sábado, 31 de marzo de 2007

Bibliografía básica sobre el nuevo socialismo

Elaborada por Javier Biardeau R.

Amin, Samir (2004). Mas allá del capitalismo senil. Buenos Aires: Paidós.

Bahro, Rudolf (1977). La alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente.Madrid: Alianza Editorial.

Buzgalin, Alexander V. (2000) El Futuro del Socialismo. Disponible en http://www.rebelion.org/libros/elfuturodelsocialismo.pdf

Cerroni, Humberto (1979). Problemas de la transición al Socialismo.Barcelona: Crítica.

Cockshott, Paul W. y Cottrell, Allin. (1993). Hacia un NUEVO SOCIALISMO. Disponible en : http://www.puk.de/download/New_Socialism.pdf

Coraggio, Jose Luis y Deere, Carmen Diana. (1985). La transición difícil. La autodeterminación de los pequeños países periféricos. México: Siglo XXI

Dieterich, Heinz (S/F). El Socialismo Del Siglo XXI. Disponible en: http://www.puk.de/download/elsocialismo.pdf

Dieterich, Heinz (2003) Tres Criterios Para Definir Una Economía Socialista. Utopía y Praxis Latinoamericana. Año 8, No. 20 (2003), pp. 117-132. Disponible en:http://www.serbi.luz.edu.ve/pdf/upl/v8n20/art_08.pdf

Dussel, Enrique (2006). Veinte Tesis de política. México: Siglo XXI.

Harnecker, Marta. (1999). HAciendo posible lo imposible: La izquierda en el umbral del siglo XXI. Disponible en: http://168.96.200.17/ar/libros/martah/posAlineación a la izquierdaible.rtf

Harnecker, Marta. (2004). Venezuela: Una revolución sui generis.Ponencia para el Seminario de LAC (Foro Social MUNDIAL III) Disponible en: http://168.96.200.17/ar/libros/martah/suigen.doc

Lebowitz, Michael. (2006, a). A Reinventar El Socialismo. Disponible en: http://www.gritodosexcluidos.com.br/documentos/15_reinventar_el_socialismo.pdf

Lebowitz, Michael (2006, b). El Socialismo del siglo XXI: ¿Qué es el Socialismo?. Congreso Bolivariano de los Pueblos. Disponible en:http://www.ts.ucr.ac.cr/binarios/reconcep/reconc-00105.zip

Meszaros, István (1995). Beyond Capital: Towards a Theory of Transition. Nueva York: Monthly Review Press. En español (2001). Más allá del Capital: hacia una teoría de la transición. VAlencia: Vadell-Hermanos.

Meszaros, István (2005). Socialismo o Barbarie. La alternativa al orden social del capital.México: Pasado y Presente.

Miliband, Ralph (1997). Socialismo para una época de escépticos. México: siglo XXI.

Moulian, Tomas (2000) Socialismo del siglo XXI. La Quinta Vía. Santiago:LOM

Rauber, Isabel (2006). Poder y Socialismo en el siglo XXI. Caracas:Luis A. Retta Libros

Schaff, Adam (1983). El Comunismo en la encrucijada. Barcelona: Crítica Grijalbo

Wallerstein, Inmanuel (1998). Utopística. Opciones históricas del siglo XXI. México: Siglo XXI.

Wallerstein, Inmanuel (2005). Análisis de sistema-mundo. Una introducción. México: Siglo XXI.

martes, 27 de marzo de 2007

Lo que el socialismo quiere decir

Rigoberto Lanz

A raíz del nuevo mapa político que se dibuja con los resultados electorales de diciembre se perfilan condiciones favorables para que los contenidos de una agenda de transformación puedan densificarse, es decir, ganar terreno en su definición sustantiva y traducirse progresivamente en experiencias tangibles. El voluntarismo de los decretos sirve tal vez como palanca de visibilidad de los asuntos álgidos de la revolución pero resulta enteramente supérfluo como cristalización verdadera de cambios de fondo. Ello quiere decir que la voluntad política para impulsar transformaciones efectivas tiene que estar acompañada de concepciones estratégicas bien definidas, de visiones emancipatorias que ajusten cuentas con los anacronismos ideológicos del marxismo soviético y del socialismo burocrático.

El clima creado con la asunción del nuevo período gubernamental apunta en la dirección de provocar cambios verdaderos en los núcleos duros del Estado. No sólo por el implícito reconocimiento de que en lo fundamental el Estado heredado permanece intacto, sino por la brutal realidad del agravamiento de fenómenos perversos como el burocratismo y la corrupción. ¿Cómo plantearse en serio la demolición del viejo Estado si no se ha podido definir una política efectiva contra la corrupción y el burocratismo? Ningún anuncio grandilocuente sobre los grandes asuntos de la revolución será creíble mientras permanezcan en la impunidad las lacras de la corrupción y el burocratismo. Sabemos de antemano que no se está luchando sólo con pequeñas desviaciones o malas prácticas administrativas sino contra una aceitada cultura que viene de muy lejos. La inutilidad de lo dicho y hecho hasta ahora en esta materia habla a las claras de la complejidad y envergadura de estas enfermedades.

El desmontaje del entramado institucional del viejo Estado es una tarea que en sí misma puede consumir buena parte de la energía disponible en este período que se inicia. Allí no hay que escatimar ningún esfuerzo ni empeñarse en una sola vía: la creación de consensos, el aprovechamiento de todo tipo de oportunidades, la puesta en escena de experimentos puntuales, el diseño de estrategias de distintos alcance. Tratándose de una lucha en contra de toda una cultura organizacional que lleva siglos reproduciéndose, existiendo poderosos intereses objetivos que nuclean a grandes contingentes de funcionarios y habiendo tan poca claridad en los sectores dirigentes de cómo encarar estas batallas, es comprensible que la incertidumbre y la poca credibilidad estén a la mano en los distintos ambientes donde está desarrollándose este debate.

De cualquier manera, el eje estructurador de las nuevas correlaciones de fuerza que este mapa está dibujando se define en el doble movimiento de la lucha contra las formas estatales tradicionales y la emergencia del poder popular en una dinámica de posicionamiento creciente. Esta “dualidad de poderes” ha de marcar los rumbos de las políticas públicas más emblemáticas hechas desde el gobierno y también el carácter de las luchas de los nuevos actores sociales disputando palmo a palmo su autonomía, su capacidad de decisión, sus reglas de auto-gestión política respecto a los pequeños y grandes espacios de la sociedad.

En este trayecto se pondrá a prueba un rasgo definitorio de una cultura democrática de nuevo tipo: la expansión de la crítica y la profundización de los espacios de discusión. No se trata de elementos de estilo ni de notas adjetivas a la vida democrática de la sociedad. Al contrario, se juega en estos rasgos una condición de fondo que roza muy de cerca la experiencia más íntima de la libertad, del despliegue del pluralismo y el cultivo de la diferencia que son consustanciales a la complejidad de la vida, a la fecundidad de toda experiencia libertaria. No se trata de formalismos jurídicos ni de exhortaciones morales. Cuando insistimos en precisar el talante de la crítica en la praxis de los actores políticos y de la cualificación creciente de los espacios de debate, es porque estamos en presencia de vectores definitorios de la calidad de los procesos revolucionarios. La lucha en este terreno abre distintos frentes donde se conjugan las tendencias burocráticas de los aparatos del Estado, las tendencias pragmáticas de grupos de intereses que no creen en el debate ni mucho menos en la función creadora de la crítica, la propensión hegemónica de grupos amparados en cuotas de poder. Este cuadro evidencia de suyo las dificultades para que las discusiones prosperen espontáneamente y para que la crítica se constituya en una palanca constructiva de una nueva conciencia revolucionaria.

Las palabras no son neutras. Pero las palabras tampoco significan una sola cosa, ni expresan unívocamente un solo sentido. “Socialismo” no es la excepción. Este término puede significar casi lo que nos de la gana (desde una remembranza nazi, pasando por distintas formas de “socialismo utópico”, hasta cualquier alusión a los toques posmodernos o las variantes nórdicas de organización de la sociedad) Ello obliga a ponerle apellidos a la palabra “socialismo” y a tener que explicar en cada caso cuáles son los contenidos que usted está defendiendo con el uso de esta terminología.

