martes, 3 de julio de 2007

“INVENTEMOS EL NUEVO SOCIALISMO O ERRAREMOS EN LA BARBARIE”:


Javier Biardeau R.

“Una revolución radical solo puede ser la revolución de necesidades radicales cuyos supuestos y cunas parecen precisamente faltar”

(K. Marx).

1.- LOS DINOSAURIOS Y MINOTAUROS COMO OBSTÁCULOS DEL NUEVO SOCIALISMO

Para el diseño de los socialismos radical-democráticos en el siglo XXI, nos encontramos en un paisaje rodeados de “dinosaurios”, “minotauros” y “unicornios”. Hay algo mas que una simple oposición entre lo “viejo” y lo “nuevo”, artilugio moderno por excelencia, o entre aquello que forma parte de un pasado “realmente existente” y de un “mundo imaginario” y por tanto, posible; sino una invocación a la prudencia para no caer de nuevo en las diversas figuras de la Barbarie Civilizada, encarnadas en los despotismos de derecha y de izquierda. Los dinosaurios y minotauros encarnan figuras emblemáticas del “socialismo realmente inexistente”, unos por dogmáticos e infalibles, apegándose el canon sacrosanto del marxismo-leninismo, otros por su permanente actitud de funcionar como centinelas ideológicos de un “pensamiento único” en la tradición Socialista.

El Nuevo Socialismo del siglo XXI requiere de una ruptura política y epistemológica con todo lo que represente dogmatismo, monolitismo ideológico, pensamiento único, colonialismo, simplificación, censura y razonamiento apodíctico. Los unicornios encarnan, entonces, la imprescindible conexión entre Socialismo y Emancipación, sin la cual, la utopía concreta tendría como destino, como diría el filósofo pragmático, eurocéntrico y liberal-democrático, Richard Rorty, convertirse en una “fantasía privada”.

2.- REACTUALIZAR EL PENSAMIENTO SOCIALISTA, CRÍTICO, PLURALISTA Y RADICAL-DEMOCRATICO:

Sin embargo es conveniente hacer explícitos algunos elementos de la perspectiva que se pretende construir, como corriente ético-política animada por una crítica radical a la dominación social y política, animada desde la doble perspectiva de Marx y Gramsci, para demoler las cadenas de la explotación y superar el fetichismo de la separación entre gobernantes y gobernados, antes de avanzar con la argumentación, ya que es relativamente fácil detectar dinosaurios y minotauros, pero muy difícil detectarlos, cuando se disfrazan de nuevos unicornios. Hablamos de Socialismos en plural, de una pluralidad socialista, porque obviamente la experiencia histórica ha enterrado cualquier formulación universalista y cualquier tentativa de “pensamiento único” acerca del socialismo, formulación universalista con pretensiones de imponer una concepción doctrinaria y mono-cultural, como lo fue la experiencia burocrática-estalinista en su pretensión de construir un bloque de poder y una esfera de influencia de alcance mundial. Tampoco es posible replicar “modelos de revolución”, porque precisamente una “caja de herramientas” si es revolucionaria no operaría con estos contra-sentidos, con esta racionalidad dogmática, con esta impostura reduccionista, que solo servirían como “cartas de navegación” aplicados a otros “referentes” y al contraste comparativo.

Adicionalmente, existe a disposición de los interesados una amplia literatura donde se caracterizan los rasgos autoritarios y despóticos de las experiencias socialistas que se hicieron eco fácil de la crítica leninista a la democracia-liberal, sin ofrecer perfiles democráticos-radicales que rebasasen los límites de la democracia burguesa en su forma paradigmática, como modelo elitista de democracia restringida.

Por esta razón, resulta un extraordinario empobrecimiento teórico, en nombre de la “dictadura del sujeto revolucionario”, con indeseables consecuencias prácticas, descartar en bloque a lo socialismos como tradiciones populares de lucha así como el aprendizaje histórico que desde el ala progresista del liberalismo político (izquierda liberal) propio del sistema-mundo moderno-colonial (Mill y Laski, por ejemplo), y descartar su contribución al patrimonio de la memoria socialista en las luchas en pro de una ciudadanía democrática en la esfera de los derechos sociales y culturales. En pocas palabras, genealógicamente, el Socialismo ha sido postulado por una pluralidad de lugares de enunciación, desde anarquistas libertarios hasta el reformismo socialdemócrata, y por tanto, hay algo que no se puede descartar a priori, aunque hay que tener un criterio muy afinado de selectividad para no caer presos en el programa político de apoyo al “capitalismo democrático de bienestar”, o si se prefiere, en una actitud defensiva ante las críticas al Estado de Bienestar o Estado Social.

Entre aquellos que justificaron una suerte de “socialismo liberal”, desde el punto de vista teórico, figuran pensadores de la intelectual de Norberto Bobbio, que no pueden confundirse con la llamada Tercera Vía a lo Giddens, o posturas “anti-fundacionalistas” (Postestructucturalistas? Postmodernos?), como las de Mouffe-Laclau, y su propuesta de “revolución democrática” para una nueva estrategia socialista. Lo que caracteriza a estas propuestas es su marcado carácter euro-céntrico, distanciándolas de las experiencias, especificidades y particularidades de los territorios sometidos a procesos de colonización y de modernización imitativa, trunca y refleja.

Nuestra tesis afirma que las luchas por los socialismos democráticos, plurales, radicales y arraigados en las tradiciones nacional-populares de resistencia, impugnación y esperanza, proceden de dos puntos de partida: a) del reconocimiento del papel de los “lugares de enunciación” y de “agenciamiento histórico-cultural”, reconociendo la

geografía de las experiencias político-culturales (Mignolo) y, b) reconocer la posibilidad de una torsión de las proposiciones del ala radical-democrática del liberalismo político propia de la tradición moderna, colonial y occidental, para rearticular sus formas y contenidos progresistas con otras formaciones de discurso y acción político-cultural que no pertenecen a la tradición política de la Modernidad euro-céntrica, pero que tienen clara conciencia de la conexión entre emancipación política, justicia económica, eco-dependencia y dignidad nacional-cultural.

Aunque, a los buenos ciudadanos les moleste, gran parte del ideario socialista solo podrá ser reconstruido desde los márgenes del pensamiento euro-céntrico, sin necesidad de caer en el chantaje de los “fundamentalismos”, del “cesarismo populista” y del “fascismo de los vencidos”. Sin embargo, quiero enfatizar que uno de los mínimos democráticos del socialismo posible será dado por los perfiles construidos desde una democracia participativa, radical, pluralista y protagónica, desde el autogobierno de lo anteriormente gobernados, que rebasando los contenidos de la democracia representativa, permitirán la construcción de nuevas ciudadanías sociales y pluriculturales, y por tanto de una nueva esfera pública democrática, condición de posibilidad del quiebre de la explotación y la opresión social.

3.- EL SOCIALISMO ES UNA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA PERMANENTE:

Otro de los mínimos democráticos del Socialismo posible será el de mantener la tensión permanente entre lo instituyente, lo instituido y la institucionalización, entre la potencia y el poder, entre las necesidades radicales y las cadenas de las diversas manifestaciones del fetichismo, y en el terreno jurídico-político, entre el poder constituyente, el poder constituido y la Constitución Normativa. Aquí el derecho y la política vuelven a desmontarse como espacios formalizados por la razón liberal, para ser reconducidos a las luchas sociales y nacional-populares. La forma jurídica tiene contenidos de poder económico, político, social y cultural.

Tratándose de una democracia revolucionaria, y por tanto agonística

de cabo a rabo, la deliberación y las “comunidades de comunicación” estarán permanentemente asediadas por la las pretensiones de desinformar, por el rumor, por la guerra psicológica, por las razones estratégico-hegemónicas y la “comunicación distorsionada” (Habermas) a partir de la tensión entre racionalidades políticas en conflicto y la utopía concreta de la liberación social. Por tanto, la democracia revolucionaria tiende a un estallido del paradigma liberal clásico que ha cosificado la separación entre economía, política, sociedad y cultura, por una parte; y entre el ámbito de “público” y lo “privado”, desconociendo la revalorización que de la esfera pública realizan la acción colectiva de plurales movimientos sociales y fuerzas

políticas.

4.- EL NUEVO SOCIALISMO ES DE MODO INMANENTE CONTRA-HEGEMÓNICO:

Sin embargo, el desplazamiento del monopolio de la voz del liberalismo-democrático en los procesos de influencia social será un

proceso de luchas contra-hegemónicas en el terreno de la construcción de significaciones y sentidos (de la guerrilla semiótica en la multiplicidad de referentes de liberación social y cultural), y en los procesos de acumulación de fuerzas y recursos de poder,; es decir, lo que se ha dado en llamar, “empoderamiento”. Así mismo, las “revoluciones parciales”, acotadas a la transformación democratizadora de estructuras estatales, relaciones sociales y economías nacionales, y a las transiciones “nacional-populares” hacia el Socialismo, han dado paso a una revalorización de las particularidades y especificidades de las posibles transiciones socialistas que reconocen que la construcción de un “socialismo mundial”, forma parte de un espacio-tiempo de transformaciones que en un largo proceso histórico, que transitará por la construcción de bloques regionales de poder contra-hegemónicos, desborda a varias generaciones de movimientos, fuerzas y programas políticos.

