Javier Biardeau
El debate sobre la reforma constitucional y las opciones electorales ha generando un campo de fuerzas y tensiones problemáticas en el seno del campo de izquierda que ha apoyado históricamente a la revolución nacional-popular bolivariana. La tramitación de los desacuerdos que se viene expresando al calor del debate de la reforma constitucional, comienza a perfilar el viejo estilo maniqueo de una izquierda sacerdotal y una tradición estalinista-burocrática, que ha posibilitado que los estrategas capitalistas puedan instalar cuña-divisiones que pueden llegar a ser insalvables en el seno de la izquierda social y política. No es momento de contribuir a mayores desgarramientos y a divisiones en el campo nacional-popular revolucionario. Tampoco es momento de barrer la basura debajo de la alfombra en nombre de una unidad retórica y burocrática. Es momento de reflexionar, de corregir y de avanzar en la batalla por construir un proyecto socialista, radicalmente democrático, pluralista y libertario, además de un programa político de unidad revolucionaria para la coyuntura, que siente las bases de nuevas estrategias electorales eficaces; y finalmente, una reorientación de la política gubernamental a corto plazo que demuestre eficiencia, efectividad y sobre todo, calidad revolucionaria. Ha llegado el momento, no de la administración de una crisis electoral, sino de la política con P mayúscula, el momento de la articulación de estrategias de alianzas y de redefinición del bloque patriótico democrático revolucionario.
Si lo logra la construcción de nuevas potencias revolucionarias, será producto no solo del imperialismo, sino de los errores y de la propia ceguera situacional de la izquierda política que ha apoyado a Chávez, que comienza mostrar a los viejos signos del sectarismo, y la transformación de las indispensables corrientes de opinión en fracciones antagónicas. Por esto apostamos por una dinámica unitaria, madura, rigurosa, plantada en el debate ético-programático de izquierdas, que no se detenga a sembrar distancias insalvables, sino que aproxime posiciones. Y esto solo es posible, abandonando posturas a priori en un proceso de deliberación democrática en el seno de la revolución bolivariana.
Lo que se ha venido cancelando es el debate riguroso de las diferencias acerca de la interpretación de la transición a los nuevos socialismos en plural, en función de líneas de acción política, a partir de la típica estigmatización de quienes no comparten los puntos de vista que se justifican desde la alta dirección estratégica de la revolución. Las izquierdas revolucionarias deben someter a revisión profunda sus visiones estratégicas del socialismo, deben bajar de los libros y prejuicios, a la conexión con diversos sectores explotados, dominados, oprimidos y excluidos. Mientras la derecha ha sabido utilizar el discurso de la pluralidad, como una igualdad democrática ficticia en el plano político, la izquierda debe articular un discurso de “unidad en la diversidad” sin ocultar las relaciones de explotación, desigualdad y explotación de las sociedades capitalistas. La izquierda debe ser pluralista, pero denunciar el falso pluralismo capitalista que legitima las desigualdades de clase, el racismo, la explotación y las diversas manifestaciones de la opresión.
Sin embargo, no puede perderse de vista lo fundamental: el antagonismo principal que funda la política de las izquierdas socialistas; en fin, la búsqueda de trayectorias históricas anti-capitalistas como horizonte de luchas. Sin embargo, además del antagonismo principal (Socialismo/barbarie capitalista), el siglo XX nos ha legado un antagonismo secundario: o nuevo socialismo o falso socialismo burocrático, estatista y autoritario. La izquierda mono-cultural y filosóficamente occidentalista ha sido funcional al estalinismo-burocrático. Su concepción monista y determinista de la historia, la razón, el progreso, la verdad, la ciencia, el sujeto y la revolución impiden una transformación paradigmática de la izquierda. Este dogma justifica una concepción reaccionaria de la dialéctica como saber absoluto y no como método crítico-negativo de superación de contradicciones antagónicas. Por eso sus conclusiones terminan en “o es blanco o es negro”, olvidando la dinámica conflictiva de las mediaciones y de los procesos. Ejercen una suerte de dictum en el cual, “si no es blanco o si no es negro, entonces todos los gatos son pardos”. La razón apodíctica de la izquierda sacerdotal es simétrica a la lógica estratégica del pensamiento político-militar fascista que gobierna los Estados Unidos de Norteamérica, y su tesis de la hegemonía capitalista contra el terror global. Binarismo del código, estupidez ilimitada.
