sábado, 27 de octubre de 2007

El comunismo posmoderno *

Gianni Vattimo
Un adiós al socialismo que ha dejado de creer en la transformación radical de la sociedad. Aunque quizá, todavía, la revolución se puede pensar en términos menos autoritarios, más irónicos y anárquicos.

Era poco compasivo el comentario de Noam Chomsky sobre el grueso volumen que hace unos años llamó su atención, el Imperio de Toni Negri, traducido por Alcira Bixio (1) que, quizá también por mérito de su colaborador norteamericano Michael Hardt, parecía menos hermético que muchas de las obras del profesor de Padua. Chomsky observó que las tesis de Imperio podrían haber sido expresadas de forma más útil y clara en un número de páginas mucho menor, en vez de en un volumen de ese estilo y de esas proporciones. Leyendo ahora las conversaciones de Negri con Raf Valvola Scelsi (2) autor, entre otras cosas, de una antología de textos políticos titulada Cyberpunk (3) nos damos cuenta de cuan útil es para la comprensión, e incluso para la capacidad persuasiva de las ideas de Negri, la colaboración de alguien que le escuche y que le ayude a resumirlas y aclararlas.

Adiós al socialismo (Goodbye Mr Socialism es el título de la edición italiana), el libro del que aquí se habla no es para nada, como es obvio para cualquiera que conozca a Negri, una puesta en acto de lo que desgraciadamente gran parte de la izquierda parece haber aceptado, esto es, que no hay ningún sistema económico eficaz a parte del capitalismo. Al socialismo aquí se le dice adiós justamente porque se ha dejado fascinar (y no precisamente por motivos estéticos) por el modo de producción capitalista, renunciando a su propósito originario de conducir a la humanidad fuera de la prehistoria de la explotación y de la violencia. El desastre del socialismo real de la URSS, culminado en la dictadura stalinista y sus crímenes sangrientos, se explicaría fundamentalmente por estas traiciones originarias que, más allá de las decisiones personales de Stalin, se volvieron necesarias por el asedio en el que desde el principio las potencias capitalistas encerraron al estado soviético. De todo lo demás nos podemos hacer una idea fácilmente: para llevar la Rusia feudal de principios del siglo XX hasta el punto de competir con EEUU en la carrera espacial en los años cincuenta, era difícil no seguir el camino de la industrialización forzada que hizo que se perdiera todo contenido liberatorio del sistema de los soviets: del programa original de Lenin (comunismo como la suma de soviet e industrialización) quedó solamente el ideal del desarrollo industrial acelerado, necesario para no ser estrangulados por el asedio del capitalismo (y para, entre otras cosas, combatir a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial). No es que así Negri absuelva completamente a Stalin y a la clase dirigente soviética que lo siguió; pero si que muestra cuánto de objetivamente inevitable hubo en la involución de la Rusia de la Revolución de Octubre hasta la caída del muro de Berlín. Todo se deriva de no haber creído, o de no haber podido creer, tanto en la transformación radical de la sociedad como en la creación del nuevo hombre soviético que la tendría que haber producido.

Por lo tanto el socialismo ha muerto por suicidio, se ha reducido en los sistemas socialdemócratas industriales, a un capitalismo de Estado que –justamente en cuanto fundado en la idea de beneficio, rebajada tan solo con algún mecanismo redistributivo (sociedad del bienestar etc.)- da muestras de no poder ir al mismo ritmo que el capitalismo “auténtico” que busca los beneficios y para lo cual reconstruye continuamente estructuras de dominio y de explotación. El final del socialismo, se podría decir, demuestra para Negri la imposibilidad de que el capitalismo siga existiendo. En ello tiene una buena parte de responsabilidad el desarrollo de las tecnologías en la era de la informática.

¿Cómo se puede pretender, por ejemplo, que siga siendo posible defender la propiedad intelectual -de los software, de los brebajes farmacéuticos, de la música, de las películas- en una sociedad en la que Internet tiende a poner todo “en común”? Incluso fenómenos como Echelon –el sistema de interceptación “universal” de mensajes que, dirigido por EEUU y Gran Bretaña, ya vigila toda nuestra vida- ya no permite pensar en la distinción entre público y privado en los términos tradicionales; y si no se quiere transformar todo esto en una horrenda máquina orwelliana, es necesario repensar el sistema social al completo. Que en el fondo debería recuperar el ideal original del soviet- de los consejos de ciudadanos implicados en primera persona en la dirección colectiva de la cosa pública.

Negri, que acaba de publicar otro libro voluminoso y “programático”, Multitud. Guerra y democracia en el nuevo orden imperial (4) confía mucho en la potencia de las nuevas tecnologías en el sentido de la afirmación de lo que él llama “lo común”, esto es, que no es privado pero que tampoco es público en el sentido tradicional, es decir, estatal. Comunes son ciertos bienes que, como en las sociedades preindustriales, y todavía hoy en ciertas formas de cultura comunitaria no completamente europeizadas (por ejemplo las sociedades andinas), están a disposición de todos (como por ejemplo lo fueron los pastos comunales). Agua y aire limpio son bienes “comunes” de este tipo, que tienden a serlo siempre y cuando no cambie el orden capitalista en el que todavía vivimos. Un comunismo “soviético” en el sentido originario de la palabra parece hoy más posible de cuanto lo fuera a principio del siglo XX: por ejemplo (como sugería un bonito libro de Aldo Schiavone de hace ya unos cuantos años) en una sociedad en la que todos tengan acceso a la red informática es más fácil evitar la burocratización de los partidos y de las estructuras estatales que han sofocado las sociedades socialistas, ya que se puede poner en común mucha más información y así también democratizar muchas de las decisiones de interés general.

