sábado, 23 de junio de 2007

El imaginario jacobino contra la revolución del poder instituyente


Javier Biardeau R.

Para Marx era claro, siguiendo a Flora Tristan, que la emancipación de los trabajadores era producto de los trabajadores mismos. Era la acción instituyente, revolucionaria, de las clases subalternas la que podría configurar nuevas formas de cooperación social, de ejercicio del poder político y de liberación cultural. Así mismo, en Marx, la “República Democrática” fue concebida como la forma política mas adecuada para alcanzar una revolución de las mayorías. Marx y Engels cuestionaron el elitismo revolucionario, el jacobinismo y el blanquismo, y confiaron en la autoorganización y automovimiento de las clases explotadas para luchar contra el orden despótico y la función de mando del capital.

El elitismo revolucionario durante el Régimen del Terror en la Francia de Robespierre, ha permitido cuestionar la premisa de que se puede hacer libre a alguien por coacción, engaño, manipulación o intimidación. El elitismo, sea de derecha o de izquierda, es una posición reaccionaria. La tesis de la “minoría selecta” que conduce a las “masas” hacia un mejor destino es contraria al pensamiento socialista. Son las masas constituidas en poder constituyente las que pueden establecer el autogobierno popular, hacia la democracia absoluta.

Bush ha sido ejemplar en llevar la destrucción en nombre de la libertad, así como la tesis del destino manifiesto del imperialismo norteamericano. El leninismo y el estalinismo-burocrático fueron ejemplares del elitismo revolucionario, del vanguardismo, de la desconfianza en la iniciativa de las masas cuando su orientación chocaba con la “verdad reveladas” que portaban los “líderes esclarecidos”. Ya sabemos hoy, el contraste radical entre la visión de Marx y Engels contra el socialismo de estado y el elitismo revolucionario, y la visión leninista-estalinista que condujo a defraudar el curso de la revolución socialista en la Unión Soviética desde 1921.

Ante cualquier síntoma de reiteración de los viejos errores del elitismo revolucionario, hay que intervenir en el debate sobre la transición al socialismo. Sin poder popular organizado, sin democracia socialista de consejos, sin movimientos sociales contra-hegemónicos, sin organización popular alrededor de un programa político de transición, el curso de la revolución será secuestrado por una “nueva clase política y económica”. No es en contra de la democracia que se puede instituir el socialismo, y peor aún si es en contra de la democracia participativa, deliberativa y protagónica, una democracia con iniciativa, voz y decisión de las mayorías populares. Los cinco motores tienen que pasar por un debate en el seno del pueblo. No pueden ser decisiones consultadas “desde arriba” sin participación, sin construcción deliberativa en diferentes espacios, de los que opinan las mayorías populares. Existen premisas extremadamente centralistas y verticales en la conducción del proceso revolucionario. Esta revolución desde arriba, hemos planteado, tiene dos expresiones diferenciadas:

1. La dirección del Presidente Chávez como líder con una alta conexión popular y apoyo social a un arco muy variable de sus directivas.

2. Una capa burocrática (con contradicciones internas entre grupos de poder e influencia) que controla el aparato de estado, y que políticamente representa de manera muy ambivalente, tres orientaciones:

a. Los intereses de una.ueva burguesía de estado, parasitaria o para-estatal.

b. Actuaciones de acuerdo a los parámetros re-distributivos/clientelares del populismo histórico.

c. Plantea una transición hacia un nuevo socialismo, con sus incertidumbres y debilidades conceptuales.


Esta conjunción genera la figura de un cesarismo progresivo, y en segundo nivel, un complejo de grupos políticos y económicos que luchan por el control de espacios de influencia y manejo de recursos, con una conducción cruzada por contradicciones, pero que conforma una dirección política con pretensiones de coagularse en nueva clase gobernante. Este es un síntoma evidente de “elitismo revolucionario”.

