| Rigoberto Lanz R. rlanz@cipost.org.ve |
No estamos obligados a proclamar el dogmatismo de la absoluta coherencia. Eso no existe. En ningún terreno se puede ser totalmente coherente. De allí parten los problemas pues en la medida en que admitimos una cierta relatividad en eso que llamamos "coherencia" en esa medida se abre la pista para las manipulaciones y los acomodos. Ni modo. Habrá que cargar con el costo de tener que explicar y justificar en cada caso el problema de las incoherencias, es decir, poner de manifiesto específicamente dónde y cuándo una incoherencia está causando estragos.
En el terreno político este tema de las incoherencias es muy palmario. Abundan las situaciones –individuales y colectivas– en las que los discursos y las prácticas se encuentran en conflicto, o peor aún, los discursos se vuelven ellos mismos un repertorio de inconsistencias enunciadas con todos los bombos que la mediática pone en escena. No se trata de disparates de consumo privado, proferidos en el ambiente íntimo del hogar, sino de pamplinas publicitadas por intermedio de vocerías de una élite política tan voluntariosa como ignorante.
Es justo reconocer que la tarea de hacer corresponder los contenidos revolucionarios de una estrategia de transformación radical de la sociedad con cada espacio concreto de actuación es algo más que complicado. Lo más común es ver una proclama encendida de cambio con una práctica concreta que oscila entre la inocuidad de las reformas o la impronta reaccionaria pura y dura.
De entrada arrastramos una incoherencia estructural que es la madre de todas las incoherencias: se trata de cambiar de cabo a rabo el viejo Estado capitalista valiéndose de su propio estamento. Esta contradicción no la "escoge" nadie. Es parte de las reglas de juego de la política. Sabemos que el Estado heredado es un aparato inútil pero no hay más remedio que lidiar con él en un largo tránsito. Se supone que cada funcionario está clarísimo sobre esta contradicción insalvable. Se entiende que la dirección política del proceso traza un horizonte en el que esa vieja estructura estatal será suplantada por la nueva institucionalidad de la revolución.
¿Qué ocurre en verdad? No es para nada evidente que haya claridad sobre este asunto crucial. Al contrario, tenemos demasiados indicios en estos últimos diez años de una completa incompetencia para lidiar con este tipo de contradicción. El resultado a la vista es un aparato estatal intacto, una hiper-burocratización de todo cuanto se hace (incluidas la "misiones") y con ello, todo el fermento que alimenta la corrupción y desestimula las iniciativas innovadoras. ¿Es fatal este género de incoherencias? Definitivamente no.
El oportunismo no tiene forma de justificarse sino como oportunismo. La incompetencia es la incompetencia. Ningún truco lingüístico puede ser invocado para taparear lo que es en verdad una falta de criterio para valorar el desempeño en cualquier nivel. Las incoherencias entre el punto de partida y los resultados tangibles tienen costos políticos. No sólo hay una pérdida neta en materia de costos de oportunidad sino que termina "normalizándose" un tipo de desempeño que va en el sentido inverso de la construcción de otro modelo de relaciones sociales.
La pregunta clave de "¿cuál es la diferencia?" ha de ser un instrumento permanente para pulsar por dónde va la cosa en cada espacio de actuación.
Sabemos que los cambios no llegan así de sopetón, pero es obvio que no llegarán nunca si la voluntad de transformación que está en la conciencia de cada operador no se traduce en acumulación neta de transformaciones realmente logradas (grandes o pequeñas, no importa). El asunto es que los cambios verdaderos (aquellos que introducen un nuevo sentido en prácticas y discursos) sólo aparecen cuando logramos una conexión consistente entre los puntos de partida y los puntos de llegada, es decir, cuando hacemos coincidir el espíritu revolucionario con las transformaciones concretas en la vida de la gente. Ese nexo no es automático, reclama a cada paso una enorme coherencia de parte de la dirección política... y eso es lo que está faltando.
* Publicado en El Nacional, Miradas múltiples para el diálogo, domingo 9 de marzo de 2008, opinión-16
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