domingo, 23 de diciembre de 2007

Tiempo de balance



Rigoberto Lanz
rlanz@cipost.org.ve


El espacio A Tres Manos ya ha andado un buen trecho. Estos días han de servirnos para evaluar el trayecto y medir lo que nos hemos propuesto sin grandes estridencias: contribuir a propiciar la interacción entre gente diferente; ayudar al diálogo entre personas que no piensan lo mismo; auspiciar un clima de debate respetuoso entre actores políticos e intelectuales que tienen posturas distintas. Este ejercicio aparentemente básico y sencillo resulta en la práctica toda una proeza en la Venezuela de estos días. En parte porque no contamos con una sólida tradición democrática que sirva de músculo al procesamiento de las diferencias, en parte también porque se han generado tales enfrentamientos entre los actores en pugna que queda poco margen para las inevitables negociaciones en una sociedad compleja.

Desde luego, hablamos aquí sólo de un componente de estos intrincados procesos de conflictos y contradicciones: el momento de la discusión de las posiciones que se confrontan. No es el único elemento en juego, pero con seguridad se trata de un factor clave para encarar el arduo trabajo de concertación de visiones e intereses antagónicos. No se trata sólo de hacer converger a actores socio-políticos en conf licto, sino de procesar una plataforma de intereses ideológicos que se excluyen mutuamente. Es justamente por el calibre de esos antagonismos que las dinámicas democráticas del debate político resultan tan cruciales.

A Tres Manos es un ejercicio de diálogo en la diferencia que envía un claro mensaje de pedagogía política al país. De allí no se sigue conclusión alguna en línea recta.

Sólo se indica –haciéndolo– el camino posible para viabilizar el conflicto, para arreglar la gobernanza, para visibilizar al otro en condiciones de extrema pugnacidad. Este ejercicio se torna aun más complicado cuando los actores perciben un cuadro de clausuras para sus aspiraciones políticas, cuando los ciudadanos (por lo que sea) no encuentran canales f luidos para expresar sus demandas, cuando la gente común y corriente se siente atropellada por los efectos invasivos del poder. El conf licto no desaparecerá nunca, es bueno saberlo y acomodarse a ello.

Lo que está planteado ahora es la búsqueda de mecanismos eficaces para procesar esos conflictos, la construcción incesante de espacios de interacción donde convivan las diferencias sin aniquilarse, ámbitos de deliberación que permitan ajustar los límites de la destrucción simple y llana.

Nuestro modesto espacio de diálogo –por muy agrio que parezca a veces– ilustra con su sola existencia el tipo de cultura política a la que debemos aspirar como condición de base de cualquier idea de democracia. Esto nada tiene que ver con "reconciliaciones" ni con la cándida imagen de "la gran familia venezolana". Manejar inteligentemente los conf lictos comienza por reconocer que conflictos hay (de sobra). Pero también supone admitir sin traumas que esa conflictividad es consustancial a la sociedad, que no se trata de suprimir las contradicciones en un metafísico ideal de "paz social" de cementerio.

Estamos evaluando el trayecto recorrido para enderezar el rumbo, para pulsar la opinión de la gente, para imaginar nuevos derroteros. Tenemos ya un libro como producto de los aportes de tantos amigos que han compartido esta exigente aventura. Ello es sólo el síntoma de lo que es posible cuando nos tomamos en serio los desafíos del debate político, los retos de interpelar lo que piensa el otro, de disponerse a escuchar de verdad lo que viene de la acera de enfrente. Nadie dijo que sería fácil. Las intrigas, las incomprensiones y las envidias no dejan de percutir. Todo ello era previsible. Importa mucho más la repercusión cotidiana de las discusiones generadas, el impacto de las ideas en debate, la recepción crítica de lo que cada quien plantea. Se trata de una discusión diaria con decenas de miles de lectores.

Nadie puede pretender controlar o administrar una dinámica como esta. Las ideas están allí. La gente no es neutra respecto a la discusión, las ideas tampoco. Nuestro papel es hacer posible la controversia... sin rollos.



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