jueves, 18 de octubre de 2007

La revolución está lejos

Rigoberto Lanz R.*

¿Qué es lo que define una sociedad? ¿Cómo sabemos que en una sociedad ha habido una revolución? ¿Se puede hacer una revolución sin pensamiento revolucionario? ¿En qué consiste un pensamiento revolucionario? La izquierda en el mundo entero hace rato que dejó de hablar de "revolución". En parte por razones "tácticas" (las mismas razones "tácticas" que llevaron al PC italiano a cambiar de nombre, por ejemplo); en parte también porque el término "revolución" se vació de contenido y derivó en un completo descrédito. Pero habría un motivo más profundo que conviene resaltar: la izquierda dejó de pensar en la misma proporción de sus sucesivas derrotas políticas.

No es sorprendente, pues, que tengamos en América Latina un pensamiento político de inspiración progresista caracterizado por una profunda mediocridad. La huella del estalinismo ramplón marcó de un modo patético buena parte de lo que se hizo desde los viejos cascarones de los partidos comunistas. Ese sustrato intelectual quedó por allí regado en el "chiripero" político, en ciertos rincones del mundo académico, en una que otra experiencia del movimiento popular. En todos los casos, con el mismo ineluctable resultado: incomprensión brutal de lo que acontece en el mundo, incapacidad proverbial para intervenir en cualquier agenda de debate.

La experiencia venezolana consigue a la vieja izquierda latinoamericana en un estado de total postración teórica. Los intentos por reanimarse y conectar con las vibraciones de la coyuntura arrojan frecuencia adefesios conceptuales que dan pena. Justo en el debate sobre el socialismo, sobre las concepciones del partido o del poder popular, estas visiones decimonónicas no dejan de aparecer.

Hasta allí el asunto no tendría mayor significación. El problema es que este pensamiento residual se infiltra fácilmente en el funcionariado, en las filas de militantes desprevenidos, en la gerencia media que viene de una cultura política silvestre.

En estas condiciones resulta poco probable que prospere un debate serio sobre las implicaciones de los cambios que están en curso en la experiencia venezolana. La precariedad intelectual de las élites políticas es directamente proporcional a la precariedad de sus formulaciones políticas. El pragmatismo, el sectarismo, el inmediatismo y la intolerancia a la crítica son algunos de los rasgos visibles de muchos sectores que detentan cuotas de poder y se aferran a ellas a cualquier precio.

Lo anterior explica las dificultades de estos sectores para entrar con propiedad a la discusión que está planteando, por ejemplo, el amigo Javier Biardeau. Este tremendo esfuerzo intelectual por la comprensión del presente y las preocupantes interrogantes de las que se hace cargo, son despachadas trivialmente con la descalificación propia de los viejos aparatos. Es una clara ilustración de la inexistencia de un talante de cultura democrática.

Lo curioso es que todo ello ocurre cuando en Venezuela estamos muy lejos de la asunción de una agenda de transformación radical de la sociedad.

Vivimos aún en las ramas del liberalismo de izquierda, con una agenda de justicia social muy respetable que está a mucha distancia de una formulación consistentemente anticapitalista. La denominación "socialista" no agrega nada sustantivo a lo que vengo de afirmar. Una transformación radical de las relaciones sociales que están en la base del tipo de sociedad prevaleciente supone otros soportes epistemológicos, otras relaciones de fuerzas, otros actores socio-políticos. Ello no significa que alguien haya "traicionado" la revolución o que se esté en un camino "equivocado". El asunto es más sencillo: en esta fase del proceso no hay condiciones -teóricas ni prácticas- para ir más lejos de un programa de centro-izquierda. Así de sencillo. Ello engrana bien con amplias capas del neoconservadurismo y con esta ideología católica del "amor al prójimo".

En lo personal, esto no me hace ninguna gracia, pero debo admitir que un cambio cultural de envergadura es algo demasiado serio para que esté en manos de gobierno alguno.

* Publicado en El Nacional, 14-10-2007.

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