Pues bien, el tema sigue siendo como avanzar en la construcción de trayectorias anti-capitalistas, sin doblegarse ante la racionalidad hegemónica imperial, por una parte, pero sin perder de vista, que hay un saldo de inventario en las fracasadas y erradas experiencias de transición al socialismo. El socialismo real no constituyó alternativa alguna al capitalismo, desde la implantación del estalinismo como política hegemónica de izquierdas. La socialdemocracia reformista ha devenido en una tercera vía de liberalismo social que es un retroceso peor que aquel planteado por Bernstein. La tragedia de la revolución rusa fue la anulación de su campo de tensiones internas, que fueron altamente fecundas, creativas y subversivas, en todas sus manifestaciones. Si bien Lenin fue directamente responsable de la anulación de la diversidad de tendencias, frente a circunstancias excepcionales en 1921, es con Stalin y el estalinismo que se configura la izquierda bonapartista, despótica y sacerdotal. La tragedia de la socialdemocracia reformista es que sacrifico al socialismo en el altar del liberalismo democrático y del capitalismo con rostro humano. El nuevo socialismo de cualquier siglo nacerá de este doble antagonismo: contra el capital y sus formas jurídico-políticas, y contra la estupidez político-cultural de los dogmatismos de capilla.
El mito de las dos izquierdas es la cuña por excelencia de los enemigos del nuevo socialismo: de la racionalidad hegemónica imperialista, y sus ofertas ideológicas engañosas de terceras vías, y de su clon burocrático-autoritario de izquierda, el estalinismo-burocrático. Romper de raíz con el mito de las dos izquierdas como trazado de fronteras político-culturales, implica apostar por la diversidad del campo anticapitalista sin concesiones a las dos variedades de “sociedad burocrática de consumo dirigido”, en la feliz expresión de Henri Lefebvre: ni la hegemonía imperial ni el “socialismo realmente inexistente”. Ni la mercadolatria neoliberal ni la estadolatria estalinista. Tenemos pues dos antagonismos y no exclusivamente un único antagonismo, a diferencia del siglo XIX y XX.
Fenomenología de la división: el caso concreto de la reforma constitucional.
Frente al proyecto de reforma constitucional, presentado unilateral y verticalmente por Chávez era de esperarse que se presentaran tensiones, conflictos y contradicciones. El sello cesarista-populista ha venido convirtiéndose en estilo de la dirección mono-céntrica de la revolución bolivariana. Este imaginario de dirección política revolucionaria está desgastando la potencia del bloque patriótico, democrático y revolucionario. Una “revolución dirigida” no es equivalente a una “revolución auto-dirigida”. Se trata de la conquista de la autonomía política, intelectual y moral del campo revolucionario, no se alienarla en direcciones bonapartistas, manufacturadas por la derecha. La democracia protagónica revolucionaria no es una democracia plebiscitaria. El Líder debe ocupar el lugar de catalizador del proceso de cambios, pero nunca debe sustituir el verdadero centro de gravedad de las transformaciones: la praxis económica, política, territorial, cultural, militar concreta del nuevo bloque histórico como multitud y singularidades revolucionaria. Las revoluciones no las hace un líder, ni una burocracia de funcionarios, ni una estructura de dirección política cerrada sobre sus propios intereses, se hacen desde abajo, solo desde abajo.
Para algunos, esto no debe discutirse. Es así y punto. Para muchos, esto conlleva extraordinarios riesgos. Chávez no parece ser un estalinista prototípico en sentido estricto, pero se alzan voces sobre la necesidad de revisar su modalidad de dirigir el proceso revolucionario, porque la posibilidad de llegar serlo no está cancelada. Además Chávez ha permitido por omisión que la derecha endógena ocupe espacios estratégicos claves de la dirección económica y política de la transformación. Su clara conexión popular comienza a desgastarse, frente a una modalidad de construcción de su imagen alejada del caudillo igualitario, y cercana al cesarismo plebiscitario. Un peronismo a la venezolana no es una adecuada vía de transformación socialista, tampoco conviene clonar a Castro, y menos combinar ambos imaginarios. Alrededor de Chávez existe todo un intento de construir un mito-cesarista de conducción revolucionaria en sus más cercanos colaboradores, sobre todo desde el círculo de los militares retirados y activos. Existe una tradición a la venezolana del gendarme necesario: la tesis del cesarismo democrático, de amplio calado en la socialización política de cuadros militares. Empresarios, contratistas, funcionarios públicos, políticos oportunistas, sectores de ex militares y militares activos que no se identifican, orgánica ni ideológicamente, con el movimiento popular revolucionario ni con transformaciones de signo socialista, conforman la derecha endógena.
