Rigoberto Lanz
¡La política ha muerto, viva “lo político”! La modernidad política se ha esfumado de varias maneras: por agotamiento de los discursos, por irrelevancia de sus formas, por la vacuidad de sus modelos de representación.
De esa profunda crisis no hemos salido. De la perplejidad posmoderna a la construcción de alternativas nuevas media un trayecto que está aún por transitarse.
Peor todavía si nos encontramos en contextos como el latinoamericano, donde ni siquiera pudimos edificar una cierta modernidad periférica que sacara algún provecho de la experiencia europea. Cambiamos modernidad por modernización y terminamos heredando lo peorcito de la experiencia política ilustrada.
El tortuoso camino del “desarrollo” en América Latina ha estado asociado al no menos dramático itinerario de la vida pública en la región. De una dictadura a otra, por estos predios es poco lo que va quedando para imaginar formas políticas de nuevo tipo que sintonizaran de algún modo con la enorme riqueza antropológica del continente.
Las incrustaciones democráticas no han sobrepasado los rituales electorales y los cascarones institucionales más inútiles. La partidocracia se encargó de hacer el resto: convertir las prácticas mafiosas en una verdadera subcultura de la corrupción. La debacle de la política es el denominador común más generalizado en la región. El brutal desprestigio del oficio político ha sido tan hondo que se llevó en los cachos el concepto mismo de “lo político” como espacio instituyente de cualquier socializad.
De allí venimos. La antipolítico funcionó por un rato como divertimento para que cantantes y modelos hicieran su pasantía por el espacio público. El fin de la política ha significado en América Latina algo mucho más profundo que la metáfora del fin de la historia en versión del Norte. La ruina de las parafernalias democráticas, cínicamente funcionales con las atrocidades de la miseria, la violencia y la exclusión, corre pareja con la evaporación de los “grandes relatos” de la redención. De la “liberación nacional” a la guerra de guerrillas, del “nacionalismo” a los “países en vías de desarrollo”, el desenlace siempre fue el mismo: perpetuación de las oligarquías criollas siempre en matrimonio con los capitales foráneos (lumpen-burguesía, le llamaría André Gunder-Frank).
El pueblo, las masas, la multitud… qué más da si lo único palpable ha sido la reproducción incesante de lo mismo. La gente se alzó mil veces y mil veces fue aplastada. De crisis en crisis –en los límites agonísticos de un continente inviable- llegamos a esta hora que significa un despertar para las pocas esperanzas que fueron quedando por allí esparcidas.
Lo que ocurre políticamente hoy en América Latina es justamente un revolcón simbólico donde los sueños han tomado la palabra, lo imposible se aproximó relampagueante, lo utópico pugna por untarse de realidad (“Nunca tan cerca retumbó lo lejos”, diría César Vallejo). Este viraje a la izquierda que se observa en el mapa político de la región está significando una reanimación del espacio público, que viene acompañada de una gran efervescencia de la participación, de la conciencia política, de la voluntad de lucha. Los grandes –y realmente graves- problemas de la región latinoamericana persisten en esta coyuntura. Lo nuevo es tal vez la emergencia de un actor que fue históricamente silenciado: el pueblo.
Este “resurgimiento de la política” (como gustaría decir al amigo Miguel Ron Pedrique) podría terminar por revitalizar la vida ciudadana dándole a “lo político”, otra vez, el chance de refundar la convivencia, de instituir una nueva socializad, de poner en escena un nuevo contrato social. Las revueltas populares del siglo XXI no son ya las montoneras acaudilladas por aventuras despóticas de los siglos pasados.
De la guerrilla zapatista en México a la etno-política que nos proponen los bolivianos, pasando por el ensayo venezolano, hay un rico abanico de experimentación que coloca al continente latinoamericano en un excepcional horizonte de posibilidades, de cara a lo que acontece en el resto del globo.
Fuente: El Nqcional, 26-08-2007
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