En Venezuela el debate no puede evitar hacerse cargo del recorrido de este concepto. Tampoco puede evitar el ajuste de cuentas con la experiencia histórica donde el “socialismo” burocrático puso la torta completamente. Ese es el punto de partida para cualquier debate serio sobre este asunto.

Nosotros intentamos marcar un cierto rumbo en esta discusión: --apuntalando el lugar teórico desde donde hablamos, es decir, sabiendo que las teorías políticas tradicionales no sirven para pensar esta revolución; --poniendo el énfasis en el desmantelamiento del Estado burgués (sin lo cual no hay ninguna revolución que valga la pena); --fijando la mirada en el carácter cultural de las transformaciones verdaderas; --acentuando con fuerza el papel de la crítica, de la discusión abierta, de la formación intelectual; -- recuperando con fuerza el protagonismo del poder popular frente a las intermediaciones institucionales; en fin, apostando duro por el impulso de prácticas subversivas que propaguen el efecto emancipatorio de las rupturas, de los conflictos, de las contradicciones. Póngale usted el nombre, nosotros nos quedamos con esos contenidos.

Todo lo anterior avizora una perspectiva cargada de posibilidades, un cuadro político muy favorable para profundizar las luchas en un sentido progresivo. Pero no hay que confundir las posibilidades con fatalidades. Nada de ello está garantizado automáticamente. Este clima favorable puede revertirse en calamidad si la conducción no atina y si las tendencias regresivas –que existen, es bueno recordarlo—terminan saliéndose con la suya. Por ello es bueno asumir las coyunturas como apuesta: voluntad volcada sobre procesos nacientes, conciencia lúcida sobre las asechanzas y desafíos. Por allí van los tiros.

lunes, 26 de marzo de 2007


Para leer a Engels (No te acongojes, pana)

Jesús Puerta

La década de los setenta (o debiera decir “desde 1968”) presenció un gran refinamiento de la discusión en el seno del marxismo. La crisis del stalinismo (que venía desde las denuncias parciales, disimuladas, hipócritas, de Kruschev, en 1956) permitió al fin que el marxismo dialogara con otras tradiciones de pensamiento, se produjeran “cortes epistemológicos”, cambios de problemática, etc. La agresiva crítica china a la URSS sacudió a toda la intelectualidad marxista en el mundo. Aquella discusión muy bien puede asumirse hoy como antecedente directo del planteamiento postmoderno, con la advertencia propia de alguien que ha leído a Borges: Kafka produce sus antecesores, los eventos históricos crean sus precedentes y no éstos a aquéllos. Es decir, gracias a la discusión modernidad/ postmodernidad podemos ver con otros ojos la discusión marxista de los setenta, a saber: como preámbulo del ambiente postmoderno.


Es de entonces que teóricos como Lefebvre, por poner un ejemplo, sometieron a una crítica demoledora las tres leyes de la dialéctica materialista, se rescató de la etiqueta nazi a Nietzsche (y hasta a Heidegger) o se retomaron los asertos del primer Lukacs (acerca de que la ortodoxia no era otra cosa que la unidad de la teoría con la práctica, el punto de vista de la totalidad, el análisis de la reificación, etc.). Se leyeron con atención los textos juveniles de Marx, para reflexionar sobre la alienación (que se convirtió en centro de las reflexiones antimanualescas de un Ludovico Silva). E incluso Althusser llegó con su bachelardiano “corte epistemológico” a replantear la epistemología del marxismo. Se discutieron los “fundamentos” (recuerdo un libro muy bueno de Federico Riu sobre Sastre, Althusser y Lukacs). Rigoberto Lanz planteó que el marxismo no era una ciencia, sino una matriz epistemológica dialéctica y un humanismo militante.


Desde entonces, no se pudo volver a leer los clásicos como antes. La ortodoxia soviética se fue a la mierda. Algunos temblando, con vértigo, aceptaron al fin que el marxismo era parcial, que le hacía falta conectarse con el psicoanálisis (como si ya la Teoría Crítica de Frankfurt y Reich no lo hubieran advertido hacía tiempo). Se ensayaron alianzas de los maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche, Freud).

Todo esto es cuento sabido.

Por algunos.

Hay toda una nueva generación que ahora es que se está poniendo en contacto con los clásicos del marxismo, y descubren arrobados el marxismo-leninismo, el materialismo dialéctico e histórico y hasta la economía política (como si Marx hubiera hecho economía política, y no una crítica a la economía política).


Se acercan a estos textos con la ilusión y la emoción de al fin conocer las verdades que guiarán a buen término el proceso revolucionario. Mucha ingenuidad, muchas buenas intenciones, combinadas con mucha flojera de aquellos que ahora desempolvan un librito por ahí para dar alguna charla de “formación de cuadros”.


Por eso es bueno recordar las adquisiciones de las discusiones de la izquierda de los setenta, pero sobre todo, elaborar, poner “en claro”, unas orientaciones para la lectura, unos criterios heurísticos e interpretativos.

La cuestión de los contextos

Primero lo primero: todos esos textos se escribieron en circunstancias muy precisas, en respuesta a urgencias muy determinadas, para hacer algo específico: contestar, aclarar, distinguir, ordenar, deslindar, etc. Por eso, nunca está demás detenerse un momento en la coyuntura política o, más en general, histórica, ante la cual el autor se sintió motivado a escribir eso que escribió. Saber cuáles son sus referentes. Marx y Engels, por ejemplo, como alemanes, tenían una bronca con los socialistas lassalleanos, contra los cuales disputaban la dirección política e intelectual de la izquierda proletaria alemana. Igualmente, disputaban con Proudhom y Bakunin la dirección política de la Primera Internacional. Los seguidores del primero, por ejemplo, tuvieron una participación fundamental en la dirección de la primera experiencia de revolución proletaria en el mundo, es decir, la Comuna de París. Es bueno saber, entonces, tener prestar atención (en, por ejemplo, “Crítica del Programa de Gotha” o “Del socialismo utópico al socialismo científico”) cuál era el problema específico que se discute, cuáles eran los puntos principales del debate. Situarlo, pues, históricamente.


Ahora bien, esto es sólo el primer paso. El siguiente es tratar de que ese texto nos diga algo a nosotros. No nos interesa tanto reproducir la historia específica del libro, como el posible mensaje que a nosotros, en nuestra actualidad, nos pueda dar. Y para captar ese mensaje, hay que interpretar. ¿Cómo es eso? Habría que establecer analogías, parecidos y diferencias, entre las circunstancias a las cuales respondió el libro, y nuestras circunstancias actuales.


Sólo después, es que podremos comprender el texto y quizás apropiárnoslo y aplicarlo.

Estos dos últimos pasos son diferentes.

Pongamos por caso el texto de Engels “Del socialismo utópico al socialismo científico”. O incluso “Dialéctica de la Naturaleza”.

La discusión acerca del carácter científico o utópico del socialismo, tiene que ver, para Marx y Engels (para los dos, a juzgar por el Manifiesto), con una diferencia política y programática con los anarquistas y los lassalleanos. Por supuesto, situándonos en la época (último tercio del siglo XIX), no cabe duda del prestigio que la ciencia positiva (que no necesariamente positivista) adquiría frente a concepciones del mundo religiosas y vagamente “filosóficas”. En esto cabe advertir una coincidencia “táctica” con Comte, quien también se deslindaba en la segunda mitad del siglo XIX, del pensamiento teológico y supersticioso. Volveremos sobre esto.


Marx y Engels desarrollaron sus polémicas también contra la filosofía idealista alemana (en su máxima expresión: Hegel y su “izquierda”) y con la economía política inglesa. O sea, que la distinción respecto de los utópicos es paralela a la que realizaron frente al hegelianismo (y a Feuerbach) y a los economistas burgueses. Visto así, el pensamiento marxista se desarrolla distinguiéndose. Esa distinción tenía un sentido político.

¿Tiene esa particular distinción, hoy en día, esa misma importancia política? No. No sólo, ni principalmente por la escasa importancia que tienen hoy concepciones análogas a las hegelianas (aunque las de Fukuyama, por ejemplo, son hegelianas). Sino principalmente porque existen planteamientos filosóficos, especialmente desde la Filosofía y la Teología de la Liberación, que tienden a establecer una alianza y una identidad política con posiciones de izquierda. Lo mismo puede decirse de las posturas utópicas o utopistas: ellas hoy pueden alimentar resistencias políticas y filosóficas frente al enemigo principal.