Por otra parte, tenemos una subcultura estalinista en el campo de la izquierda histórica venezolana producto de la sedimentación de las prácticas y discursos de los sectores hegemónicos del PCV, así como las inercias de un imaginario de la lucha armada y la subcultura castrista, producto de las resonancias del MIR y su ferviente apoyo a la revolución cubana. Esta es la vieja izquierda de aparato, desgastada electoralmente y con excepcionales signos de renovación en algunos de sus cuadros políticos. Pero, en términos generales, allí habita el imaginario del viejo socialismo burocrático. Allí hay poca disposición real a inventar y construir, con rigor intelectual y con la praxis política correspondiente, los nuevos perfiles de la utopía concreta del socialismo. Estos sectores comparten, inercialmente valores y creencias personalistas-autoritarios que exaltan el estilo de dirección bolchevique, y en el mejor de los casos, la clásica distinción entre vanguardias y masas. Sin embargo, estos climas subculturales son proclives a la inercia del socialismo en clave despótica; es decir, un socialismo sin democracia, mientras los sectores militares y la derecha endógena, por consideraciones patrimoniales y crematísticas, son proclives al desarrollismo nacional y al Capitalismo de Estado.
Cuando estas matrices se cruzan, el resultado se aleja radicalmente de cualquier “nuevo socialismo”; y este peligro hay que debatirlo a fondo en la izquierda anticapitalista, si de verdad quiere ser viable como alternativa de poder para el siglo XXI. Por otra parte, y frente a quienes se anclaron en el imaginario socialdemócrata del MAS y sus derivados, los antídotos para evitar un descalabro del nuevo socialismo venezolano no están en la socialdemocracia reformista ni el liberalismo social del “capitalismo con rostro humano”. De allí el reto, superar el mito polarizador de las dos izquierdas: “o socialdemocracia o marxismo-leninismo”. Se trata de insurgir en un nuevo espacio de convergencia de fuerzas de las izquierdas anticapitalistas: esta es la plataforma socialista, democrática, patriótica y revolucionaria. Frente a la dispersión y a las tendencias fraccionalistas, este es momento de unidad ética, política y programática, reconociendo la diversidad de enfoques revolucionarios. Chávez debe encarnar está plataforma unitaria, construida desde las bases de los movimientos sociales y políticos. Pero no un Chávez deificado e infalible, sino un Chávez consustanciado con los sentimientos, prácticas, aspiraciones y demandas de los de abajo. Lo digo sin ambigüedades. Hay que bajar a Chávez del avión y de las giras internacionales; meterlo a vivenciar que la realidad de las condiciones de vida de los grupos, sectores y clases subalternos, porque allí está la verdadera fortaleza de la revolución: en el pueblo excluido, que no requiere solo de remedios de gestión gubernamental, sino de construcción del poder popular.
El modo como algunos intelectuales de la izquierda mundial se posicionan ante la coyuntura venezolana, manifiesta algunas dimensiones del iceberg aun oculto del debate sobre el poder popular y las transiciones a los socialismos por construir. La tensión Celia Hart, Woods y Dieterich, por una parte, y actualmente, el affaire Petras, son emblemáticos de la actual situación, aun tamizada por la superficie electoral. Sin embargo, los sismógrafos ya registran algunos movimientos en las fallas geológicas. Cuando Dieterich proyecto la tesis del “colapso del proyecto popular” alrededor de la tensión Chávez-Baduel, planteó un problema sustantivo entrelineas: “Están en lo cierto, sin embargo, los observadores que constatan que había señales inconfundibles públicas de preocupación en Baduel frente a (…) la falta de definición de la institucionalidad del Socialismo del Siglo XXI.”
