Javier Biardeau
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(Edgar Morin: ¿Qué es el totalitarismo? De la naturaleza de
En una coyuntura política como la que vive el país, en la cuál resurgen lo síntomas del desconcierto teórico-crítico y la ausencia de memoria histórica en el campo de la izquierda revolucionaria, hay que apuntar directamente al blanco del problema: cualquier llamado a la vigencia del “marxismo-leninismo para nutrir el debate del Socialismo del siglo XXI es una falacia seudo-revolucionaria, que conduce directamente a las experiencias despóticas del colectivismo oligárquico, también llamado Socialismo Burocrático.
Para afirmar con consistencia lo anterior se requieren definiciones precisas: el “marxismo-leninismo” es el marxismo soviético posterior a la muerte de Lenin (1924), aunque los elementos autoritarios están explícitamente presentes con anterioridad en la coyuntura política donde se decreta la prohibición del pluralismo de tendencias en el seno del partido bolchevique (1921), hasta llegar a la liquidación física de la dirección bolchevique que participó, en medio de polémicas y diferencias, en el transito revolucionario de
Desde su aparición, el marxismo-leninismo es la cobertura y el cemento ideológico, el “complemento solemne de justificación” del “Socialismo Burocrático”. Ciertamente, la monstruosa historia del marxismo-leninismo muestra lo que no puede ni debe ser un movimiento de emancipación socialista. Esta historia no permite concluir en absoluto que el capitalismo global y la oligarquía neoliberal en los que vivimos encarnen el secreto por fin resuelto de la historia humana, como pretende Fukuyama y sus seguidores ideológicos. Todo lo contrario, somos nosotros a través de las practicas históricas quienes hacemos nuestras leyes e instituciones, quienes garantizamos nuestra autonomía personal y colectiva.
Sin embargo, no podemos olvidar que no hay libertad política sin igualdad y justicia social, y que a la vez la riqueza humana depende enteramente del reconocimiento de la diversidad social, y que todo esto es imposible cuando existen y se acentúan enormes desigualdades de poder económico, traducido directamente en poder político.
Utilizaré la acepción precisa de “falacia” que aparece en el DRAE: “engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien.” ¿Cuál es el daño? La historia conocida evidencia la liquidación de por lo menos 40 millones de seres humanos bajo el yugo de Stalin, del GULAG y
En nombre de un “Estado Socialista” se liquidaron los derechos de la propia clase trabajadora, y el pueblo fue una entelequia manipulada por el aparato para reproducir su lógica de dominio. ¿Cual es el fraude? Hacerle propaganda a la codificación estalinista del marxismo y del leninismo (que no es equivalente al marxismo, por cierto), como si fuese el “verdadero marxismo” y el “verdadero leninismo”. ¿Cuál es la mentira? Suponer que la renovación de los planteamientos de Marx y de Lenin, dependían de Stalin y exclusivamente de Stalin. ¿Cual es el engaño? Mantener un sistema de creencias cuya validez se soporta en la apelación infalible a la autoridad del partido-aparato, cultivando la sumisión y la dependencia hacia un canon infalible de interpretación histórica.
Significa todo esto, que el Socialismo del siglo XXI debe hacer explícito su cuestionamiento radical al imaginario estalinista-burocrático. Esta ruptura con ésta tradición particular del Socialismo Histórico es indispensable para crear las condiciones de un socialismo democrático-revolucionario. Allí donde el marxismo-leninismo se ha instalado en el poder, la respuesta puede parecer sencilla: la sed de poder y el interés para unos, el terror para todos.
En este orden de ideas generales, es indispensable deslindar posiciones con un sector de la izquierda venezolana que apoyando la revolución bolivariana, al parecer de manera táctica y en función de un programa marxista-leninista, no ha experimentado el "deshielo ideológico" que años después de la muerte de Stalin permitió desmontar mitos, creencias, mentiras colectivas y falacias que vulgarizaron al pensamiento de Marx y el legado revolucionario de su obra teórica.
Aunque desde este sector se invoque el XX Congreso del PCUS en 1956 y su crítica al culto de la personalidad, la falacia del marxismo-leninismo al parecer quedó incólume en ciertos espíritus. La pulverización de la nebulosa del «marxismo-leninismo» implica el desmontaje de una subjetividad despótica y dogmática. Es en el marxismo-leninismo donde puede apreciarse la capacidad de los seres humanos de engañarse a sí mismos, de convertir en su contrario las ideas más liberadoras, de hacer de ellas instrumentos de una mistificación ilimitada. Aun hoy, la solidaridad profunda entre la construcción de estructuras burocrático-estadales y el marxismo-leninismo no ha sido suficientemente cuestionada. Y sin el desmontaje de esta falacia, poco se puede esperar para la articulación de un proyecto socialista, democrático y revolucionario.
Finalmente, es absurdo imputar al marxismo -y aún más al propio Marx-haber engendrado el totalitarismo, como se ha hecho cómoda y demagógicamente en los últimos sesenta años. Del marxismo se prolonga la socialdemocracia revolucionaria, entre cuyas voceras está Rosa Luxemburgo, política liquidada por la dirección reformista alemana, que apoyada en las teorías de Bernstein (1905) y en el nacionalismo más ramplón liquidaron la posibilidad de una transformación revolucionaria en el propio centro geográfico del continente europeo.
Por tanto, se equivoca también
Marx es heredero directo del movimiento emancipatorio y democrático -de ahí su fascinación, hasta el final de su vida, por
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