Esto nos lleva a la importancia de caracterizar una posición socialista como científica, hoy en día.


A diferencia de la segunda mitad del siglo XIX, la ciencia positiva ya no combate con nociones teológicas o filosóficas metafísicas, porque la ciencia y la tecnología no lo necesita; ellas son más bien los discursos más prestigiosos, predominantes, hegemónicos. Hasta se les usa como justificativos ideológicos de políticas concretas. Pero hay más: por toda la discusión epistemológica del siglo XX (la deriva pragmática de la filosofía analítica anglosajona, la crítica frankfurtiana a la racionalidad instrumental, la demolición del criterio inductivo para la “verificación” de las teorías, la constatación kuhniana de que no hay criterio racional ni objetivo para decidir entre propuestas paradigmáticas rivales, la solución utilitaria de Feyerabend, la complejidad que nos habla del necesario inacabamiento de todo conocimiento, el caos y el desorden que se apodera de todo, etc.) ya se sabe que la ciencia ya no puede reivindicar el prestigio de la verdad. Por tanto, no es conocimiento por excelencia. Por tanto, llamar científico al socialismo no le agrega nada; más bien lo “raya”.

¿Entonces hay que botar las obritas de Engels en la basura? Para nada.

Es más, me atrevería a sugerir otra lectura o interpretación de la “Dialéctica de la Naturaleza” de Engels. Allí el amigo de Marx se refiere al papel de la filosofía como fuente de imágenes y conceptos para la ciencia. Critica que hasta ahora, las nociones que ha aportado aquélla a ésta son “metafísicos”, “fijos”, “estáticos”. Y sugiere retomar los conceptos dialécticos como metáforas de un devenir, de un movimiento, de una proliferación del ser que va construyendo una totalidad, donde todo está interconectado, fluyendo; donde las categorías aparentemente excluyentes, se unen en su oposición, entran en relaciones recursivas, autorreflexivas. Claro: el marxismo soviético interpretó esto como si todas las leyes de la ciencia pueden resumirse a las tres leyes de la dialéctica. Pero releamos un poco. Engels con lo que polemiza es con pensar los conceptos de manera fija y estática, de manera excluyente, simplificada, aisladamente ¿No se parece esto a la “complejidad”?

¿No es el pensamiento complejo uno que se apoya en los avances de la ciencia? Algo de esto también pretende Engels: rechazar la simple especulación, en beneficio del resumen crítico de los logros científicos, arpa desde ahí redescubrir las categorías fluyentes, móviles, contradictorias, interconectadas, de la dialéctica (Morin lo llama dialógico, recursividad, hologramática). Aquí hay una oposición (no excluyente) entre especulación filosófica y alcance científico.

Volvamos ahora a la oposición utopía/ciencia. Si la postura científica de Engels fuese meramente positiva, ¿por qué entonces defiende la lucha proletaria? ¿Por qué las leyes de la historia le darán la victoria final, ineluctablemente, al proletariado? Los que han indagado (en los setenta) en el pensamiento marxista han detectado que las razones no están allí, en una ciencia de la evolución histórica (análoga simplemente a Darwin) sino en una antropología filosófica, que coloca al proletariado como la concreción histórica de la negación del Humano genérico. Al negar su negación, se afirma la Humanidad. Esa es la razón de la toma de partido política; la razón del socialismo.

El marxismo fue la negación concreta de unos utopismos precisos. Hoy no tiene por qué serlo. Es científico en tanto es capaz de asimilar y apropiarse de los logros de la ciencia y la tecnología, en función de la negación de la negación del Hombre.

Esto puede ser un ensayo de interpretación y apropiación, que conserva, y a la vez supere, la tradición socialista, los clásicos.

Por supuesto, la interpretación principal, al final, lo hará la praxis masiva del pueblo.

miércoles, 14 de marzo de 2007


El marxismo-leninismo como falacia revolucionaria. Parte I

Javier Biardeau

La Verdad de la Salvación inscrita en las escrituras científicas se llamará en adelante marxismo-leninismo. Es la doctrina estaliniana, poco marxista y poco leninista, la que se apropia exclusivamente de Marx, Lenin, la Revolución, el Socialismo, y hace de Moscú no ya únicamente la ciudadela, sino la Meca de la Humanidad revolucionaria. Esta formidable transformación mítico-religiosa se operó durante el primer estalinismo, particularmente en los años 1924-1930.”

(Edgar Morin: ¿Qué es el totalitarismo? De la naturaleza de la URSS)


En una coyuntura política como la que vive el país, en la cuál resurgen lo síntomas del desconcierto teórico-crítico y la ausencia de memoria histórica en el campo de la izquierda revolucionaria, hay que apuntar directamente al blanco del problema: cualquier llamado a la vigencia del “marxismo-leninismo para nutrir el debate del Socialismo del siglo XXI es una falacia seudo-revolucionaria, que conduce directamente a las experiencias despóticas del colectivismo oligárquico, también llamado Socialismo Burocrático.

Para afirmar con consistencia lo anterior se requieren definiciones precisas: el “marxismo-leninismo” es el marxismo soviético posterior a la muerte de Lenin (1924), aunque los elementos autoritarios están explícitamente presentes con anterioridad en la coyuntura política donde se decreta la prohibición del pluralismo de tendencias en el seno del partido bolchevique (1921), hasta llegar a la liquidación física de la dirección bolchevique que participó, en medio de polémicas y diferencias, en el transito revolucionario de 1917 a 1924, por parte del secretario general del Partido (desde 1922); Iósif Stalin y de sus subalternos.

Desde su aparición, el marxismo-leninismo es la cobertura y el cemento ideológico, el “complemento solemne de justificación” del “Socialismo Burocrático”. Ciertamente, la monstruosa historia del marxismo-leninismo muestra lo que no puede ni debe ser un movimiento de emancipación socialista. Esta historia no permite concluir en absoluto que el capitalismo global y la oligarquía neoliberal en los que vivimos encarnen el secreto por fin resuelto de la historia humana, como pretende Fukuyama y sus seguidores ideológicos. Todo lo contrario, somos nosotros a través de las practicas históricas quienes hacemos nuestras leyes e instituciones, quienes garantizamos nuestra autonomía personal y colectiva.

Sin embargo, no podemos olvidar que no hay libertad política sin igualdad y justicia social, y que a la vez la riqueza humana depende enteramente del reconocimiento de la diversidad social, y que todo esto es imposible cuando existen y se acentúan enormes desigualdades de poder económico, traducido directamente en poder político.

Utilizaré la acepción precisa de “falacia” que aparece en el DRAE: “engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien.” ¿Cuál es el daño? La historia conocida evidencia la liquidación de por lo menos 40 millones de seres humanos bajo el yugo de Stalin, del GULAG y la Nomenklatura. Pero además de violentar abiertamente el derecho a la vida, el estalinismo se caracterizó por censurar y reprimir violentamente la reflexión crítica, la libertad de pensamiento y la praxis revolucionaria en el terreno de la construcción del socialismo a escala humana.

En nombre de un “Estado Socialista” se liquidaron los derechos de la propia clase trabajadora, y el pueblo fue una entelequia manipulada por el aparato para reproducir su lógica de dominio. ¿Cual es el fraude? Hacerle propaganda a la codificación estalinista del marxismo y del leninismo (que no es equivalente al marxismo, por cierto), como si fuese el “verdadero marxismo” y el “verdadero leninismo”. ¿Cuál es la mentira? Suponer que la renovación de los planteamientos de Marx y de Lenin, dependían de Stalin y exclusivamente de Stalin. ¿Cual es el engaño? Mantener un sistema de creencias cuya validez se soporta en la apelación infalible a la autoridad del partido-aparato, cultivando la sumisión y la dependencia hacia un canon infalible de interpretación histórica.