Hasta ahora, no hay debate real sobre el modelo socialista venezolano y sobre el papel del poder popular en el proyecto. Hay discursos, pero sin debates orgánicos con consecuencias ideológicas y políticas. Ni el proyecto de reforma ni el primer plan socialista han recibido la atención requerida de un debate en el seno del movimiento popular y los sectores progresistas, en función de clarificar los contenidos y alcances del proyecto socialista.
Hasta ahora, predomina la tesis de la santa palabra de la voz infalible. Si Chávez lo dice, entonces lo dicta. Nadie se imagina que opinan con cabeza propia un Diosdado Cabello, un Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez, Vielma Mora, Pedro Carreño u otros voceros del Chavismo acerca del Socialismo Bolivariano. Al parecer hay un solo vocero, y por tanto una sola voz. En consecuencia, un pensamiento unipersonal sobre el socialismo. Si socialismo del siglo XXI es lo que diga Chávez acerca del asunto, entonces no hay duda sobre el bloqueo histórico de cualquier debate de izquierdas. Frente a esta postura, puede comprenderse el distanciamiento de Dieterich cuando señala, a diferencia de los discursos de Chávez, que: “la nueva Constitución no es necesaria para avanzar el carácter antiimperialista y popular del proceso bolivariano que encabeza el Presidente en los ámbitos nacional e internacional, ni tampoco es necesaria para avanzar hacia el Socialismo del Siglo XXI”.
En la respuesta sobre estos tópicos a Dieterich, Celia Hart ha planteado los riesgos de personalizar la polémica: “pienso que todas las opiniones que provengan de la izquierda son meritorias para ser consideradas útiles y que un enfrentamiento descarnado pudiera ser perjudicial para el interés común de todos los que luchamos por lo mismo.” Sin embargo, Celia Hart introduce argumentos falaces cuando señala: “El ex Ministro de Defensa tan sólo saltó la verja al ver que las reformas pueden llegar más lejos que lo que se esperaba. Su posición la dejó clara en su intervención cuando cesó como Ministro de Defensa: No podemos permitir que nuestro sistema se transforme en un capitalismo de estado, donde sea el Estado el único dueño de los grandes medios de producción” Lo que no dice Celia Hart es que el propio Chávez felicitó públicamente a Baduel por semejante discurso, y de hecho llamo a leerlo y a publicarlo, además de hacer explícito en diferentes escenarios su desacuerdo con el Capitalismo de Estado. Antes de descalificar a Baduel por “reformista”, Celia Hart debió pasearse por las propias afirmaciones de Chávez que coinciden término a término con lo enunciados hechos por Baduel. Así las cosas, el estigma de reformista estaría mejor distribuido.
Lo que introduce Celia Hart a propósito de las palabras de Baduel es el debate de la transición al socialismo. Dice Baduel: “El comunismo de guerra dejó la enseñanza de que no se pueden implantar cambios bruscos en el sistema económico, es decir abolición a rajatabla de la propiedad privada y la socialización brutal de los medios de producción sin que esto repercuta negativamente en la producción de bienes y servicios y sin que concomitantemente se genere un descontento generalizado en la población.”. Y replica Hart expresando su acuerdo a la siguiente afirmación: lo que quiere decir con estas palabras Baduel es que no debemos ir hacia la nacionalización de la economía. Como vemos, están en juego hipótesis político-estratégicas básicas de los procesos de transición al socialismo.
Por otra parte, Celia Hart ataca frontalmente a Dieterich: “Me resulta intolerable las definiciones múltiples, coloridas y engorrosas del Socialismo del Siglo XXI. Ese Socialismo del siglo XXI no le alcanza ni a la temprana Socialdemocracia del siglo XX de la cual la Luxemburgo hubo deslindarse. No encuentro un solo elemento renovador, de avance en las miles de definiciones que he escuchado. Algo común es que este socialismo democrático y dulce puede llegar a convivir con la propiedad privada y hasta con el orden burgués. El Gral. Baduel lo señaló en su célebre Conferencia del 18 de de Julio. En este aspecto considero que sí deberíamos apartarnos de la ortodoxia marxista que considera que la democracia con división de poderes es solamente un instrumento de dominación burguesa y para argumentarlo usa un planteo del Presidente Chávez en una entrevista concedida a Manuel Cabieses, Director de la revista Punto Final. Dijo Chávez: En la línea política uno de los factores determinantes del Socialismo del Siglo XXI debe ser la democracia participativa y protagónica. El poder popular. Hay que centrar todo en el pueblo, el partido debe estar subordinado al pueblo. No al revés.”
