes y servicios. Como una contribución a este debate, hemos editado una compilación bajo el título “¿PUEDE CONSTRUIRSE EL SOCIALISMO PERPETUANDO LA ENAJENACIÓN DEL TRABAJO?(Aportes para el debate sobre el proceso de trabajo que debe imperar en el nuevo modelo de desarrollo)” Como un adelanto al contenido de dicho material, brevemente vamos a focalizar lo que es el centro de nuestra reflexión.

Mantenerse en la circulación sin profundizar en el estudio de la producción real, tiene múltiples implicaciones, pero vamos a destacar algunas donde se observa el nexo entre epistemología y política:

La esfera de la circulación y la distribución, forma parte del proceso económico, pero ya desde Marx quedó claro que este es el límite de la economía política burguesa, y sólo realizando su crítica se rompió el velo apariencial que encubre el régimen de producción capitalista. Esta fue una de la ruptura epistemológica que realizó el marxismo en relación a la economía clásica (Adam Smith y David Ricardo), a descubrir el doble carácter del trabajo: trabajo necesario y trabajo excedente (denominado también como plus-trabajo, trabajo no pagado, plusvalía), siendo este último la fuente de la acumulación capitalista. Si Marx se hubiese mantenido atrapado en la apariencia de la relación mercantil o de intercambio salarial, por ejemplo, no habría descubierto el origen de la ganancia y hubiese reiterado el error de la economía política de sostener que el salario paga el trabajo en cualquier jornada laboral.

Toda la fuerza de la crítica de la economía política posee este punto de partida, el cual desmantela la justificación ético-política del régimen de producción capitalista, ya que el lucro, la ganancia, no surge del esfuerzo, el ahorro, el riesgo o ingenio empresarial como sostienen los lugares comunes divulgado por los agentes ideológicos del capital, sino de la apropiación del trabajo excedente (lo que también se conoce como teoría del valor-trabajo o teoría de la explotación del trabajo). Todo el móvil de la producción capitalista está centrado en la producción y apropiación del trabajo excedente. Históricamente hemos conocido el alcance y límite de la sed insaciable del capital para obtener el plus-trabajo, donde se han dado coyunturas donde lo han alcanzado extendiendo la jornada laboral, en otros casos, incrementando el ritmo y la cadencia de la producción, abaratando los costos de reproducción de la fuerza de trabajo, desvalorizando el trabajo. En el marco del capitalismo, la “productividad del trabajo“ está asociada a tal dinámica y la aplicación de la ciencia y la tecnología se ha articulado a dicho propósito.

Las pregunta obligantes siguen siendo ¿Puede construirse el Socialismo suscribiendo este
enfoque de la productividad del trabajo? ¿Es coherente política e ideológicamente plantearse distribuir el excedente sin discutir como se produce?, ¿Evadir esta precisión no conduce a perpetuar las relaciones de producción capitalista, confundiendo capitalismo de Estado con Socialismo, como lo hicieron los soviéticos? En CVG Alcasa, en el proceso co-gestionario hemos problematizando el régimen de producción y de allí la consigna “Co-gestión con cambio en las relaciones de producción” y en esta tercera etapa del proceso, hemos colocado en la agenda una nueva manera de comprender la “cultura del ahorro y la productividad”, implicando otra lógica productiva dirigida a humanizar el trabajo, alcanzar metas de desarrollo humano integral, alejado del móvil de la máxima ganancia y su acumulación.

Esta postura política-ideológica, define en nuestro criterio, el núcleo central de lo que debe ser una empresa socialista y nos obliga a evaluar de otra manera el proceso inmediato de producción en nuestra planta, particularmente, humanizar el puesto de trabajo que hoy continúa bajo la impronta taylorista:

  • · Las prácticas operativas y las normas de rendimiento.
  • · La adscripción de cargo y el tabulador.
  • · Horarios, turnos y condiciones de higiene y seguridad.
  • · Cualificación profesional y la nueva manera de entender la carrera en la formación permanente.

Este es el reto esencial del proceso co-gestionario en la actual etapa de transición rumbo al socialismo.


* Presidente de CVG/ALCASA
8 de Mayo 2007

jueves, 3 de mayo de 2007

¿Distribuir el excedente sin discutir el proceso de trabajo? A propósito de los enfoques sobre el desarrollo y las empresas socialistas.

Carlos Lanz R.


En los actuales momentos, está abierto un proceso de discusión y elaboración sobre el modelo de desarrollo o modelo productivo que corresponde a la construcción del Socialismo del Siglo XXI.

En este marco es ineludible examinar las premisas o puntos de partidas de dicho proceso, ya que allí se encierra una toma de posiciones teóricas e ideológicas que deben ser evidenciadas, explicitadas si queremos profundizar el proceso y realizar cambios radicales.

En esa dirección, hemos estado problematizando la discusión al estilo ¿Puede construirse el Socialismo perpetuando la explotación del trabajo?, y hemos propuesto rescatar la lectura del proceso inmediato de producción (ámbito donde la valorización del capital tiene su raíz) para superar la óptica que reduce el análisis a la esfera de la circulación y la distribución de bienes y servicios. Como una contribución a este debate, hemos editado una compilación bajo el título ¿PUEDE CONSTRUIRSE EL SOCIALISMO PERPETUANDO LA ENAJENACIÓN DEL TRABAJO?

(Aportes para el debate sobre el proceso de trabajo que debe imperar en el nuevo modelo de desarrollo)”

Como un adelanto al contenido de dicho material, brevemente vamos a focalizar lo que es el centro de nuestra reflexión.

Mantenerse en la circulación sin profundizar en el estudio de la producción real, tiene múltiples implicaciones, pero vamos a destacar algunas donde se observa el nexo entre epistemología y política:

La esfera de la circulación y la distribución, forma parte del proceso económico, pero ya desde Marx quedó claro que este es el límite de la economía política burguesa, y sólo realizando su “crítica” se rompió el velo apariencial que encubre el régimen de producción capitalista. Esta fue una de la ruptura epistemológica que realizó el marxismo en relación a la economía clásica (Adam Smith y David Ricardo), al descubrir el doble carácter del trabajo: trabajo necesario y trabajo excedente (denominado también como plustrabajo, trabajo no pagado, plusvalía), siendo este último la fuente de la acumulación capitalista.

Si Marx se hubiese mantenido atrapado en la apariencia de la relación mercantil o de intercambio salarial, por ejemplo, no habría descubierto el origen de la ganancia y hubiese reiterado el error de la economía política de sostener que el salario paga el trabajo en cualquier jornada laboral.