Hemos afirmado sin ambigüedades que el imperialismo norteamericano viene calibrando que entre las grandes debilidades del proceso de transformación está la alta dependencia de la revolución del protagonismo y conducción estratégica del Comandante Chávez. El momento del líder popular, fundamental en la construcción inicial de una voluntad nacional-revolucionaria, requiere de un segundo momento de auto-organización constituyente del poder popular, que estructure mediaciones y delegaciones revocables de una verdadera democracia participativa, deliberativa y protagónica. Se trata de un segundo momento de afirmación de la ruptura entre poderes constituidos y poder constituyente, de subordinación fáctica de los poderes instituidos a los poderes instituyentes. Esto implica profundizar la democracia protagónica, participativa y revolucionaria, pasando a una fase contra-hegemónica de la democracia:

“¿Se quiere que existan siempre gobernados y gobernantes, o por el contrario, se desean crear las condiciones bajo las cuales desaparezca la necesidad de la existencia de esta división?, o sea, ¿Se parte de la premisa de la perpetua división del género humano o se cree que tal vez tal división es solo un hecho histórico, que responde a determinadas condiciones?”.(Gramsci. Notas sobre Maquiavelo)

Este segundo movimiento implica una democratización del Estado y de la sociedad, una transformación radical de las estructuras de poder estatales y no estatales, consolidando el poder popular organizado como fuerza constituyente. La actuación de una gran personalidad histórica; en nuestro caso, el cesarismo progresivo-revolucionario de Chávez, por más influencia moral y control político que tenga, es insuficiente para el cambio de estructuras económicas, políticas, jurídicas, militares, si no cuenta con el protagonismo de vectores de acción colectiva, con fuerzas políticas y sociales organizadas y unificadas alrededor de un proceso de construcción y ejecución de un proyecto estratégico de transformación, con tareas claras y concretas.

Este cambio de estructuras pasa por la profundización de la democracia participativa, protagónica, deliberativa en una nueva esfera pública, no por movimientos erráticos que tienden a anularla. Se trata de transferir el poder de conducción de los cinco motores hacia el poder popular organizado, de allí que sea el quinto motor y el debate sobre el PSUV los eslabones claves para articular los otros cuatro motores. Sin poder popular organizado, es decir, sin fuerzas sociales articuladas a una democracia de consejos, y sin una mediación partidista que rompa con los formatos del leninismo y del centralismo burocrático, transformándose en una herramienta de dirección política revolucionaria de las mutitudes, la ruta del socialismo puede recaer en una cibernética simple del control elitario de la revolución: una revolución desde arriba, desde una minoría selecta. Las leyes habilitantes deben tener contenido de multitudes, no de elaboraciones de gabinete, la reforma constitucional debe ser un hecho instituyente, abierto a los aportes de los movimientos sociales contra-hegemónicos y a la esfera pública democrática.

Moral y luces debe ser un esfuerzo de movilización de capacidades para dar un salto humanístico, científico y tecnológico a través de una “reforma intelectual y moral” de signo nacional-popular. La nueva geometría del poder debe responder a las demandas de de lo que se denominó inicialmente “descentralización desconcentrada” del poder; esto es, a un proyecto nacional que pueda conjugar la fuerza unitaria de la soberanía nacional, con una desconcentración poli-céntrica de poder territorial. Esto último implica romper con paradigmas de planificación centralizada, incorporando los ejes democráticos, estratégicos y desconcentrados en las actividades rutinarias de la planificación. Todo el poder popular organizado planifica, en pocas palabras. No solo las unidades superiores del gobierno.

De allí la importancia que adquiere el debate sobre la transición al socialismo. Se pretende realizar esta transición sin tomar en consideración las iniciativas de los movimientos sociales, sin catalizar los prerrequisitos del poder popular organizado, o se pretende acelerar este proceso por una vía cesarista-plesbicitaria, centrada en la popularidad del Presidente Chávez. Hasta ahora, el proyecto estratégico, sus contenidos, dirección e implementación se reservan a pequeños grupos de decisión que conforman la dirección revolucionaria real del proceso, que se inclinan a defender sus cuotas de poder e influencia, a coagularse en “nueva clase gobernante”.