Celia Hart endosa a Baduel y a Dieterich prejuicios socialdemócratas, mientras que a Chávez lo hace hablar en clave Fidelista bajo el siguiente enunciado: “Le hubiese yo pedido a Hugo Chávez que me definiera la palabra pueblo....Y como a mí me la definió Fidel en pleno siglo XX en el acto de defensa por el asalto al Cuartel Moncada, conocido como La Historia me Absolverá y como Chávez considera a Fidel Castro “el padre de todos los revolucionarios del Continente”, entonces asumo que la definición de pueblo de Chávez deba ser muy cercana a la de su camarada cubano. Dijo Fidel : Nosotros llamamos pueblo si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo (...); a los quinientos mil obreros del campo(...); a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros (...), a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya, para morirse sin llegar a poseerla, que tienen que pagar por sus parcelas como siervos feudales (...); a los treinta mil maestros y profesores (...); a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales; a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etcétera, que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas,(...) ¡Ése es el pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas”.
Como es fácil evidenciar, Hart trata de “capitalizar” a Chávez acercándolo a Cuba y el pensamiento de Fidel, y Dieterich trata de “capitalizar” a Chávez acercándolo a su interpretación del socialismo del siglo XXI. Lo cierto es que Chávez manifiesta capacidades ideológicas vetrílocuas. Asume voces ideológicas incluso disímiles en el campo de la izquierda, e incluso en el terreno del populismo histórico latinoamericano. Esta capacidad de amalgamar fragmentos ideológicos disímiles comienza a plantear lo difuso y confuso del universo socialista del pensamiento de Chávez. Y esto puede ser tanto una debilidad como una fortaleza a la hora de abandonar dogmas, como de construir principios mínimos para la acción colectiva. Lo que si aparece es que mas allá de la amalgama ideológica socialista de Chávez, el socialismo bolivariano carece de referentes y de espacios para construir lo que Gramsci llamó en su momento ideologías orgánicas, a menos que se asuma que el debate teórico-programático es una tarea política que implica la crítica radical de toda doxa revolucionaria.
Celia Hart continua con su interesante polémica frente a Dieterich diciendo: “Las ideas del socialismo nos llegaron desde finales del XIX y nos hicieron engrandecer las ideas de la Ilustración. Comenzando por José Martí sin dudas. A principios del XX el marxismo latinoamericano no necesito traductores; forma parte de nuestra cultura política continental José Carlos Mariátegui, Julio Antonio Mella, El Che Guevara ¿Qué eran? ¿patriotas? ¿europeos? Eran marxistas enraizados en Latinoamérica.”. Aquí nos movemos en la aguas de un debate inconcluso, pero lamentablemente enterrado para la memoria de los pueblos: el marxismo latinoamericano. Sin embargo, y aquí Celia Hart debe interpelar no a Dieterich ni a Baduel sino a Chávez, quién ha planteado reiteradamente que no hay que definirse como marxistas. Que él, como Marx, dice: yo no soy marxista. Celia Hart acierta cuando dice que: “muchos con tal de hacer un puente para evitar a Stalin caen en el más simplón de los reformismos.”, pero desacierta cuando dice que el propio Baduel se encargó de decirnos “que la magnitud de los cambios que se están proponiendo no se corresponden con un proceso de reforma sino que es un planteamiento en su contra”. Allí Celia Hart hace trampa semántica. En Venezuela no está en debate electoral el tema reforma/revolución, sino si se adecua o no el proyecto de reforma constitucional a una reforma constitucional. Quien escogió el camino reformista y la trampa constitucional no fue Baduel sino Chávez, quien se negó a convocar una constituyente para abrir el debate constituyente hacia el socialismo, un pequeño detalle. Lo que no se evalúa es que una reforma mal diseñada y mal tramitada puede generar mayores costos que una constituyente.