Toda la fuerza de la crítica de la economía política posee este punto de partida, el cual desmantela la justificación ético-política del régimen de producción capitalista, ya que el lucro, la ganancia, no surge del esfuerzo, el ahorro, el riesgo o ingenio empresarial como sostienen los lugares comunes divulgados por los agentes ideológicos del capital, sino de la apropiación del trabajo excedente (lo que también se conoce como teoría del valor-trabajo o teoría de la explotación del trabajo).

Todo el móvil de la producción capitalista está centrado en la producción y apropiación del trabajo excedente. Históricamente hemos conocido el alcance y límite de la sed insaciable del capital para obtener el plustrabajo, donde se han dado coyunturas en las que lo han alcanzado extendiendo la jornada laboral, en otros casos, incrementando el ritmo y la cadencia de la producción, abaratando los costos de reproducción de la fuerza de trabajo, desvalorizando el trabajo. En el marco del capitalismo, la “productividad del trabajo“ está asociada a tal dinámica y la aplicación de la ciencia y la tecnología se ha articulado a dicho propósito.

La pregunta obligante sigue siendo ¿Puede construirse el Socialismo suscribiendo este enfoque de la productividad del trabajo?

¿Es coherente política e ideológicamente plantearse distribuir el excedente sin discutir cómo se produce?, ¿Evadir esta precisión no conduce a perpetuar las relaciones de producción capitalista, confundiendo capitalismo de Estado con Socialismo, como lo hicieron los soviéticos?

En CVG Alcasa, en el proceso cogestionario hemos problematizado el régimen de producción y de allí la consigna “Cogestión con cambio en las relaciones de producción” y en esta tercera etapa del proceso, hemos colocado en la agenda una nueva manera de comprender la “cultura del ahorro y la productividad”, implicando otra lógica productiva dirigida a humanizar el trabajo, alcanzar metas de desarrollo humano integral, alejado del móvil de la máxima ganancia y su acumulación.

Esta postura política-ideológica, define en nuestro criterio, el núcleo central de lo que debe ser una empresa socialista y nos obliga a evaluar de otra manera el proceso inmediato de producción en nuestra planta, particularmente, humanizar el puesto de trabajo que hoy continúa bajo la impronta taylorista:

v Las prácticas operativas y las normas de rendimiento.

v La adscripción de cargo y el tabulador.

v Horarios, turnos y condiciones de higiene y seguridad.

v Cualificación profesional y la nueva manera de entender la carrera en la formación permanente.

Los Consejos de Fábrica como ejercicio de la democracia de los trabajadores, asume no sólo las maneras de distribuir el excedente sino como se produce.

Por otro lado, para no dejar en el aire la esfera de la circulación y la distribución, en el proceso cogestionario, no sólo hemos hecho “justicia distributiva” cancelando pasivos, deudas y reivindicaciones salariales, sino que hemos propuesto la constitución de cuatros fondos:

  • Fondo social para devolverle a la sociedad y a la comunidad parte del trabajo excedente o ganancia.
  • Fondo de amortización de deuda, compra de materia prima y equipos.
  • Fondo de seguridad social integral y remuneración.
  • Fondo rotativo o de contingencia.

El porcentaje de esta distribución y su aplicación práctica, forma parte del control obrero asociado a una planificación democrática y participativa.

Comunismo, Socialismo del siglo XXI, Educación y asuntos relacionados

Blanca González Marcó


Es lamentable pero necesario, tener que repetir esta verdad una y otra vez: los y las comunistas nunca estaremos en la trinchera contraria al pueblo, a los pueblos; desde que Marx y Engels sentaron las bases teóricas del comunismo -y su etapa de transición, el Socialism- y Lenin la estructura organizativa del PARTIDO COMUNISTA así como la aplicación y enriquecimiento de las tesis marxistas en lo que fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (el primer Estado que intentó construir un sistema Socialista en la historia de la humanidad) hasta el siglo en que vivimos, los y las comunistas hemos estado presentes en la batalla -desde distintos escenarios geográficos- por un mundo más humano, donde todo sea para todos.

En función de esto, y a manera de iniciar pedagógicamente, quisiera incluir en este artículo algunos conceptos que tal vez no estén claros para algunos compatriotas que constantemente pretenden atacar la posición de los comunistas militantes del PCV:

-Democracia Burguesa: Se distingue por el reconocimiento formal, en el papel y en algún que otro discurso, de la igualdad de los y las ciudadanos y ciudadanas, proclamación de los derechos y libertades políticas, elección de los integrantes de organismos de los Poderes Públicos, etc. Las funciones de las instituciones políticas de la democracia burguesa consisten en asegurar el dominio de una clase social o política determinada, con privilegios de clase incluidos y con la subordinación de la clase explotada (llámense obreros, campesinos, subempleados, profesionales y técnicos medios).

-Democracia Socialista: Es posible sólo en un Estado Socialista, donde se han superado las condiciones de explotadores y explotados, donde los derechos democráticos (y participativos) del pueblo no sólo se proclaman, sino que son plenamente garantizados por el Estado y la Sociedad (previo cambio de los valores cotidianos del colectivo a través de la transformación del sistema educativo). En la democracia socialista se suprime la condición aberrante de privilegios de una clase dominante sobre otra dominada. En la democracia socialista existe la disciplina social y la autodisciplina así como la libertad de crítica y autocrítica, que ayuden a superar las contradicciones que bloquean el avance del socialismo a su fase superior: el COMUNISMO.

-Revolución Socialista: Revolución social y política que realiza el paso del capitalismo al socialismo. Incluye la destrucción de la obsoleta y corrompida estructura del estado dominante, la comprensión colectiva de los valores socialistas (toma de consciencia= educación socialista) la supresión de los antagonismos (contradicciones) de clase, el fin de la explotación del hombre por el hombre y la reafirmación de la propiedad colectiva de los medios de producción.

Revolución Burguesa: Tiene como fin la liquidación del régimen feudal o sus restos contemporáneos, el establecimiento del poder de la burguesía. En los países dependientes política, social o económicamente, está dirigida también al logro de la soberanía nacional y a la eliminación del dominio imperialista.
-Reformismo: Corriente política que niega la dictadura del proletariado y propone la colaboración del proletariado al aparato estadal burgués ya establecido. Los reformistas predican la posibilidad de transformar el capitalismo, por medio de reformas en el marco de la legalidad burguesa, en una sociedad de “bienestar general”.

Dictadura del Proletariado: es el Poder de la clase proletaria, establecido como resultado de la revolución socialista, persigue el objetivo de construir el socialismo. Practica la democracia para los trabajadores y pone fin a la labor de bloques enemigos del socialismo. El poder de la clase obrera proletaria se traduce en un sistema de organizaciones políticas y sociales (organismos estatales, sindicatos, organizaciones juveniles, comunitarias, etc.)
-Crítica y autocrítica: se asume como el método de comunicación de las contradicciones del desarrollo social, uno de los elementos cruciales de la lucha por la transformación revolucionaria de los partidos marxistas-leninistas y, en una verdadera sociedad socialista, de todo el pueblo. Debe ser uno de los principales puntos de apoyo de una sociedad socialista, principio para la educación y autoeducación moral de los y las socialistas.

