El marxismo-leninismo como falacia revolucionaria: esto es, pensamiento único del aparato-partido estalinista.
Javier Biardeau R.
La organización de un Partido Socialista que unifique a las bases de las franquicias políticas hoy existentes a través de un contenido programático e ideológico, que permita articular la unidad de acción revolucionaria en la diversidad de pensamientos liberadores, será garantía de éxito para afrontar las nuevas batallas que se aproximan y por ende para construir la patria grande que Bolívar proyectó sobre el continente.
En este marco, si el PSUV quiere nacer como una invención revolucionaria, debe nacer al calor del debate histórico, ético-político y teórico-crítico que permita una confrontación abierta contra el enemigo principal de la revolución: la política imperial norteamericana y sus aliados internos en Nuestra América, reconociendo simultáneamente los gravísimos errores, extravíos y desaciertos en la edificación del socialismo histórico en el siglo XX.
Es desde la historia específica y particular del proceso sociopolítico venezolano y nuestro-americano, y no importando o copiando modelos, que se pueden superar los falsos dogmatismos con relación al diseño organizativo del PSUV. Aprender de otras experiencias partidistas implica situarlas en su contexto histórico, en las coyunturas políticas en las cuales se activaron las exigencias por la constitución de mediaciones y articulaciones político-organizativas.
Los partidos políticos no son recetas ni modelos abstractos, son expresiones del movimiento real, son prefiguraciones de la sociedad que se pretende construir, son ensayos colectivos para canalizar y orientar a través de un proyecto estratégico, un programa-movimiento político. No hay estructuras partidistas eternas ni inmutables, muchos menos el mantenimiento de esquemas organizativos, sin un análisis de las tendencias situacionales, de la coyuntura y de la prospectiva estratégica. Cada estructura organizativa es producto de estrategias, de circunstancias específicas y contextos. No hay recetas, no hay dogmas, no hay atajos. El debate es insustituible.
Hemos planteado que he llamado “marxismo-leninismo” devino en una "ideología de Estado", y que el jefe de éste se convirtió en el máximo intérprete oficial de aquél. Este proceso tiene una historia, una genealogía, un lugar y una secuencia en el campo de fuerzas. Esto fue impúdicamente explicitado cuando, al publicar los Fundamentos de Leninismo (1924), Stalin adujo la obligación que tenían los discípulos -entre los cuales se auto-asignó un lugar descollante- de completar la obra teórica dejada inconclusa por Marx, Engels y Lenin. La tarea de completarla era tácitamente una invitación a cerrarla, a canonizarla, a convertirla en doctrina, a dogmatizarla.
A diferencia de Stalin, Marx planteó un programa de investigación-acción desde una crítica radical al modo de producción del saber/conocimiento dominante. Despojo del aura de indeterminación socio-histórica a las premisas del pensamiento liberal-burgués, desmontando su formalismo, sus abstracciones indeterminadas y su universalismo. Provocó entonces un acontecimiento, una apertura, un nuevo horizonte de interpretación tanto histórico, como ético-político, como teórico-crítico. Una revolución paradigmática, un pensamiento divergente, no una ciencia normal o una iteración interpretativa. La fidelidad a la tradición liberal-burguesa estalló en la pluma de Marx, eran las ideas dominantes las ideas de la clase dominante. Había que demoler el discurso dominante, la economía política dominante.
La problemática de Stalin era radicalmente distinta, requería de fuentes de legitimación, tenía que acreditar sus decisiones y su estrategia de poder, a través de operaciones ideológico-políticas. En consecuencia, invento una doctrina y aceleró las purgas internas. Desde entonces, el secretario general domino al buró político, el aparato liquidó al partido, el partido-aparato a la clase y al conjunto del pueblo. Luego, los partidos comunistas de todo el mundo fueron sometidos a la asfixiante tutela del partido-aparato soviético.
De allí que sea incontestable que la cuna del estalinismo-burocrático surgió como una tendencia dentro del Partido bolchevique después de la guerra civil en la Unión Soviética, y logró la hegemonía dentro del partido a través de una serie de amargas luchas internas. El estalinismo consigue la victoria, y el control absoluto, en 1928-29. Se presentó a si mismo como una “evolución del leninismo”, pero fue la burocratización del partido de Lenin; es decir, la legitimación de una jerarquía de funcionarios que no está sujeta al control popular por parte de su base. El marxismo-leninismo censuró y reprimió la diversidad de pensamientos liberadores, erigiéndose en la Verdad infalible.