Creo que Celia Hart ha sido frontal con Dieterich y Baduel, pero muy oblicua con Chávez. Si hubiese sido coherente, los tres hubiesen caído en el espacio del reformismo, cosa que Hart evita para no entrar en la verdadera complicación: ¿Transición al socialismo con una reforma constitucional o con una constituyente? Lo que se evade es el debate de fondo. Chávez no está abriendo el debate sobre el Socialismo, sino que lo está cerrando por la vía del plebiscito.
Celia se reclama heredera de una fase de las luchas por el Socialismo, puede decir legítimamente que quebró los huevos para comérselos. Pero lo que no queda claro es si las experiencias de transición serán semejantes o análogas a los experimentos socialistas del siglo XX, incluido el de Cuba. Celia nos habla de Lucha de clases, toma del poder, socialización de los medios fundamentales de producción. Pero hasta ahora, Chávez no ha asumido las directrices del marxismo revolucionario. Celia tiene razón parcialmente cuando dice: El Socialismo del Siglo XXI debería apostar por encaramarse encima de estas experiencias del siglo XX, superarlas, no antecederlas. Celia ha planteado su postura abiertamente, y considero que las preguntas esenciales están allí. Pero insisto, en Venezuela no hay debate orgánico, ni ideológico ni político, acerca del proyecto de transición al Socialismo.
Otra respuesta a Dieterich que es conveniente seguir es la de Alan Woods. Tampoco hay una discusión directa del asunto, pero está entre-líneas. Y de esas entrelineas que hay que sacarlas a flote. Woods plantea que lo que vemos en Venezuela es una lucha implacable entre intereses mutuamente excluyentes. En lenguaje sencillo se le llama lucha de clases. No amigo Woods, no solo hay lucha de clases. También hay luchas entre fracciones de clase. Y no solo de clases. También hay otras luchas que no pueden leerse de manera reduccionista. Y lo cierto es que la lucha de clases, entre los de arriba y los de abajo no calza perfectamente con las luchas entre gobierno y oposición. La primera es esencial como lo aprendimos de Marx en el 18 Brumario, pero la segunda a veces oculta y desfigura a la primera. Lo que quisiera resaltar frente a Woods, es que hay una derecha endógena en el chavismo, una oligarquía política y un fracción capitalista en el seno de la revolución, y que votar SI o votar NO ocultan este problema: ¿Se puede ir al socialismo de la mano con esta derecha endógena en el control de las palancas de la economía y el estado?
Para Woods, Chávez debe nacionalizar los altos mandos de la economía. Pero, ¿Qué piensa la derecha endógena de semejante propósito? Ciertamente, la oligarquía lucha para defender su riqueza, poder y privilegios. Lo que faltó agregar, es que la oligarquía esta repartida en la oposición y en segmentos del chavismo. Y he allí un problema sin resolver. La visión de Woods y de Celia Hart sobre el Socialismo es rigurosamente cierta en el plano de las ideas, pero históricamente impracticable en el cuadro de las correlaciones de fuerzas reales que cruzan la economía, la política, lo mediático, lo militar, lo ideológico y cultural en Venezuela. Lo cierto es que no hay “con que” saltar al Socialismo. No existe una acumulación de fuerzas reales para radicalizar la revolución, a pesar de la retórica ideológicamente hiperinflacionaria de Chávez. Y no hay, entre otras cosas, por que las fuerzas socialistas, ideológicas y políticas, no tienen ni las capacidades intelectuales, ni políticas ni la dirección hegemónica del proceso revolucionario. Quien tiene el control es Chávez, en segundo lugar, la derecha endógena. En tercer lugar, la alta burocracia gubernamental, y todavía falta por saber, si el futuro poder popular pasará a la ofensiva. En este cuadro de fuerzas: ¿Cuál transición al socialismo se está planteando?
Insisto, el problema no es Dieterich, ni Baduel. El problema es la inexistencia de un debate orgánico, ideológico y político acerca del Socialismo deseable, posible y viable para Venezuela, que genere verdaderas capacidades de in intelectual colectivo, que es el poder popular como inteligencia política colectiva. Y Chávez no abre ese debate. No lo abrió en la reforma y ha sido un craso error. Y la fuerza de los hechos, lo obligan a abrirlo para construir un escenario constituyente con capacidad de acumular fuerzas, no de dispersarlas, dividirlas o confundirlas. Es probable que sin Chávez no haya revolución, pero solo con Chávez tampoco la habrá. El mito cesarista es reaccionario de todos modos. Una revolución es un acontecimiento constituyente de multitudes y singularidades revolucionarias que configuran la autonomía intelectual y moral de un pueblo consciente. Con más claridad, una revolución depende del poder popular organizado, y con capacidades de deliberación-decisión, en su diversidad y multiplicidad. Mientras no se avance por esta vía, nos alejaremos de cualquier confluencia de democracia, socialismo y revolución.