Bueno, después de estos intentos de definición de algunos términos, que últimamente han tratado de confundir los anticomunistas de izquierda del siglo XXI (tergiversando la esencia del socialismo) pretendo un momento de reflexión por parte de quienes me leen. Los predicadores neosocialistas hablan de la falsa idea de que el marxismo se ha diversificado y que los países socialistas se constituyen en diferentes “modelos” de socialismo; los revisionistas del siglo en que vivimos sostienen que no existe un modelo único que sea procedente para todos los países, que los que pretendan esto son dogmáticos, marxistas-leninistas ortodoxos o fundamentalistas bolcheviques, olvidándose estos “amigos” de la dialéctica y del materialismo histórico marxista que no niega y sí considera las particularidades históricas y culturales de cada pueblo.

La teoría marxista-leninista del socialismo y del comunismo no tiene nada que ver con las ideas de estereotipo, estandarización o uniformidad en lo referido a la construcción del socialismo en los diversos países; todo lo contrario, los y las comunistas combatimos cualquier forma de alienación o enajenación de la consciencia crítica de los pueblos. No existió ni existe nada que pueda ser tomado como “modelo” de socialismo, llámese soviético, cubano, chino, vietnamita, coreano, alemán, checoslovaco, yugoslavo, rumano, polaco; hay un solo modelo marxista-leninista internacional, cuya singularidad consiste justamente en reconocer que la base fundamental en la construcción del socialismo no tiene carácter nacional o regional, sino internacional, es decir, rige para todos los países y pueblos que han decidido conscientemente construir una nueva forma de convivencia u organización de la vida en colectivo, sobre la base de la solidaridad de unos con otros, la sinceridad, honestidad, respeto, amor, justicia, la igualdad de toda la especie humana y la satisfacción de sus necesidades primarias para una vida tranquila, más allá de la deshumanizada acumulación de capital; esto, en contraposición a un sistema individualista, alienante, opresivo, explotador, lleno de competencias, estereotipos y prejuicios de toda índole que le rinde culto al dinero y, por supuesto, al consumo. En fin, la idea de los “modelos de socialismo” es invento de la propaganda anticomunista proveniente del imperio y sus lacayos nacionales de derecha y de aquellos inconstantes pseudos izquierdistas, veletas de la política, inconsecuentes que recurren a esta idea para negar la esencia internacional del comunismo científico, para promover el nacionalismo en detrimento del internacionalismo proletario. Se intenta vilipendiar así el socialismo real a los ojos del pueblo, digo esto sin pretender negar los errores que se cometieron.
En cuanto al Partido que guíe políticamente el camino y las acciones a seguir en este proceso Bolivariano, Cristiano, Zamorano, Robinsoniano, indoamericano de construcción del socialismo (llamado del siglo XXI), creo como marxista-leninista en la unidad de acción política pero no comparto la idea según la cual un partido se hace más revolucionario por inscribir a una masiva cantidad de población electoralmente activa, sin que previamente haya consciencia del fundamento político, filosófico, histórico de ese organismo donde hipotéticamente militará, porque si fuera un partido que se construye desde las bases no hablaríamos de “promotores”, una élite que dispone cómo, cuándo, dónde y bajo cuales parámetros se establecerá el Partido, si se quería hacer algo nuevo, por qué no se llamó a un Congreso Fundacional con participación de todos los batallones, pelotones, escuadras, etc., y que estos fueran los que eligieran a esa Comisión Promotora; no, se hizo al revés, la élite discutió, aprobó y ordenó a la mayoría ¿socialismo?; aparte de eso se dice que sólo se considerará afines a la revolución a aquellos que se inscriban en el Partido Unido, sólo espero que no vuelva (o peor dicho, aumente) la carnetización partidista como requisito para obtener empleos en los organismos públicos o para realizar trámites de cualquier índole, recordemos que esa fue y es una de las causas de la gangrena que actualmente es el burocratismo.

El Presidente Chávez es el líder de la gran mayoría del pueblo venezolano, así como de los pueblos oprimidos del mundo, pero eso no impide que se le pueda criticar, algunas veces él toma decisiones más favorables al pueblo pero quienes son responsables de ejecutarlas (y que dicen ser muy “patria o muerte”) se hacen los locos, gobernadores que con poesías, sonrisas ante las cámaras y consignas disfrazan los desastres que hacen; he visto a funcionarios públicos (autotitulados revolucionarios) maltratando al pueblo para luego montarse en sus lujosas 4x4, he visto injusticias terribles en instituciones públicas; estudio educación y la instrucción que recibo es la misma que se le ha dado a los estudiantes de educación hace más de 20 años, en las escuelas, liceos y universidades mencionar la palabra socialismo todavía es un tabú, o en el peor de los casos los o las docentes desconocen su verdadero significado en la teoría y en la práctica (ni hablar de lo que ocurre con la palabra comunismo); entonces, cómo sostener en el tiempo una Revolución Socialista en nuestro país bajo esos parámetros, “para fundar repúblicas hay que formar republicanos” decía Simón Rodríguez, digo yo que para construir el socialismo (de cualquier siglo) hay que formar socialistas; Paulo Freire (pedagogo brasileño) hablaba de la Educación Popular y Liberadora, Martí decía “ser cultos para ser libres”, Fidel Castro dice “una revolución sólo puede ser hija de la cultura y las ideas” y “sin esos años que dispusimos para educar, sembrar ideas, conciencia, sentimientos de profunda solidaridad en el seno del pueblo y un generoso espíritu internacionalista, nuestro pueblo no habría tenido fuerzas para resistir(…)hace falta unidad, cultura política y apoyo consciente y militante del pueblo” y el Che Guevara -y en esta cita me extenderé- decía “…La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no sólo en la conciencia individual, en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este periodo de transición, con persistencia de las relaciones mercantiles (…) Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo... La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela…En nuestro caso, la educación directa adquiere una importancia mucho mayor. La explicación es convincente porque es verdadera; no precisa de subterfugios. Se ejerce a través del aparato educativo del Estado en función de la cultura general, técnica e ideológica, por medio de organismos tales como el Ministerio de Educación y el aparato de divulgación del partido. La educación prende en las masas y la nueva actitud preconizada tiende a convertirse en hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a quienes no se han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar a las masas, tan poderosa como aquella otra (…) El hombre del siglo XXI es el que debemos crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no sistematizada (…)Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras; pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original…No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni "becarios" que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas (…) El partido en una organización de vanguardia. Los mejores trabajadores son propuestos por sus compañeros para integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la calidad de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el partido sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén educadas para el comunismo. Y a esa educación va encaminado el trabajo. El partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar, con su acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria, lo que entraña años de duro bregar contra las dificultades de la construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado, el imperialismo (…)En nuestro caso, hemos mantenido que nuestros hijos deben tener y carecer de lo que tienen y de lo que carecen los hijos del hombre común; y nuestra familia debe comprenderlo y luchar por ello. La revolución se hace a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu revolucionario…” (Fragmentos del texto dirigido a Carlos Quijano, semanario Marcha, Montevideo, marzo de 1965).

