Camilo Perdomo*
camise@cantv.net
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A medida que uno escucha hablar del socialismo desde algunos lugares de la burocracia venezolana (de ahora y antes) sospecha que falta algo como para hacerlo atractivo.
La derrota de la reforma constitucional así lo intenta mostrar.
Una combinación de buenos deseos con el principio de realidad configuró el discurso de su promoción, de allí que cuando el señor Presidente admite que es necesario aminorar la marcha pareciera que busca esa suerte de eslabón perdido.
Soy de la modesta opinión de que en la frase del manifiesto comunista (de Marx): "La burguesía ha desempeñado, en la historia, un papel realmente revolucionario" radica un filón crítico que los amantes de manuales gustan saltarse aunque cuando son gobierno les encante la vida burguesa.
La globalización y los síntomas de la postmodernidad si bien no los imaginó Marx, pudiera decirse que lo convirtieron en el mejor intelectual de la modernidad que prefiguró ese síntoma revolucionario. Vale entonces preguntar desde el proceso político venezolano: ¿qué asociar entre producción, cambio y modernidad? Abundan los conceptos y sugiero releer la idea de tiempo y de dinero. Antes pareciera perentorio debatir esta constatación brutal: ¿cómo atreverse a decir que se vive en revolución y socialismo si la idea de dinero no se explica junto al tiempo útil de lo social? Es inimaginable vincular la idea religiosa de utopía de Tomás Moro con la derrota del cambio desarrollado por la burguesía, sólo decretando que se vive en socialismo. Marx lo supo, tanto por los logros burgueses como por el proceso político económico que inauguraba, y por eso está vigente como intelectual que, siendo moderno, sospechaba de sus síntomas. Cultores del manual son los responsables del fracaso explicativo del socialismo de origen marxista en una nación que vende el principal producto que mueve la maquinaria del capital.
La idea de cambio burgués con la idea del uso del dinero y el tiempo útil no se detiene por decreto, como tampoco fabricar otro ser humano opuesto a ese cambio es una idea necesariamente revolucionaria. De ser así, estaríamos regresando al hombre dividido entre la idea de la ciudad de Dios y el hombre real, de aquel que se nutre de oraciones mientras no tiene nada que llevar a su casa para comer, pero le han dicho que esa es una vía para llegar a la felicidad. Ese galimatías que uno lee y ve por la televisión oficial será de todo, pero no la idea de revolución crítica que imaginó Marx.
De tal manera que predefinir ese caos con socialismo y revolución la gente lo ve como algo propio del castigo seudorreligioso para expiar culpas del pasado. Mientras pasemos tres horas en un banco comercial para mover una cuenta, nos desplacemos por avenidas llenas de policías acostados y el correo no funcione, hablaremos de socialismo, pero eso ni siquiera nos acerca a la modernidad. El socialismo del siglo XXI no puede olvidar ese dato si pretende hablar en nombre de Marx.
Pareciera que no hay fórmulas claras, pero cierta racionalidad en períodos de crisis emergen, y afortunadamente el ser humano arrastra en su cerebro huellas acumuladas que aparecen en acciones para nutrir o superar los conflictos. Términos como bondad, tolerancia, piedad, y perdón están asociados con nobleza y libertad. Lo importante es recordarlo y ese es el papel del intelectual. Quien más se batió por esas ideas fue John Locke en su carta sobre tolerancia publicada en 1689; en esos tiempos la clave del mal justificado para hacer el bien era el dispositivo predilecto del mundo cristiano.
El socialismo, si es cierto que se diseña con el hombre como centro, está obligado por respeto a los datos históricos de la ciencia social a preparar a la gente para que nunca ceda su libertad y responsabilidad individual a nadie.
Pienso que las constituciones políticas cuando la gente siente de ellas ese síntoma, las defienden. ¿Por qué no leer eso en el intento fallido de la reforma constitucional?, y así no perder la maravillosa posibilidad de vivir de otra manera con una sociedad realmente ocupada de la gente.