Significa todo esto, que el Socialismo del siglo XXI debe hacer explícito su cuestionamiento radical al imaginario estalinista-burocrático. Esta ruptura con ésta tradición particular del Socialismo Histórico es indispensable para crear las condiciones de un socialismo democrático-revolucionario. Allí donde el marxismo-leninismo se ha instalado en el poder, la respuesta puede parecer sencilla: la sed de poder y el interés para unos, el terror para todos.

En este orden de ideas generales, es indispensable deslindar posiciones con un sector de la izquierda venezolana que apoyando la revolución bolivariana, al parecer de manera táctica y en función de un programa marxista-leninista, no ha experimentado el "deshielo ideológico" que años después de la muerte de Stalin permitió desmontar mitos, creencias, mentiras colectivas y falacias que vulgarizaron al pensamiento de Marx y el legado revolucionario de su obra teórica.

Aunque desde este sector se invoque el XX Congreso del PCUS en 1956 y su crítica al culto de la personalidad, la falacia del marxismo-leninismo al parecer quedó incólume en ciertos espíritus. La pulverización de la nebulosa del «marxismo-leninismo» implica el desmontaje de una subjetividad despótica y dogmática. Es en el marxismo-leninismo donde puede apreciarse la capacidad de los seres humanos de engañarse a sí mismos, de convertir en su contrario las ideas más liberadoras, de hacer de ellas instrumentos de una mistificación ilimitada. Aun hoy, la solidaridad profunda entre la construcción de estructuras burocrático-estadales y el marxismo-leninismo no ha sido suficientemente cuestionada. Y sin el desmontaje de esta falacia, poco se puede esperar para la articulación de un proyecto socialista, democrático y revolucionario.

Finalmente, es absurdo imputar al marxismo -y aún más al propio Marx-haber engendrado el totalitarismo, como se ha hecho cómoda y demagógicamente en los últimos sesenta años. Del marxismo se prolonga la socialdemocracia revolucionaria, entre cuyas voceras está Rosa Luxemburgo, política liquidada por la dirección reformista alemana, que apoyada en las teorías de Bernstein (1905) y en el nacionalismo más ramplón liquidaron la posibilidad de una transformación revolucionaria en el propio centro geográfico del continente europeo.

Por tanto, se equivoca también la Conferencia Episcopal Venezolana cuando en sus documentos hace equivalentes los planteamientos de la obra abierta de Marx y con el marxismo-leninismo de inspiración estalinista. La operación Marx = Stalin es una vieja táctica de los sectores reaccionarios y despóticos.

Marx es heredero directo del movimiento emancipatorio y democrático -de ahí su fascinación, hasta el final de su vida, por la Revolución Francesa e incluso, en su juventud, por la pólis y el dêmos griegos. Por esta razón, es un paradójico error el que cometen los aparentes opositores irreconciliables: la burocracia eclesiástica y el partido-aparato, la jerarquía católica y la minoría selecta del partido-aparato marxista-leninista.

Mientras existe una radical diferencia entre lo planteado por Marx y la vulgarización de su obra abierta por los marxistas leninistas; el partido-iglesia y la jerarquía católica llegan a acuerdos interpretativos presos de la más absurda simplificación. La monstruosa historia del marxismo-leninismo muestra lo que no puede ni debe ser un movimiento de emancipación socialista. Marx tiene aún mucho que decirle al debate sobre el Socialismo del siglo XXI, que no puede dejar de ser democrático y revolucionario, mientras el marxismo-leninismo solo puede mostrarnos lo que es indispensable evitar: los dictados despóticos de Stalin, la terrible tragedia del colectivismo oligárquico, del GULAG y la Nomenclatura.

¿Depende?

El "Marxismo-Leninismo" como falacia revolucionaria. Parte II

Javier Biardeau R.

En la primera parte de estas entregas sobre la problemática del Socialismo del siglo XXI y el necesario deslinde con el llamado marxismo-leninismo habíamos afirmado que la vigencia del “marxismo-leninismo para nutrir el debate del Socialismo del siglo XXI es una falacia seudo-revolucionaria, que conduce directamente a las experiencias despóticas del colectivismo oligárquico, también llamado Socialismo Burocrático. Habíamos definido el “marxismo-leninismo” como el marxismo soviético posterior a la muerte de Lenin (1924), rastreando la prefiguración del despotismo del partido-aparato desde la coyuntura política donde se decreta la prohibición del pluralismo de tendencias en el seno del partido bolchevique (1921), hasta llegar a la liquidación física de la dirección bolchevique que participó, en medio de polémicas y diferencias, en el transito revolucionario de 1917 a 1924, por parte del secretario general del Partido (desde 1922); Iósif Stalin y de sus subalternos.

La conclusión del análisis es clara: la monstruosa historia del marxismo-leninismo muestra lo que no puede ni debe ser un movimiento de emancipación socialista. También queda claro que esta historia no permite concluir en absoluto que el capitalismo global y la oligarquía neoliberal en los que vivimos encarnen el secreto por fin resuelto de la historia humana, como pretende Fukuyama y sus seguidores ideológicos. Ahora bien, ¿Qué hacer? ¿Cuál es la propuesta? Los mapas que permiten las nuevas orientaciones para el Socialismo del siglo XXI implican una interpretación del mismo como una Revolución Democrática Permanente, tomando en serio las virtualidades del poder constituyente, e impidiendo que ningún órgano constituido, llámese como se llame, sustituya o suplante a través de estructuras verticales de mando, dirección y decisión la potencia del proceso socio-histórico instituyente.

Somos nosotros a través de las prácticas históricas quienes hacemos nuestras leyes e instituciones, quienes garantizamos nuestra autonomía personal y colectiva, quienes construimos a través de la acción colectiva la sociabilidad cotidiana y modificamos los patrones estructurales de las sociedades. En consecuencia, no podemos ni debemos olvidar que no hay libertad política sin igualdad y justicia social, que a la riqueza humana depende enteramente del reconocimiento de la diversidad social, y que todo esto es imposible cuando existen y se acentúan enormes desigualdades de poder económico, traducido directamente en poder político.

Por tanto, es absurdo imputar al marxismo -y aún más al propio Marx- haber engendrado el totalitarismo, como se ha hecho cómoda y demagógicamente en los últimos sesenta años. Del marxismo se prolonga la socialdemocracia revolucionaria, entre cuyas voceras está Rosa Luxemburgo, política liquidada por la dirección reformista alemana, que apoyada en las teorías de Bernstein (1905) y en el nacionalismo más ramplón, frustraron la posibilidad de una transformación revolucionaria en el propio centro geográfico del continente europeo.

He dicho que la Conferencia Episcopal Venezolana y los defensores del marxismo-leninismo comparten los mismos prejuicios, cuando en sus documentos hace equivalentes los planteamientos de la obra abierta de Marx y con el marxismo-leninismo de inspiración estalinista. La operación Marx = Stalin es una vieja táctica de los sectores reaccionarios y despóticos.

Este paradójico error lo cometen los aparentes opositores irreconciliables: la burocracia eclesiástica y el partido-aparato, la jerarquía católica y la minoría selecta del partido-aparato marxista-leninista. En esta operación se fragua una desfiguración de la obra abierta de Marx, quién ni siquiera pudo culminar las redacciones de lo que conocemos como los tomos II y III de su trabajo “El Capital”. Adicionalmente, pocos están informados del desconocimiento de la dirección bolchevique de trabajos como los Manuscritos Económico-Filosóficos, de la Ideología Alemana, de los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), entre otros. Con esto queremos decir, que ninguno de los miembros de la dirección bolchevique, llámese Lenin, Trotsky, Bujarin y mucho menos Stalin, fueron conocedores de los aportes más revolucionarios de la obra abierta de Marx. De allí, se desprende toda una polémica sobre Marx y los marxismos, que hace del Socialismo teórico una constelación diversa y hasta heterogénea, y no una doctrina monolítica y homogénea.

¿Cuál es la implicación ético-política de esta situación? Que el socialismo del siglo XXI se construirá desde diversas referencias teóricas liberadoras y no exclusivamente desde un canon infalible de interpretación. Que no habrá praxis revolucionaria sin teoría(s) revolucionarias. Que se acabó el pensamiento único de izquierda. Que es hora de asumir el valor del pluralismo, de la diversidad, de la diferencia como elementos indispensables de la democracia socialista.

