Existe una profunda ceguera sobre la naturaleza misma de lo que debe ser un conocimiento pertinente. Según el dogma reinante, la pertinencia crece con la especialización y la abstracción. No obstante, un mínimo conocimiento sobre lo que es el conocimiento nos indica que lo más importante es la contextualización. El conocimiento especializado es en sí mismo una forma particular de abstracción. La especialización abstracta extrae un objeto de un campo determinado, rechaza los lazos y las interconexiones con su medio y lo encierra en un sector conceptual abstracto que es justamente el de la disciplina compartimentada, donde las fronteras chocan arbitrariamente con su carácter sistémico (la relación de una parte con el todo) y con la multidimensionalidad de los fenómenos.
De ese modo, la economía, que es la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia social y humana más atrasada, pues ella se abstrae de las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas, ecológicas, que son inseparables de las actividades económicas. Es por eso que los expertos son cada vez más incapaces de interpretar las causas y las consecuencias de las perturbaciones monetarias o bursátiles, por ejemplo.
El conocimiento debe, desde luego, utilizar la abstracción; pero buscando construirse por referencia al contexto, y con ello, movilizar eso que el conocimiento sabe del mundo. La era planetaria necesita antes que nada situarse en un contexto planetario. El conocimiento del mundo deviene una necesidad, a la vez, intelectual y vital. Es el problema universal para todo ciudadano: ¿cómo tener acceso a las informaciones sobre el mundo y cómo disponer de las posibilidades de articularlas y organizarlas? Pero para articularlas y organizarlas, y con ello conocer los problemas del mundo, es necesaria una reforma del pensamiento. Esta reforma que alude al desarrollo de la contextualización del conocimiento apela ipso facto a la complejización del conocimiento.
El pensamiento que compartimenta, que corta, que aísla, permite a los especialistas y expertos ser muy preformativos en sus respectivos compartimentos y cooperar eficazmente en sectores del conocimiento no-complejos (por ejemplo, en lo que concierne al funcionamiento de máquinas artificiales). Pero la lógica a la que ellos obedecen suele fundarse en una visión determinista, mecánica, cuantitativa, formalista, que ignora u oculta todo lo que es subjetivo, afectivo, libre, creador. Además, los espíritus parcelados y tecno-burocratizados son ciegos a la inter-retro-acción y a la causalidad en bucle; ellos consideran todavía los fenómenos según la causalidad lineal, conciben las realidades vivientes y sociales según una concepción mecánico-determinista, válida solamente para las máquinas artificiales.
En términos aun más de fondo, hay una incapacidad del espíritu tecno-burocrático de percibir y de concebir lo global y lo fundamental, la complejidad de los problemas humanos. Hay sobremanera una resistencia del establishment del mandarinato universitario al pensamiento transdisciplinario, tan grande como lo fue el de "La Sorbone" en el Siglo XVII contra el desarrollo de las ciencias.
La posibilidad de pensar y el derecho de pensar son rechazados por el principio mismo de la organización disciplinaria de los conocimientos científicos y por el encierro de la filosofía sobre ella misma. La mayoría de los filósofos evitan consagrar sus reflexiones a los nuevos conocimientos que modificarían las concepciones del mundo, de lo real, del hombre, etc.
La inteligencia parcelada, compartimentada, mecanicista, disyuntiva, reduccionista, aborda la complejidad del mundo en fragmentos disociados, fracciona los problemas, separa lo que está relacionado, unidimensionaliza lo multidimensional. La identidad terráquea y la antropopolítica no podrían ser concebidas sin un pensamiento capaz de articular las nociones disgregadas y los saberes compartimentalizados. Ya no hay lugar reconocido para el pensamiento en el universo disciplinario. La reforma del pensamiento es un problema antropológico clave.
*Traducción: Rigoberto Lanz
*Publicado en EL Nacional, Miradas Mültiples para el diálogo, 10/03/08, p. A-12
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