Para tal fin, el estalinismo necesitó retener para sí el prestigio del leninismo, y ser visto como su sucesor. Para esto, ejecutó varias maniobras interconectadas. Transformó al marxismo-leninismo en un dogma fijo, el equivalente de una religión estatal. Esta meta de Stalin se hizo evidente en su "Juramento a Lenin", pronunciado poco después de la muerte de éste:
“Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó enaltecer y mantener la pureza del gran título de Miembro del Partido. Te juramos, Camarada Lenin, que cumpliremos honorablemente tu mandato... Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó resguardar la unidad del Partido como a la niña de nuestros ojos. Te juramos, Camarada Lenin, que también cumpliremos honorablemente este mandato tuyo... Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó que guardáramos y fortaleciésemos la dictadura del proletariado. Te juramos, Camarada Lenin, que con todas nuestras fuerzas también cumpliremos honorablemente este mandato tuyo…”
Otras ilustraciones ejemplares de esta dogmatización son los “Fundamentos del leninismo” de Stalin (1924), generando la codificación rígida y esquemática de principios leninistas y la multitud de textos "marxistas" y comentarios seudo-académicos. La función de este "marxismo" no era cambiar la realidad, sino disfrazarla. Se trata de una mentira colectiva en el pleno sentido de la palabra. Como consecuencia de la primera maniobra, hizo falta una segunda, la revisión del leninismo y del marxismo para que se ajustaran y justificaran la práctica estalinista.
La asfixia sobre los partidos de izquierda anticapitalista en el mundo implicó su sometimiento al Comitern. Para imponerles este rol, hubo que cambiar la naturaleza de los partidos, para que ya no existiese la democracia interna, ni diversidad de posiciones teórico-críticas, ni el control por parte de la mayoría de los militantes de los órganos de dirección. Hubo que burocratizarlos, dotándolos de una jerarquía de funcionarios cuya lealtad primordial era a la clase dirigente de la Unión Soviética, y no a sus propios militantes, ni a la clase obrera. A fines de la década de 1920, el Comintern y sus partidos ya estaban completamente controlados por funcionarios leales a Stalin.
El internacionalismo derivado de la obra de Marx fue reemplazado por una ideología: el “socialismo en un solo país”, basada en la lealtad a la Unión Soviética. La tendencia a actuar como guardias fronterizos predominó hasta la Segunda guerra mundial; la prueba es que en general los partidos del Comintern aceptaron la línea soviética (durante la alianza de Hitler y Stalin) de que la guerra era "imperialista". Cuando Alemania invadió a Rusia en 1941, la línea rusa cambió la guerra mundial se convirtió en una "guerra popular anti-fascista" que exigía la suspensión inmediata de toda lucha independiente por parte de los trabajadores, la subordinación de toda reivindicación obrera a la victoria de los Aliados, y la conversión de comunistas en “patriotas”. Estos virajes de 180 grados imponían la sumisión absoluta y la ausencia de cuestionamientos al Comintern.
En Nuestra América, el marxismo-leninismo satelizó el pensamiento revolucionario no dogmático tildándolo de desviacionista: populista, pequeño-burgués, indigenista, nacionalista, trostkysta, social-fascista. Y al satelizar los focos intelectuales críticos, se planteó una línea de control ideológico sobre la clase trabajadora y los movimientos populares. La táctica predilecta del estalinismo es la descalificación de los desviados ideológicos. El uso discrecional de la norma y la desviación es un síntoma evidente de normalización de la crítica (por definición, diferencialista), estableciendo la interpretación correcta y las interpretaciones erradas. Esta defensa de la autoridad interpretativa consolidó el rol de centinelas ideológicos. Nada de matices, diversidades ni de diferencias. Un universo homogéneo, un significado univoco, preciso y correcto. Un culto a lo homogéneo, a la lógica de la identidad, y su envés, el delirio paranoico y la vigilancia totalitaria. Exacerbación de fantasías de ataque-defensa. Una policía del pensamiento directamente funcional al Socialismo Orwelliano.
Tanto en “Los fundamentos del Leninismo” (1924), como en la “Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS” (1953), Stalin plantea que la obra de Lenin debía ser completada por sus discípulos, y nadie mejor pertrechado que el propio Stalin para acometer semejante tarea. La canonización del leninismo como una doctrina oficial del movimiento comunista internacional acarreó gravísimas consecuencias en el plano de la teoría tanto como en el de la práctica. Por una parte, porque esterilizó los brotes de una genuina reflexión marxista en distintas latitudes y precipitó la conformación de un marxismo vuelto enteramente hacia la problemática filosófica, que renunció a los análisis históricos, económicos y políticos, convirtiéndose en un saber controlado por los funcionarios de aparato, alejado irremediablemente de las urgencias y las necesidades de los movimientos populares.