Más que obedecer a leyes de “necesidad histórica”, el socialismo será una construcción de la agencia humana, de la actividad humana, de la praxis, una “revolución contra el capital” (Gramsci), una revolución político-cultural de emancipación social y de supervivencia de la vida digna, o simplemente no será. Y esta construcción de la agencia humana transgeneracional tiene que derrumbar de manera más o menos consistente al muro geo-cultural y civilizatorio creado por la sociedad liberal-individualista del sistema-mundo moderno y colonial, y redefinir modelos de desarrollo a escala humana y ambiental. Nada mas y nada menos que transformar los sistemas de

valores, creencias y gramáticas ideológicas profundamente arraigadas que forman parte de la base generativa de los modelos económicos, políticos, institucionales y culturales, y que pisotean como fantasmas, ídolos, palabras e imaginarios el cerebro de lo seres vivos!!!.

5.- LA TRANSICIÓN AL NUEVO SOCIALISMO: ¿DESDE CUÁLES REFERENTES?:

Por otra parte, es muy difícil sostener hoy una mecánica de transición

necesaria entre un sistema socialista y algo llamado comunismo. Lo que Marx visualizó como el fin de la prehistoria (el reino de la necesidad), y el comienzo de la historia (el reino de la libertad) sigue ubicándose en el reino del entusiasmo utópico. Y nuestra época dominada por la ultra-modernidad liberal-occidental segrega cada vez más una crisis de sentido sobre la posibilidad misma de tal entusiasmo utópico, canalizando estas energías en la subcultura del éxtasis posmoderno y de consumismo hiper-segmentado. Sin embargo, existe una fuerte sensibilidad posmoderna que se constituye en un “estado naciente” para reelaborar desde matrices político-culturales diferencialistas a los horizontes socialistas, de la mano de obras como las de Boaventura dos Santos y Rigoberto Lanz. Esto no excluye una cuidadosa demarcación de corrientes que proponen jugadas neo-conservadoras.

Por otra parte, las corrientes postcoloniales ofrecen un invalorable aporte al desmontaje del occidentalismo, que puede ser aprovechado para recrear lo agencimientos socialistas. ¿Acaso la experiencia soviética no se proponía alcanzar como meta la imagen de bienestar consumista del campo capitalista del “primer mundo”? ¿El año 1989 no fue acaso una pragmática evaluación colectiva del sistema soviético como fracaso de la promesa de ese particular “reino de la libertad” reducido a la pura y simple “soberanía del consumidor”? ¿Qué futuro le espera a las innumerables nacionalidades y culturas sometidas por la imposición mono-cultural del colonialismo? Las razones postcoloniales pueden contribuir decisivamente a colocar en la agenda del debate las historias locales frente a los diseños globales, y reivindicar los tonos de la descolonización del pensamiento en el propio terreno de los horizontes socialistas.

Por otra parte, no resulta descabellado enfrentarse a operaciones de

transformismo ideológico de extraordinaria eficacia a partir de los acontecimientos de 1989, como la asimilación del capitalismo realmente existente con el reino de la libertad, cuando la experiencia de millones de personas bajo el capitalismo mundial experimentan la mas intensa privación, humillación y sobre-explotación bajo el salvaje auge del proyecto neoliberal / neoconservador. Sin embargo, constatamos como las culturas mediáticas licuan estas experiencias y sugieren que la causa de esta situación es la “falta o ausencia de capitalismo”, y no la desregulación social y política de la lógica del capital. Los horizontes socialistas deben enfrentar los dominios desbocados del imperio mediático y su contribución al metabolismo del capital a partir de la diseminación de un “régimen de necesidades”, constituyéndose en el verdadero “príncipe posmoderno” de las corporaciones transnacionales, consolidando junto a otros aparatos culturales una red integrada de dispositivos de modulación del control social, de la vigilancia y la “persuasión coactiva” generalizada.

En síntesis, las controversias contemporáneas entre modernos (liberales, conservadores y radicales), posmodernos (conservadores, resistentes y oposicionales) antimodernos (fundamentalistas y nostálgicos de las monarquías del “ancien regime”), trans-modernos (pos-ideológicos o de izquierda) y poscoloniales (Latinoamericanos, Caribeños, Africanos o Asiáticos), pudieran generar nuevas recepciones y reinterpretaciones de lo que pudiera significar una nueva discusión de las experiencias y visiones Socialistas en el siglo XXI.

La dispersión teórica en el terreno pensamiento social es un factum de la situación presente, pero la realidad de los movimientos de resistencia, impugnación y esperanza por otra parte ha venido generando prácticas de articulación entre pensamientos-saberes críticos frente al capitalismo neoliberal y los movimientos de acción colectiva que van sedimentando los nodos de una reticular y molecular praxis contra-hegemónica. Sin embargo, hasta ahora, el estado del arte de la discusión no remite al Socialismo como foco central de la agenda de reflexión, sino a una apreciación de las tendencias, contradicciones y dislocaciones del “capitalismo global”. De allí la interrogante: ¿cuál socialismo?, ¿el de los dinosaurios?, ¿el de los minotauros?, ¿el de los unicornios?.

Esta brecha de la reflexión pudiera comenzar a saldarse si se clarifican los términos del debate, y si se sabe hacia donde apuntan las nuevas aperturas conversacionales en términos políticos, pues pareciera que las fuerzas político-partidarias que se identifican con el ideario socialista a escala mundial poco dicen sobre la posibilidad de un nuevo socialismo en el siglo XXI, e incluso se encuentran en un franco retraso ante las lógicas impulsadas por los movimientos alter-mundistas (¿Otro índice de la muerte de la fertilidad del partido único de la revolución de inspiración leninista? ¿La muerte de la vanguardia como acceso privilegiado a la línea política y epistemológica “correcta”?).

Hablamos de socialismos en el siglo XXI, porque sin esta lectura no habrá posibilidad alguna del “Socialismo del siglo XXI”. Para que sea del siglo XXI tiene que situarse inevitablemente en el presente histórico del siglo XXI; es decir abordar el pluralismo socialista desde un talante contemporáneo y cosmopolita. ¿Qué significa en el presente histórico problematizar las experiencias socialistas y las visiones socialistas para el siglo XXI?

Significa ni más ni menos, realizar un verdadero balance de inventario, y levantar sobre las huellas del siglo XIX y XX, los nuevos horizontes socialistas, reconociendo las limitaciones colonialistas y euro-céntricas de proyectos que idealizaron un mito de progreso articulado exclusivamente al industrialismo, la burocratización de la existencia y la lógica unidimensional de la racionalidad instrumental. Entre estas huellas, es impostergable redefinir la relación de cualquier programa político con la obra teórica y política de Marx, por ejemplo, con todo el “socialismo y comunismo teórico”, y con los “socialismos históricos”. Hoy es inevitable, analizar desde una perspectiva no euro-céntrica todas las huellas del socialismo, y enfrentar la impostergable interdependencia entre nuevo socialismo (nueva economía mixta de estilo socialista con un marcado acento popular- autogestionario) y la nueva democracia (con marcado acento en la participación y protagonismo del mundo popular y de las escalas locales). Un nuevo poli-centrismo democratizador y socializador a través de redes político-culturales para un mejor-vivir.

Al mismo tiempo nos enfrentamos a temibles “minotauros”. No solo es impostergable contar con el hilo de Ariadna y con las habilidades de la real-politik para enfrentar los minotauros de las formaciones capitalistas propias del sistema-mundo colonial-moderno, sino tener presente que el “socialismo histórico” creó sus propios horrores, laberintos y monstruos: los minotauros que bajo el codificación estalinista del llamado “marxismo-leninismo” pretendieron crear una “visión unitaria” del proceso de “transición al socialismo”, del “comunismo” y otras fabulaciones. Hay que echar a la basura toda la

dogmática estalinista, y sobre todo, echar a la basura las actitudes estalinistas. Frente al despotismo burocrático hay que levantar un plural movimiento de emancipación socialista libertario.

6.- CONJURAR LA VOLUNTAD DE DOMINIO, LA BUROCRACIA Y EL VERTICALISMO EN LAS FUNCIONES DE MANDO:

El Nuevo Socialismo es una ruptura del Socialismo Burocrático, o con mayor precisión, del Estatismo oligárquico. Incluso, consideramos que hay que romper con el imaginario jacobino de la Revolución, en el cual una minoría selecta se constituye en destacamento de vanguardia para devenir en “nueva clase dominante”. La revolución socialista es una larga y zigzageante transición democratizadora que nace en las entrañas de las contradicciones y dislocaciones del capitalismo global, bajo la convicción de que cualquier otra opción nos hunde aún más en la barbarie. Ya Rosa Luxemburgo lo había planteado, no se trata de espontaneísmo, se trata de no sustituir al sujeto nacional-popular en la transformación de las relaciones de poder, explotación, coerción y hegemonía. Sustituir al pueblo, transformarlo en masa pasiva-dependiente o en clientela no es nuevo socialismo, es populismo autoritario. Cualquier desvío del ideario democratizador y de la construcción de un protagónico poder popular conduce a cualquier revolución socialista al fracaso.