Hay enunciaciones de la reforma que avanzan en una dirección socialista, democrática y revolucionaria, Pero hay otras que avanzan hacia territorios ideológicos incompatibles con estas tres dimensiones. He allí el núcleo duro programático que no se ha querido discutir, y que generara sus costos políticos. Como es vox populi, una posible victoria electoral con una derrota política, y una alta abstención. Chávez y todos los que hemos acompañado este proceso debemos reflexionar profundamente y deliberar. Hemos hecho múltiples alertas. El tema de la legitimidad política de la reforma será crucial. No se puede cantar una victoria aplastante, y estamos ahora todos en una trampa. Ha explotado el campo minado.
Para Dieterich, quien por lo menos se ha atrevido a dibujar posibles trayectorias de transición, los tres ejes de identidad y realización del Socialismo del Siglo XXI son 1. el desarrollismo democrático regional, que es el eje post-neoliberal; 2. la economía de equivalencias y la democracia participativa en las cuatro relaciones sociales constitutivas del ser humano, que es el eje post-capitalista; 3. la alianza estratégica republicana entre los Estados progresistas y los movimientos sociales, que es el eje de poder decisivo de la democracia participativa. Sobre el primer y tercer eje es posible trenzar un amplio acuerdo hegemónico en el campo de la izquierda. Sobre el segundo eje, comienzan los debates en el terreno económico. Hay mayor claridad en el tema de la democracia participativa, pero en la transición al modelo económico hay grandes divergencias frente a la tesis de Dieterich. La gran debilidad del Socialismo sigue estando en las trayectorias de transición económico-social y su correlación con las dinámicas políticas de desplazamiento radical del poder del Estado y de los espacios de poder de las oligarquías y el imperialismo. La economía estatal y la economía social no han podido regular en los espacios nacionales, las presiones y corrientes de una economía-mundo crecientemente globalizada. La tesis del bloque regional de poder surge como alternativas a las presiones geo-estratégicas transnacionales. Falta saber, si es posible ¿cual socialismo?, desmontando el “globalismo hegemónico”.
Dieterich acierta cuando afima que lo que caracteriza a la Revolución venezolana es un proceso de desarrollismo nacional, comparable al de los generales Lázaro Cárdenas en México y Juan Domingo Perón en Argentina. Este proceso se nutre, al igual que el desarrollismo histórico, de dos nobles raíces: la (nueva) revolución nacionalista latinoamericana y la atención a las masas desprotegidas, o sea, la cuestión social. Pero atención, esto no implica transición automática al socialismo. A propósito de las diferencias que menciona Dieterich, es conveniente detenerse a profundizar el hecho del nuevo carácter de un entorno mundial cualitativamente diferente, en todos sus aspectos geoestratégicos.
Son circunstancias ampliamente favorables las que han permitido desarrollar una economía política nacionalista, desarrollista y popular. Como deja en claro Dieterich: ha sido, anti-neoliberal, pero no anti-capitalista. Ninguna de las medidas tomadas contradice o trasciende el marco de la crematística de mercado, ni las nacionalizaciones ni el reparto del ingreso petrolero vía los consejos comunales. Dieterich ha llegado a una conclusión que no se distancia mucho del imaginario de la “gran Venezuela” cuando evalúa los fines de la economía política: una sociedad rentista-consumista de alto o mediano nivel. No hay apelaciones a la ética que cambien el rumbo de este proceso, sino el asunto del régimen institucional post-capitalista. Y sin clarificar la modalidad democrática del régimen institucional post-capitalista, muy poco se puede avanzar en la discusión del socialismo por venir. La reforma constitucional, con sus ejes de nueva geometría del poder y construcción del poder popular, contrastan con el estatismo centralizador y concentrador. Allí se anidan las contradicciones de clase, sectores y grupos dentro del propio proceso bolivariano, y no solo entre gobierno y oposición.