Entonces, luego de recordar estas ideas, cómo combatimos la transculturación, la alienación, los vicios y antivalores del sistema capitalista y formamos esa nueva mujer, ese nuevo hombre, sin masificar las ideas y la cultura en todos los sentidos (incluyendo la cultura política), cómo logramos que el trabajo voluntario no precise de un “estipendio” mensual para poder ejecutarse, trabajar por la revolución por solidaridad hacia el colectivo, sin esperar ningún estímulo material; la respuesta es clara: educación, educación y más educación. Si hablamos del Motor Moral Y Luces, entonces que ese motor de verdad se ponga en marcha en todos los niveles del sistema educativo y en todos los espacios, aquí es donde llamo la atención a Adán Chávez, a Luis Acuña, a diputados y diputadas que deben una nueva Ley de Educación, a profesores, profesoras y docentes en general.

Independientemente de mi posición ante el PSUV y la manera como se ha ido conformando, de mi impotencia por el irrespeto generalizado a las ideas políticas en las que creo por lo que me enseñaron mis viejos desde que tuve uso de razón, por todo lo que he aprendido y por todas las injusticias que he visto en 26 años de vida, en definitiva como comunista que cree en los Partidos Comunistas (el de Venezuela y los del mundo), aspiro y lucho porque este proceso político y social que vive nuestro país y el continente logre la transformación de una sociedad agresiva de dominadores y dominados, de privilegiados y excluidos a otra sociedad nueva, de iguales, justa, solidaria y pacífica; sin embargo eso sólo será realidad cuando exista un cambio en la consciencia colectiva del pueblo, insisto, y repito lo que arriba cité del Che: “Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras; pero simultáneamente hay que sembrar perales”.

¡Comunista Siempre!

martes, 1 de mayo de 2007

La organización política revolucionaria se edifica desde la articulación de tendencias y corrientes democráticas contrahegemónicas (I)

Javier Biardeau R.*


PSUV: TIEMPO PARA IMPENSAR LA CUESTIÓN DEL PARTIDO

Para lograr la fusión de las izquierdas sociales en una poderosa mediación política, se trata no solo de re-pensar el partido revolucionario, se trata más bien de impensarlo. Por impensar comprendemos una perspectiva que reconoce que dependemos de presunciones, premisas y presupuestos dudosos, que apenas se debaten, y que anclados en el fondo de nuestras formas de conciencia social y política, desparecen y reaparecen en mil formas distintas cada vez que las realidades histórico-sociales nos revelan su inadecuación. Y esta inadecuación exige una praxis contra-hegemónica de desarticulación-rearticulación de nociones, conceptos y categorías políticas. Entre ellas la herencia canónica del “partido revolucionario”, el dogmatismo estalinista con su “centralismo burocrático” y las limitaciones del propio “leninismo organizativo” a la luz de los retos del siglo XXI.



Sobre el estalinismo-burocrático hay cierta conciencia social y política sobre lo nefasto de replicar un camino semejante de revolución anticapitalista. Este camino, sencillamente, ha muerto, e implica error tras error, fracaso tras fracaso. Sobre el “leninismo organizativo” hay una polémica fecunda que debe ser asumida como problemática de debate, de deliberación, como ejercicio de crítica radical, para evitar cualquier regresión autoritaria, cualquier despotismo, cualquiera figura de barbarie política.


En gran medida, una parte importante de la izquierda anticapitalista militante se ubica con facilidad en el programa de investigación-acción del marxismo revolucionario. Sin embargo, bajo las aguas del marxismo revolucionario existen corrientes diversas de interpretación de las ideas-fuerza que se desprenden de este programa teórico revolucionario. Sin duda, sin Marx es imposible pensar cualquier programa político de transición al Socialismo, pero hay mucho mas que Marx, un mas allá de Marx, que es indispensable para enfrentarse a la inadecuación de la teoría revolucionaria heredada con las realidades histórico-sociales del presente.



2.- LA UNIDAD DE LA DIVERSIDAD ES ALGO MÁS QUE UNA CONSIGNA:

El esfuerzo de articulación de voluntades, pasiones y razones socialistas pasa por el reconocimiento de que la edificación de la organización política revolucionaria, es correlativa a los esfuerzos por clarificar el horizonte ideológico desde el cual se sustenta el proyecto estratégico; y ya no basta con declararse marxista, leninista, trotskysta, gramsciano, mariateguista, guevarista, martiano, bolivariano, sandinista, etc.



El asunto es más complejo y requiere un pensamiento complejo, consiste en la articulación de la acción conjunta de enfoques revolucionarios diversos a través de una metódica democrática de debate, que edifique en la praxis, principios unitarios, criterios compartidos para la unidad de acción revolucionaria. Existe un atajo que simplificaría esta complejidad, intentar homogeneizar ideológicamente a la diversidad existente a través de dispositivos disciplinarios, pero este atajo de unidad sin diversidad es una réplica de la tradición estalinista. Otro atajo, es inhibir el pensamiento crítico y el debate, y alienar esta capacidad humana en un cuerpo dirigente, esperando desprendernos de nuestras responsabilidades en el presente histórico. Y finalmente, otro atajo, es suponer que el pensamiento revolucionario se ha encarnado en un genio individual, en una gran personalidad histórica, y que derivado de esta situación, simplemente seguimos la voz infalible del mando personal sin someterla a examen crítico. Estos tres atajos, nos llevan a situaciones despóticas.

Se trata de otra ruta, construir unidad en la diversidad, lo que implica reconocer que el punto de partida es la diversidad sin una clara unidad de acción; y los diferentes puntos de llegada, para cada coyuntura, y para el debate permanente del horizonte estratégico, son una diversidad de enfoques revolucionarios con unidad orgánica de acción. En este proceso que afirma como un valor positivo la existencia de la diversidad, de la pluralidad de corrientes y tendencias, de la multiplicidad de singularidades, de la máxima variedad posible para lograr la unidad de acción eficaz, se debate la complejidad de la nueva situación concreta de la organización política revolucionaria. Se trata de democracia revolucionaria interna, de democracia contra-hegemónica.