Los minotauros de izquierda se encarnaron en vanguardias de aparato, burocracias, terrorismos de estado, servicios de espionaje, dispositivos de control, en despotismos diversos que han dejado desolado el entusiasmo utópico por el socialismo. Tanto las formaciones capitalistas como las formaciones del colectivismo oligárquico, mejor difundido como “socialismo realmente existente”, han legitimado a la voluntad de dominio como fin y único móvil de la política, y es cada vez mas obvio que las personas comunes y corrientes intuyen y sienten que el fin último de la política a escala planetaria sigue siendo la conquista, acumulación y conservación de recursos de poder para someter a otros… a pesar de sus resistencias. A este sometimiento barnizado se le ha denominado pomposamente como “gobernabilidad”. Y obviamente, “gobernabilidad” contra el pueblo. Se trata de que el sujeto nacional-popular se auto-gobierne, de allí que el socialismo sea radical-democrático.

Este sujeto nacional-popular es constitutivamente diverso, desborda los alineamientos clásicos de las clases, y no se limita a la famosa alianza obrero-campesina. Las estructuras sociales latinoamericanas son más multiformes y diferenciadas que las referidas en los manuales euro-céntricos, incluyendo la literatura generada en el campo soviético. La heterogeneidad estructural, social y cultural de las formaciones sociales en Nuestra América, requieren una nueva perspectiva para la construcción de una “voluntad colectiva” socialista, que sea nacional-popular y bajo el horizonte de la “patria grande”. Allí hay un campo neocultural para la construcción de un bloque de poder regional contra-hegemónico.

El socialismo radical-democrático ha sido históricamente la lucha contra la separación entre propietarios y no propietarios, entre controladores de la gestión y dependientes del control, entre administradores y administrados, entre gobernantes y gobernados, entre los auto-denominados “ilustrados” y los hetero-denominados “incultos”, separaciones que reproducen incesantemente formas de explotación, dominio y manipulación ideológica. Por esta razón, el socialismo ha incluido en toda su historia luchas por la socialización de la gestión económica atacando las fuentes de la desigualdad y la explotación, la lucha por la socialización del poder político y la democratización del Estado, y simultáneamente, la socialización del saber y la construcción de una nueva plataforma cultural liberadora.

Sólo desde una revolución político-cultural que profundice la soberanía cognitiva del movimiento nacional-popular es posible una re-apropiación y resignificación de los diferentes “medios de producción”: de bienes, de coerción, de consenso, de códigos, saberes y valores. Los medios de producción no son exclusivamente económicos, son políticos, institucionales, culturales.

7.- EL NUEVO SOCIALISMO ES LA RADICALIzACIÓN DE LA DEMOCRACIA, NO SU NEGACIÓN:

La hegemonía histórica del “marxismo autoritario” y todos los regímenes de aparato que se han denominado “socialistas” han presentado características regresivas desde el punto de vista de la tradición democrática, si se comparan históricamente con los regímenes de las sociedades liberal-burguesas reguladas por variaciones del “Estado democrático y social”, donde una mezcla de conquistas y cooptaciones ha dado lugar a los “derechos democráticos” y las luchas por figuras cada vez mas progresivas de “ciudadanía” (cívica, política, social, cultural).

Históricamente la tradición democrática es anterior al Imaginario Socialista. La articulación entre la construcción de una voluntad general, la igualdad y la justicia social generó a la izquierda. La descalificación de la herencia libertaria de Rousseau es típica de un dispositivo liberal que utiliza a Locke para justificar sus temores a perder el modelo de subjetivación del capitalismo: el individualismo posesivo de los propietarios. Lo que no dicen es que el individualismo posesivo es la base civilizatoria de la catástrofe social y ambiental del siglo XXI. Transformar este individualismo posesivo, egoísta, miedoso y competitivo en subjetividades fraternas, solidarias y constructoras de sentidos del bien común y de la revalorización de la esfera de lo público, implica re-personalizar la política desde un sentido comunitario. Diversas comunidades de personas libres, personas asociadas libremente, y no colectivismo ni individualismo. Allí está el reto del Nuevo Socialismo. De un nuevo socialismo radical-democrático. Frente a esta situación, voces como la de Rosa Luxemburgo en su análisis de la revolución rusa nos lleva al quid del

asunto:

Y cuanto mas democráticas sean las instituciones, cuanto más vivaz y enérgico sea el pulso de la vida política de las masas, tanto más directo y exacto será el influjo ejercido por estas, por encima de rígidas etiquetas de partido, de listas electorales envejecidas, etc. Cierto: toda institución democrática tiene limitaciones e insuficiencias, cosa que comparte, desde luego, con cualquier institución humana. Pero el remedio que han hallado Trotsky y Lenin, la eliminación de la democracia en general, es peor que la enfermedad que ha de curar: porque obstruye la fuente viva de la que podrían emanar, y sólo de ella, los correctivos de todas las insuficiencias inherentes a las instituciones sociales. La vida política activa, enérgica y sin trabas de las más amplias masas populares.”(RL)

Así mismo, la liquidación de las libertades democráticas es una obvia prolongación del imaginario jacobino:

“El presupuesto tácito de la teoría de la dictadura en el sentido leninista-trotskista es que la revolución socialista es una cosa para la que existe una receta acabada que esta en el bolsillo del partido revolucionario y que solo basta con emplear la energía para hacerla realidad” (RL).

Y en otro fragmento que para los pelos de punta ante la experiencia vivida en el siglo XX:

“(...) La libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros del partido, por muy numerosos que puedan ser, no es libertad. La libertad es siempre únicamente la del que piensa de otra manera. No es ningún fanatismo de “justicia”, sino porque todo lo que de pedagógicamente, saludable y purificador tiene la libertad política depende de esta condición y pierde esta eficacia si la libertad ‘se convierte en un privilegio.”(RL)

Podríamos multiplicar exponencialmente las citas y los autores desterrados de la ortodoxia político-cultural. La genial escritura fragmentaria de Antonio Gramsci, los destellos consejistas de Karl Korsch, la tan ignorada obra del socialista alemán Arthur Rosenberg “Democracia y Socialismo. Historia política de los últimos ciento cincuenta años. 1789-1937”, y muchas voces más sepultadas en la memoria oficial de los aparatos. Se ha sepultado del imaginario socialista que la democracia revolucionaria es “socialismo y más democracia”, y no “estatismo y menos democracia”.

La democracia revolucionaria trata de manera muy esquemática de fusionar en un proceso histórico marcado por la “política de las mayorías”, el autogobierno de la colectividad con grados superiores de control y posesión colectiva de los principales medios de producción de bienestar y mejor vivir. Y es aquí, donde democracia revolucionaria y democracia social se articulan para promover un nuevo proyecto de economía mixta de estilo socialista como forma de transición para el logro de un mejor vivir; es decir, de la escala humana y ambiental de una real emancipación para todos, contra los minotauros de izquierda y de derecha.

Por otra parte, los minotauros de derecha, los legitimadores de las formaciones capitalistas hicieron todo lo posible para reducir las expectativas populares sobre el concepto de democracia, desde la codificación de Joseph Shumpeter hasta la Comisión Trilateral, interpretaciones que condenaron cualquier idea de profundización de la democracia como una amenaza para la estabilidad y la “gobernabilidad” del sistema político y económico; dando lugar a la democracia de baja intensidad y al compromiso entre elites, coartada a la medida de los intereses de la plutocracia global y su diseño imperial.

Lo que se ha venido obturado, como señalaba Rosemberg, desde hace más de 200 años es que “la democracia como cosa en sí, como una abstracción formal no existe en la vida histórica. La democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas políticas y clases que luchan por determinados fines”; por tanto, tras las formas retóricas del movimiento hay que analizar los intereses y fines políticos que determinados grupos, sectores y clases persiguen.

En el caso de los minotauros de las formaciones del llamado “socialismo real”, desde la década de los 20 del siglo XX, los aparatos postergaron por “razones de fuerza mayor” un debate sustantivo sobre la democracia, y desde ese momento el socialismo democrático fue relevado por la esterilidad de una socialdemocracia sin socialismo (reformismo) y un “socialismo” sin democracia (revolución). A partir de allí, y como afirma lúcidamente Edgar Morín, es obvio que “el socialismo dejo de ser un concepto unitario”.

No basta sin embargo, con racionalizar el fracaso del campo soviético a partir del cómodo expediente del chivo emisario. Stalin no fue el creador del Gulag. El Gulag habitaba ya en la desfiguración del horizonte ético y utópico que animó la “crítica de la economía política”, que se devaluó en una forma de pragmática política, en la desfiguración del “análisis concreto de la situación concreta” por el cálculo instrumental de fuerzas anónimas donde la condición humana fue solo cifra, variable, masa de maniobra, y perdida de la voz y del rostro. ¿Cómo “cambiar la vida” (Rimbaud) desde ese lugar?.