El pensamiento post-moderno del que Negri desconfía injustamente, quizá por un exceso de influencia de autores anglosajones o incluso del propio Habermas- al cual demonizan como el enemigo de esa “modernidad” que ni siquiera a Negri debería gustarle tanto (stalinismo como estado más “modernización”)- ha trabajado precisamente sobre este terreno, sobre la apertura a nuevas formas de vida individual y colectiva menos centradas en el sujeto propietario e incluso quizá menos relacionadas con los ideales “políticos” de la modernidad. Precisamente en cuanto post-modernos, podemos decir, que pedimos excusas por la ausencia de programas estrictamente políticos dentro del discurso de Negri. Cuando habla de las multitudes y de los síntomas de su despertar de varias formas y en diferentes partes del mundo (no global, experiencias cooperativas etc.) parece que sus tesis se difuminan en una especie de espera mística de una renovación que –justamente por eso- no puede identificarse con la fundación de un partido o con la toma del Palacio de Invierno. Puede que sólo el postmodernismo (y estoy pensando en Nietzsche y en Heidegger, al cual Negri tacha de reaccionario) pueda ayudarnos a pensar una “revolución” que no pretenda crear un nuevo “orden” establecido y formalizado rígidamente (como en el fondo querría Habermas), sino que acepte preparar, con un estilo un poco más irónico y anárquico, nuevas formas de existencia, de las cuales, por ahora, tenemos sólo una vaga intuición.

Notas:

(1) Negri, T. y Hardt, M.: Imperio, Editorial Paidós, Barcelona 2002, (432 p.)

(2) Negri, Toni: Goodbye Mrs Socialism. Feltrinelli, 2007. Edición a cargo de Raf ‘Valvola’ Scelsi (204 p.). No disponible en castellano.

(3) Editada en italiano por Editorial Shake, 1990. No disponible en castellano.

(4) Negri, T. y Hardt, M.: Multitud. Guerra y democracia en la era del imperio. Debate. Barcelona. 2004.

Publicado en La Stampa, 07-02-2007

jueves, 18 de octubre de 2007

Cuando el debate es en serio



RIGOBERTO LANZ
rlanz@cipost.org.ve


Insistir en el tema del debate como condición básica de una cultura democrática es una manera de reconocer que este elemento no se da automáticamente por el hecho de que vivamos en un "sistema democrático".

Debatir es algo bien distinto de pegar chillidos en nombre de los pobres, proferir arrebatadas denuncias contra el imperialismo o el clásico recurso de "fijar posición".

A lo que nos referimos es al debate de ideas que es consustancial al establecimiento de reglas de convivencia democrática, es decir, al logro de acuerdos políticos para que la vida pública transcurra sin violencia, para la construcción de espacios de libertad, para la configuración de una cultura de la diferencia, donde el principio de diversidad apalanque toda la fuerza creativa de una comunidad.

Son las ideas las que comandan los cursos de acción de individuos, grupos o clases.

Son ideas (unas y no otras) las que están en juego en las disputas más diversas de la sociedad. La cuestión cardinal es que las ideas no circulan "libremente" en el entramado social de cualquier país.

Sería muy ingenuo creer que las ideas habitan las cabezas de la gente por un mecanismo fortuito.

No, el asunto no funciona así. Las visiones del mundo, las mentalidades, las maneras de entender la realidad, las creencias y las querencias, se construyen socialmente en la brega cotidiana con las relaciones de poder.

La pregunta es entonces: ¿cómo derrotar las ideas retrógradas que predominan en un momento dado sin violentar a las personas? ¿Cómo instaurar un nuevo ideario para el conjunto de la sociedad, sin imponerle a nadie un modo de pensar? ¿Es posible un cambio de mentalidad sin recurrir a la violencia? Hay que estar claros en esta constatación: la historia de la humanidad está demasiado llena de ejemplos brutales de implantación de modelos por la fuerza (una ilustración dramática de ello es la manera como se produjo en América el más escandaloso epistemocidio en nombre del catolicismo durante el período colonial). La gracia del asunto hoy es justamente la búsqueda incesante de modalidades de intermediación democrática en donde las ideas pueden movilizarse sin recurrir a la violencia, donde el debate de ideas juega el papel crucial de procesador de diferencias, de conjugador de antagonismos, de manejador de conflictos, de conjurador de la guerra.

Espacios como la educación, el parlamento o los medios de comunicación son en un principio agencias socializadoras que deberían cumplir la función fundamental de propagadoras de ideas, ámbitos de debate, lugares privilegiados para la confrontación de visiones del mundo. No obstante, esos espacios derivaron hace mucho tiempo ya en aparatos ideológicos cargados de las mismas representaciones de la cultura hegemónica.

El debate público es un recurso democrático que ha de coadyuvar al establecimiento de espacios de concertación para que la vida política fluya, para que los conflictos se procesen, para que la diferencia no sucumba en lógica de muerte. Sólo debatiendo (en serio) puede una sociedad encontrar el dinamismo que aporta la heterogeneidad, la riqueza que viene de lo diverso, la vitalidad del pluralismo.

No hay criterio alguno para decidir en esos campos que no entrañe una altísima dosis de arbitrariedad y de incertidumbre. Los riegos de imposiciones brutales están siempre a la vista. La tentación de hacer valer mi posición gracias al ejercicio del poder es muy grande (no por casualidad ello ha sido siempre así, en la historia).

La apelación a los debates rigurosos, al diálogo de saberes sin condicionamientos ni ataduras, al compromiso ético de la palabra que nombra el territorio de nuestras creencias y querencias, ese debate, digo, es seguramente la más poderosa palanca de construcción democrática de la que disponemos en el repertorio de la cultura democrática que nos trajo hasta aquí. Cultivarlo en todas sus formas no es un simple ejercicio de erudición intelectual, sino la manera más franca de reconocer las tremendas dificultades que confrontamos hoy para responder sinceramente la famosa pregunta de Alain Touraine: "¿Podremos vivir juntos?".




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La revolución está lejos

Rigoberto Lanz R.*

¿Qué es lo que define una sociedad? ¿Cómo sabemos que en una sociedad ha habido una revolución? ¿Se puede hacer una revolución sin pensamiento revolucionario? ¿En qué consiste un pensamiento revolucionario? La izquierda en el mundo entero hace rato que dejó de hablar de "revolución". En parte por razones "tácticas" (las mismas razones "tácticas" que llevaron al PC italiano a cambiar de nombre, por ejemplo); en parte también porque el término "revolución" se vació de contenido y derivó en un completo descrédito. Pero habría un motivo más profundo que conviene resaltar: la izquierda dejó de pensar en la misma proporción de sus sucesivas derrotas políticas.