Sin embargo, la actuación de una gran personalidad histórica, por más influencia moral y control político que tenga, es insuficiente para el cambio de estructuras económicas, políticas, jurídicas, militares, si no cuenta con el protagonismo de vectores de acción colectiva, con fuerzas políticas y sociales organizadas y unificadas alrededor de un proceso de construcción y ejecución de un proyecto estratégico de transformación, con tareas claras y concretas. El debate sobre la transición al socialismo es un eje transversal de los cinco motores y las siete líneas estratégicas, y el carácter democrático de la transformación socialista está a la orden del día.

La construcción de un poder popular organizado debe ser obra del pueblo mismo, junto con la construcción de ideas, valores, representaciones sobre un programa de transición al socialismo. ¿Qué desea el pueblo por socialismo, que demanda el pueblo por socialismo, que sueña el pueblo por socialismo es algo más que satisfacer necesidades estipuladas por una planificación centralizada convencional? Los pueblos no son simples masas o cifras estadísticas controladas verticalmente por élites que puedan cambiar el rumbo de los acontecimientos políticos. Los pueblos son las diversas manifestaciones de la auto-organización de los sectores populares, con su diversidad cultural inherente, con sus especificidades, con sus necesidades si, pero con sus aspiraciones y demandas. Los pueblos sienten, comprenden, reflexionan, elaboran interpretaciones y juicios sobre los cambios de estructuras que llamamos revoluciones, los pueblos desean ser protagonistas de estas revoluciones, no desean simplemente que los manden, quieren gobernar su propio destino, no que les gobiernen el destino. Allí se abre las compuertas a la democracia contra-hegemónica

El elitista revolucionario parte de la premisa de que los gobernantes revolucionarios sabrían mejor que el pueblo “mentalmente manipulado” lo que es bueno para él. Esto es un terrible error. Se pueden sacar dos ideas en claro de cualquier gobierno que tome esta línea argumentativa:

1) Que el pueblo es entendido como masas que no piensan por sí mismas a priori desde el momento en el que abran los periódicos o prendan el televisor.

2) Que tanto la propaganda privada como la gubernamental influirán sobre dichas masas en igual medida, con lo cual la política se convierte en una lucha por “saber manipular mejor”.

Lo primero anula cualquier posibilidad de descubrir en el pueblo el conocimiento de sus propios intereses y lo segundo, cualquier seguridad acerca de la representatividad de los políticos democráticamente electos.

En las actuales circunstancias, es conveniente revisar la actualidad de las premisas del poder constituyente y de la democracia contra-hegemónica: la auto-valorización de lo humano (el derecho común de ciudadanía para todos en toda la esferas civiles, políticas, económicas, sociales y culturales); como cooperación (el derecho a comunicarse, construir lenguajes y controlar redes de comunicación); y como poder político, es decir, como constitución de una sociedad en la cual la base del poder esté definida por la expresión de las necesidades y aspiraciones de todos. Como ha dicho Negri, esta es la organización del trabajador social y del trabajo inmaterial, una organización de poder político y productivo como unidad biopolítica manejada por la multitud, organizada por la multitud, dirigida por la multitud-la democracia absoluta en acción.

jueves, 7 de junio de 2007

¿Dominación ideológica?

Sobre el debate y sus alrededores

Rigoberto Lanz R.
Distinguidos colegas:


Una regla básica para que estos debates sean viables es entender que cada colega tiene intereses y motivaciones distintas (no a todos importa por igual la discusión epistemológica que cuestiona radicalmente el discurso cientificista, no a todos interesa por igual el debate sobre la izquierda, el marxismo, la democracia o el socialismo) Moraleja: que cada quien llegue hasta donde quiere llegar sin arriesgarse demasiado en agendas que no conoce. Pero además es obvio que circulan opiniones y visiones del mundo enteramente diferentes. Eso no es solo evidente sino inevitable y muy sano. No hace falta estar buscando acuerdos forzados ni disimulando los antagonismos. Lo que sí hace falta es tomarse en serio los asuntos en debate y asumir—en mi caso, hasta las últimas consecuencias—las posiciones teóricas y políticas en las que cada quien se ubica.