8.- EL NUEVO SOCIALISMO SE FECUNDA DE LA HETERODOXIA SOCIALISTA DE LOS SIGLOS XIX Y XX:

Hablar de socialismo(s) en el siglo XXI implica una mirada frontal con la amnesia colectiva de los trayectos, márgenes y horizontes socialistas que quedaron tapiados en el camino. Y sobre todo cuestionar las premisas euro-céntricas y colonialistas presentes en el ideario socialista. Desde nuestra perspectiva, solo reivindicando a los socialismos desde los márgenes, poniendo a circular una proliferación de diferencias, tensiones e incluso oposiciones, es donde se hace posible reavivar la llama del entusiasmo utópico, replanteando la construcción de la unidad en la diversidad a partir de metódicas democratizadoras.

La fecundidad de los Socialismos desde los márgenes contrasta con la

esterilidad del “régimen de verdad” de los aparatos. Estos socialismos en plural, con sus desarrollos desiguales y especificidades histórico-culturales, permiten nuevos locus de enunciación, y permiten hablar del “socialismo” como una verdadera constelación de sensibilidades,

ideas, creencias, valores e imaginarios de emancipación.

No se trata de simples oposiciones de valores, entre libertad e igualdad, por ejemplo; sino del modo de articulación de un complejo de valores en el cual están presentes de modo sinérgico el derecho a la vida, la justicia, la igualdad, la libertad y la solidaridad. El socialismo, desde nuestra perspectiva será la lucha por ampliar los espacios de libertad (Foucault), confrontando abiertamente las condiciones de desigualdad, injusticia, explotación, vulnerabilidad y exclusión que reproducen una “libertad real para algunos pocos”. Por esta razón, la estrategia socialista depende de una “revolución democrática” y de una praxis contra-hegemónica de fuerzas nacional-populares, que junto a movimientos anti-institucionales, anti-patriarcales, anti-autoritarios, eco-políticos y de sensibilidades ecuménicas, planteen las bases de un nuevo espacio-tiempo de transformaciones radicales de todos los espacios de poder, moleculares y molares, como los Estados-Nación y las instancias de poder supranacionales.

Ciertamente, las definiciones de la democracia y del socialismo están condenadas inevitablemente al “conflicto de interpretaciones”, por una parte, y a una pluralidad de perspectivas, por la otra. Esta pluralidad ofrece fortalezas y no debilidades. Requerimos de una proliferación de sensibilidades a lo Benjamín, para rememorar y no perder nuestro vínculo con esas huellas, y renovar la lealtad con el a priori del dolor de la plural condición humana, fundamento precario de los saber(es) y los pensamiento(s) críticos, frágil fundamento que desmonta las certezas amalgamadas por los practicantes del racionalidad instrumental capitalista, y que no puede reducirse a una suerte de “humanismo sentimental”.

9.- HAY QUE LUCHAR CONTRA EL IMPERIO…Y CONTRA DINOSAURIOS Y MINOTAUROS:

¿En qué se ha transfigurado la vanguardia intelectual de los minotauros, sino en las voces del dominio y la exclusión? ¿Qué diferencia existe entre la verdad oficial del príncipe moderno encarnado en el “Estado-Partido único” y este príncipe posmoderno que usa la “opinión publica” para modelar los patrones de interpretación y sensibilidad social?. ¿Qué queda en pié de la Modernidad liberal-eurocéntrica? ¿La soberanía del consumidor y sus simulacros de libertad?. Nuestros minotauros pueden identificarse a la perfección, son las plutocracias capitalistas y las “nomenclaturas” políticas del colectivismo oligárquico, que han gestionado diseños globales sin huella alguna del poder de las historias locales y del protagonismo de los lugares-mundos de lo nacional-popular.

La lucha por la justicia social y por la preservación de la vida digna sobre el planeta implica un frontal antagonismo con el Imperio y sus razones imperiales. Pero también es una lucha contra los despotismos que se incuban en el propio campo contra-hegemónico. De allí, una doble lucha, una lucha contra el poder global concentrado, y por otra parte, una lucha contra las voluntades de dominio nacientes, contra la reproducción de la lógica del dominio que prefigura una “nueva clase dominante”. Así como el capitalismo ha sido definido por la reproducción ampliada de su metabolismo, que es la lógica de la acumulación por la acumulación misma en cuadro social de explotación; también la reproducción del metabolismo requiere de la reproducción de las condiciones que garantizan la continuidad de la lógica de la acumulación: es decir, la lógica del dominio social, político y cultural. Frente a la tendencia a reproducir la acumulación del poder y la concentración de las funciones de mando, se requieren contra-tendencias con capacidad regular la transformación de la potencia social en despotismo político. En definitiva, sólo a través de una democracia participativa, radical, pluralista y protagónica es posible contener las fuerzas de la codicia capitalista y la voluntad de dominación encarnada en fetiches nacional-estatales. Sólo allí, están las condiciones de posibilidad de los nuevos horizontes socialistas, desde nuevos sujetos nacional-populares. Sin esta democratización sustantiva, el Socialismo del Siglo XXI será de nuevo una reiteración de aquella sentencia: “Los sueños de la razón engendran monstruos”.

domingo, 1 de julio de 2007

Crítica a la tecnocracia y aportes metodológicos para la Constituyente Universitaria



Carlos Lanz Rodríguez.



Desde que comenzó el debate sobre la problemática universitaria, en esta nueva coyuntura signada por la manipulación propagandística del imperio y sus socios criollos, de nuevo se reproducen algunos criterios sobre los cambios que hay que impulsar en la educación superior donde encontramos posturas ideológicas que se inscriben en lo que coloquialmente se le está conceptuando como “derecha endógena” o tecnocracia, queriendo indicar la presencia de enfoques y prácticas conservadoras de la vieja “cultura adeca” al interior del proceso bolivariano.

A propósito de la propuesta de constituyente universitaria, se está repitiendo argumentos de esa vieja conseja, matizados por el pragmatismo y el realismo político. Como estas posturas las conocimos en el año 2000 (cuando propusimos impulsar la constituyente universitaria en forma paralela y articulada a la constituyente educativa que desarrollamos para ese entonces desde el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte), se hace indispensable librar un duro combate para superar estos obstáculos ideológicos que pueden de nuevo entrabar las transformaciones planteadas en la universidad.

Al interior de los organismo rectores de la educación superior (Ministerio, OPSU, CNU, Rectorados) han existido grupos o individualidades que se asumen políticamente como de izquierda o progresistas pero en el terreno pedagógico son de derecha. Esta paradoja ha confundido y decepcionado a más de un universitario en Venezuela, siendo una categoría de análisis para comprender por qué no hemos avanzado en los cambios sustanciales de la universidad.

Veamos algunos ejes argumentales que han enarbolado algunos sectores “progresistas” para no adelantar las iniciativas de cambio:

1.- La invocación de las relaciones de fuerza: los enemigos del proceso tienen el control de las instituciones y hay que negociar y establecer un modus vivendi con ellos repartiendo cuotas de poder o alianzas electorales para garantizar la gobernabilidad.

2.- La problemática universitaria es muy compleja y no se puede dejar en manos de personas no expertas (se refiere a los profesores, profesoras, estudiantes, empleados, empleadas, obreros y obreras) por lo tanto se nombra una comisión especializada en la reforma curricular o reestructuración académica, contratando asesores de renombre, denominados “curricultores”, los cuales presentarán estudios y diagnósticos después de largos procesos de análisis. Se trata de la vieja treta gatopardista: CAMBIAR PARA QUE NADA CAMBIE.

3.- La democracia participativa y protagónica (voto paritario de los estudiantes, inclusión de empleados y obreros) no es viable por la naturaleza de la función docente o razones de excelencia académica, y resulta peligrosa porque pueden ganar los enemigos.

4.- El poder constituido debe prevalecer, enmarcando los propósitos de cambio en la ley, en los reglamentos y normas, ya que de lo contrario se puede “anarquizar” la situación.

5.- Hay que evitar saltos en el vacío y acciones aventureras como las tomas, la constituyente es vanguardista, por ello, si toma cuerpo es mejor hablar de “transformación universitaria” para no espantar a nadie.

6.- La comunidad o el pueblo no puede entrometerse en los asuntos de la universidad, ya que afectaría la autonomía y la libertad de cátedra. La contraloría social no aplica en la universidad.

7.- La revolución científico-técnica demanda talentos, por lo cual no todos pueden acceder al mundo académico. Las pruebas de aptitud, los requisitos de admisión, son filtros para garantizar la calidad y la excelencia.

Si algún revolucionario que hace vida universitaria ha vivido en carne propia las derivaciones de este tipo de argumentación dadas por gente que en el gobierno bolivariano ha tenido responsabilidades en la conducción de las universidades, las ha leído o se las han contado, esta no es pura casualidad y no se confunda, ya que estas son posturas de derecha, con dosis de oportunismo y pragmatismo.

Estos 7 indicadores de la batería argumental conservadora y tecnocrática no dejan de estar presente de nuevo en la coyuntura, lo que hace obligante su confrontación, reivindicando el PROCESO POPULAR CONSTITUYENTE:

  • En la nueva cultura política que estamos construyendo el “poder constituyente” es un rasgo definitorio de la democracia y la participación. En el caso de la universidad, lo que está planteado es activar este poder de toda la comunidad: profesores, profesoras, estudiantes, empleados, empleadas, obreros y obreras.

  • Es importante distinguir el poder constituyente originario, el proceso constituyente y sus momentos, los órganos o instancias del poder constituyente. Se trata de hacer coherente el qué y el cómo de este poder popular.

