domingo, 2 de diciembre de 2007

El debate político *


Rigoberto Lanz R.
rlanz@cipost.org.ve


Tal vez el más desprestigiado de todos los debates sea el que habla desde el espacio público. Paradójicamente, el espacio más requerido de la interpelación ciudadana es al mismo tiempo el ámbito más devaluado por efecto de la trivialización y la decadencia. No es fácil remontar esta cuesta. Nada fácil persuadir a la gente del interés vital de lo político para la propia continuidad de la sociedad. Mucho más complicado resulta motivar a grandes colectivos sobre la necesidad imperiosa de debatir los asuntos públicos como condición esencial para la convivencia democrática (diríase que en eso consiste básicamente la idea de cultura democrática).

No obstante, montados en la hipótesis optimista de un "resurgimiento de la política" en América Latina, podemos abrigar cierta esperanza en torno a una revitalización del espacio público y, consecuentemente, a un relanzamiento del interés por las ideas, por el diálogo democrático, por la vigencia del pluralismo.

A partir de allí podemos visualizar una abigarrada agenda de problemas que van y vienen en la vida pública de la Venezuela de estos días.

Esos problemas son en sí mismos de una altísima complejidad. Si agregamos además las complicaciones del clima político y la peculiar propensión a batirse en duelo en las primeras de cambio, tenemos entonces un cuadro bastante pesimista para esperar progresos en la construcción de una cultura democrática con espesor.

Como observamos, las tendencias son contradictorias y sobran las razones para imbuirse, sea de un moderado optimismo, sea de un comprensible escepticismo. En la coyuntura actual, estando de por medio el debate sobre la reforma constitucional, es demasiado importante entender el contexto en el que un país como Venezuela puede adelantar una discusión de este tenor. La mesa está servida para presenciar un gran debate. Las condiciones parecen apuntar a una masiva participación de la gente en esta discusión.

El debate político, como ningún otro, está recargado de los juegos de fuerza que preexisten en el seno de la sociedad. No se trata de un ingenuo intercambio de opiniones donde cada quien toma la apalabra y luego se despide amablemente. Sabemos que está en juego –como siempre– una durísima batalla donde chocan intereses, maneras de apreciar la realidad, visiones del mundo que se oponen con notable intensidad. Hay, sobremanera, un deliberado propósito de ganar espacio político a costillas del debate. Es casi inevitable. Es parte del oficio de hacer política (con el debate que sea).

Lo que cuenta en la situación de hoy es hacerse cargo de las condiciones en las que se desarrolla la discusión pública, es decir, un panorama de exclusión simbólica en la que los actores difícilmente se reconocen como parte de un conjunto mayor. Esta negación discursiva del otro es tan mortífera como la voluntad de exterminio físico que tanta desolación ha ido regando por el mundo. El otro estigmatizado no puede ser reconocido como voz legítima que discrepa, como diferencia esencial que, sin embargo, coexiste en el mismo espacio. No tenemos un "nosotros" que resuene más allá de las identidades parciales. Cada bando vibra con su singular himno de guerra, mostrándose incapaz de sintonizarse con un "canto general".

No hay debate público que valga sin el expreso reconocimiento de las legítimas diferencias de los ciudadanos.

Ese reconocimiento no consiste en un gesto protocolar de buenos modales, sino en la efectiva expresión del pluralismo, en la vivencia palmaria de la heterogeneidad, en la existencia objetiva de mecanismos y dispositivos que recogen esa diversidad.


Allí está la clave de un debate público constructor de espesor democrático. Desde allí es posible avanzar en la integración de lo múltiple en unidades complejas superiores. No se trata de forcejear para que el otro se integre a mi identidad parcial sino de forjar nuevos espacios donde convivan múltiples formas de identificación.

En el debate sobre la reforma constitucional está abierta una posibilidad de ejercicio democrático que apunta en la dirección de estos espacios simbólicos de todos.

ATres Manos
Miradas múltiples para el diálogo
El Nacional, 08-09-2007.

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