Sobre los tonos del debate no hay que escandalizarse: algunos amigos son especialmente rudos y quisquillosos y otros prefieren los buenos modales de las finas sutilezas. Por mi lado, me importan menos los asuntos de estilo cuando el fondo del debate permanece nítidamente ubicado. En una discusión que toca efectivamente intereses vitales en todos los ámbitos, ingenuo sería esperar posturas angelicales y procedimientos cristalinos. La intensidad de las pasiones en los debates es parte del asunto. De los excesos y extravagancias no nos libraremos. De las exageraciones y disparates tendremos las dosis que hacen a la propia heterogeneidad de la gente que interviene en estos problemas.

En lo que concierne a la agenda que se ha puesto en movimiento a propósito de la Misión Ciencia es claro que asistimos a un verdadero sacudón epistemológico. Sus consecuencias verdaderas serán de largo plazo (no se construye un nuevo paradigma de la tecno-ciencia en horizontes inmediatos) El núcleo duro de este debate pone en tensión toda la vieja plataforma cognitiva de la derecha académica y sus aliados de la vieja izquierda. El debate público que hemos animado en estos últimos dos años (hay tres tomos que recogen esta rica discusión) muestra clarísimamente dónde están los nudos a romper: en la mentalidad de los operadores, en la sensibilidad intelectual heredada, en los sistemas conceptuales instalados, en las maneras de producir conocimiento, en los modos de enseñarlo, en las formas de gestionarlo. En lo que me concierne, sólo me gusta recordar que la cuestión de fondo es producir una crítica epistemológica radical a toda la episteme de la Modernidad (que cada quien derive sus consecuencias)

*En el ámbito caliente de la relación entre ciencia y política (tendremos un Congreso Internacional sobre este asunto en octubre próximo) la discusión ha de radicalizarse para que afloren los supuestos subterráneos, para poner en evidencia las falacias de la derecha académica, para hacerse cargo de las tremendas inconsistencias del conservadurismo de la vieja izquierda en este terreno. Una política pública como la Misión Ciencia es el escenario ideal para que estos contenidos se expresen abiertamente, para que las concepciones ideológicas aparezcan con nitidez, para que las visiones sobre el país encuentren conexión directa con otra manera de entender las ciencias y las tecnologías. En lo que me concierne, baste recordar que desde hace varias décadas propulsamos una corriente intelectual que está expresamente comprometida con la transformación radical de esta cosa que mentamos por comodidad lingüística “la sociedad”. Ello supone una clara determinación en lo que atañe a la demolición del Estado y la construcción de una fuerza subversiva que se abra paso desde la multitud (Toni Negri) Ello acarrea consecuencias directas hacia el mundo de la tecno-ciencia y no pocas implicaciones hacia el campo del desempeño universitario.

En el ámbito singular del debate sobre el socialismo ocurre otro tanto: se ponen en juego allí, no sólo opiniones relacionadas con el campo de lo político, sino toda una constelación de problemas teóricos que atañen a las visiones sobre el mundo actual, sobre el estado de la cultura y las derivas del conocimiento, sobre el mapa de fuerzas que determinan el curso histórico actual y sus correlatos en el terreno de la reflexividad. También aquí nuestra posición ha sido expresada de todos los modos posibles. (Si el amigo lector tiene interés especial en este asunto cuenta para ello con una abundante producción que está disponible)

Todo lo anterior abona en una finalidad cardinal: la discusión teórica es vital para que los procesos de transformación avancen. La polémica es consustancial a la idea misma de sociedad viva, en turbulencia, en permanente conflictividad. Eso no sólo hay que “tolerarlo” sino estimularlo. Los interlocutores de este debate están en muchos lados. Los aportes intelectuales que en verdad valen la pena vendrán de esa diversidad. De momento una sencilla regla me sirve de brújula: la agenda, los temas en debate y los interlocutores pertinentes se definen en la inevitable correlación de fuerzas de cada coyuntura. La plataforma epistemológica desde la cual se propulsa la Misión Ciencia no es obra de caprichos personales. Eso hace la diferencia con debates abstractos sin destino y sin consecuencias. Los desafíos a la vista son inmensos. Las riñas menores serían una distracción imperdonable.