La heterogeneidad social y cultural del pueblo bolivariano implica una forma de mediación política más flexible, no reducida a la pura integración de aparatos militantes que a la larga terminan generando conflictos implacables en la lucha por el poder interno del aparato. Ello cuando no está debidamente normado y se carece de una cultura política democrática deviene en la integración de aparatos autoritarios, intolerantes y proclives a la manipulación corruptora. Estos comportamientos alejan a la nueva ciudadanía socialista en construcción de los partidos y alimentan la antipolítica.

Las diferencias de enfoque sobre la ideología revolucionaria, y sobre los temas políticos de coyuntura entre miembros, militantes y actores pertenecientes a diversas generaciones, a diversas experiencias socio-históricas, a diversas influencias ideo-políticas, no deben convertirse en procesos de organización de facciones que luchan por monopolizar la verdad revelada del primigenio pensamiento revolucionario, sino que deben constituir tendencias que estén en permanente interacción, en juego interno, es decir en sistemático intercambio democrático de ideas, interpretaciones y lecturas.

Mientras las fracciones se organizan en torno a personas, a caudillos, las corrientes y tendencias se organizan en torno a proyectos, a perspectivas y enfoques. El partido debe constituirse en una organización de corrientes históricas y tendencias revolucionarias, donde los derechos de las mayorías contingentes no avasallen a las minorías, pero donde las minorías no sean ni desleales, ni sectaristas ni divisionistas. En ese sentido la libertad de manifestar diversas ideas revolucionarias debe ser lo más amplia posible. Los derechos de los militantes y miembros de la organización no deben ser menores a los derechos ciudadanos de acceso al debate público y a la participación establecidos en la Constitución Nacional. Pero ello implica deberes, el más importante en una organización política, el resguardo de la unidad plural, la constante construcción de acciones unitarias y el respeto entre dirigentes, miembros y militantes.

Debemos reconstruir las formas de la crítica constructiva y dejar de lado el canibalismo político que destroza la unidad real de las fuerzas revolucionarias. Y este no es un asunto abstracto, examinando la historia del movimiento socialista nos encontraremos que las situaciones con mayor fecundidad revolucionaria fueron aquellas donde se construyó una cultura de debate entre corrientes, enfoques y tendencias diversas con un ánimo unitario. Nadie ha dicho que este debate no contenga tensiones, desgarramientos, conflictos, experiencias dolorosas; pero mientras el objetivo superior sea la construcción de una plataforma de acción unitaria frente al adversario estratégico, la fecundidad revolucionaria es incomparablemente superior a las situaciones donde se esteriliza el debate.

Vale decir, una nueva izquierda revolucionaria debe ser re-fundada sobre muchas de las bases estratégicas y teóricas abordadas por Marx, Engels, Luxemburgo, Lenin, Trotsky, Mariategui, Gramsci para nombrar solo algunas referencias clásicas; pero y esto es fundamental, debe ser una superación de las concepciones arraigadas en la izquierda histórica nacional. Lo que estamos diciendo es que toda una tradición debe ser re-pensada e impensada, y ambos procesos implican la actividad de pensar críticamente en comunidades de debate-acción.



No se trata entonces de repetir ciegamente aquella consigna de que “sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria”. Se trata de reconocer que no hay UNA teoría revolucionaria en la situación presente. Que esta condición es un factum de la actual situación. Que se trata más bien de plantear, que sin debate revolucionario entre enfoques diversos no será posible construir la praxis revolucionaria, y en ella, la unidad de acción revolucionaria. Sin debate revolucionario no habrá teoría crítica revolucionaria, y cualquier mapa teórico revolucionario es un momento interior del despliegue de prácticas revolucionarias específicas en el campo histórico. Sin debate, sin reflexión, sin investigación, sin pensamiento crítico, sin elaboración de enfoques y consignas, será muy difícil consolidar una praxis revolucionaria. No hay recetas para ser aplicadas, hay que elaborar mapas para las nuevas situaciones sociales, para cada uno de los casos nacionales, y para momentos históricos específicos.

3.- FECUNDAR LA CULTURA DE DEBATE EN LA EDIFICACIÓN DEL PARTIDO:

Entonces, la cuestión del estilo y la calidad del debate revolucionario es parte del presente. Un debate que construya unidad en la diversidad, que fortalezca la unidad de la diversidad, lo que implica una madurez política suficiente para abandonar las prenociones, los presupuestos, los prejuicios, las premisas cuando la práctica así lo exija, cuando las tesis, las razones, los argumentos se muestren inconsistentes e inviables. Se trata de una diversidad de enfoques y teorías abiertas a la refutación de la práctica histórica, abiertas al aprendizaje de la práctica histórica, abiertas a su reformulación cuando así lo exija la práctica histórica.



Se trata de razones incardinadas en pasiones y voluntades, lo que implica un tono emocional de la cultura del debate en las filas de la diversidad de las fuerzas revolucionarias. Un tono emocional cuyo imperativo ético es la articulación cuantitativa y cualitativa de la unidad de acción revolucionaria. No se trata solo de razones, se trata de pasiones, de la construcción de voluntades colectivas en el campo histórico.

Por ejemplo, a algunos les dolerán las siguientes palabras. Reciban pues, con el espíritu abierto de una crítica que pretende estimular el debate en función de la articulación de tendencias y corrientes diversas, lo siguiente. En primer lugar aquella que ha hecho de Lenin un icono y un dogma. ¿Es posible rescatar otro Lenin de aquel fosilizado por el ‘leninismo ortodoxo’?



El dogma permite la tranquilidad de la simplicidad intelectual, la certeza de lo ya dicho, la apelación de la autoridad. Por otra parte, siempre una buena fórmula es más reconfortante y fácil que, como decía Hegel, el doloroso trabajo de lo negativo. Las corrientes revolucionarias que se encontraban dispersas, se han reunificado gradualmente en la revolución bolivariana, pero no existe hoy una organización política revolucionario, y lo que hay solo existe embrionariamente. Esto tiene una base histórica: el profundo retroceso de las ideas socialistas en la historia nacional y las derrotas de las cuatro décadas pasadas, que solo fueron remontadas por la conjunción de una crisis histórica del bloque de poder capitalista y su sistema de partidos, y la emergencia de una rebelión cívico-militar de signo nacional-popular, que colocaron en la retaguardia de ese proceso a las izquierdas partidistas.