Las semillas de las ideas más importantes de Marx sobre la transformación de la sociedad -especialmente la idea de autogobierno de los productores- se hallan tanto en los escritos de los socialistas utópicos, como en los diarios y en la autoorganización de los obreros ingleses de 1810 a 1840, en las experiencias de los levellers muy anteriores a los primeros escritos de Marx. El incipiente movimiento obrero aparece así como la consecuencia lógica de un movimiento democrático que se ha quedado a medio camino. No se pueden separar la democracia y el socialismo sin graves implicaciones ético-políticas. Y esto lo afirmamos por lo siguiente.

Otro proyecto, otro imaginario social-histórico invade la escena del mundo imponiéndose con extraordinaria eficacia desde el siglo XVIII: lo imaginario capitalista, que transforma perceptiblemente la realidad social y parece a todas luces llamado a dominar el mundo. Contrariamente a un confuso prejuicio, todavía hoy dominante –el fundamento del "liberalismo" contemporáneo-, lo imaginario capitalista contradice frontalmente el proyecto de emancipación y de autonomía. Ya en 1906, el Marx de la burguesía: Max Weber tornaba irrisoria la idea de que el capitalismo pudiera tener algo que ver con la democracia. Luego Shumpeter consolidará la tesis que domina hasta hoy, el capitalismo solo permite el funcionamiento de una esfera política dominada por elites elegidas democráticamente, pero nada de participación popular en las decisiones en la esfera pública o en la construcción del bien común. Es el elitismo democrático una de las alternativas funcionales al régimen social capitalista. La otra es de sobra conocida: las dictaduras y despotismos de derecha. En definitiva, la democracia participativa y protagónica transforma el capitalismo en un régimen social donde el bien común y la cosa pública se enfatizan sobre el auto-interés y el individualismo posesivo. Se abren desde allí las posibilidades de los nuevos horizontes socialistas.

Es la dominante tendencia de las sociedades modernas a la burocratización, que desde fines del siglo XIX penetra y domina el mismo movimiento obrero, el que lleva a la constitución de los partidos-aparatos-iglesias. Conduce también a una esterilización prácticamente completa del pensamiento crítico. La «teoría revolucionaria» se torna comentario talmúdico de los textos sagrados mientras que, ante las inmensas transformaciones científicas, culturales y artísticas que se acumulan desde 1890, el marxismo realmente existente, positivista y cientificista, se queda afónico o se limita a calificarlas de productos de la burguesía decadente.

Luego, Lenin, y su idea de centralismo democrático, sintetizarán elementos aún dispersos que prefigurarán el despotismo. Ortodoxia y disciplina son radicalizadas (Trotski se enorgullecerá de la comparación del partido bolchevique con la orden de los jesuitas) y extendidas a escala internacional. El leninismo, acaparando el movimiento obrero, sustituye a este individuo por el militante adoctrinado en un evangelio que cree en la organización, en la teoría y en los jefes que la poseen e interpretan, un militante que tiende a obedecerles incondicionalmente, que se identifica con ellos y que, la mayoría de las veces, sólo puede romper esta identificación hundiéndose él mismo.

El principio «quien no está con nosotros ha de ser exterminado» se pondrá en práctica inexorablemente, los modernos medios de Terror se inventarán, organizarán y aplicarán en forma masiva. Sobre todo, aparece y se instala, ya no como rasgo personal sino como determinante social-histórico, la obsesión por el poder, el poder por el poder, el poder como fin en sí mismo, por todos los medios y poco importa para qué. Ya no se trata de hacerse con el poder para introducir transformaciones concretas, sino de introducir las transformaciones que permitan mantenerse en el poder y reforzarlo sin cesar.

Lenin, en 1917, sabe una sola cosa: que ha llegado el momento de tomar el poder y que mañana será demasiado tarde. Así lo dirá: «Desgraciadamente, nuestros maestros no nos han dicho qué hemos de hacer para construir el socialismo». Y luego dirá también: «Si se hace inevitable un Termidor, nosotros mismos lo haremos posible». Entendamos: «Si, para conservar el poder, hemos de invertir completamente nuestra orientación, lo haremos». Y así lo hará, en efecto, en varias ocasiones (Stalin, posteriormente, llevará este arte a una perfección absoluta). Único objetivo fijo mantenido inexorablemente a lo largo de los más increíbles cambios de rumbo: la expansión ilimitada del poder del Partido, la transformación de todas las instituciones, empezando por el Estado, en simples instrumentos suyos y finalmente su pretensión, no sólo de dirigir la sociedad, sino de ser efectivamente la sociedad misma. A partir de allí se instala la Estadolatria y no lo propuesto por Marx, la absorbición del Estado por una sociedad civil emancipada.

Como es sabido, este proyecto estatista alcanzará su forma extrema y demencial bajo Stalin. Y es también a partir de la muerte de éste cuando su fracaso comenzará a ponerse de manifiesto. El despotismo del colectivismo oligárquico tiene una historia: la absorción total de la sociedad y del modelado integral de la historia por el poder del partido-aparato monolítico. También es cierto que el régimen despótico no habría podido sobrevivir durante setenta años si no hubiera logrado crearse en la sociedad importantes puntos de apoyo, desde la burocracia ultra-privilegiada hasta las capas que gozaron sucesivamente de una «promoción social»; sobre todo, sin un tipo de comportamiento y un tipo antropológico de individuo dominado por la apatía y el cinismo, preocupado únicamente por las ínfimas y preciosas mejoras que a fuerza de astucia e intrigas podía aportar a su nicho privado. Se instala la nueva clase, la Nomenklatura y el GULAG.

Dado que consideramos que el debate ideológico y programático es necesario en la discusión del Socialismo del siglo XXI, tratamos de fijar posición: Si el Socialismo del siglo XXI se nutre del marxismo-leninismo, el Socialismo del siglo XXI regresa al estalinismo en un salto instantáneo. Solo con una praxis y crítica revolucionaria del desmontaje de los fetiches, dogmas, falacias y mitos del “marxismo-leninismo”, será posible conjurar algunos de los errores teóricos mas graves de las experiencias del estatismo oligárquico que dominó el campo soviético. Es la estadolatría un obstáculo fundamental inherente a las premisas del estalinismo-burocrático. A partir del período 1927-1931, cuando se resuelve definitivamente en favor de Stalin la "crisis de sucesión" abierta por la prematura muerte de Lenin en 1924, el régimen soviético degeneró en un poder totalitario con colectivización forzada, un frenético culto de la personalidad, la criminalización de toda oposición, la omnipresente influencia de la policía secreta y la imposición de un monolítico marxismo-leninismo en todas las áreas de la vida.

El Socialismo del siglo XXI debe deslindarse radicalmente de toda la tragedia humana que se deriva del estalinismo-burocrático. Ese es uno de los retos del presente.

Para reflexionar


El marxismo-leninismo como falacia revolucionaria; Parte III

El marxismo-leninismo como falacia revolucionaria: esto es, pensamiento único del aparato-partido estalinista.

Javier Biardeau R.

La organización de un Partido Socialista que unifique a las bases de las franquicias políticas hoy existentes a través de un contenido programático e ideológico, que permita articular la unidad de acción revolucionaria en la diversidad de pensamientos liberadores, será garantía de éxito para afrontar las nuevas batallas que se aproximan y por ende para construir la patria grande que Bolívar proyectó sobre el continente.

En este marco, si el PSUV quiere nacer como una invención revolucionaria, debe nacer al calor del debate histórico, ético-político y teórico-crítico que permita una confrontación abierta contra el enemigo principal de la revolución: la política imperial norteamericana y sus aliados internos en Nuestra América, reconociendo simultáneamente los gravísimos errores, extravíos y desaciertos en la edificación del socialismo histórico en el siglo XX.

Es desde la historia específica y particular del proceso sociopolítico venezolano y nuestro-americano, y no importando o copiando modelos, que se pueden superar los falsos dogmatismos con relación al diseño organizativo del PSUV. Aprender de otras experiencias partidistas implica situarlas en su contexto histórico, en las coyunturas políticas en las cuales se activaron las exigencias por la constitución de mediaciones y articulaciones político-organizativas.

