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La globalización del mercado económico, sin regulación externa y sin verdadera autorregulación, ha creado nuevos islotes de riqueza y también zonas crecientes de pobreza, como en América Latina y en China. Ello ha suscitado –y suscitará– crisis en cascada y su continuidad se hará bajo la amenaza del caos.
El desarrollo de la ciencia, de la técnica, de la industria, de la economía que propulsa hoy día la vitrina de la tierra, no es regulado, ni por la política, ni por la ética, ni por el pensamiento. La amplificación y la aceleración de esos procesos sin control pueden ser considerados como un feed-back (retroacciones) positivas, las cuales constituyen una ruptura de las regulaciones por amplificación y aceleración del desarrollo.
De ese modo, lo que debería asegurar el progreso humano proviene de ciertos desarrollos locales y de posibilidades de desarrollo futuro, pero también el incremento de peligros mortales para la humanidad.
Paradójicamente, esos desarrollos están acompañados de múltiples regresiones que pueden tomar el aspecto de una enorme vuelta a la barbarie. Las guerras se multiplican en el planeta y ellas son cada vez más caracterizadas por su componente étnico-religioso. Por todos lados el orden cívico se degrada y la violencia gangrena las zonas suburbanas. La criminalidad mafiosa devino planetaria. La ley de la venganza remplaza la ley de la justicia, presentándose como la "verdadera" justicia.
Las concepciones maniqueas se hacen pasar por espíritus racionales. La barbarie venenosa venida de las profundidades de otras eras históricas se combina con la barbarie anónima y edulcorada de la técnica propia de nuestra civilización. Esa alianza amenaza al planeta.
Las "naciones" no pueden resistir una desintegración planetaria sino encerrándose de un modo regresivo en torno a su religión o su nacionalismo. La "internacional ciudadana" en formación es aún muy débil. Una sociedad civil planetaria todavía no ha emergido. La conciencia de una comunidad de destino terrestre es todavía muy dispersa.
La idea de desarrollo (incluso "durable") conduce a un modelo de civilización en crisis, la misma crisis que se ha querido conjurar. Ese modelo de desarrollo impide al mundo encontrar otras formas de evolución diferentes a las copias de la occidentalización.
La puerta está abierta tal vez para lo improbable, incluso si el incremento del caos mundial lo hace aparecer como inconcebible. Ese caos en el que la humanidad corre el riego de sucumbir porta en sí mismo un último chance. ¿Por qué? Porque nosotros debemos saber que cuando un sistema es incapaz de procesar sus problemas vitales, entonces ocurre: sea que se desintegra, sea que el sistema es capaz, en su desintegración, de metamorfosearse en un meta-sistema más rico, capaz de tratar sus problemas.
La metamorfosis de las sociedades humanas en una sociedad-mundo e s muy aleatoria, incierta, siendo tributaria de los peligros del caos, que no obstante, le son necesarios.
Si es verdad que la humanidad posee (al igual que nuestro organismo porta en sí las células ocultas indiferenciadas capaces de crear todos los órganos de nuestro ser) las virtudes genéricas que permiten nuevas creaciones, también es verdad que esas virtudes están adormecidas, inhibidas por la superespecialización y la rigidez de nuestras sociedades; entonces, las crisis generalizadas que las sacuden y estremecen al planeta podrían permitir la metamorfosis que deviene vital.
Es por ello que nosotros no debemos continuar sobre la ruta del "desarrollo". Nos hace falta cambiar de vía. Necesitamos un nuevo comienzo.
La frase de Heidegger debe resonar como una alerta: "El origen no está detrás nuestro, él está adelante".
* Traducción: Rigoberto Lanz
**Publicado en El Nacional, Miradas múltiples para el diálogo, lunes 3/03/2008, p. A-12
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