Hay muchos aspectos discutibles de las propuestas de Dieterich. Pero estoy de acuerdo cuando plantea que los enemigos del Socialismo del Siglo XXI son los discípulos de la cultura política de Stalin, una cultura política intelectualmente bruta, represiva y calumniadora. Los segundos son los funcionarios de los aparatos estatales y de la Nueva Clase Política que rodean a los presidentes populares y aplauden entusiastamente hasta sus errores, con tal de no perder las prebendas. El tercer sector es la extrema derecha internacional, representada por todos los capataces del Imperio, que entiende muy bien que el único enemigo estratégico real que tiene a nivel mundial es la prefiguración de un espacio plural para la construcción del nuevo socialismo. Sin embargo, hay un cuarto enemigo que es importante destacar, porque es menos visible. Se trata de la asunción a-crítica del mito de las dos izquierdas para estructurar la lógica de demarcación del espacio de posibilidades para el tiempo futuro. Con claridad diría, hay que sepultar el mito de las dos izquierdas, y renovar la unidad orgánica de las izquierdas anticapitalistas como una construcción de una nueva hegemonía democrática. Hay que desenmascarar a los reformistas socialdemócratas una izquierda liberal y no socialista. Pero también hay que pararse firme frente a los estertores del socialismo inexistente del siglo XX. No hubo socialismo, hubo fracaso y error, tan solo eso. Ahora sabemos lo que no hay que repetir. Por esto es importante pasar a debatir el affaire Petras, frente a las corrientes trotskistas venezolanas, e incluso frente a lo que el denomina intelectuales seudo-izquierdistas.
Descalificar a Lander, por una parte, y a corrientes trotskistas como contrarrevolucionarias por oponerse a aspectos de la reforma es un contrasentido. No hay que meter divisiones en el campo democrático socialista venezolano Es la típica actitud de quién prefiere descalificar que comprender que se están cometiendo errores en la alta dirección política de la revolución. Cuando los resultados de referendo han sido publicados, vemos que no solo no hay 4 millones de oligarcas como decía Fidel, sino que no podremos explicar como se han evaporado un significativo número de Chavistas (3.000.000) si comparamos diciembre de 2007 con diciembre de 2006. ¿Por qué no votaron los chavistas por la reforma? Esta pregunta podrá ser el rompecabezas de la alta dirección estratégica del gobierno. ¡Y no es porque en un año se volvieron contra-revolucionarios!
Desde mi punto de vista sería más sencillo reconocer que el esquema líder-vanguardia-masas que se está manejando desde la alta dirección estratégica se ha desgastado. La reforma constitucional no logró calar hondo en la amplitud y diversidad del campo popular-nacional-democrático, y estamos ante una derrota política que impide avanzar como si nada pasara. Hay que volver a reaprender las tesis sobre la hegemonía democrática socialista, una construcción de amplias mayorías y acuerdos incluyentes.
Como lo hemos dicho en: ¿Por qué gano la abstención? Es tiempo de profundas reflexiones en la dirección revolucionaria. Tiempos para acabar con el pragmatismo de la derecha endógena y con el estalinismo de la ultra-izquierda también endógena. Tiempos para liquidar el burocratismo y la corrupción. Tiempos para liquidar la deriva cesarista-populista. Tiempos para renovar el pensamiento crítico socialista. Incluso tiempos, para pedir perdón y mostrar humildad por tantos maltratos proferidos. Ha llegado la hora de salir de un dilema que no es electoral: o se construye un socialismo verdaderamente democrático, protagonizado desde abajo, desde el poder popular, organizado en su diversidad y multiplicidad, o se pacta con la derecha y quienes quieren asumir una vía populista sin cambios profundos. Aquí hay cuatro grandes derrotados: el burocratismo de aparato, la derecha endógena y su mito cesarista, el estalinismo y las actitudes autoritarias de la ego-politik que habita, espero transitoriamente, en Chávez. Se trata de construir el socialismo de las mayorías democráticas. Nada más y nada menos. Para esto, no hay que radicalizar el discurso, hay que profundizar-renovar las prácticas socialistas, democráticas y revolucionarias, desde abajo, de cara a la construcción orgánica de un poder popular autónomo, democrático y revolucionario.
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