Cordiales saludos:

R. Lanz



¿Cómo los dispositivos mediáticos de comunicación capitalistas socavan al proceso revolucionario? La conspiración del Príncipe Posmoderno


Javier Biardeau R.

En los trabajos de Gramsci encontramos la invención del príncipe moderno: del partido político como intelectual colectivo, el tema de la hegemonía y la construcción de lo que denominó una “sociedad regulada”. Con el clima posmoderno y la sociedad del espectáculo-simulacro-comunicación, es conveniente pasar a interrogar si en la época de la globalización neoliberal es suficiente una reformulación de la teoría del partido político o si se necesita una reflexión completamente nueva sobre qué podría ser el príncipe posmoderno: los dispositivos mediáticos capitalistas.

Se habla mucho de guerra mediática, de media-cracia, de conflictos de cuarta generación, de guerra psicológica. Las guerras psico-sociales están a la orden del día con sofisticadas campañas de manipulación, desinformación y confusión. El blanco móvil son las creencias y afectos de las poblaciones, sus identificaciones e imaginarios, en función de moldearlos hacia los flujos funcionales de la reproducción de la racionalidad del capitalismo. El anclaje en las pasiones, emociones y estructuras de sentimiento se realizan bajo los imperativos del narcisismo, la economía del deseo y el control capilar de los cuerpos y las identidades. Un vasto “capital simbólico e intelectual” acumulado desde las ingenierías sociales pasa a formar parte de los recursos e instrumentos de coerción/seducción de las poblaciones.

Una revolución socialista del siglo XXI pasa por confrontar todos estos dispositivos de control, represión, disciplina, incitación, seducción y normalización de los modos de subjetivación. La “idiotización política” aparece como la forma típico-ideal de devaluación del espacio público. Sobre las autopistas de comunicación e información circula a extrema velocidad la estupidez. No es casual que el histerismo aparezca luego del “destete” de cualquiera de los dispositivos mediáticos. La cañería mediática requiere depositar sus contaminantes mentales en todos los espacios. Se requiere una ecología mental para sobreponerse a la retórica permanente del desasosiego, del terror, de pánico manipulado, de la conmoción, del acoso y el derribo.

No nos hagamos falsas ilusiones. Ninguna deontología para pichones de periodistas, al parecer incapaces de reflexionar críticamente sobre los dispositivos mediáticos capitalistas podrá detener los intereses de poder de los grupos empresariales que los controlan. El príncipe posmoderno, en fin, avanza con zancadas largas, reconvirtiendo a sus críticos más implacables en operadores ideológicos de sus engranajes. Su cooptación parece irresistible. Quienes encuentran la libertad en estos engranajes saben de lo que hablan, sus cuerpos domesticados han claudicado a cualquiera de las figuras del gran rechazo. Sencillamente, han abandonado la fricción del la crítica intelectual y optan por aceitar, por masajear los dispositivos mediáticos capitalistas como aparatos de garantía de la libertad. Paradojas de la vida del intelectual critico, de la aguja hipodérmica al éxtasis de la libertad empresarial.

Estas acotaciones las hacemos al constatar que gran parte del discurso posmoderno se apoya en la centralidad de la sociedad de los medios de comunicación y de la comunicación generalizada para justificar la tesis de una aparente crisis de la narración unitaria de la historia y la emergencia de un nuevo pluralismo de concepciones del mundo, que genera condiciones de posibilidad para el desarrollo de nuevas formas de ciudadanía y de ejercicio de derechos, entre ellos la llamada libertad de expresión. Como ha dicho Vattimo (La sociedad transparente):

* Con el surgimiento de la sociedad posmoderna, los medios de comunicación desempeñan un papel fundamental en el descentramiento de las visiones unitarias de la historia y en las concepciones ideológicas.
* Los medios de comunicación, contra lo que se podría pensar, no hacen que la sociedad sea más transparente (y acá discute con Habermas) sino, por el contrario, más caótica.
* la sociedad de la comunicación generalizada parece orientarse a lo que se puede denominar <>…”; El hecho de que en este nuevo mundo planteado en el contexto de la información haya gran diversidad de verdades parciales que conforman la realidad, hacen muy difícil que se tenga una visión real del mundo.
* Hay tantas realidades distintas que complica la posibilidad de abstraernos y comprenderlas a todas, es por esto que el hombre tiene interpretaciones diversas. Los dados son difíciles de analizar, por esto los datos en sí no son tenidos en cuenta, mientras que sí lo son las interpretaciones. De esta forma <>.
* Que en ese caos es donde residen nuestras esperanzas de emancipación.