Los partidos políticos no son recetas ni modelos abstractos, son expresiones del movimiento real, son prefiguraciones de la sociedad que se pretende construir, son ensayos colectivos para canalizar y orientar a través de un proyecto estratégico, un programa-movimiento político. No hay estructuras partidistas eternas ni inmutables, muchos menos el mantenimiento de esquemas organizativos, sin un análisis de las tendencias situacionales, de la coyuntura y de la prospectiva estratégica. Cada estructura organizativa es producto de estrategias, de circunstancias específicas y contextos. No hay recetas, no hay dogmas, no hay atajos. El debate es insustituible.

Hemos planteado que he llamado “marxismo-leninismo” devino en una "ideología de Estado", y que el jefe de éste se convirtió en el máximo intérprete oficial de aquél. Este proceso tiene una historia, una genealogía, un lugar y una secuencia en el campo de fuerzas. Esto fue impúdicamente explicitado cuando, al publicar los Fundamentos de Leninismo (1924), Stalin adujo la obligación que tenían los discípulos -entre los cuales se auto-asignó un lugar descollante- de completar la obra teórica dejada inconclusa por Marx, Engels y Lenin. La tarea de completarla era tácitamente una invitación a cerrarla, a canonizarla, a convertirla en doctrina, a dogmatizarla.

A diferencia de Stalin, Marx planteó un programa de investigación-acción desde una crítica radical al modo de producción del saber/conocimiento dominante. Despojo del aura de indeterminación socio-histórica a las premisas del pensamiento liberal-burgués, desmontando su formalismo, sus abstracciones indeterminadas y su universalismo. Provocó entonces un acontecimiento, una apertura, un nuevo horizonte de interpretación tanto histórico, como ético-político, como teórico-crítico. Una revolución paradigmática, un pensamiento divergente, no una ciencia normal o una iteración interpretativa. La fidelidad a la tradición liberal-burguesa estalló en la pluma de Marx, eran las ideas dominantes las ideas de la clase dominante. Había que demoler el discurso dominante, la economía política dominante.

La problemática de Stalin era radicalmente distinta, requería de fuentes de legitimación, tenía que acreditar sus decisiones y su estrategia de poder, a través de operaciones ideológico-políticas. En consecuencia, invento una doctrina y aceleró las purgas internas. Desde entonces, el secretario general domino al buró político, el aparato liquidó al partido, el partido-aparato a la clase y al conjunto del pueblo. Luego, los partidos comunistas de todo el mundo fueron sometidos a la asfixiante tutela del partido-aparato soviético.

De allí que sea incontestable que la cuna del estalinismo-burocrático surgió como una tendencia dentro del Partido bolchevique después de la guerra civil en la Unión Soviética, y logró la hegemonía dentro del partido a través de una serie de amargas luchas internas. El estalinismo consigue la victoria, y el control absoluto, en 1928-29. Se presentó a si mismo como una “evolución del leninismo”, pero fue la burocratización del partido de Lenin; es decir, la legitimación de una jerarquía de funcionarios que no está sujeta al control popular por parte de su base. El marxismo-leninismo censuró y reprimió la diversidad de pensamientos liberadores, erigiéndose en la Verdad infalible.

Para tal fin, el estalinismo necesitó retener para sí el prestigio del leninismo, y ser visto como su sucesor. Para esto, ejecutó varias maniobras interconectadas. Transformó al marxismo-leninismo en un dogma fijo, el equivalente de una religión estatal. Esta meta de Stalin se hizo evidente en su "Juramento a Lenin", pronunciado poco después de la muerte de éste:

“Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó enaltecer y mantener la pureza del gran título de Miembro del Partido. Te juramos, Camarada Lenin, que cumpliremos honorablemente tu mandato... Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó resguardar la unidad del Partido como a la niña de nuestros ojos. Te juramos, Camarada Lenin, que también cumpliremos honorablemente este mandato tuyo... Al dejarnos, el Camarada Lenin nos ordenó que guardáramos y fortaleciésemos la dictadura del proletariado. Te juramos, Camarada Lenin, que con todas nuestras fuerzas también cumpliremos honorablemente este mandato tuyo…

Otras ilustraciones ejemplares de esta dogmatización son los “Fundamentos del leninismo” de Stalin (1924), generando la codificación rígida y esquemática de principios leninistas y la multitud de textos "marxistas" y comentarios seudo-académicos. La función de este "marxismo" no era cambiar la realidad, sino disfrazarla. Se trata de una mentira colectiva en el pleno sentido de la palabra. Como consecuencia de la primera maniobra, hizo falta una segunda, la revisión del leninismo y del marxismo para que se ajustaran y justificaran la práctica estalinista.

La asfixia sobre los partidos de izquierda anticapitalista en el mundo implicó su sometimiento al Comitern. Para imponerles este rol, hubo que cambiar la naturaleza de los partidos, para que ya no existiese la democracia interna, ni diversidad de posiciones teórico-críticas, ni el control por parte de la mayoría de los militantes de los órganos de dirección. Hubo que burocratizarlos, dotándolos de una jerarquía de funcionarios cuya lealtad primordial era a la clase dirigente de la Unión Soviética, y no a sus propios militantes, ni a la clase obrera. A fines de la década de 1920, el Comintern y sus partidos ya estaban completamente controlados por funcionarios leales a Stalin.

El internacionalismo derivado de la obra de Marx fue reemplazado por una ideología: el “socialismo en un solo país”, basada en la lealtad a la Unión Soviética. La tendencia a actuar como guardias fronterizos predominó hasta la Segunda guerra mundial; la prueba es que en general los partidos del Comintern aceptaron la línea soviética (durante la alianza de Hitler y Stalin) de que la guerra era "imperialista". Cuando Alemania invadió a Rusia en 1941, la línea rusa cambió la guerra mundial se convirtió en una "guerra popular anti-fascista" que exigía la suspensión inmediata de toda lucha independiente por parte de los trabajadores, la subordinación de toda reivindicación obrera a la victoria de los Aliados, y la conversión de comunistas en “patriotas”. Estos virajes de 180 grados imponían la sumisión absoluta y la ausencia de cuestionamientos al Comintern.

En Nuestra América, el marxismo-leninismo satelizó el pensamiento revolucionario no dogmático tildándolo de desviacionista: populista, pequeño-burgués, indigenista, nacionalista, trostkysta, social-fascista. Y al satelizar los focos intelectuales críticos, se planteó una línea de control ideológico sobre la clase trabajadora y los movimientos populares. La táctica predilecta del estalinismo es la descalificación de los desviados ideológicos. El uso discrecional de la norma y la desviación es un síntoma evidente de normalización de la crítica (por definición, diferencialista), estableciendo la interpretación correcta y las interpretaciones erradas. Esta defensa de la autoridad interpretativa consolidó el rol de centinelas ideológicos. Nada de matices, diversidades ni de diferencias. Un universo homogéneo, un significado univoco, preciso y correcto. Un culto a lo homogéneo, a la lógica de la identidad, y su envés, el delirio paranoico y la vigilancia totalitaria. Exacerbación de fantasías de ataque-defensa. Una policía del pensamiento directamente funcional al Socialismo Orwelliano.

Tanto en “Los fundamentos del Leninismo” (1924), como en la “Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS” (1953), Stalin plantea que la obra de Lenin debía ser completada por sus discípulos, y nadie mejor pertrechado que el propio Stalin para acometer semejante tarea. La canonización del leninismo como una doctrina oficial del movimiento comunista internacional acarreó gravísimas consecuencias en el plano de la teoría tanto como en el de la práctica. Por una parte, porque esterilizó los brotes de una genuina reflexión marxista en distintas latitudes y precipitó la conformación de un marxismo vuelto enteramente hacia la problemática filosófica, que renunció a los análisis históricos, económicos y políticos, convirtiéndose en un saber controlado por los funcionarios de aparato, alejado irremediablemente de las urgencias y las necesidades de los movimientos populares.