No es sorprendente, pues, que tengamos en América Latina un pensamiento político de inspiración progresista caracterizado por una profunda mediocridad. La huella del estalinismo ramplón marcó de un modo patético buena parte de lo que se hizo desde los viejos cascarones de los partidos comunistas. Ese sustrato intelectual quedó por allí regado en el "chiripero" político, en ciertos rincones del mundo académico, en una que otra experiencia del movimiento popular. En todos los casos, con el mismo ineluctable resultado: incomprensión brutal de lo que acontece en el mundo, incapacidad proverbial para intervenir en cualquier agenda de debate.

La experiencia venezolana consigue a la vieja izquierda latinoamericana en un estado de total postración teórica. Los intentos por reanimarse y conectar con las vibraciones de la coyuntura arrojan frecuencia adefesios conceptuales que dan pena. Justo en el debate sobre el socialismo, sobre las concepciones del partido o del poder popular, estas visiones decimonónicas no dejan de aparecer.

Hasta allí el asunto no tendría mayor significación. El problema es que este pensamiento residual se infiltra fácilmente en el funcionariado, en las filas de militantes desprevenidos, en la gerencia media que viene de una cultura política silvestre.

En estas condiciones resulta poco probable que prospere un debate serio sobre las implicaciones de los cambios que están en curso en la experiencia venezolana. La precariedad intelectual de las élites políticas es directamente proporcional a la precariedad de sus formulaciones políticas. El pragmatismo, el sectarismo, el inmediatismo y la intolerancia a la crítica son algunos de los rasgos visibles de muchos sectores que detentan cuotas de poder y se aferran a ellas a cualquier precio.

Lo anterior explica las dificultades de estos sectores para entrar con propiedad a la discusión que está planteando, por ejemplo, el amigo Javier Biardeau. Este tremendo esfuerzo intelectual por la comprensión del presente y las preocupantes interrogantes de las que se hace cargo, son despachadas trivialmente con la descalificación propia de los viejos aparatos. Es una clara ilustración de la inexistencia de un talante de cultura democrática.

Lo curioso es que todo ello ocurre cuando en Venezuela estamos muy lejos de la asunción de una agenda de transformación radical de la sociedad.

Vivimos aún en las ramas del liberalismo de izquierda, con una agenda de justicia social muy respetable que está a mucha distancia de una formulación consistentemente anticapitalista. La denominación "socialista" no agrega nada sustantivo a lo que vengo de afirmar. Una transformación radical de las relaciones sociales que están en la base del tipo de sociedad prevaleciente supone otros soportes epistemológicos, otras relaciones de fuerzas, otros actores socio-políticos. Ello no significa que alguien haya "traicionado" la revolución o que se esté en un camino "equivocado". El asunto es más sencillo: en esta fase del proceso no hay condiciones -teóricas ni prácticas- para ir más lejos de un programa de centro-izquierda. Así de sencillo. Ello engrana bien con amplias capas del neoconservadurismo y con esta ideología católica del "amor al prójimo".

En lo personal, esto no me hace ninguna gracia, pero debo admitir que un cambio cultural de envergadura es algo demasiado serio para que esté en manos de gobierno alguno.

* Publicado en El Nacional, 14-10-2007.

sábado, 6 de octubre de 2007

La socialización de la política: El retorno de lo social-reprimido

Francisco Rodríguez
Universidad de Oriente

Como aspecto fundamental de la vida humana, la política ocupa un espacio muy amplio en el campo de la motivaciones sociales de la gente, aún en nuestros días. Sea como actores protagónicos visibles en "la puesta en escena", o bien como mayoría silenciosa que vive vicariamente lo que transcurre en esta área de la vida social. Más allá de la metáfora de la "muerte de la política" y sólo como eso, podemos hablar del fin de una praxis que constituye el "sustituto simbólico" de lo que la religión fue para la humanidad; al menos en la civilización occidental.

El avance del proceso de des-modernización ha significado fundamentalmente, el advenimiento de un fenómeno de violento desplazamiento de los ámbitos de sentido institucionales que tradicionalmente constituían los principales ejes de referencia de la subjetividad en la vida cotidiana: familia, religión, integración a la vida comunitaria, etc. En este contexto surge la política como sistema integrador clave por excelencia, proveedor de sentido, a propósito de su carácter de estrategias prometeicas de lucha por la conquista y mantenimiento del poder orientado a la realización del "reino de Dios en la tierra". Promesas civilizatorias de la modernidad que se convirtieron, a propósito del desarrollo de las estructuras mediáticas, en el centro de atracción para grandes masas de irredentos en busca de salvación terrenal; pero también en un eje de estructuración del "cosmos" ahí donde lo que reina es el caos. Y es ese el papel que el estado juega en las sociedades modernas cuando asume el rol de sustituto de Dios en una sociedad donde lo que predomina es el desencantamiento de los imaginarios simbólicos tradicionales.

En América Latina en general y en Venezuela en particular, la individualización de la política significa, especialmente desde el período democrático, un sistema de estrategias de agenciamiento de soluciones a problemas individuales: sobrevivencia material, ascenso e inclusión social, logro de aspiraciones crónicamente diferidas en una sociedad con altísimos niveles de frustración y exclusión social.

Sin embargo, en los últimos tiempos podemos observar como la práctica política se ha venido convirtiendo en meras estrategias para conquistar y mantenerse en el poder, que terminan fagocitándose las otras funciones que hacían alusión a las dimensiones humano-sociales que este tipo de praxis social podía contener. Mera lógica para administrar el poder y la dominación, simulacros del poder, juego especular de líderes narcicista-primario- carismáticos, espacio para el despliegue de delirios mesiánicos de redención social que suelen convertir en pesadilla el "sueño" que dicen tener. En fin se trata de una visión y un ejercicio que empobrece la política, reduciéndola a simples efectos de una racionalidad instrumental, lógica binaria que la define en términos de la lucha escatológica entre el bien y el mal, amigos versus enemigos; aunque el imaginario que la recubre puede ser redentorista.