La derrota de la reforma constitucional así lo intenta mostrar.
Una combinación de buenos deseos con el principio de realidad configuró el discurso de su promoción, de allí que cuando el señor Presidente admite que es necesario aminorar la marcha pareciera que busca esa suerte de eslabón perdido.
Soy de la modesta opinión de que en la frase del manifiesto comunista (de Marx): "La burguesía ha desempeñado, en la historia, un papel realmente revolucionario" radica un filón crítico que los amantes de manuales gustan saltarse aunque cuando son gobierno les encante la vida burguesa.
La globalización y los síntomas de la postmodernidad si bien no los imaginó Marx, pudiera decirse que lo convirtieron en el mejor intelectual de la modernidad que prefiguró ese síntoma revolucionario. Vale entonces preguntar desde el proceso político venezolano: ¿qué asociar entre producción, cambio y modernidad? Abundan los conceptos y sugiero releer la idea de tiempo y de dinero. Antes pareciera perentorio debatir esta constatación brutal: ¿cómo atreverse a decir que se vive en revolución y socialismo si la idea de dinero no se explica junto al tiempo útil de lo social? Es inimaginable vincular la idea religiosa de utopía de Tomás Moro con la derrota del cambio desarrollado por la burguesía, sólo decretando que se vive en socialismo. Marx lo supo, tanto por los logros burgueses como por el proceso político económico que inauguraba, y por eso está vigente como intelectual que, siendo moderno, sospechaba de sus síntomas. Cultores del manual son los responsables del fracaso explicativo del socialismo de origen marxista en una nación que vende el principal producto que mueve la maquinaria del capital.
La idea de cambio burgués con la idea del uso del dinero y el tiempo útil no se detiene por decreto, como tampoco fabricar otro ser humano opuesto a ese cambio es una idea necesariamente revolucionaria. De ser así, estaríamos regresando al hombre dividido entre la idea de la ciudad de Dios y el hombre real, de aquel que se nutre de oraciones mientras no tiene nada que llevar a su casa para comer, pero le han dicho que esa es una vía para llegar a la felicidad. Ese galimatías que uno lee y ve por la televisión oficial será de todo, pero no la idea de revolución crítica que imaginó Marx.
De tal manera que predefinir ese caos con socialismo y revolución la gente lo ve como algo propio del castigo seudorreligioso para expiar culpas del pasado. Mientras pasemos tres horas en un banco comercial para mover una cuenta, nos desplacemos por avenidas llenas de policías acostados y el correo no funcione, hablaremos de socialismo, pero eso ni siquiera nos acerca a la modernidad. El socialismo del siglo XXI no puede olvidar ese dato si pretende hablar en nombre de Marx.
Pareciera que no hay fórmulas claras, pero cierta racionalidad en períodos de crisis emergen, y afortunadamente el ser humano arrastra en su cerebro huellas acumuladas que aparecen en acciones para nutrir o superar los conflictos. Términos como bondad, tolerancia, piedad, y perdón están asociados con nobleza y libertad. Lo importante es recordarlo y ese es el papel del intelectual. Quien más se batió por esas ideas fue John Locke en su carta sobre tolerancia publicada en 1689; en esos tiempos la clave del mal justificado para hacer el bien era el dispositivo predilecto del mundo cristiano.
El socialismo, si es cierto que se diseña con el hombre como centro, está obligado por respeto a los datos históricos de la ciencia social a preparar a la gente para que nunca ceda su libertad y responsabilidad individual a nadie.
Pienso que las constituciones políticas cuando la gente siente de ellas ese síntoma, las defienden. ¿Por qué no leer eso en el intento fallido de la reforma constitucional?, y así no perder la maravillosa posibilidad de vivir de otra manera con una sociedad realmente ocupada de la gente.
Miradas múltiples para el diálogo, El Nacional, A-10, 11 de enero 2008.
*ULA (Trujillo)
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