Con Stalin, adicionalmente, se censuró/desfiguró la obra abierta de Marx, se impidió e acceso a la contribución de Antonio Gramsci, a la obra de Rosa Luxemburgo o de Karl Korsch, quienes sufrieron los peores epítetos. En Nuestra América, la recreación original del marxismo crítico surgida de la pluma de José Carlos Mariátegui fue silenciada y etiquetada de populismo indigenista, sobre todo si Mariátegui afirmaba que “entre nosotros el marxismo no puede ser calco y copia”. También podemos comprender a través del estalinismo, la absurda condena de la obra, excelsamente refinada, de Gyorg Lúkacs en Hungría (quién vivió en carne propia y en su propia posición subjetiva las presiones psicológicas del estalinismo). Es difícil calcular el daño que se hizo con tamaña tergiversación. ¿Cuántos errores prácticos fueron cometidos por vigorosos movimientos populares ofuscados por las recetas del “marxismo-leninismo”?.

El “marxismo-leninismo” es un producto anti-marxista y anti-leninista por naturaleza. En ningún caso, ni Marx ni Lenin se plantearon principios doctrinarios, filosóficos o axiológicos de validez universal en todo tiempo y lugar. Aquellos que apelan a las «leyes de la Historia», bajo la garantía del Partido, movilizan certezas-consuelos para tontos. No hay leyes de la historia, solo tendencias dependientes y modificadas por la acción colectiva. Si no comprendemos esto, nunca comprenderemos la historia del siglo XX: la historia de la pulverización del poder soviético y la doble crisis de fundamentos y de legitimación del marxismo realmente existente.

Ni marxismo-leninismo ni aparato-partido único. Esto es simple estalinismo. El complejo proceso de creación del Partido Socialista pasa por sortear estas tentaciones o caminos fáciles de copiar, por ejemplo, la experiencia cubana. En Cuba no existieron ni el PPT, ni Podemos ni el MVR, aunque si existió un aparato-partido similar al PCV, que condenó inicialmente las acciones aventureras y pequeño-burguesa del M-26 de Julio.

La construcción de un Partido Único en Cuba tuvo mucho que ver con la situación geopolítica configurada desde las políticas de gran potencia, bloques de poder y zonas de influencia. La resolución de la crisis de los misiles puso en evidencia la escasa autonomía de Cuba en semejante impasse. Cuba se convirtió en una pieza del ajedrez del PCUS y el Che mostró su inconformidad ante tal situación.

No se pueden desconocer estas determinaciones sin caer en graves implicaciones y simplificaciones políticas. La impostergable unidad de los revolucionarios en Venezuela pasa por una superación de los dogmatismos en el plano programático, organizativo e ideológico. En consecuencia, ni calco ni copias.

Hay un horizonte socialista pluralista, que define un debate estratégico para implementar diseños de transición anticapitalistas compartidos. La revolución bolivariana ha definido el camino de la transición al Nuevo Socialismo. Por tanto, son los aportes diversos alrededor del nuevo socialismo del siglo XXI los que decantarán un programa compartido de acción política. La crisis de todos los pensamientos únicos es un dato brutal de la realidad histórica. No hay recetas ni formulas teóricas trasplantadas desde las garantías psicológicas de las mentalidades de aparato. Hay un inmenso campo de apertura, creación y experimentación para el pensamiento crítico y los saberes contra-hegemónicos. Son los programas de investigación-acción configurados desde diversos pensamientos liberadores lo que generarán las bases teóricas para concebir y poner en práctica la estrategia revolucionaria adecuada para enfrentarse al dominio imperialista”.

Más que imponer una doctrina única o un marxismo-leninismo inventado por Stalin, hay que valorar los aportes del pensamiento originario de Nuestra América, que ha sabido recrear los aportes de las corrientes de pensamientos socialistas sin imitaciones ni recetas. Es desde nuestro pensamiento socialista, desde una apropiación creativa y crítica de las fuentes teóricas de la tradición socialista mundial, y específicamente de los países del llamado “tercer mundo”, desde donde es posible fundar una base teórica, crítica y diversa, adecuada a las experiencias y procesos específicos de nuestros pueblos. Otra vía sería desconocer que la emancipación del pueblo será obra del mismo pueblo. Nada más y nada menos que la conjunción del poder popular y los saberes contra-hegemónicos.

martes, 13 de marzo de 2007


Las condiciones históricas de producción de político- epistemológicas de la llamada filosofía "Marxista- Leninista"

Javier Biardeau
Estimado Oscar Flores:
¿Dijo Ud. réplica?

Yo intuía que Ludovico Silva tuvo razón al escribir su “Anti-manual para uso de marxistas, marxólogos y marxianos”. Estaba en lo correcto. El marxismo-leninismo escolástico y dogmático es parte de la ideología reaccionaria presente en el campo popular, sobre todo de los sectores proclives a la influencia de los partidos de izquierda de corte estalinista. El estalinismo está vivo, lastima que los estalinistas no lo sepan.

Comenzaré partiendo de su propia posición para polemizar con una aparente réplica. Obviamente usted pretende refutar las afirmaciones que he planteado con relación a la consideración del marxismo-leninismo como una falacia revolucionaria. ¿Qué puedo esperar de una replica? Que usted refute efectivamente los argumentos expuestos en el texto, y que polemizando con lo que he dicho, supere mis planteamientos. Tesis, antitesis y síntesis superadora, algo de esto le sonará familiar. En primer lugar, agradezco que me califique de aprendiz, me siento cómodo con este atributo, pues palabras mas palabras menos, usted descarga adjetivaciones como “arrogante ignorancia supina”. Sin duda, cuando usted afirma que: “Al hacer una lectura detenida de su artículo no me queda más que decirle que la filosofía se discute y desmonta con filosofía no haciendo una discusión política de la filosofía como ha hecho usted con arrogante ignorancia supina”. Obviaré la adjetivación, porque no permite avanzar en la polémica, aunque más adelante me adentraré en las profundidades de esta mistificación filosófica llamada marxismo-leninismo.

Por ahora, vamos al grano.
Usted parece caer en una distinción poco marxista. Al separar la filosofía de la política, repite el error fundamental de aquellos que plantean una presunta autonomía del pensamiento con relación a las condiciones históricas de producción específicas, tanto las de su propio campo filosófico, con sus corrientes principales, sus aparatos, su hegemonía y sus niveles de desarrollo material; como las condiciones del contexto político, ideológico, económico, histórico, cultural que condicionan el “debate filosófico”. ¿Puede separarse el “milagro griego” de sus condiciones de producción específicas? En fin, filosofar no se reduce simplemente a interpretar el mundo y polemizar entre concepciones rivales en el plano del pensamiento puro, pues de lo que se trata es vincular estos fenómenos con los intereses sociales que están en juego tras la fachada de las polémicas filosóficas, para llegar al llamado de Marx: ¿es posible transformar el mundo mediante la praxis revolucionaria? (Marx -Tesis sobre Feuerbach): Tesis 11: [XI] “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.”

Usted señala que yo he hecho una discusión política de la filosofía. Yo diría histórico-política de una posición aparentemente filosófica, que en lo fundamental considero es una operación ideológico-política de canonizar, dogmatizar y desfigurar el pensamiento crítico y abierto tanto de Marx como de Lenin. Este es el argumento que usted no ha querido abordar directamente, y esta evasión dice mucho de la ausencia de una verdadera réplica. Usted no ha esgrimido ningún argumento que refute mi planteamiento, ni una evidencia histórica ni política ni teórica. Lo que sugiere que lo planteado en mi artículo anterior posee una fuerza de validez que no ha sido refutada aún. Como nos ha dicho Marx: Tesis 2 sobre Feuerbach: [II] El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento.

El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico.
De esto y algo más se trata el marxismo, pues se trata de una de las críticas más radicales a la filosofía, y las aporías de la filosofía en tanto no se auto-interprete como “filosofía de la praxis”. Pero le diría algo más radical, el planteamiento de Marx supera por completo a la problemática filosófica, es una superación de la filosofía en tanto especulación y contemplación de la “materia”, los “entes”, los “objetos”, y las “formas”; así se agregue el “movimiento” y las “contradicciones”. La filosofía marxista leninista forma parte de la escolástica en tanto que asume la tripartición entre ontología, gnoseológica y axiología, desde el punto de los filosofemas canónicos. Pero sobre todo, es una doctrina que pretende ser la concepción filosófica del mundo totalizadora tanto del conocimiento de la materia, el pensamiento como de la sociedad. Nada más y nada menos.