También existió una base espiritual: el fracaso de los intentos de las diversas corrientes socialistas revolucionarias de constituir una organización unitaria. La tendencia no fue elevar exponencialmente la unidad, sino fracturar, dividir y debilitar a la izquierda anticapitalista a partir de complicados logaritmos que apelaban a la pureza de uno que otro dogma. En vez, de sumar, multiplicar y elevar a la n potencia a las fuerza revolucionarias, se trato de restar, dividir y aplicar con extrema eficacia la práctica de logaritmos que disiparon las energías revolucionarias, hasta llegar al punto límite: 1 / infinito = cero. Ya lo decían algunos funcionarios de inteligencia del régimen de punto-fijo: la izquierda revolucionaria venezolana se divide sola. Se perdió de vista el numerador: la unidad de la diversidad.

Actualmente, no tenemos recetas universales para la unidad de las fuerzas revolucionarias en distintos países y momentos históricos, puesto que la construcción de cada corriente depende de factores históricos y sociales concretos. Pero la experiencia del pasado nos puede enseñar lecciones fundamentales en el presente. Si en el pasado se tomaron decisiones y se siguieron determinados cursos de acción, llevando el esfuerzo al fracaso ¿Por qué replicar esta experiencia? Tenemos ante todo un espíritu crítico y abierto, prerrequisito imprescindible para construir positivamente sobre nuevas bases teóricas y políticas.



Una organización política revolucionaria debe reconocer la diversidad de corrientes y tendencias internas, de agrupaciones abiertas que fecunden el debate. Que no se confunda esto con fracciones de poder ni con sectas internas. Se trata del reconocimiento de la diversidad, del pluralismo socialista en el seno de una fuerza socialista, donde existirá un juego democrático de mayorías y minorías, un equilibrio de compromisos entre tendencias para que una metódica democrática garantice la unidad de acción. Porque una organización política revolucionaria, si pretende proyectar hacia afuera la democracia revolucionaria, participativa y protagónica, debe practicarla internamente. Se trata no de una maquina de lucha trivial, con una unidad de mando simple, con una jefatura unilateral. Se trata de una unidad de mando colectiva, donde el intelectual colectivo, practicando la democracia contra-hegemónica, genera mapas de orientación/decisión para profundizar y consolidar el proyecto estratégico del nuevo socialismo del siglo XXI: un proyecto que pretende luchar contra la dominación, la hegemonía, la coerción, la explotación, la discriminación y la exclusión.

Tomado de: http://www.aporrea.org/ideologia/a34037.html

Una democracia socialista contra-hegemónica es una democracia post-liberal

Javier Biardaeu R. *

Sobre las cuestiones democráticas en los procesos transformadores de signo socialista existen varias actitudes. En América Latina, a partir de las dolorosas experiencias dictatoriales del Cono Sur, se diseminó la tesis de que la democracia liberal era el techo de la elaboración democrática de las luchas contra-hegemónicas, que más allá de la democracia liberal, de sus valores, principios e instituciones políticas solo existirían peligrosos desbordes populistas, caos, antagonismos, riesgos y regresiones autoritarias.


Se conformó, entonces, una posición defensiva, reactiva, minimalista, con una sensibilidad que estrechó considerablemente el horizonte utópico, que fue acercándose en cuestiones democráticas, y de manera no intencional, a la tesis del fin de la historia. En ciertos segmentos de la intelectualidad, el miedo y el temor a lo incierto, a lo nuevo, a lo contingente, a lo inesperado, generó una búsqueda de certezas, de orden, un asilo de seguridades que no inquietaran las concepciones hegemónicas de la democracia, por temor a perder la vida. Se sacrificó entonces la vida digna por una vida disciplinada, normalizada, una vida acotada al principio de rendimiento y al arte de lo posible. Pinochet cumplió su trabajo, usó los miedos para normalizar la política.

Y allí radica el problema, un proceso revolucionario si es revolucionario de signo socialista desafía radicalmente el “corsé” liberal de la democracia. Una democracia socialista desarticula la conjunción histórico-contingente entre democracia y liberalismo, cuestionando el horizonte liberal de la política, de los sujetos de la política, la separación de las esferas económicas y políticas, el elitismo como base del programa liberal, el modelo de ciudadanía restringida, de representación, de relación entre mayorías y minorías, la mono-cultura euro-céntrica que está en la base de individuo-propietario-adulto-varón de la política liberal.

Por tanto, la democracia socialista desafía en varios sentidos a la democracia liberal, cuestionando, por hipócrita y cínica, la promesa liberal de la justicia en el terreno distributivo, luego de dejar intactas las condiciones de explotación y opresión que atraviesan de cabo a rabo a las sociedades capitalistas.

Ahora bien, es completamente falso que el liberalismo sea la filosofía de la libertad por excelencia. Más bien, es la filosofía de no libertad para los no propietarios, y por otra parte, la concepción colonial-hegemónica que aseguró la de-culturación de pueblos enteros en nombre de la libertad de comercio, de contrato, de propiedad, de la razón individual, de los “derechos naturales” y otras construcciones histórico-contingentes.

De allí que dos movimientos que marcaron el ciclo de luchas contra-hegemónicas desde el siglo XIX, los movimientos anticoloniales y los movimientos obreros europeos, se enfrentaron a la retórica hegemónicas del discurso liberal en la economía, la sociedad, la política, la cultura y la persona humana. No se trata, entonces, en las luchas contra-hegemónicas,, de una simple ampliación cuantitativa de los mismos principios y valores liberales. Una suerte de extensión cuantitativa de la libertad liberal, sino de una reformulación, muchas veces antagónica y radical, de la “forma de vida”, de los juegos de poder y discurso, que esta concepción hegemónica implicaba. En tal sentido, la democracia socialista fue y sigue siendo una democracia contra-hegemónica, un planteamiento de rebasamiento, de superación, de transformación, de ruptura, de dislocación de la democracia liberal-capitalista como civilización dominante.

Ciertamente, sin la conjunción entre socialismo y democracia, cualquier revolución conduce al despotismo. Pero esto no significa que la democracia que se construye en el socialismo deja intactas la infraestructura de significación y sentido de la democracia liberal. Por eso, la pregunta, ¿cuál democracia?, adquiere tanta relevancia. ¿Acaso el canon democrático del modelo elitista-liberal? ¿Acaso una democracia que ponga en cuestión permanente la separación histórica entre gobernantes y gobernados?


La respuesta va por la segunda vía y no por la primera. Gramsci lo visualizó con extremada precisión. Otro teórico de la política, claramente comprometido con el movimiento nazi, Carl Smichdt también lo reconoció: la democracia y el liberalismo-capitalista son incompatibles, y para hacerlos compatibles hay que sacrificar a la democracia en nombre de la libertad liberal.