La hipótesis Vattimo no nos dice nada sobre el control oligopólico de los grupos empresariales sobre los dispositivos mediáticos. Al parecer la pluralidad de sub-culturas que se expresan en los espacios de los medios de comunicación es un índice positivo de la crisis de la modernidad, sin interrogarse sobre cómo el metabolismo del capital las incorpora como segmentos de mercado, afiliación, asentimiento y de consumo.

Pero los síntomas no son solo mórbidos en el espacio de la post-modernidad. Pensadores modernos como Habermas, sostienen (siguiendo principalmente el libro Conciencia moral y acción comunicativa1) que los medios masivos de comunicación son una oportunidad para construir una sociedad de comunicación sin obstáculos, que la modernidad es un proyecto no acabado, y que “los sujetos capaces de lenguaje y acción sólo se constituyen como individuos porque al crecer como miembros de una particular comunidad de lenguaje, se introducen en un mundo de la vida inter-subjetivamente compartido”. Huxley, Orwell y Skinner con sus fabulaciones son más certeros que el clima posmoderno y modernos colonial-euro-céntricos.

No será consecuencia de actuación de los dispositivos mediáticos capitalistas el que quebrará el punto de vista unificador de los discursos de la historia. Ciertamente, la modernidad colonial-euro-céntrica es un proyecto realmente acabado, pero no será la sustitución del príncipe moderno por el príncipe posmoderno el que creará las esperanzas de la emancipación. Ya no bastan las apelaciones angelicales a la veracidad y la objetividad como inter-subjetividad críticamente orientada, o la sinceridad y la honestidad. Todas estas mojigaterías de la “comunidad de los santos”, aparecen como eslabones claves de esta presunta ética de la comunicación, así como para fundar las distinciones entre información y opinión que aparecen en los debates recientes.

Estos son residuos modernos que podrán ser codificados jurídicamente, pero será formas flotantes, se acatarán pero no se cumplirán, porque las pasiones, razones y el ethos posmoderno es impermeable a estas consideraciones. El núcleo del príncipe posmoderno es la razón cínica, y frente a esta no quedan mas vías que una revuelta plebeya de la racionalidad hegemónica.

La veracidad, objetividad y honestidad serán posibilidades contingentes en una agonística de poder. Por esto, no hay que apartar al pueblo del ejercicio de su potencia y esperar que actúen los tribunales. Además de abrir espacios para la palabra, se requiere el ejercicio directo y protagónico del poder popular sobre las tecnologías de comunicación e información. Arrancarlas de los dispositivos mediáticos para conformar con las tecnologías de comunicación e información, prácticas de comunicación contra-hegemónicas. Que el príncipe posmoderno tiemble de pánico por la presencia protagónica del poder popular en el frente cultural.

El príncipe posmoderno reconoce en su intimidad que no hay posibilidad de acceso a ninguna verdad objetiva, que solo trabaja con fabulaciones, versiones, narraciones, simulacros, juegos de verdad y perspectivas diversas. Que el príncipe impone su fábula como recurso de legitimación, que trata permanentemente de incluir imaginariamente algunos satisfactores de los deseos de sus audiencias. Frente a este supra-poder de la razón cínica no basta con apelar a Marx, Lenin o Gramsci. No estamos luchando contra un “conocimiento ideológicamente fundado e interesado”; contra velos ideológicos que traducen de manera distorsionada la realidad histórico-social. No hay rostros detrás de las máscaras. Se trata de afirmar otra verdad histórica, no de develar una verdad oculta en el discurso de los poderosos. Y esta verdad solo se construye como obra colectiva y abierta del poder popular hecho multitud en movimiento.