En lo relativo al poder constituyente de la comunidad universitaria, visto desde el ángulo de la nueva cultura política que debe superar los enfoques y prácticas tecnocráticas, está íntimamente asociado a la “democracia del saber”:

1.- Hoy por hoy, el malestar o el descrédito de la democracia, tiene que ver con la forma caricaturesca de participación política: yo participo, tú participas nosotros participamos.. OTROS DECIDEN. Esta conjugación del verbo participar, denota la presencia del monopolio y la jerarquía del saber que concentra el poder decisorio sobre la base de la experticia. Estamos en presencia de una derivación del la División Social del Trabajo como relación de producción del régimen capitalista.

2.- Esta precisión conduce a una definición clave de filosofía política del socialismo revolucionario que enfrenta la división social del trabajo capitalista: LA SOBERANIA POLÍTICA Y LA LIBERTAD ESTA CUALIFICADA POR LA SOBERANÍA COGNITIVA, “SER CULTO PARA SER LIBRE” como diría Martí o “MORAL Y LUCES SON NUESTRAS PRIMERAS NECESIDADES” en Bolívar. Dicho de otra manera, la participación integral demanda que el ciudadano pueda “pensar con cabeza propia” y pueda aportar a la elaboración, planificación, ejecución y evaluación de las políticas públicas, tal como está planteado en el Art. 62 de la CRBV. De esta manera se logra unidad entre la teoría y la práctica en el proceso político-social.

3.- SABER ES PODER, en consecuencia el proceso constituyente involucra la democratización del saber, la producción colectiva de conocimiento, aplicando una epistemología constructiva.

4.- En el caso de la constituyente universitaria, la activación del poder de la comunidad (profesores, profesoras, estudiantes, empleados, empleadas, obreras y obreros) pasa necesariamente por implicar tales actores en la formulación de la propuesta sobre la universidad que queremos.

5.- Una de la estrategia implicante que proponemos se concreta en postular unos TEMAS Y PREGUNTAS GENERADORAS, tal como lo planteó Paulo Freire en la educación popular.

6.- Esta fue una de las orientaciones metodológicas aplicada en la Constituyente Educativa en el año 2000.

Como una contribución al debate sobre la estrategia participativa a emplear en la constituyente universitaria, vamos a reseñar parcialmente un documento que elaboramos sobre la metodología empleada en la constituyente educativa en el año 2001, donde se materializó la propuesta de dialogo de saberes e interacción constructiva entre los actores educativos.

Cuando nos incorporamos al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, ya habíamos contribuido a la elaboración del guión de política educativa del Programa de Gobierno del Cmdte Chávez en la campaña de 1998. El Frente de Educadores por la Constituyente de los Estados Lara, Aragua, Carabobo, entre otros, le entregamos en esa época al entonces coordinador del área social del Programa de Gobierno Héctor Navarro, un documento denominado EDUCACION PARA LA VIDA Y LA LIBERTAD, donde estaban plasmadas las propuestas alternativas del movimiento pedagógico recogidas durante una serie de jornadas previas, muchas de las cuales fueron recogidas en el programa de gobierno.

Ya estando en el ministerio nos encontramos que los expertos tenían un proyecto educativo de laboratorio, para ser aplicado con los procedimientos administrativos tradicionales. El ministro de ese entonces, Héctor Navarro, se opuso a esa práctica burocráticay planteó la Constituyente Educativa y nos tocó la responsabilidad de elaborar la estrategia metodológica que se iba a emplear en este proceso inédito, muy al calor del proceso constituyente que llevaría a elaborar la actual CRBV.

Las líneas que siguen, reseñan el balance de la aplicación de la metodología empleada en la constituyente educativa, esperando que algunas de sus enseñanzas puedan servir de referencia para la constituyente universitaria, sobretodo en lo que tiene que ver con el nuevo modo de producción de conocimiento que intenta superar la división social del trabajo capitalista.

LA CONSTITUYENTE EDUCATIVA COMO ESTRATEGIA PARA ALCANZAR LA LEGITIMIDAD SOCIOCULTURAL EN EL CAMBIO EDUCATIVO Y LOGRAR LA PERTINENCIA DE LOS APRENDIZAJES COMO ASPECTO BÁSICO QUE PERMITE LA ELEVAR LA CALIDAD EDUCATIVA Y EL COMBATE A LA EXCLUSION SOCIAL.

1.- ALCANCE DE LA ESTRATEGIA APLICADA EN LA PROCESO DE ELABORACIÓN DEL PROYECTO EDUCATIVO NACIONAL ( PEN )

En el Proyecto Bandera del MECD“Constituyente Educativa ”desarrollado en el año 1999, recorrimos un itinerario donde se puede observar desde las diversas regiones del país la elaboración colectiva de las propuestas político-pedagógicas las cuales dan vida y son el basamento fundamental del Proyecto Educativo Nacional.

En tal sentido, se desarrolló un conjunto de estrategias metodológicas a fin de darle la debida legitimidad sociocultural a las propuestas educativas.

Por esto, en el método de trabajo, propusimos algunos pasos que orientaran la participación de la comunidad educativa, suscribiendo un enfoque que combina la etnografía educativa y la teoría crítica.De allí la espiral de este proceso:

A.- Docentes, alumnos, alumnas, representantes y comunidad en general, conversan, indagan, comparten y elaboran propuestas para la transformación de la educación.

B.- Tal proceso abarca la reflexión realizada en diversos espacios: desde el salón de clase, las escuelas, las redes, las parroquias, los municipios, los estados o regiones, hasta alcanzar la dimensión nacional.

C.- Sistematización de las propuestas, clasificando sus contenidos en unidades temáticas, (según la agenda que establecimos inicialmente propusimos seis (6) temas para la discusión), ubicando coincidencias y diferencias, detectando aspectos a profundizar y desarrollar.

D.- Las propuestas se triangularon con otros sujetos y fuentes: en principio con las propias experiencias y criterios del equipo de sistematización, también con las ópticas de grupos profesionales o expertos, de igual manera, se toman en cuenta los aportes institucionales (en este caso, los puntos de vista de las coordinaciones de Programas y Proyectos del ME y de los centros universitarios que forman docente), las investigaciones previas y las elaboraciones del movimiento pedagógico y de los frentes de educadores por la constituyente.

En este proyecto, este momento tiene un significado especial por cuanto se concretan los diálogos de saberes donde el docente juega un papel fundamental debido a que se parte de sus experiencias y puntos de vistas en el aula y se ha conectado con otros conocimientos más sistemáticos y formalizados. Este proceso permite fortalecer la legitimidad institucional y alcanzar una mayor validez político-conceptual del proyecto.

E.- Devolución de la información sistematizada a los actores educativos involucrados y nueva elaboración colectiva de las propuestas.

Si evaluamos este procedimiento constitutivo del camino que escogimos para construir la Constituyente Educativa y lo comparamos con las actividades realizadas, encontraremos que se cubrieron los diversos pasos acordados y en el itinerario de la metodología general,estamos en los actuales momentos (Julio de 2001 ) en el proceso de sistematización final de las propuestas.

Sin embargo, este no ha sido un proceso lineal, sino que ha estado matizado por diversas circunstancias no sólo metodológicas, sino político, sociales y culturales, concretados en variados espacios: la escuela, la región, el MECD.

Es importante destacar las implicaciones del esfuerzo de sistematización realizado, ya que en nuestro país hay poca cultura de la evaluación de proyectos y mucho menos de su sistematización.

El proceso de sistematización donde se clasificó el conjunto de propuestas realizadas por las regiones, es en sí misma una interpretación, por cuanto más de 1000 páginas fueron resumidas en 62 (Editadas como la VERSION PRELIMINAR DEL PEN. Diciembre de 1.999). En un primer momento, se resumieron de una manera textual lo que se dijo y se propuso en los eventos estadales e interregionales. Esto significa que en este enfoque se toman en cuenta las opiniones de los actores educativos, sus puntos de vista, experiencias, sueños y esperanzas, valorando sus cualidades intrínsecas y el contexto de donde surgen, sin poner a depender su valor en la cantidad o la frecuencia con que aparecen en los documentos, registros, discusiones, etc. Estamos en presencia de una fase de la Constituyente Educativa con un claro predominio del elemento etnográfico. Pero del debate colectivo y de las reflexiones (inherentes a la evaluación-sistematización) surgieron diversos elementos críticos que nos condujeron a profundizar la indagación y la conceptualización de este proceso. Al mismo tiempo que se registran e interpretan los significados de los actores involucrados en el hecho educativo, se introducen conceptos, categorías, valores, análisis que problematizan o ponen en discusión los referidos puntos de vistas.

Esta combinación teórico metodológica entre la etnografía y la teoría crítica, se expresa en diversos momentos del proceso de elaboración, y en particular, en la manera de recabar, procesar e interpretar las propuestas.

Después de haber realizado esta experiencia durante 2 años y 6 meses aproximadamente,(algo inédito en la elaboración de propuestas educativas desde el MECD ) poseemos ahora mayores elementos de juicio para valorar la pertinencia política, social y cultural, de la metodología que venimos defendiendo y aplicando, sobre todo,en la dirección de valorar y respetar los puntos de vistas de los actores educativos (docentes, alumnos, representantes) comprendiendo desde su contexto y desde su subjetividad, el sentido que le dan a sus acciones y palabras, el significado que tiene para ellos el cambioo la innovación pedagógica.