El resultado final de todo esto es un proceso de brutal de-socialización de la política que la transforma en un tipo de actividad ajena a las preocupaciones terrenales de la gente en el "mundo de la vida" que transcurre en los predios de la cotidianeidad. Así entendida, como mera agonística del poder, en vez de herramienta para abrir espacios de participación y convivencia, lo que propicia es el surgimiento de un fenómeno de tribalización que termina cerrando el universo político a funciones mucho más interesantes y enriquecedores como: el ejercicio del poder como arte del gobierno de la sociedad, el uso del poder no solo para dominar como decía Weber, sino también para hacer, crear y transformar; la función de gobierno como propuesta de una ética de la convivencia; entre otras posibles significaciones. La propuesta de reforma a la constitución pudiera ser analizada en este contexto de problematizaciones, sabiendo que todo acto, sobre todo los que se centran en el poder, tienen la intencionalidad propia del sujeto que la concibe, siempre en relación al Otro como competidor o como masa que debe ser conducida por el "pastor".

Esta situación, que es ya estructural, puede generar como respuesta, dos tendencias aparentemente contradictorias: 1.- Repliegue de la gente (mayormente los jóvenes) sobre el sí mismo del mundo privado, narcisismo y culto al cuerpo. Esto podría ser un factor de abstención en el caso de una elección, y 2.-Recuperación de la política centrada en los múltiples espacios públicos de la microfísica social de la vida cotidiana. Este segundo aspecto lo reivindicamos como una salida al "laberinto borgiano" que plantea esta situación. Así podríamos hablar de una re-socialización de la política a propósito de temas como: la cuestión de la reconstrucción de las identidades colectivas, la autogestión de lo público desde lo popular -social-comunitario (no populista), reconstrucción de los tejidos socio-comunitarios y las redes de relaciones-comunicaciones interpersonales, a partir de los cuales podríamos comenzar a fundamentar la participación que aún es un mito. Hablamos de eco-comunitarismo, fomento de una cultura y ética de la convivencia, cultivo de una red de solidaridades y comunicaciones empáticas, reconstrucción de la familia como grupo primario-afectivo de pertenencia, más allá de la ética judeo-cristiana. Y en este aspecto ya estamos centrados en la prevención social de un problema epidemiológicamente grave como es el de la violencia interpersonal. No sabemos si esto es o no socialismo del siglo XXI, pero más que la construcción de una utopía radical, quizás en este momento la necesidad de convivencia sea lo más importante como "cordón sanitario" al caos social que pudiera avecinarse en nuestro país.

Finalmente podríamos decir, como hipótesis de trabajo basada en la experiencia histórica bastante reciente que los líderes mesiánico-heroico-salvacionistas y las vanguardias político-ideológicas que proponen y gestionan macro-utopías radicales del tipo redentoristas, están en grave riesgo de caer en la pesadilla totalitarista y la "metafísica de la política" (huida del terreno concreto de los problemas reales) al ejercer un uso fálico y tanático del poder. Frente a esta perversión necrófila proponemos la construcción de poderes múltiples desde lo local, comunitario y los grupos parciales, para un uso social-libidinal de nuestras potencialidades creativas vitalmente pulsionales.

DESDOGMATIZACIÓN Y DESCOLONIZACIÓN: TAREAS INDISPENSABLES

Javier Biardeau R.

Las tareas de reinvención del imaginario crítico socialista, del pensamiento crítico de izquierdas y de los enfoques teóricos contra-hegemónicos están estrechamente interrelacionadas en la revolución bolivariana. Podríamos decir, que aquellos que esperan ver un marxismo 'puro' le hacen un flaco servicio a la revolución socialista, al no comprender qué puede llegar a ser el marxismo, parafraseando a Lenin cuando cuestionaba a su manera figuras del platonismo y actitudes fetichistas hacia los modelos revolucionarios. Hay que liberar al marxismo de muchos marxistas.

No confundamos las cartografías revolucionarias con los procesos revolucionarios, ni proyectemos sobre lo real, sin una actitud de reflexividad crítica, nuestros esquemas deterministas, mecanicistas, reduccionistas, simplificadores y teleológicos. El marxismo no es una teoría pura, es una constelación narrativa abierta, un programa de investigación-acción, y por cierto, no es la única y exclusiva referencia teórico-crítica posible de un proyecto socialista para Nuestra América.

El marxismo es solo una de las singulares formaciones de discurso, saber y verdad que movilizan la potencia de la revolución bolivariana, pero no la única. Muchos "marxistas platónicos" se sienten portadores de una idea esencial, universal y necesaria del marxismo, propietarios exclusivos de una clave de bóveda de lo que realmente dijo y pensó Marx, realizando exégesis tras exégesis, pero evitando contrastar sus interpretaciones de los procesos de elaboración teórico-crítica del Marx-siglo XIX, con las realidades y procesos del capitalismo global en su fase imperial-neoliberal en el siglo XXI. Lo mismo pudiéramos decir para Engels, Lenin o cualquier otra figura del pensamiento socialista de inspiración marxista.

Las exégesis históricas son adecuadas para una clarificación y comprensión conceptual, para el manejo terminológico en su dimensión tanto lógico-semántica como pragmático-contextual de una teoría, pero no dicen nada sobre las complicadas correlaciones entre la teoría crítica y los fenómenos concretos, y mucho menos sobre la validez de los enunciados teóricos como guías de referencia para la acción revolucionaria en el presente histórico. Por estas razones hay que evitar dogmatizar, y mucho menos fetichizar un determinado momentum de la cartografía de orientación para la acción revolucionaria.

Esto no significa por supuesto renegar del programa teórico marxista y de su innegable contribución a las luchas por el socialismo a lo largo de la historia, pero si de afirmar que son insuficientes las proposiciones de Marx, Lenin y tantas otras figuras, que en ellos hay importantes contribuciones, pero también significativos desaciertos. Que incluso hay problemáticas que ni siquiera se imaginaron, y que como generalmente ocurre con un horizonte teórico, mostró cegueras a sus propios presupuestos epistemológicos y gnoseológicos, a su adscripción a determinado episteme, a los núcleos ético-míticos correspondientes a determinados círculos civilizatorios, nacionales y culturales.