Con Stalin, adicionalmente, se censuró/desfiguró la obra abierta de Marx, se impidió e acceso a la contribución de Antonio Gramsci, a la obra de Rosa Luxemburgo o de Karl Korsch, quienes sufrieron los peores epítetos. En Nuestra América, la recreación original del marxismo crítico surgida de la pluma de José Carlos Mariátegui fue silenciada y etiquetada de populismo indigenista, sobre todo si Mariátegui afirmaba que “entre nosotros el marxismo no puede ser calco y copia”. También podemos comprender a través del estalinismo, la absurda condena de la obra, excelsamente refinada, de Gyorg Lúkacs en Hungría (quién vivió en carne propia y en su propia posición subjetiva las presiones psicológicas del estalinismo). Es difícil calcular el daño que se hizo con tamaña tergiversación. ¿Cuántos errores prácticos fueron cometidos por vigorosos movimientos populares ofuscados por las recetas del “marxismo-leninismo”?.
El “marxismo-leninismo” es un producto anti-marxista y anti-leninista por naturaleza. En ningún caso, ni Marx ni Lenin se plantearon principios doctrinarios, filosóficos o axiológicos de validez universal en todo tiempo y lugar. Aquellos que apelan a las «leyes de la Historia», bajo la garantía del Partido, movilizan certezas-consuelos para tontos. No hay leyes de la historia, solo tendencias dependientes y modificadas por la acción colectiva. Si no comprendemos esto, nunca comprenderemos la historia del siglo XX: la historia de la pulverización del poder soviético y la doble crisis de fundamentos y de legitimación del marxismo realmente existente.
Ni marxismo-leninismo ni aparato-partido único. Esto es simple estalinismo. El complejo proceso de creación del Partido Socialista pasa por sortear estas tentaciones o caminos fáciles de copiar, por ejemplo, la experiencia cubana. En Cuba no existieron ni el PPT, ni Podemos ni el MVR, aunque si existió un aparato-partido similar al PCV, que condenó inicialmente las acciones aventureras y pequeño-burguesa del M-26 de Julio.
La construcción de un Partido Único en Cuba tuvo mucho que ver con la situación geopolítica configurada desde las políticas de gran potencia, bloques de poder y zonas de influencia. La resolución de la crisis de los misiles puso en evidencia la escasa autonomía de Cuba en semejante impasse. Cuba se convirtió en una pieza del ajedrez del PCUS y el Che mostró su inconformidad ante tal situación.
No se pueden desconocer estas determinaciones sin caer en graves implicaciones y simplificaciones políticas. La impostergable unidad de los revolucionarios en Venezuela pasa por una superación de los dogmatismos en el plano programático, organizativo e ideológico. En consecuencia, ni calco ni copias.
Hay un horizonte socialista pluralista, que define un debate estratégico para implementar diseños de transición anticapitalistas compartidos. La revolución bolivariana ha definido el camino de la transición al Nuevo Socialismo. Por tanto, son los aportes diversos alrededor del nuevo socialismo del siglo XXI los que decantarán un programa compartido de acción política. La crisis de todos los pensamientos únicos es un dato brutal de la realidad histórica. No hay recetas ni formulas teóricas trasplantadas desde las garantías psicológicas de las mentalidades de aparato. Hay un inmenso campo de apertura, creación y experimentación para el pensamiento crítico y los saberes contra-hegemónicos. Son los programas de investigación-acción configurados desde diversos pensamientos liberadores lo que generarán las bases teóricas para concebir y poner en práctica la estrategia revolucionaria adecuada para enfrentarse al dominio imperialista”.
Más que imponer una doctrina única o un marxismo-leninismo inventado por Stalin, hay que valorar los aportes del pensamiento originario de Nuestra América, que ha sabido recrear los aportes de las corrientes de pensamientos socialistas sin imitaciones ni recetas. Es desde nuestro pensamiento socialista, desde una apropiación creativa y crítica de las fuentes teóricas de la tradición socialista mundial, y específicamente de los países del llamado “tercer mundo”, desde donde es posible fundar una base teórica, crítica y diversa, adecuada a las experiencias y procesos específicos de nuestros pueblos. Otra vía sería desconocer que la emancipación del pueblo será obra del mismo pueblo. Nada más y nada menos que la conjunción del poder popular y los saberes contra-hegemónicos.