No basta la toma de la palabra por las “minorías sub-culturales”, se trata del acceso a la decisión política y económica. En realidad la sociedad de la comunicación se ha transformado en una herramienta capitalista, y por ende, un elemento de dominación económica y política funcional al capital. Esto es fundamental para comprender las relaciones entre discurso, acción y experiencia. Las personas, a través de los medios de comunicación, eligen entre opciones previamente seleccionadas y escogen entre variantes limitadas; estas opciones no siempre las pueden contrastar a través de diversas fuentes, por lo tanto cabría preguntarse hasta qué punto los medios de comunicación de masas se transforman en un instrumento de dominación o de liberación.

Desde nuestro punto de vista, las empresas capitalistas de producción y diseminación de opinión, información, comunicación, entretenimiento y recreación conforman aparatos hegemónicos esenciales para “controlar y autorizar” matrices de sentido y significación acerca de la realidad social, económica, política, jurídica y cultural. La naturaleza de estas empresas capitalistas las lleva a permanentes estrategias donde se combinan procesos de control del lenguaje y fabricación de narraciones e identificaciones legitimadoras. Fábulas, si, controles sutiles, si, pero ideológicamente motivadas por su articulación a los intereses empresariales. Mas que de ideologías, el príncipe posmoderno se articula como nodo estratégico de las sociedades de control de los imaginarios; sociedades de modulación flexible, de incitación, de control persuasivo de la economía del deseo, de la fabricación de narraciones, del modelaje de pasiones y afectos, de identificaciones, de la mitificación de los modos de existencia.

El príncipe posmoderno ya ha sido constituido bajo la sombra de los partidos políticos: son los dispositivos mediáticos de información y comunicación hegemónicos del capitalismo mundial. En consecuencia, hay que replantear las formas de lucha, se trata de analizar a profundidad la centralidad de los dispositivos mediáticos de información y comunicación en la construcción de formas de consentimiento, afiliación e identificación que escapan a los patrones racionalistas de interpretación de las estrategias y tácticas de dominio social. Mas que de hegemonía comunicacional e informativa, las luchas por la construcción de nuevas relaciones humanas socialistas, pasa por una contra-hegemonía comunicacional e informativa; es decir, por la imposibilidad de que se estabilice una forma de dominación concentrada a través de cualquier hegemonía político-cultural. A la violencia simbólica de los dispositivos mediáticos no se le vence con una violencia simbólica simétrica pero inversa. Se trata de otra lógica de configuración de significaciones y sentidos, apropiándose tanto de las tecnologías de comunicación e información existentes, como creando nuevas herramientas de lucha.

En la conspiración del príncipe posmoderno, la diferencia entre máquina centralizada o red descentralizada no es el foco del asunto; más bien se trata de la concentración coordinada en pequeños grupos de decisión y control de los dispositivos. Se trata de coordinaciones concentradas, a pesar de las impresiones de diseminación y descentralización. Las conspiraciones del príncipe posmoderno crean estados mayores borrosos o difusos, que operan desde arriba por coordinaciones concentradas y hacia abajo por sugestiones e incitaciones descentralizadas y diseminadas.

Se trata de circuitos paralelos de comunicación e información que deciden desde múltiples centros desde arriba, generando instrucciones diseminadas hacia abajo por una red capilar de segmentos movilizados. Primero fue ARPANET, luego INTERNET. Allí esta el reto para las nuevas formas de lucha, atacar tanto los centros del CCCI (comando, comunicación, control e inteligencia), como los enlaces que diseminan sus estrategias traducidas al lenguaje de las tácticas y consignas. La conspiración posmoderna está en marcha, se trata de crear estados de conmoción. Hasta ahora las guerras mediáticas solo pretenden paralizar al enemigo, dañar sus sistemas de orientación y atención para paralizar su decisión-acción.

Sin mapas no hay orientaciones. Poco a poco, el poder popular construirá mapas mas eficaces, porque esta lucha será larga y requerirá paciencia, prudencia y precaución. No será la ley quien detendrá las maquinaciones del príncipe posmoderno, será más bien un hecho de justicia, la potencia de hechos constituyentes.