De allí, la necesidad de superar el dogmatismo, que es un esfuerzo permanente de cualquier teoría crítica, para pasar a abordar el imprescindible asunto de la descolonización epistémica del imaginario socialista, del pensamiento crítico y de las teorías revolucionarias. Esta segunda tarea de la reflexividad crítica en Nuestra América, es menos visible que la primera, y es incluso mas importante ya que la subsume como un momento particular, sobre la cual hay una literatura exuberante y una polémica fecunda, que va incluso a las propias clarificaciones de Marx y Engels en los documentos epistolares sobre el punto clave de las deformaciones y falsificaciones tempranas de sus elaboraciones teóricas. Desde que Marx y Engels comenzaron a proponer sus enfoques, comenzaron los malentendidos, las clarificaciones, las correcciones y auto-correcciones; en fin también hay que constatar la existencia de un movimiento de transformación en el seno de las propias teorías. No perdamos de vista los movimientos de transformación de la realidad, de la teoría y de la propia subjetividad.

Partiendo de esta ultima observación, es pertinente preguntarse si la polémica que emerge es una polémica teórico-política, o si no encierran ésta, otros aspectos vinculados con los procesos de identificación/identidad subjetiva de proyecto-movimiento revolucionario. Al parecer, hay algo referido a los modos de subjetivación de la revolución bolivariana, de una anhelada búsqueda de certezas sobre la identidad simbólica-ideológica del proyecto socialista bolivariano, y un supuesto no tematizado que plantearía que si se asumiera como marxista-leninista, o marxista, las cosas serian más sencillas.

Aquí también es relevante plantear el asunto de la descolonización ya no solo epistémico, sino de la descolonización de los modos de subjetivación de un proceso de transformación revolucionaria. Y los modos de subjetivación tienen que ver no sólo con el logos, sino con el ethos, el pathos y el mithos de la política intersubjetiva. Para comprender esto, es indispensable pensar más allá de las teorías, y comprender sus articulaciones a narraciones histórico-culturales y tradiciones más amplias, a procesos de semiosis ideológico-culturales, a registros simbólicos e imaginarios, que colocan a la teoría como un diminuto átomo en complejas redes de constelación de sentido y significación.

Entramos en el tema no del dogmatismo de la teoría marxista, sino de la cosmovisión eurocéntrica del marxismo, de su adscripción a núcleos ético-míticos que corresponden a la dinámica histórico-cultural de civilizaciones, naciones y formaciones ideológicas cuyo contexto es condicionante de los actos de interpretación y construcción teórica. Este asunto, obviamente tiene implicaciones directas con el tema de la construcción de identidades políticas e ideológicas, y es parte de la polémica abordar esta dimensión como un aspecto intersubjetivo de los agenciamientos transformadores.

No es lo mismo suponer que el marxismo es un método crítico de interpretación histórica (Mariategui) y una guía de acción revolucionaria (Lenin), que suponer que uno-mismo es marxista, y que si no se es marxista no se podrá ser revolucionario y socialista. Aquí pasamos de los modos de objetivación a los modos de subjetivación, y ambos dependen de relaciones intersubjetivas; es decir, de relaciones sociales históricos-culturales determinadas. Ser marxista, este parecer el problema para algunos. Obviamente aquí Chávez ha sido completamente sincero: "yo no soy marxista, respeto a los marxistas, soy cristiano, soy humanista, etc, etc". Como fenómeno de singularización es completamente legítimo que Chávez se identifique como cristiano, el problema es que es evidente que hace cortocircuito con otros modos de identificación y subjetivación que esperan que él se identifique como marxista o como marxista-leninista. Al parecer, el asunto de los discursos y objetos de identificación es parte del problema, y la solución es comprender que la unidad del proyecto revolucionario no depende de ser cristiano o marxista, sino de comprender que además de cristianos y marxistas, el imaginario crítico socialista incluye otras formaciones de discurso, saber y verdad en la construcción de la revolución.

Esta dimensión intersubjetiva de los modos de construcción de identidades es cada vez más relevante, ya que pone al descubierto que tanto la objetivación como la subjetivación son construcciones histórico-culturales, que estos procesos no son equivalentes pero son co-dependientes, y que la producción de teorías, enfoques y cartografías es al mismo tiempo un aspecto de la producción de subjetividad; que es simultáneamente, una puesta al desnudo de las dependencias de la formación de identidades subjetivas con fenómenos de relación social y marcos culturales.

De allí la importancia de la descolonización del imaginario crítico socialista, de poner entre-comillas a la actitud histórica de "calco y copia" que ha marcado la existencia de estratificaciones ideológico-culturales disímiles en la conformación de la identidad socialista en Nuestra América. Si no comprendemos que el cristianismo, el liberalismo y el marxismo son formaciones de discurso que responden a la expansión del sistema mundo moderno/colonial sobre estos territorios existenciales, que comenzamos a llamar "América Latina" por circunstancias y convenciones específicas, no podremos comprender los otros discursos no cristianos, no liberales y no marxistas que forman parte de Nuestra América, y que podrían fecundar la descolonización del imaginario crítico socialista.

Para que el socialismo indo-afro-latinoamericano sea algo más que calco y copia de la versión euro-céntrica del imaginario socialista hay que entrar en profunda relación (in-vivencia) con las narraciones y las experiencias existenciales distintas, con la alteridad y exterioridad de voces que no pueden ser tamizadas por el discurso cristiano, liberal o marxista. La gran riqueza existencial de Nuestra América multiétnica y pluricultural es que somos mucho más que la cristianización, que el liberalismo y que el marxismo. La construcción de identidades nacional-populares en Nuestra América ha pretendido si, ser traducida exclusivamente por cristianos, liberales y marxistas, a través del dominio de la letra y del control del monopolio de la violencia simbólica legítima, pero estas traducciones han sido inevitablemente traiciones e imposiciones simbólicas. Para no ser así, cristianos, liberales y marxistas, deben abrirse a la doble traducción; es decir, ser capaces de comprender que hay otras voces y marcos culturales con igual dignidad de ser escuchadas y traducidas en la deliberación social.

Nadie duda que puedan existir contribuciones al nuevo socialismo, al nuevo imaginario radical socialista, desde ciertas vertientes del cristianismo, del liberalismo y del marxismo, pero es imprescindible la condición de apertura al movimiento indígena (que es diversidad interna por cierto), por ejemplo, al movimiento afro-americano y caribeño (que tiene expresiones plurales), al campo cultural de lo popular-subalterno, a la interculturalidad como horizonte.