Este reconocimiento o punto de partida etnográfico, no ha significado renunciar a tener opiniones propias y puntos de vista divergentes, críticos o problematizadores, sino que asumimos el diálogo de saberes y la confrontación como método para elaborar colectivamente y avanzar en la construcción consensuada del proyecto.

En el propio enfoque de sistematización que venimos desarrollando, está contemplada la necesidad de trascender el nivel simplemente descriptivo, interpretando datos y experiencias, comprendiéndolos y a partir de allí, elaborar teóricamente.

En tal sentido, resulta importante citar a uno de los autores que ha venido aportando sobre los enfoques de sistematización en esta última perspectiva. Nos referimos a Oscar Jara, quien en su ensayo: Tres posibilidades de sistematización: comprensión, aprendizaje y teorización, nos describe LO QUE NO ES SISTEMATIZACIÓN:

Narrar experiencias (aunque el testimonio pueda ser útil para sistematizar, debe ir mucho más allá de la narración)...

Describir procesos (porque, aunque es necesario hacerlo, se requiere pasar del nivel descriptivo al interpretativo)... Clasificar experiencias por categorías comunes (esto podría ser una actividad que ayude al ordenamiento, pero no agota la necesidad de interpretar el proceso)...

Ordenar y tabular información, hacer una disertación teórica, ejemplificada con algunas referencias prácticas...

Señalando críticamente los límites que poseen algunos criterios parciales sobre la sistematización, Oscar Jara nos conceptúa las implicaciones teóricas de este proceso:

…La sistematización es aquella interpretación crítica de una o varias experiencias, que, a partir de su ordenamiento y reconstrucción, descubre o explicita la lógica del proceso vivido, los factores que han intervenido en dicho proceso, cómo se han relacionado entre sí, y por qué lo han hecho de ese modo…

... todo un esfuerzo por comprender el sentido de la experiencia... esta interpretación sólo es posible si previamente se ha ordenado y reconstruido el proceso... se caracteriza por descubrir la lógica con la que ese proceso se lleva a cabo... La sistematización de una experiencia produce un nuevo conocimiento, un primer nivel de conceptualización a partir de una práctica concreta...

En nuestra experiencia, la caracterización realizada sobre lo que no es sistematización y de lo que ella significa como producción de conocimiento, ha sido una buena prevención teórica contra el empirismo y la simple recolección de dato, vistos ambos aspectos políticamente neutrales.

Esta lectura crítica de la sistematización debemos ahora complementarla con los puntos de vista de otro autor, que defiende los métodos cualitativos, específicamente, la sistematización bajo pautas etnográficas. Se trata de Alfonso Torres Carrillo, quien en su ensayoLa sistematización desde la perspectiva interpretativa”, nos plantea lo siguiente:

...la sistematización comprensiva se convierte en una negociación cultural, un cruce de interpretaciones, saberes y lógicas entre los diversos actores... se trata de poner en escena las diversas interpretaciones de la experiencia, cuyo sentido es una producción, una actividad constructiva desde el cual sus diversos participantes le dan dirección y sentimiento a lo vivido...

...desde la perspectiva de sistematización que hemos asumido, ésta no sólo es una experiencia cognitiva, sino es una construcción de sentido y una vivencia formativa... Como construcción de sentido, potencia los procesos de constitución de la identidad colectiva, sin ocultar por ello la diversidad de vivencias, la pluralidad de miradas y la existencia de conflictos que la constituyen.

En estos párrafos están sugeridos los alcances de tipo cualitativo de la sistematización:

·La comprensión hace de la sistematización una negociación cultural, un cruce de saberes, no hay jerarquía o monopolio en el conocimiento.

·Se pone en escena las variadas interpretaciones y en esa construcción, los participantes le dan sentido y dirección a sus actos.

·No se trata sólo de aspectos cognitivos, sino también vivenciales, que permiten construir lazos de identidad colectiva.

·Esto no implica desconocer diferentes puntos de vistas, formas de sentir y los conflictos de intereses.

Compartir estos criterios teóricos y metodológicos sobre la sistematización y viabilizar su aplicación en el proceso de elaboración en el cual estamos incursos, ha exigido cierto rigor en los procedimientos y técnicas que necesariamente tienen que ser participativas, dialógicas, interactivas (por ello excluimos las técnicas o instrumentos no implicantes que se remiten a consultas pasivas, descontextualizadas y generalizantes: los tradicionales sondeos de opinión, consultas, “encuestas”, “cuestionarios”) al mismo tiempo, ha estado presente la importancia de incorporar la lectura crítica y problematizadora.

Todo lo anterior, se hace comprensible porque hemos hecho énfasis en los problemas de método, siendo exigentes en preservar la estrategia participativa y de implicación de los actores educativos, sin descuidar el cuestionamiento, la duda y las interrogantes que nos permiten nuevas búsquedas.

¿Por qué estoy en desacuerdo con la hegemonía comunicacional e informativa del Estado?





Javier Biardeau R.


Algunas encrucijadas sobre la transición al nuevo socialismo.

Las diversas manifestaciones de oposición han acertado al cuestionar la hegemonía del Estado en el terreno comunicativo e informativo. Sin embargo, el registro de significación del término hegemonía en estos sectores de oposición nada tiene que ver con Gramsci, y se vincula con la doctrina Betancourt del “hegemon político”.

El problema, es que el discurso del gobierno tampoco acierta, ya que para Gramsci, la hegemonía estatal a secas sin pasar a considerar las correlaciones de fuerzas y las coaliciones sociales que conforman una voluntad colectiva nacional-popular de signo socialista, recae en el absurdo de la estadolatría.

No podemos decretar que estamos frente a un Estado Socialista, sus prácticas, sus políticas, sus agentes fundamentales están cruzados por intereses, demandas y aspiraciones típicas de un capitalismo de estado, con sus específicas relaciones de poder, producción y significación. El Estado es un espacio de condensación de contradicciones sociales, ideológicas y políticas, y no una voluntad homogénea de acción/decisión. Se trata de una condensación conflictiva, de una unidad contradictoria e inestable. Sus aparatos y ramas están cruzadas por conflictos de intereses, por luchas sobre el control, propiedad y posesión de recursos de poder: económicos, jurídicos, comunicacionales, administrativos, políticos, militares, etc.

Nada de ingenuidades ni de cinismos, el Estado venezolano realmente existente no es socialista, y las tendencias a serlo no terminan de romper con la visión del “socialismo de estado” de cuño soviético. En este orden de ideas, el socialismo burocrático del siglo XX resulta un artefacto de utilidad practica para aquellos que no quieren asumir la tarea de construir un paradigma radicalmente distinto de socialismo, ese espacio que llamamos nuevo socialismo del siglo XXI.

No confundamos estatizaciones con socializaciones, ni mensajes, ni códigos ni campos estatales con mensajes, códigos, campos populares. Las condiciones sociales e institucionales de producción de mensajes generan huellas y formas textuales específicas. El Estado no es asunto de buenas intenciones, sino de intereses económicos, políticos, sociales y culturales. Desde el Estado, desde una revolución desde arriba, cualquier intervención sobre el terreno de la sociedad civil, sin contar con la movilización de grupos, movimientos e incluso partidos (el poder popular contra-hegemónico), es percibida como una colonización estatal de la esfera pública. No hay nada más absurdo que llamar Ministerios del Poder Popular a aparatos vacíos de poder popular organizado y movilizado. Entramos al terreno estratégico del curso y estilo de una revolución socialista, del saldo de acumulación de fuerzas organizadas en el campo popular, con capacidad de elaboración y ejecución de políticas, más allá de directrices estatales. En fin, el problema es el estatismo socialista o la democracia socialista.

Hay un debate sobre la transición al socialismo, que es un radical debate sobre la democracia socialista. Una democracia participativa, deliberativa, protagónica es una democracia sin término, sin clausura, sin cierres meta-sociales, sin apelaciones cuasi-hegelianas al Estado como comunidad ilusoria. La democracia revolucionaria, para algunos; o la “democracia popular” del socialismo burocrático del siglo XX implicó una clausura estatal del principio democrático radical. Su fracaso es un índice del callejón sin salida de la Estadolatría para un proyecto de emancipación.

Ni estadolatría ni mercadolatría, más bien reconstrucción del campo de una diversa socialidad, del espacio publico-social. Nada de estado socialista sin pensar el papel del poder popular organizado no estatalmente, sino con su relativa autonomía producto de la democracia participativa, a lo sumo democracia de consejos, en una forma-estado asumida como provisionalidad, como lugar a ser apropiado socialmente. Pero la democracia de consejos desmantela la lógica cibernético-sistémica del poder como control político concentrado y centralizado, apostando por la socialización del poder. Aquí, replicar las esperanzas en la planificación centralizada para transformar la sociedad es un abuso conceptual, la planificación centralizada tendrá utilidad para racionalizar la acción del estado, pero si a esta planificación no se le incorporan componentes estratégicos y democráticos, que socialicen las teorías y métodos de planificación, para que el poder popular organizado se apropie de habilidades, competencias y capacidades de planificación estratégica que incidan efectivamente en las políticas públicas, entonces hay muy poca democratización del Estado. La tentación a monopolizar información y flujos comunicacionales es un componente central de la estadolatría.