La concepción racionalista de la política de la visión liberal no genera motivos de legitimación. Se perciben sus falencias y falacias en múltiples aristas. La visión del individualismo posesivo ha sido ya desmontada. La idea de derechos naturales se reconoce como ficción. La sacralización de la crematística sobre la economía de necesidades es responsable de las polarizaciones extremas que se observan a lo largo y ancho del planeta, para no hablar de la crisis ecológica. La existencia de derechos políticos, sociales y culturales se ha hecho en contra de los dogmas de los derechos civiles liberales. ¿Acaso no era un dogma un censo electoral restringido, un sufragio activo y pasivo limitado a ciertos segmentos de los varones adultos? ¿Acaso no fue de hecho más importante el derecho a la propiedad que el derecho a la vida de niños, mujeres y hombres explotados en condiciones que actualmente significamos como “infrahumanas”? ¿Acaso la razón liberal puede dar cuenta del pluriverso histórico-cultural? ¿Acaso en nombre de la libertad liberal no se siguen cometiendo los mas extremos abusos por parte de la “gran potencia” norteamericana?

Pensar el socialismo desde la democracia liberal puede ser un ejercicio útil desde el punto de vista de la construcción de condiciones de viabilidad para las transformaciones; es decir, como elementos de un programa mínimo, pero no como techo. Si es así, estamos en manos del gatopardo: cambiar todo para no cambiar nada. Las sociedades no están unificadas como un todo, los órdenes son abiertos e inestables, marcados y sobredeterminados por una multiplicidad de conflictos. La viabilidad del Socialismo se construye simultáneamente con la construcción del poder popular, por la puesta en juego de movimientos sociales, cada uno de los cuales conforma un tejido de “comunidades abiertas de liberación”.

Se trata así mismo, de una transformación de la subjetividad social y de la vida cotidiana, de las certezas de la vida cotidiana. De allí se comprenden los desajustes de los códigos de orientación de los diferentes grupos y personas, cuando los contrastan con los roles y status previamente estructurados por el principio de rendimiento, el disciplinamiento y la normalización histórica en crisis. Una revolución pone “patas arriba”, por decirlo así, los sentidos de orden fijados y pasa a construir nuevos sentidos de orden. La experiencia de que “todo parece ser posible” puede generar enorme pánico para algunos y muchísima esperanza para otros. Del pánico surgen precisamente las respuestas autoritarias, porque lo que si asegura lograr a cualquier costo el programa autoritario es orden, “que cada cosa esté en su sitio, en su lugar”.

Ciertamente, en toda revolución socialista, vista la desastrosa experiencia del siglo XX, puede existir el riesgo de la Estadolatria, idolatrar el Estado, a sus órganos y representantes. Pero hay una gran diferencia entre una teoría conservadora de los límites y una teoría crítica radical. Una teoría crítica radical es una crítica radical a cualquier forma de fetichismo institucional. Por ejemplo, el dogma de la separación de poderes. ¿Realmente están separados los poderes en los estados capitalistas del mundo o no será más bien un juego de espejismos institucionales donde los poderes fácticos ya han repartido las cartas marcadas? Otro ejemplo, la manida representación proporcional. ¿Conocemos la genealogía histórica de los sistemas electorales con representación proporcional pura, por ejemplo? ¿Cuál era su utilidad practica, concreta, tangible? ¿Reconocemos acaso el espíritu anti-mayoritario de la representación proporcional pura? ¿Qué significa en estos marcos de sentido el “equilibrio de mayorías y minorías”, sino invertir en la práctica, el juego de decisión: que las minorías decidan más y que las mayorías decidan menos? De allí el peligro del “fetichismo institucional”.


Por tanto, la esencia de las transformaciones socialista no está en la defensa reactiva de la democracia liberal sino en la edificación de un poder popular contra-hegemónico. Poder popular que no tiene que ser estigmatizado necesariamente como tumulto, masa anónima o pueblo organicista. Se trata de construir y estimular las diversas expresiones del poder popular, de su pluralidad inmanente, no de un pluralismo impuesto por una concepción hegemónica del pluralismo liberal. También hay diferentes modos de comprender el pluralismo, no Uno.

Sobre el pluralismo de lo Uno ya se han encargado las diferentes filosofías de la diferencia, tanto post-estructuralistas como posmodernas, así como diferentes cosmovisiones que prescinden de la tentación del ser y de la identidad. No podemos ignorar la crítica de la razón liberal, del racionalismo occidental que se desprende de ellas. Podemos convertir nuestra ignorancia en arrogancia, y disparar, como hicieron tantos colonizadores frente a lo que consideraron “pensamiento primitivo o pre-lógico”, porque ya sabemos lo que esto implica: etnocentrismo y etnocidio.


Reiteramos, la esencia de las transformaciones socialista no está en la defensa reactiva de la democracia liberal sino en la edificación de un poder popular contra-hegemónico y de nuevos principios post-liberales. Volviendo al centro de la cuestión, El hecho que los sindicatos y los movimientos sociales deben permanecer independientes en relación al estado y a los partidos, los partidos independientes en relación al estado, no significa que estemos glorificando la sociedad civil liberal. Autonomía organizativa a pesar de las sintonías con los principios estratégicos que orientan un Gobierno Revolucionario, implica autonomía de las “comunidades abiertas de liberación” que constituyen el tejido de los movimientos sociales.

Ya no somos individuos, somos movimientos, como dice Maffesoli, máscaras en movimiento, con un espacio de libertad que no se restringe a la libertad liberal: la libertad del estado civil de acuerdo a Foucault. Frente a ella, la liberación del potencial humano, de la diferencia humana, de las multiplicidades en movimiento. Tal vez, es en los espacios de la subjetividad donde las transformaciones socialistas hayan sido menos estudiadas, y donde es posible rastrear el arco que va de la efervescencia de la diferencia y de la multiplicidad creativa (por ejemplo de 1905 a 1921 en la revolución rusa) a la conversión en un stal´s, en un funcionario de la burocracia en manos de la nueva clase.

Este peligro se debe evitar a toda costa, pero no sacrificando nuevas modalidades de subjetivación de los espacios de libertad en nombre de la libertad liberal. Más que libertad de conciencia, libertad de las conciencias, más que libertad de expresión, libertad de las expresiones; es decir, conquistar nuevos espacios inexplorados de libertad personal y liberación social.

Sabemos que hay peligros de regresiones y novedades autoritarias. Por esto, las diferencias, tensiones, conflictos y contradicciones entre las posiciones/perspectivas existentes en el campo social deben poder ser expresados por formas de prensa independientes, sin censuras ni restricciones de las opiniones, y por una pluralidad de formas de delegación y representación. No hay socialismo sin conflicto de intereses, posiciones y perspectivas; y por tanto sin una metódica democrática de gestión política y social de los conflictos. Que los conflictos y diferencias que se multipliquen no lleguen a la “lucha sangrienta” depende de dispositivos institucionales, ciertamente, pero también de la asunción de la vida pacífica como valor mínimo indispensable, pero una vida pacífica con dignidades sociales, históricas, culturales.