Ratificar el marxismo, o pero aún, el marxismo-leninismo, como seña de identidad es obviar toda esta realidad pluricultural y multiétnica de la resistencia y de la insurgencia contra la globalización del capitalismo imperial-neoliberal, reproduciendo la negación racista y cultural en el seno de la propia teoría revolucionaria. Mas que de la dialéctica de lo Mismo, el imaginario crítico socialista requiere de su apertura a la alteridad y a la diferencia, a las voces pluri-tópicas, a lugares de enunciación como las pequeñas voces de la historia, a los testimonios de los hasta ahora vencidos, de los hasta ahora silenciados e invisibilizados, incluso por el marxismo y el cristianismo. El Cristianismo, el Liberalismo y el Marxismo, ciertamente, nunca han negado el papel del "individuo" en la historia, porque es la historia de la persona cristiana, del individuo-propietario abstracto o del individuo social eurocéntrico. Lo que ocurre es que todos ellos han ignorado que el "individuo" es una construcción geo-cultural que responde a historias que no agotan la historia por construirse. Que los seres humanos somos mucho más que las marcas de humanidad legítima que ha instituido el occidentalismo colonial-moderno.

Cuando un marxista como Allan Woods dice: "El factor más importante hoy en día a escala mundial es la ausencia de una dirección marxista fuerte y con autoridad. La tendencia del genuino Marxismo ha retrocedido décadas y actualmente representa una pequeña minoría. Todavía no puede llevar a las masas a la victoria. Pero los problemas de las masas son atroces. No pueden esperar hasta que estemos preparados para dirigirlas. Intentarán por todos los medios cambiar la sociedad, lucharán por encontrar una escapatoria al callejón sin salida. Esto es particularmente cierto en los países ex-coloniales de África, Asia y América Latina, donde sobre bases capitalistas la sociedad no tiene ninguna posibilidad de avanzar."(Los marxistas y la revolución bolivariana), podemos observar los prejuicios que una cultura de supremacía cultural ha generado en las propias filas del campo socialista, donde la "dirección marxista fuerte y con autoridad", aquella que debe estar preparada para "dirigir" y "llevar a las masas a la victoria", todavía no entienden que las formas de lucha para encontrar escapatoria al callejón sin salida, será obra de los sujetos nacional-populares mismos, y que las ex colonias son todavía blanco del colonialismo de derechas y de izquierdas.

Este es solo un síntoma de lo que abunda como colonialismo de izquierda. Desde allí las pequeñas voces de la historia están condenadas a ser masas de maniobra de vanguardias esclarecidas, los rostros del indio marginado, del negro discriminado, del mestizo que lucha por el blanqueamiento, de la mujer negada, de la pedagogía castradora, desaparecen.

El Imaginario crítico socialista debe asumir los retos de la interculturalidad y la pluriculturalidad revolucionaria, debe asumirse como constelación abierta, y no como una ciudadela sitiada, letrada y amurallada de dogmas. Los cristianos y marxistas que hablan de liberación, deben enfrentar sus prejuicios contra las otras voces que no hablan exclusivamente de una mono-cultura religiosa, de una onto-teo-logía de la liberación, o de una razón revolucionaria euro-céntrica, que exalta a la clase obrera-urbana y todo "el resto", lo etiqueta de "masas", que denigra de los pueblos indígenas como estadios primitivos del desarrollo histórico, de los campesinos (que siempre son pequeño burgueses), ignora el racismo hacia lo popular-subalterno o coloca a los sectores medios como antesalas automáticas del fascismo.

Habría que recordar que José Gabriel Condorcanqui Tupac-Amarú II, ya antes de la Revolución Francesa, recorrió con otros hermanos y otras hermanas, Nuestra América, con su grito de justicia, alteridad y liberación.

Sólo la visión hegemónica de la historiografía y sociología latinoamericanas, basada en el racismo de nuestras sociedades, sustentadas en la supremacía racial blanca-criolla-europea, impuesta por la invasión europea y la derrota de las naciones indias, racismo expresado sin ambages en las genocidas consignas tales como ‘civilización o barbarie' u ‘orden y progreso'- sólo desde esa visión se puede intentar ocultar que mientras la Revolución Norteamericana estalló en 1774 y la Revolución Francesa en 1789, en medio de ambas la historiografía liberal o la católico-nacionalista, no ubican absolutamente nada.

Este régimen de invisibilidad se extiende a la mayoría de la historiografía occidental, con honrosas excepciones como las de Boleslao Lewin, Eduardo Astesano, Rodolfo Kusch, José Carlos Mariátegui, Alcira Argumedo, Ernesto Giúdici, Gabriela Mistral, César vallejo, Pablo Neruda, Osvaldo Bayer, Felipe Pigna y Enrique Dussel entre otros. El período comprendido entre la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa, estalló una insurrección popular que conmovió el corazón estratégico del imperio español en América, y que a punto estuvo de liberar los inmensos territorios del Incanato.

La historiografía liberal y católica ocultan que las proclamas de Túpac Amaru, de abolición de la esclavitud, la encomienda y la servidumbre indias, y de toda dominación sobre otras personas, así como de todo poder colonial sobre los pueblos americanos, eran mucho más avanzados que los principios de supremacía blanca de las revoluciones Norteamericana y Francesa. Como señalara Boleslao Lewin, en la América del sur se llevaban a cabo simultáneamente una revolución popular-subalterna, de indios, mulatos, zambos y negros y una revolución criolla, que maduran a veces en contacto pero en general enfrentadas a todo lo largo del siglo XVIII. Una radical, india y popular en su composición étnica mayoritaria y otra criolla, atada básicamente al occidentalismo colonial-moderno. Una obligatoriamente destinada a borrar de raíz todas las formas de explotación, incluidas la Mita, la Encomienda, la Servidumbre, los Obrajes, los Repartos y la esclavitud tal cual entendió y proclamó Túpac Amaru II, eliminando también por lo tanto el dominio colonial.