Al igual que la “hegemonía comunicacional e informativa del Estado”, podríamos hablar de la frase que afirma sin tapujos que hay que “satisfacer las necesidades básicas”, sin pasar a considerar cómo se determinan cualitativa y cuantitativamente las “necesidades básicas”. ¿Será una autoridad central la que determinará que son “necesidades básicas”? Y acaso las necesidades no son históricas y culturales, y sus satisfactores mucho más complicados que objetos producidos al menor costo, sin consideraciones de calidad y mínima adecuación a las evaluaciones de los grupos, sectores y clases. No se trata simplemente de consideraciones de utilidad, se trata de analizar la función-utilidad en un contexto mas amplio de valores-signos histórico-culturales. En pocas palabras, también el pueblo, con su diversidad, cuenta en la determinación de las necesidades, o acaso luchar contra la extensión de la jornada de trabajo, mejorar el salario, demandar mejores servicios públicos, tener acceso a productos de calidad no son necesidades? Las necesidades sociales dependen de luchas históricas, no sólo de consideraciones subjetivas de un ego posesivo o de consideraciones supuestamente objetivas de una autoridad central de planificación. El problema no es sólo de necesidades humanas, sino de satisfactores y aquí intervienen los espinosos temas de la hegemonía ideológica. El capitalismo genera un régimen de necesidades, mistificadas bajo la tesis de la soberanía del consumidor. El Socialismo Burocrático genera un régimen de necesidades, mistificadas bajo la tesis de la soberanía de la planificación central. En ambos casos, en vez de hablar de necesidades, podríamos hablar de necedades.

2.- La burocracia de estado es contrarrevolucionaria…de todos modos.

La ideología de la contrarreforma neo-liberal, así como se esfuerza en disolver el imperialismo a la competencia leal de la mundialización mercantil, pretende disolver el horizonte socialista en el stalinismo. El despotismo burocrático sería entonces el simple desarrollo lógico de la aventura revolucionaria, y Stalin el hijo legítimo de Lenin o Marx. El desarrollo histórico y el desastre oscuro del stalinismo se encontrarían ya en potencia en las nociones de la dictadura del proletariado o del partido de vanguardia.

La contrarrevolución no es en efecto el hecho inverso o la imagen invertida de la revolución, una especie de revolución al revés. Como muy bien lo dice Joseph de Maistre (quien sabía de eso) a propósito del Termidor de la Revolución Francesa, la contrarrevolución no es una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de una revolución. Ella depende de una temporalidad propia donde las rupturas se acumulan y se complementan.

En los años treinta, la represión en la URSS contra el movimiento popular cambia de escala. No es la simple prolongación de lo que prefiguraban las prácticas de la Tcheka o la cárcel política de las Solovki, sino un salto cualitativo por el cual la burocracia de Estado destruye y devora al partido que había creído poder controlarla. La discontinuidad demostrada por esta contrarrevolución burocrática es capital desde un triple punto de vista. En cuanto al pasado: la inteligibilidad de la historia que no es un relato delirante contado por un loco, sino el resultado de fenómenos sociales, de conflictos de intereses de salida incierta, de acontecimientos decisivos donde no solamente lo conceptual, sino las masas están en juego. Respecto del presente: las consecuencias en cadena de la contrarrevolución stalinista contaminaron toda una época y pervirtieron por largo tiempo al movimiento obrero internacional. Muchas paradojas y callejones sin salida del presente (comenzando por las crisis recurrentes de los Balcanes) no son entendibles sin la comprensión histórica del stalinismo. Finalmente, respecto del futuro: las consecuencias de esta contrarrevolución, donde el peligro burocrático se revela en su dimensión inédita, pesarán todavía durante un largo tiempo sobre los hombres de las nuevas generaciones. Como lo escribe Eric Hobsbawm, "no se podría comprender la historia del corto siglo veinte sin la Revolución Rusa y sus efectos directos e indirectos".

Por estas razones, la democracia socialista no puede ser subsumida al estatismo burocrático. Hacer aparecer a la contrarrevolución stalinista como consecuencia de los vicios originales de "leninismo" (noción forjada por Zinoviev en el Vº Congreso de la Internacional Comunista, después de la muerte de Lenin, para legitimar la nueva ortodoxia de la razón de Estado) no es sólo históricamente errado, es también peligroso para el futuro. Sería entonces suficiente haber comprendido y corregido los errores para prevenir los "vicios profesionales del poder" y garantizar una sociedad transparente.

Pues la burocracia no es la consecuencia molesta de una idea falsa, sino un fenómeno social. Debe ser cuestionada por la Democracia socialista, específicamente por el pluralismo político, social y cultural de principio, por la independencia y la autonomía de los movimientos sociales con respecto al Estado y de los partidos, la cultura del derecho, y no la “razón decisionista del Estado”, y el equilibrio de poderes. Hay que replantear la cuestión de la democracia mayoritaria, de la relación entre lo social y lo político, de las condiciones de debilitamiento de la dominación a la que la dictadura del proletariado, bajo la forma "finalmente encontrada" de la Comuna de París, parecía haber dado una respuesta.

Esta última consideración podría proveer material para un debate profundo a condición de articular esta crítica, formal y abstracta a los debates históricos y estratégicos del período de entreguerras acerca de la revolución permanente y el socialismo en un solo país, no solamente a partir de Trotsky sino también de Gramsci o de Mariátegui. La objetivación de la historia que sobrevino llega a la lógica conclusión de considerar que, en 1920, "los bolcheviques cometieron un error, que al mirarlo retrospectivamente, parece capital: la división del movimiento obrero internacional". En 1956, con el aplastamiento de la revolución húngara, la tradición de la revolución social se agotó y que la desintegración del movimiento internacional que le era fiel constituye la prueba de la extinción de la revolución mundial como la de un fuego que se apaga solo.

Dada la importancia de la contrarrevolución burocrática en la experiencia de transición al socialismo y de la estadolatria, seria útil llevar una discusión más profunda acerca de la noción de totalitarismo en general (de sus relaciones con la época del imperialismo moderno), y sobre la del totalitarismo burocrático en particular. Nos sorprendemos, en efecto, cuando releemos las obras de Trotsky, por el uso frecuente de esta categoría, con la cual, en Stalin, acuña magistralmente la máxima ("¡la sociedad soy yo!") sin dar precisión a su status teórico. El concepto podría considerarse muy útil para pensar a la vez ciertas tendencias contemporáneas (pulverización de las clases en masas, etnización y deterioro tendencial de la política) analizadas por Hannah Arendt en su trilogía sobre los orígenes del totalitarismo, y la forma particular que ellas pudieron mostrar en el caso del totalitarismo burocrático. Esto permitiría también cuestionar el uso vulgar y demasiado flexible de esta noción, que se usa sin discreción para legitimar ideológicamente la oposición entre democracia (sin calificativos ni adjetivos, en consecuencia burguesa, realmente existente) y totalitarismo como la única causa pertinente de nuestro tiempo. De este tipo de oposiciones se hacen cargo los mercenarios intelectuales de la tesis de la democracia totalitaria, tan afines a las ciencias políticas reaccionarias tanto del fundamentalismo cristiano de la nueva derecha norteamericana como el sionismo internacional. Ambos grupos son parte de un fascismo enmascarado de democracia bienpensante.


Obviamente, la democracia socialista escapa a cualquier consideración sobre las “democracias gobernables”, es una apuesta por la ingobernabilidad, por la destitución de la razón político-conservadora de la gobernabilidad y la restitución del auto-gobierno popular, redefiniendo el pueblo como multitud, en diferentes escalas de actuación y reconocimiento. Esta idea-limite choca frontalmente con los administradores de las hegemonías adjetivadas, con los gestores profesionalizados de lo político y de la política. Mientras estos últimos apelan a miedos arcaicos: ¿Quién garantiza el gobierno? ¿Cómo se gobierna? ¿Qué reglas racionalizan el proceso decisorio?, re-introduciendo la mistificación de lo universal en la forma-estado, hay que afirmar lo universal-indeterminado, el horizonte no totalizable de la democracia instituyente.

3.- Apropiaciones e interpretaciones de los textos de Gramsci:

Aquí es pertinente problematizar los modos de apropiación de las formulaciones de Gramsci. Para Gramsci, la forma/partido es mucho mas que una estructura-instrumento que le corresponde la función de expresar las experiencias reales de las masas populares. Es además una prefiguración de la sociedad regulada, un desplazamiento progresivo de la coerción por la construcción de consensos cada vez más expansivos y abiertos. Aunque la función del partido político y de los intelectuales ha sido empleada, tanto en la práctica como en la teoría política, para privilegiar la acción de los partidos políticos sobre otros actores sociales, y para atribuir un estatus especial a la figura del intelectual, desde una perspectiva contra-hegemónica hay una torsión sobre el estatuto y significación de lo que llamamos “intelectuales”.