Marx, que yo sepa, nunca se planteó semejante mistificación. La problemática que anuncia Marx se ha tratado de re-significar en clave filosófica, sociológica, politológica, económica, antropológica, etc; pero si usted prefiere revise “la ideología alemana” y los Grundrise a ver que queda de todo este equipaje de la “filosofía marxista-leninista”. Le anuncio que no queda nada. Esta problemática filosófica ha sido pulverizada por Marx.
Por cierto, lo que no ha refutado usted es que el marxismo-leninismo sea un invento del estalinismo. Hay razones históricas y políticas para no enfrentar directamente este hecho. Usted es miembro de un Partido Comunista que ha cultivado el marxismo vulgarizado, que cree en el dogma del HISMAT y del DIAMAT1. Usted ha cultivado un sistema de creencias, obviando una confrontación directa con la obra de Marx. Como lo plantea en uno de sus párrafos: “Que la Filosofía Marxista Leninista es la concepción del mundo del Partido comunista y Arma de la Revolución Comunista Mundial en manos de la Clase Obrera. Sin está arma en las manos de los Obreros o Proletarios del Mundo no tendrá lugar la Lucha contra El Capital y por la Construcción del Socialismo para Los Pueblos del Mundo.”

Como usted se toma en serio estos enunciados, voy a ser respetuoso, pero usted está impregnado de un vocabulario y hábitos mentales que lo distancian de una renovación del pensamiento revolucionario. Usted se está condenando a una “jaula de lenguaje”. Le sugiero otras fuentes de información, una investigación rigurosa del pensamiento marxista (pasearse por el texto de Kolakowsky: las principales corrientes del marxismo o el “marxismo soviético” de Marcuse), salir de los ídolos de tribu, de la mentalización de aparato.
Usted sacará sus propias conclusiones, pero considero que no ha generado una réplica, sino que ha justificado a través de reiteraciones lo que dicen los manuales vulgarizadores del marxismo-leninismo. Y de esto se trata mi posición, de demoler la concepción estalinista del marxismo, por ser sencillamente antimarxista y por generar graves implicaciones para una praxis revolucionaria.

El marxismo-leninismo no es ni será nunca la concatenación del marxismo y del leninismo. Esto no lo defendió ni Stalin en sus Fundamentos de Leninismo (1924). La filosofía marxista- leninista no es la concepción filosófica ni el pensamiento liberador de la clase obrera en cualquier parte del mundo.
Más bien, a pesar del marxismo-leninismo, la clase trabajadora ha forjado sus herramientas teórico-críticas para luchar contra las ideologías dominantes, entre ellas el estalinismo de la nomenclatura dominante en la extinta URSS. Marx contribuyó decisivamente a que capas enteras de las clases obreras europeas se plantearan las posibilidades objetivas de la transformación de un régimen económico-social de explotación, y la construcción del Socialismo. Pero Marx tomó claramente de Flora Tristan una frase fundamental: la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos. Nada de partidos-aparatos que sustituyeran verticalmente al movimiento obrero, y mucho menos de una concepción filosófica del mundo codificada por una “minoría” con auras de “pureza moral”.

Este marxismo-leninismo es un invento de una fracción política de la dirección bolchevique, la dirigida por Stalin, que siguió literalmente las divagaciones de Engels en terrenos que Marx no se atrevió a pisar, por razones perfectamente justificadas en sus obras completas, y sobre todo en sus correspondencias. Le sugiero leerlas.
Particularmente, insisto, no me ha refutado lo fundamental: ¿es o no es el marxismo-leninismo una creación del estalinismo? Aún espero su réplica. Si usted prefirió intentar convencerme con un pequeño dispositivo de citas de un manual soviético, lo siento por haberle hecho perder su tiempo. Ya hay demasiada tinta regada sobre las especulaciones de Engels acerca de la “dialéctica de la naturaleza”.

Aquí lamentablemente, y perdone que se lo diga un aprendiz, el incompetente es usted, por desconocer la superación de todo este debate. Usted podrá creer y tener fe en todo lo que sigue:
* Que la Filosofía Marxista Leninista parte de la realidad concreta que se manifiesta en la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, por lo tanto, la filosofía marxista-leninista es objetiva porque parte del estudio de la realidad material* en constante cambio, desarrollo y movimiento descubriendo las contradicciones que existen en el proceso material de todos los aspectos mencionados. * Que en ella se distingue la contradicción principal de las secundarias, la contradicción antagónica de la no antagónica, la contradicción interna y externa, así como las fases de las contradicciones, sus características, sus rasgos principales, su duración, desenvolvimiento de sus luchas, cambios y tendencias hasta su extinción que dé cauce a una nueva contradicción, y una nueva fase del desarrollo material. * Que la Filosofía Marxista Leninista parte de las contradicciones internas de un proceso material como fuente principal del cambio y desarrollo, pero entiende que determinado proceso material forma parte de una totalidad, con la cual forma una unidad de contradicciones, en donde existe una conexión material con otros procesos que influencian su actividad interna, y a su vez se desarrolla una reciprocidad dando cabida a nuevos tipos de unidad y lucha. * Que la Filosofía Marxista Leninista desarrolla el conocimiento de la materia en toda la multiplicidad de sus manifestaciones e interrelaciones, pero siempre avanzando de la apariencia de los fenómenos a la esencia, y de esta a una más profunda: La esencia del fenómeno material que muestra la multiplicidad de contradicciones y leyes que históricamente determina. No existe verdad última y para siempre. * Que la Filosofía Marxista Leninista parte de que no hay conocimiento inmutable o eterno, no hay nada definitivo o para siempre, pero si hay leyes generales del movimiento de la materia así como leyes particulares de un proceso determinado, y detrás de todas las apariencias descubrir la esencia, es decir las leyes, pero la piedra de toque para la fundamentación teórica es la práctica sin cuya unidad indisoluble no existiría o no se podría entender La Filosofía Marxista Leninista. * Que la Filosofía Marxista Leninista parte de una fundamentación histórica porque parte del fenómeno inicial o proceso material, las fases, los cambios producidos entre una fase y otra en el transcurso de su desarrollo, y cuales son sus tendencias, de acuerdo a las condiciones materiales internas y externas del proceso material, así como de sus contradicciones en su curso futuro. * Que la Filosofía Marxista Leninista se desarrolla en un infinito proceso de descubrimiento de nuevos aspectos, contradicciones y relaciones. * Que la Filosofía Marxista Leninista analiza la transformación de cantidad en calidad, las negaciones, la unidad y lucha de contrarios, así como los nuevos tipos de contradicciones. * Que la Filosofía Marxista Leninista da cuenta de los múltiples cambios cuantitativos que se van manifestando en los distintos procesos materiales, hasta dar paso a una nueva cualidad, partiendo, generalmente, que los cambios cuantitativos se dan en períodos de tiempos más largos y los cualitativos, que implica un “salto” hacia una calidad de la materia se manifiesta en períodos de tiempos más cortos, pero que finalmente son resultado de las contradicciones hacia una nueva fase del desarrollo de la materia. * Que la Filosofía Marxista Leninista descubre la lucha del contenido con la forma de todo el proceso material, y cómo se da ésta, hacia una nueva definición, para abandonar la vieja forma y transformar el contenido. * Que la Filosofía Marxista Leninista parte del análisis de las partes de cada proceso material, de su particularidad, y de su relación con el conjunto, y la suma de las partes. * Que la Filosofía Marxista Leninista es la concepción del mundo del Partido comunista y Arma de la Revolución Comunista Mundial en manos de la Clase Obrera. Sin está arma en las manos del los Obreros o Proletarios del Mundo no tendrá lugar la Lucha contra El Capital y por la Construcción del Socialismo para Los Pueblos del Mundo. Todo esto puede ser base de una especulación filosófica sobre la materia y su movimiento, y sobre la imposibilidad de una lucha contra el capital sin la filosofía marxista leninista y el partido-aparato, pero no refuta en nada lo que le he planteado: ¿Es o no es un invento del estalinismo? ¿Es el marxismo soviético una interpretación adecuada de la obra de Marx?.

Usted tiene la palabra. Espero su respuesta. Atentamente.
Javier Biardeau R.
Bibliografía: Varios autores. Fundamentos Filosóficos del Marxismo Leninismo. Editorial Progreso.

Copiado de:
http://www.aporrea.org/ideologia/a31908.html