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Eso de que "todo lo anterior siempre fue mejor" es una manera bastante primaria de expresar la nostalgia de los mayores, sobre todo, aquellos que sufren horrores con los avatares de la hipermodernidad, con la turbulencia de la vertiginosa vida urbana, con los desafíos del teletrabajo y sus imbricaciones intelectuales. La gente que murmura demasiado sobre los agites de estos tiempos suele anclarse en el pasado con el poderoso argumento de una salsa brava: "La cosa no es como antes".
No es para menos. Ya casi nada queda en pie. Las solideces se han licuado y las certidumbres también. Los paradigmas hechos añicos y las ideologías dan pena. El canon está por el suelo y los dioses andan a la deriva. Hace rato que se ha decretado la "muerte" de casi todo. Sobremanera, de una cierta forma de pensar. Las viejas seguridades de la ciencia son hoy una pamplina. Las grandes Teorías (así con "T" mayúscula) son ahora simples "relatos" que no dicen nada. Asistimos al fin de la política entendida casi de cualquier manera. Los gestos de politólogos y cientistas políticos son pura gimnasia. Las utopías y la idea misma de "revolución" son anacronismos de la vieja izquierda que de tanta pereza intelectual perdió el tren de la historia.
En esas condiciones es fácil que la nostalgia de los viejos tiempos donde primaban las identidades fuertes y los paraguas de los robustos paradigmas, resuenen en los corazones desconsolados de tantos dirigentes de izquierda. Es psicoanalíticamente comprensible que la crisis profunda de la modernidad le haya movido el piso a una generación completa. Desde ese subsuelo existencial es un poco difícil entender "por dónde van los tiros". El patetismo epistemológico de muchos análisis provenientes de este campo hurásico es algo que se entiende mejor con los antecedentes del desplome del socialismo burocrático y la bancarrota del marxismo manualesco que tanto entretuvo a la vieja izquierda latinoamericana.
Para esa mentalidad decimonónica las noticias no son buenas. El panorama que viene es de una radical profundización del cambio epocal, que hace rato se ha instalado en todo el mundo. Las supervivencias de la modernidad forman parte de la transición en la que hoy nos encontramos. Muchos compatriotas se aferran angustiosamente a las migajas de esta agonística epocal. Los más despistados apenas si logran enterarse de qué se trata.
Los aires progresistas que se viven en América Latina no pueden leerse como una vuelta a los tiempos heroicos de la legendaria guerrilla latinoamericana. Las transformaciones verdaderamente hondas que están planteadas provienen de otros horizontes teóricos, de otra catadura ética, de una nueva sensibilidad que pasa por un revolcón estéticoepistémico de marca mayor.
En ese contexto la idea de "revolución" está profundamente replanteada. No para ablandar su filo transformador en nombre del "realismo" sino para que el espíritu emancipatorio sintonice con el tiempo posmoderno donde nos toca objetivamente convivir. Esa no es una elección arbitraria que cada quien hace según los caprichos del espíritu. Se trata más bien del más contundente vector de la realidad cultural en donde podríamos refundar lo político. Con la vieja "caja de herramientas" no entendemos nada. Con las antiguas agarraderas de la "ideología proletaria" no vamos ni a la esquina. Los desafíos teóricos del presente son demasiado empinados para dejárselos a los cascarones inútiles de los partidos. Los retos de inventar nuevas formas de gestión política son algo demasiado serio como para entregárselo a los funcionarios de Estado.
¿Entonces? No queda otro chance que el estrecho sendero de la imaginación crítica, del talante creador de tanta gente por allí desperdigada. Sin pretensiones de "verdad" y sin la arrogancia de una encarnación "revolucionaria". Si algo interesante está aconteciendo en el mundo intelectual proviene de esos intersticios. La experiencia de los movimientos moleculares que se desparraman por todos los poros de la socialidad naciente es justamente el fermento de lo que está por-venir. Esa experiencia no tiene "dueño".
* Miradas Múltiples para el Diálogo, El Nacional, A-10, 6-01-2008
No es para menos. Ya casi nada queda en pie. Las solideces se han licuado y las certidumbres también. Los paradigmas hechos añicos y las ideologías dan pena. El canon está por el suelo y los dioses andan a la deriva. Hace rato que se ha decretado la "muerte" de casi todo. Sobremanera, de una cierta forma de pensar. Las viejas seguridades de la ciencia son hoy una pamplina. Las grandes Teorías (así con "T" mayúscula) son ahora simples "relatos" que no dicen nada. Asistimos al fin de la política entendida casi de cualquier manera. Los gestos de politólogos y cientistas políticos son pura gimnasia. Las utopías y la idea misma de "revolución" son anacronismos de la vieja izquierda que de tanta pereza intelectual perdió el tren de la historia.
En esas condiciones es fácil que la nostalgia de los viejos tiempos donde primaban las identidades fuertes y los paraguas de los robustos paradigmas, resuenen en los corazones desconsolados de tantos dirigentes de izquierda. Es psicoanalíticamente comprensible que la crisis profunda de la modernidad le haya movido el piso a una generación completa. Desde ese subsuelo existencial es un poco difícil entender "por dónde van los tiros". El patetismo epistemológico de muchos análisis provenientes de este campo hurásico es algo que se entiende mejor con los antecedentes del desplome del socialismo burocrático y la bancarrota del marxismo manualesco que tanto entretuvo a la vieja izquierda latinoamericana.
Para esa mentalidad decimonónica las noticias no son buenas. El panorama que viene es de una radical profundización del cambio epocal, que hace rato se ha instalado en todo el mundo. Las supervivencias de la modernidad forman parte de la transición en la que hoy nos encontramos. Muchos compatriotas se aferran angustiosamente a las migajas de esta agonística epocal. Los más despistados apenas si logran enterarse de qué se trata.
Los aires progresistas que se viven en América Latina no pueden leerse como una vuelta a los tiempos heroicos de la legendaria guerrilla latinoamericana. Las transformaciones verdaderamente hondas que están planteadas provienen de otros horizontes teóricos, de otra catadura ética, de una nueva sensibilidad que pasa por un revolcón estéticoepistémico de marca mayor.
En ese contexto la idea de "revolución" está profundamente replanteada. No para ablandar su filo transformador en nombre del "realismo" sino para que el espíritu emancipatorio sintonice con el tiempo posmoderno donde nos toca objetivamente convivir. Esa no es una elección arbitraria que cada quien hace según los caprichos del espíritu. Se trata más bien del más contundente vector de la realidad cultural en donde podríamos refundar lo político. Con la vieja "caja de herramientas" no entendemos nada. Con las antiguas agarraderas de la "ideología proletaria" no vamos ni a la esquina. Los desafíos teóricos del presente son demasiado empinados para dejárselos a los cascarones inútiles de los partidos. Los retos de inventar nuevas formas de gestión política son algo demasiado serio como para entregárselo a los funcionarios de Estado.
¿Entonces? No queda otro chance que el estrecho sendero de la imaginación crítica, del talante creador de tanta gente por allí desperdigada. Sin pretensiones de "verdad" y sin la arrogancia de una encarnación "revolucionaria". Si algo interesante está aconteciendo en el mundo intelectual proviene de esos intersticios. La experiencia de los movimientos moleculares que se desparraman por todos los poros de la socialidad naciente es justamente el fermento de lo que está por-venir. Esa experiencia no tiene "dueño".
* Miradas Múltiples para el Diálogo, El Nacional, A-10, 6-01-2008
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