Es necesario ubicar en su justo lugar la insurrección indígena-popular de Tupac Amaru II en todo este debate. Los revolucionarios que en 1774 levantaron el estandarte de la libertad, para los blancos poseedores en las colonias inglesas del Norte de América y en 1789, proclamaron los Derechos del Hombre -blanco y poseedor- y del Ciudadano Francés, no lo hicieron para las mujeres europeas, ni para las colonias de Francia, ni sus esclavos y pobladores originarios- en París en 1789.

Condorcanqui proclamó por primera vez, en las revoluciones de finales del siglo XVIII, la igualdad y la libertad real y efectiva para quienes poblaban la América española, suprimiendo toda forma de esclavitud y servidumbre. Cuestión que, ni Washington, ni Paine, ni Jefferson, ni Laffayette, ni Danton, ni Napoleón se atrevieron a plantear. Luego del triunfo de Sangarará, Túpac Amaru expidió un mensaje a los pueblos del Perú, volviendo a convocar a los criollos a la unidad con la causa india:

‘Vivamos como hermanos y congregados en un solo cuerpo. Cuidemos de la protección y conservación de los españoles; criollos, mestizos, zambos e indios por ser todos compatriotas, como nacidos en estas tierras y de un mismo origen.'

Es hora ya de quitarse las anteojeras que fueron colocadas por siglos de colonialidad, y re-montarse desde las profundidades de las experiencias existenciales de las múltiples opresiones, para inventar y afirmar un nuevo imaginario crítico socialista, sin el culto a dogmas, a fetiches, sin eurocentrismo, ni modos de subjetivación que truncan la posibilidad de construir diferencias en las diferencias. Porque más que de igualdad, libertad y fraternidad, siguiendo el cancionero de la Revolución Francesa (¡Hasta cuando la Revolución Francesa!), se trata ahora de una nueva democracia participativa post-occidentalista...Para conquistar la justicia, la alteridad y la liberación.

jueves, 4 de octubre de 2007

¿Modifica la propuesta de reelección presidencial los principios fundamentales de la Constitución?

Javier Biardeau R.

Como no creo en consensos derivados de automatismos psíquicos y habituaciones políticas, sino en la construcción de acuerdos basados en razones y argumentos, me parece que el tema de la reelección continua y exclusiva para la titularidad del cargo de Presidente de la República se esta despachando con una ligereza mayúscula. En primer lugar, no se trata en primer lugar de la reelección de Chávez. Se trata en primer lugar de la reelección del cargo de Presidente de la República. El poder constituyente, como ha quedado constancia en los debates constituyentes, estableció una cláusula uniforme para todos los cargos ejecutivos o de gobierno: “podrá ser reelegido o reelegida, de inmediato y por una sola vez, para un nuevo período”, y esto aparece en los artículos referidos en el texto constitucional al gobierno de los estados, de los municipios y del ejecutivo nacional (art. 160, 174 y 230 constitucionales).


Desde la perspectiva del debate constituyente quedó claro el principio de igualdad en lo referido a la “cláusula de reelección para la titularidad de los cargos ejecutivos o de gobierno”, cuando quedó claramente el artículo 6:

Artículo 6. El gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la componen es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables.

Es decir, el gobierno de la República y de las entidades políticas que lo conforman es y será siempre será alternativo, además de otros atributos del gobierno. La titularidad del gobierno es la del jefe de gobierno, así como la de los gobernadores y alcaldes. Así mismo, el artículo 4-constitucional ha establecido un principio fundamental que entra en colisión en varios aspectos con la propuesta presidencial de reforma constitucional y con declaraciones públicas del Presidente Chávez:

Artículo 4. La República Bolivariana de Venezuela es un Estado federal descentralizado en los términos consagrados por esta Constitución, y se rige por los principios de principios de integridad territorial, cooperación, solidaridad, concurrencia y corresponsabilidad.

La propuesta presidencial de reforma constitucional no desarrolla el modelo de Estado federal descentralizado propio del modelo de federalismo cooperativo, al plantear la eliminación del Consejo Federal de Gobierno; eliminando al mismo tiempo el desarrollo de estos principios del Estado federal descentralizado. Por ejemplo, el numeral 1 del artículo 184 plantea:

1. La transferencia de servicios en materia de salud, educación, vivienda, deporte, cultura, programas sociales, ambiente, mantenimiento de áreas industriales, mantenimiento y conservación de áreas urbanas, prevención y protección vecinal, construcción de obras y prestación de servicios públicos. A tal efecto, podrán establecer convenios cuyos contenidos estarán orientados por los principios de interdependencia, coordinación, cooperación y corresponsabilidad.

En la propuesta presidencial de reforma constitucional aparece:

1. La transferencia de servicios en materia de vivienda, deportes, cultura, programas sociales, ambiente, mantenimiento de áreas industriales, mantenimiento y conservación de áreas urbanas, prevención y protección vecinal, construcción de obras y prestación de servicios públicos.

Juzguen las lectoras y lectores: ¿qué se ha suprimido en la propuesta presidencial de reforma? Precisamente uno de los desarrollos de los principios del Estado Federal descentralizado, contenido en el artículo 184, siendo el otro el artículo 165-constitucional el que conserva estos principios.

En la propuesta presidencial de reforma constitucional no se mencionan estos principios del Estado federal descentralizado para lo referido a: “Una ley nacional creará mecanismos para que el Poder Nacional, los Estados y los Municipios descentralicen y transfieran a las Comunidades organizadas, a los Consejos Comunales, a las Comunas y otros Entes del Poder Popular, los servicios que éstos gestionen, promoviendo (…)”. En definitiva, la propuesta presidencial de nueva geometría del poder adolece de un nulo desarrollo de sus vinculaciones con el principio fundamental del Estado Federal Descentralizado. Se mencionan las palabras federal y descentralización pero sin mencionar sus principios de desarrollo, que definen el modelo de Estado Federal Descentralizado.