Más que de intelectuales tradicionales, se trata del “intelectual colectivo”, es decir de una voluntad colectiva de elaboración de una “reforma intelectual y moral”, y más que de la función social del trabajo intelectual, se trata de la premisa que afirma que todos los seres humanos tienen potencias intelectuales, son seres pensantes, reflexivos, con habilidades y capacidades, para pasar de un estado de pasividad a un estado de actividad conciente, que se apropie, desarticule, rearticule y construya elaboraciones de concepciones del mundo, con sus expresiones simbólicas, filosóficas, estéticas, etc. Sin reforma intelectual y moral no hay revolución socialista.

Una reforma intelectual y moral que cruza transversalmente todos los espacios de poder de las instituciones sociales y políticas, que no se reduce a una política estatal para el aparato escolar. Una reforma intelectual y moral que se produce tanto en los lugares de trabajo y producción, como en los espacios de la reproducción social. Allí adquiere sentido la frase: la contra-hegemonía nace en la fábrica, en el barrio, en la escuela, en el hospital, en los medios, en la familia, etc. Dos momentos de ruptura, entonces, con la concepción convencional del intelectual: la del “genio individual”, y la de superioridad y división entre seres “capaces e incapaces”, entre alfabetos que monopolizan el “capital simbólico”, y quienes serían simples receptores de porciones desiguales de este “capital simbólico”. Allí comienzan las semillas de una división que tiene consecuencias en la relación entre dirigentes y dirigidos, gobernantes y gobernados, representantes y representados, dominantes y dominados.

La propuesta contra-hegemónica cuestiona el papel directivo atribuido a intelectuales y a partidos políticos, ya que ha servido sobre todo como un mecanismo de escisión entre representantes y representados, y como un modo de reorientar la contra-hegemonía en una dirección más complaciente a los ojos del poder como dominio, en este caso, como monopolio legítimo de la violencia simbólica. Intelectuales y partidos políticos han contribuido a crear y expandir una figura de consenso que terminó por ser el consenso de las clases en el poder y no de las clases revolucionarias. Finalmente, tanto la derecha como la izquierda de aparato pactan en su realismo político por una “democracia oligárquica”.

El control y propiedad de medios de producción de códigos, valores, saber y modelos simbólicos acompaña el control y propiedad de medios de producción. Aquí también se desarrollan luchas por la apropiación/expropiación de condiciones, procesos, capacidades y productos. Ahora bien, el “acuerdo” es una figura retórica de consenso construida sobre el trasfondo de desacuerdos fundamentales. La sociedad capitalista está tejida de desacuerdos estructurales. Es sobre la base de los conflictos particulares y específicos, y por tanto, de la discordia, y la consiguiente posibilidad del “espacios de acuerdo” con el fin de obtener “objetivos comunes”, que se establecen formas de articulación e interpelación en el terreno de la llamada “sociedad civil” o en la “esfera pública”.

4.- Contra-hegemonía no es Hegemonía:

Para Laclau y Mouffe en su muy comentado texto: Hegemonía y Estrategia Socialista se plantea una problemática que resulta central para el debate de la transición, y que es ignorada e invisibilizada. Existe una distinción entre prácticas autoritarias o practicas democráticas de la hegemonía; o lo que hemos planteado en otros artículos, existe una diferencia radical entre prácticas hegemónicas y prácticas contra-hegemónicas.

La hegemonía es un emblema que encierra peligros para un proyecto de emancipación, porque su genealogía está marcada por la pretensión de un contra-dominio simétrico a la razón ético-cultural dominante.La pervivencia y pertinencia actual de los términos de hegemonía y contra-hegemonía posiblemente se deba a que Gramsci lee estos términos siempre en función del llamado “bloque histórico” —la coyuntura específica que marca tanto los términos del consenso, como las estrategias que deben seguir los movimientos antagonistas— lo que permite su replanteamiento desde cada situación concreta.

Dentro del mapa de la teoría política actual existen dos tipos principales de respuesta contra-hegemónica frente a la globalización neoliberal. Una que tiende a minimizar el tema de las prácticas autoritarias y otra que postula el tema de la democracia socialista. La primera no renuncia a la articulación de una hegemonía alternativa, opuesta al neoliberalismo. La hegemonía a la que se enfrenta se define, en términos de política internacional, por el papel predominante de Estados Unidos y, en el plano económico, por la imposición de un modelo económico que erosiona el papel distributivo que ejercieran antaño los Estados de bienestar. Existe una clara posición contra el imperialismo, pero una ambigua posición con relación al modelo de estado socialista con relación a la democracia.

El rechazo a la dominación norteamericana para liderar una política contraria a la de Estados Unidos es indispensable pero insuficiente. La defensa de un nuevo Estado social se suele traducir en la necesidad de un mayor control del poder por parte de los Estados Nacionales, sin abordar los complejos problemas de las correlaciones y coaliciones de fuerzas sociales y políticas al interior de estos Estados. Allí reside el peligro de la estadolatria.

La segunda opción se opone al capital global y a sus circuitos-flujos “nacionales” nominalmente, pero engranados al metabolismo del capital mundializado en general, tanto al regulado por el Estado como al que no lo está, y concentra sus esfuerzos en propugnar una democracia global por encima de las divisiones nacionales. En este grupo abunda el autonomismo y el movimientismo, y una desconfianza a las coagulaciones del poder en la maquina estatal. El rechazo frontal a la regulación es extensible al rechazo del Estado y de la interiorización de la forma-Estado. El Estado es comprendido como una forma de dominación — nunca de liberación— y como una apropiación de la expresión subjetiva. El Estado —al igual que los partidos políticos— genera una dinámica que se acomoda a las necesidades del poder y se vuelve contra los movimientos sociales.

Al parecer, estamos ante un falso dilema: o protagonizar la contra-hegemonía acumulando fuerzas incluso en la sociedad política y el Estado, por una parte, o plantear las luchas en el terreno de la sociedad civil y los movimientos sociales. Al parecer, la salida implica trenzar ambas formas de lucha para la transformación correlativa de la sociedad, la economía capitalista y del Estado. Si la configuración de una hegemonía neoliberal es un proyecto económico y político imperial que ha producido un desplazamiento del centro de toma de decisiones hacia instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y que ha sido impulsado y es apoyado por los Estados, no puede evadirse una estrategia de transformación del estado y de las instituciones políticas. De este modo, la contra-hegemonía configura un modelo estatal compuesto por sociedades civiles y políticas fuertes que conduce a la reivindicación del modelo de soberanía nacional antiimperialista y a la revalorización de la revolución democrática, como paradigmas de resistencia frente al avance del capitalismo. Esta contra-hegemonía no se reduce a una revolución nacional antiimperialista. La contra-hegemonía defiende una alter-globalización democrática, rechazando a construir cualquier hegemonía dentro de la esfera pública. La contra-hegemonía no se entiende como una constitución de una hegemonía alternativa, sino como la construcción contra la hegemonía existente, sin devenir necesariamente en hegemonía. En lugar de enfatizar la dirección centralizada burocráticamente de la revolución, es indispensable abrir espacios de diálogo y encuentro que originen una acción abierta, en continuo proceso de redefinición. La sociedad civil anticapitalista es el sujeto de cambio social pero la hegemonía no se extiende a partir del consenso, sino que defiende la pervivencia de la diferencia, del conflicto, como manifestación de la diversidad enfrentada a la homogeneidad del poder.

Ello supone dar un paso más en la escisión entre sociedades política y civil. Holloway entiende que el Estado es siempre vehículo de opresión y ruptura del flujo social, por lo que la revolución que aspire a la toma del poder deviene en poder perdiendo su potencial revolucionario. La guerra de posiciones no contribuye a reformar el Estado para promover el cambio revolucionario, sino que reforma el Estado para reforzarlo y eliminar cualquier posibilidad de revolución. La distinción entre poder-hacer y poder-sobre —inspirada en la distinción de Negri entre potentia y potestas— afina la definición de un proyecto contra-hegemónico que renuncie a la pretensión hegemónica.

El poder-hacer denomina el flujo social del hacer, el hacer que depende del hacer de otros y que contribuye a crear las condiciones de otros. El poder-sobre se apropia del poder-hacer al separar al hacedor de lo hecho. Holloway afirma que el contrapoder reproduce el esquema del poder y lo que habría que hacer, en realidad, es emancipar el poder-hacer y negar el poder-sobre. La hegemonía como dirección centralizada burocráticamente introduce una interferencia en el devenir colectivo al implicar un cierto grado de dirección. De este modo, se impide la construcción de un hacer diferente. Los hacedores proclives a una hegemonía alternativa reproducen el mismo esquema hegemónico al pretender la conquista del poder. La revolución que se interroga sobre el sujeto que controla el poder mantiene la ficción estatal. El sujeto que opera desde el Estado está sometido a las relaciones del poder-sobre. La revolución que aspira a construir un modelo diferente debe, pues, renunciar a convertirse en un sujeto que acapare el poder-sobre y actuar desde el poder-hacer, desde el flujo social. La contra-hegemonía no es un proceso de toma de poder, sino de construcción de autonomía, una lucha para un contra-dominio sin término positivo, sin clausuras, sin finales de juego, porque la política revolucionaria es menos operar sobre reglas de juego que modificar el juego de las reglas.