Por ello, la autonomía de la forma y de la norma jurídica debe garantizar que el derecho no se reduce a arbitrariedad perennizada de la fuerza, de la razón de Estado. El derecho es la formalización de una política democrática, de una democracia que piensa la diversidad NO como reducción a la unidad y a la equivalencia en la forma, sino que supone que la UNIDAD es la articulación compleja y contingente a las diferencias, de las multiplicidades, de contratos sociales con heterológicas en las formas jurídicas; este será un desafío del siglo XXI.

La defensa del pluralismo político socialista no es por tanto una cuestión de circunstancias, sino una condición esencial de la democracia socialista. Es la conclusión a la que llegaron Trotsky y Rosa Luxemburgo, cada cual a su manera, frente a la experiencia en La Revolución Rusa: “En realidad las clases son heterogéneas, desgarradas por antagonismos internos, y no llegan a fines comunes más que por la lucha de las tendencias, de los agrupamientos y de los partidos”, dice Trotsky en la Revolución traicionada. Que se multipliquen las tendencias, las corrientes, las diferencias, allí esta el desafío de la nueva pluralidad socialista, frente a cualquier tentación de la uno. Del uno liberal, o de cualquier UNO.

El propio PSUV si quiere liberarse del fantasma del centralismo burocrático, tiene que asumir sin complejos, su diversidad y multiplicidad interna. Si quiere liberarse de las concepciones militaristas de la unidad de mando, tiene que practicar nuevas formas de deliberación y de asunción de la cultura de debate y de las prácticas e decisión. Tiene que asumirse como un partido de corrientes diversas, cuyo centro de decisión sea efecto y no causa de la deliberación entre comunidades de liberación social. UN PARTIDO DE TENDENCIAS REVOLUCIONARIAS. Allí se verá si existe una disposición real a debatir desde una perspectiva socialista contra-hegemónica el asunto político-antropológico de la jefatura, del mando. En una revolución socialista manda el pueblo, manda el poder popular. Veremos, pues, si hay pueblo diverso, con la multiplicidad de la singularidades en movimiento o una masa tutelada.

Si lo que surge en el seno de la edificación del PSUV es una concepción organicista del pueblo y vertical del mando, entraremos en la prefiguración de una regresión totalitaria, si se construye un nuevo pluralismo socialista y un trenzado de mandos compartidos, tendremos futuro como nuevo socialismo del siglo XXI. Esto quiere decir que la voluntad colectiva no puede expresarse más que a través de un proceso electoral libre, cualesquiera que sean sus formas institucionales, combinando democracia participativa y democracia representativa, como lo ha resaltado el último Poulantzas antes de su trágica partida. Esto no es liberalismo, sino post-liberalismo.

Para esto, el reconocimiento del pluralismo político, sindical y social, es la única forma de permitir la confrontación de programas y de opciones alternativas sobre todas las grandes cuestiones de sociedad, y no el simple intercambio de puntos de vista provenientes de las instancias locales del poder. Una nueva democracia revolucionaria que combine consejos de producción y consejos territoriales, con una expresión directa y un derecho de control, no solo de los partidos, sino de los sindicatos, asociaciones, movimientos sociales, de mujeres, consumidores, comunidades, indígenas, etc. De allí, la responsabilidad y la revocabilidad de los electos y electas por quienes les han elegido, y no un mandato imperativo que bloquearía toda función deliberativa de las asambleas elegidas. La limitación explícita de la acumulación y de la renovación de los mandatos electivos debe estar en manos del poder popular, así como la limitación del salario del electo a nivel del obrero/a cualificado/a o del empleado/a de los servicios públicos, a fin de restringir la personalización y la profesionalización del poder.

La descentralización/desconcentración del poder y la redistribución de las competencias a nivel local, regional, o nacional más cercano a las bases ciudadanas, con el derecho de veto suspensivo de las instancias inferiores sobre las decisiones que les afecten directamente y posible recurso a referendums de iniciativa popular. Una democracia revolucionaria de productores libremente asociados es perfectamente compatible con el ejercicio del sufragio universal. Consejos comunales o asambleas populares territoriales pueden estar formados de representantes de las unidades de trabajo y de habitación y someter toda decisión importante al voto de las poblaciones concernidas. Diversas experiencias han puesto al orden del día la posibilidad de un sistema de deliberación de dos cámaras, una elegida directamente mediante el sufragio universal, la otra representando directamente a los sectores sociales: obreros, campesinos, indígenas, estudiantes, intelectuales, profesionales, científicos y técnicos, pequeños y medianos empresarios nacionales, y más ampliamente las diferentes formas asociativas del poder popular. Esta respuesta satisface teóricamente a la vez la exigencia de elecciones generales y la preocupación por la democracia del poder popular lo más directa posible. Permite no confundir por decreto la realidad de la sociedad y la esfera del estado, llamada a ir debilitándose a medida que se desarrolla, se extiende y se generaliza la autogestión. Se trata de la disolución del Estado capitalista en el poder popular, a través de la democratización extensiva e intensiva, reconociendo las limitaciones de las circunstancias históricas y de las amenazas que requieren de un nuevo esfuerzo de defensa integral de la soberanía nacional. De allí la importancia de democratizar al Estado y no de estatizar la democracia.


Estas grandes orientaciones resumen las lecciones de una historia dolorosa. Una historia que no es el fin de la historia del liberalismo ni la compulsión a la repetición del despotismo de izquierdas. Se trata de abrir la Historia a las historias, de abrir el gran relato a los pequeños relatos, de escuchar no la gran VOZ sino las pequeñas voces, de construir y edificar un nuevo socialismo del siglo XXI, y pasar esta dura transición con una plenitud de visiones que saben que lo peor está siempre al acecho: no cambiar nada y sacralizar el fin de la historia y su democracia liberal, cambiar todo para inventar una nueva figura de barbarie, o retornar a la dictadura como fórmula que nos alivie la pesada carga de la ansiedad cartesiana.

Una democracia contra-hegemónica toma distancia del “fetichismo institucional”: el sufragio universal, los poderes públicos controlados democráticamente desde las bases y consejos, un sistema mixto que permita la voz de las minorías, la posibilidad de alternancia política, la existencia de diversos partidos políticos y movimientos sociales, un nuevo pluralismo radical y una tolerancia a la disonancia y a la diversidad, no son principios liberales, son principios de una democracia post-liberal.

Una teoría crítica radical debe desmontar las falencias y falacias liberales, debe asumir una nueva práctica articuladora en la lucha contra-hegemónica. En este sentido, estamos en un momentum post-liberal, para edificar desde las comunidades de liberación formas de vida social igualitarias, justas y libertarias.
¡O inventamos o erramos!

*Publicado en: http://www.aporrea.org/ideologia/a33939.htm