A Tres Manos Miradas múltiples para el diálogo Todo el poder para el pueblo
Rigoberto Lanz rlanz@cipost.org.ve
Fue el amigo Juan Barreto quien desde hace mucho convirtió esta consigna en una palanca de movilización para perfilar una manera de entender la idea de revolución. Se trata hasta ahora de una idea-fuerza que dista mucho de encarnar efectivamente el empoderamiento popular en toda su extensión. Pero en su sola enunciación ya contiene un filo subversivo a todas luces incómodo para el poder constituido.
La autogestión de todos los asuntos de la gente es el vector que progresivamente irá minando el viejo cascarón de un Estado que hoy no representa sino a la contrarrevolución: como poder de conservación de lo establecido, como lógica burocrática, como obstáculo a cualquier idea de cambio.Es justamente ese Estado inútil el más visible freno a las transformaciones en curso.Durante un largo trayecto el poder popular se confronta, no tanto con el poder de la burguesía, sino con los aparatos de Estado que están históricamente a su servicio.El empoderamiento de la multitud es un proceso de correlaciones de fuerzas que van moviéndose en función de la capacidad del pueblo para apropiarse de sus decisiones, de sus asuntos, de los espacios (pequeños, medianos y grandes) donde se va dibujando la metáfora de la "sociedad". Hoy por hoy somos víctimas de un estatismo insoportable. Se entiende que las lacras de la sociedad heredada, el hambre en primerísima instancia, tienen que ser atacadas con una plataforma institucional de emergencia.El viejo Estado cumple a duras penas esta función previa a cualquier diseño de sociedad deseada.Ese proceso está lleno de contradicciones y ambigüedades. Por eso mismo es fácil derrapar hacia un nuevo estatismo que anula en los hechos la autonomía del movimiento popular (exactamente la tragedia del socialismo estalinista que se derrumbó).
La vacuna contra el burocratismo de Estado es efectivamente el fortalecimiento creciente del poder popular: como espacio de la democracia directa, como ámbito de la verdadera participación, como escenario de construcción de las nuevas solidaridades nacidas de los valores de uso, de la socialidad empática, del arte de sentir juntos.Nada de esto puede lograrse desde la acción del Estado (llámese éste "socialista" o celestial). Por ello hay que asumir con todo realismo la paradoja de un poder popular postulado desde las parafernalias del Estado. No digo que esto sea negativo. Digo sencillamente que esta formulación tiene un límite, justamente el límite de la transición de una sociedad-Estado a una "comunidad de hombres libres" como postulaba el joven Marx.
En la coyuntura política de estos días es necesario resaltar con fuerza la figura del poder popular como dispositivo constituyente de la idea misma de revolución. Todo lo que vaya en esta dirección es menester empujarlo. A sabiendas de que no hay una fórmula para lograrlo ni un camino despejado que nos permita trabajar sin obstáculos. Todo lo contrario, lo que abundan son los problemas.Uno de ellos, que se hará patente de inmediato, es la contradicción flagrante entre el poder popular ejerciéndose y la lógica de los partidos en escenas (incluido el PSUV). Es fácil intuir lo que viene: una lucha feroz de esos aparatos de Estado llamados partidos y la gente batiéndose por la autonomía radical de los movimientos. Esa es la tensión que marca el rumbo verdadero hacia una revolución libertaria o hacia la retórica de un "socialismo" de aparato que tiene una esencia conservadora.Con la reforma constitucional se mueve el timón a la izquierda en este terreno. Ese es un dato nada despreciable.Ello no resuelve por mandato lo que sólo en la práctica se modula en un largo y complejo proceso de captura de espacios y niveles de decisión.Pero es ya bastante que el texto constitucional se pronuncie abiertamente por el reconocimiento y la visibilidad de los dispositivos del poder popular.Este es sólo un dato del problema. La prueba de fuego viene luego, cuando la gente se tome en serio la leyenda de que el poder es suyo. Allí veremos las correderas de tantos burócratas que abrazan con inusitado frenesí las cuotas de poder que el viejo Estado aún les brinda.
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