El Presidente Chávez, al parecer, se ha inclinado por una visión unitaria y centralizadora del Estado cuando esta visión política no se ajusta al espíritu subjetivo del constituyente ni al texto constitucional, como ha puesto en evidencia en diversas declaraciones referidas a la salud y a la planificación. Así mismo, se ha eliminado lo relativo al fondo de compensación inter-territorial (art. 185-constitucional), y se ha pasado a un esquema de planificación que obedece mucho más a la imagen del Estado-región que a la del Estado federal descentralizado. Esto no es ni bueno ni malo de manera conceptual, sino que modifica sin duda alguna al menos un principio fundamental contemplado en el Título I-constitucional. Además, en la propuesta de nueva geometría del poder:

“ (…) El Presidente de la República, en Consejo de Ministros, previo acuerdo aprobado por la mayoría simple de los diputados y diputadas de la Asamblea Nacional, podrá crear mediante decreto, Provincias Federales, Ciudades Federales y Distritos Funcionales, así como cualquier otra entidad que establezca la Ley.(Art. 16-propuesta presidencial)”

“(…) En el Territorio Federal, el Municipio Federal y la Ciudad Federal, el Poder Nacional designará las autoridades respectivas, por un lapso máximo que establecerá la Ley y sujeto a mandatos revocables.

Las Provincias Federales se conformarán como unidades de agregación y coordinación de políticas territoriales, sociales y económicas a escala regional, siempre en función de los planes estratégicos nacionales y el enfoque estratégico internacional del Estado venezolano.

Las Provincias Federales se constituirán pudiendo agregar indistintamente Estados y Municipios, sin que estos sean menoscabados en las atribuciones que esta Constitución les confiere.

La Organización Político-Territorial de la República se regirá por una Ley Orgánica (art.16-propuesta presidencial)”

Así mismo, en la propuesta presidencial de reforma es competencia del poder público nacional (art.156-constitucional):

10. La ordenación y gestión del territorio y el régimen territorial del Distrito Federal, los Estados, los Municipios, Dependencias Federales y demás entidades regionales.

11. La creación, ordenación y gestión de Provincias Federales, Territorios Federales y Comunales, Ciudades Federales y Comunales.

Además, son atribuciones y obligaciones del Presidente o Presidenta de la República:

3. Crear las Provincias Federales. Territorios Federales y/o Ciudades Federales según lo establecido en esta constitución y designar sus autoridades, según la ley.

Se fortalecería de este modo, la potestad del poder ejecutivo nacional de gestionar la nueva geometría del poder, frente a las autonomías territoriales contempladas en el modelo de Estado federal descentralizado, llegando incluso a designar autoridades sin pasar por el mandato del ejercicio directo o indirecto de la soberanía popular. Como sabemos, la geometría del poder consiste en una disputa política sobre la construcción de la espacialidad social. También, el Estado federal descentralizado es un producto de una disputa política por la distribución territorial del poder. No queda claro cómo se articula la nueva geometría del poder al desarrollo de los principios fundamentales acerca del Estado federal descentralizado.

En este contexto, genera preocupación una propuesta de reelección continua de manera exclusiva para el cargo de Presidente de la República, sin tomar en consideración que todos los cargos ejecutivos de gobierno han sido limitados por la misma cláusula de reelección. ¿Qué dictan los artículos 160 y 174?:

Artículo 160. El gobierno y administración de cada Estado corresponde a un Gobernador o Gobernadora. Para ser Gobernador o Gobernadora se requiere ser venezolano o venezolana, mayor de veinticinco años y de estado seglar. El Gobernador o Gobernadora será elegido o elegida por un período de cuatro años por mayoría de las personas que voten. El Gobernador o Gobernadora podrá ser reelegido o reelegida, de inmediato y por una sola vez, para un nuevo período.


Artículo 174. El gobierno y administración del Municipio corresponderán al Alcalde o Alcaldesa, quien será también la primera autoridad civil. Para ser Alcalde o Alcaldesa se requiere ser venezolano o venezolana, mayor de veinticinco años y de estado seglar. El Alcalde o Alcaldesa será elegido o elegida por un período de cuatro años por mayoría de las personas que votan, y podrá ser reelegido o reelegida, de inmediato y por una sola vez, para un nuevo período.

Artículo 226. El Presidente o Presidenta de la República es el Jefe o Jefa del Estado y del Ejecutivo Nacional, en cuya condición dirige la acción del Gobierno.

Artículo 230. El período presidencial es de seis años. El Presidente o Presidenta de la República puede ser reelegido, de inmediato y por una sola vez, para un período adicional.

Si se justifican argumentos para la reelección presidencial continua, con base incluso a la sentencia de la Sala Constitucional del 28 de Julio del año 2006 referida a la relación entre reelección y separación del cargo, no se comprende como se omite la extensión de estos argumentos a los derechos exigibles por aquellos que defiendan la igualdad política para los cargos de gobernadores y alcaldes. Es decir, gobernadores y alcaldes, no son titulares de gobierno de las entidades políticas del Estado federal descentralizado, sino agentes políticos de “cargos de segunda” en una visión unitaria del Estado-región, que es lo que aparece en la propuesta. Si es así, se ha liquidado el Estado federal descentralizado, y si esta premisa es cierta, se modifica un principio fundamental del texto constitucional. En caso de que nuestra perspectiva sea correcta, no estamos ante aspectos de una reforma, estamos ante aspectos que traducen un intento de atípica mutación constitucional.

Aquellos que justifican que el cargo de Presidente es más importante, o que las políticas territoriales locales son de corto plazo, están desfigurando el modelo de Estado federal descentralizado. Seria útil que revisaran los debates constituyentes, antes de justificar una variante atípica de mutación constitucional, una grave debilidad ante la opinión pública nacional e internacional (Así mismo, seria recomendable revisar el debate de reelección colombiano, caracterizado por un Estado unitario descentralizado, donde Uribe apoya la tesis de la igualdad para Gobernadores y Alcaldes), y sobre todo, una perlita para fortalecer las matrices de desestabilización que gritan sin razonamiento “fraude” por su impotencia de analizar y sopesar las ventajas y desventajas de la propuesta de reforma constitucional.

Insistimos, el éxito de la reforma, depende de un diseño de reforma que se adecue a los contenidos establecidos en el artículo 342-Constitucional:

Artículo 342. La reforma constitucional tiene por objeto una revisión parcial de esta Constitución y la sustitución de una o varias de sus normas que no modifiquen la estructura y principios fundamentales del texto Constitucional.