Javier Biardeau R.*
Es necesario volver a insistir, con la distancia histórica, sobre las cuestiones democráticas en la revolución socialista, no para rehacer la historia, sino para formular teóricamente los problemas a los que se han enfrentado los pioneros del socialismo y para asimilar sus lecciones. Sin la conjunción entre socialismo y democracia, cualquier revolución conduce al despotismo. Pero, ¿Cuál democracia? ¿Acaso el canon democrático del modelo elitista-liberal? ¿Acaso una democracia que ponga en cuestión permanente la separación histórica entre gobernantes y gobernados?
Una sociedad no está unificada como un todo, incluso tras el derrocamiento, la descomposición o el derrumbe del antiguo orden; por tanto, no se puede pretender socializar el estado por decretos sin correr el riesgo de estatizar la sociedad. La viabilidad del Socialismo se construye simultáneamente con la construcción del poder popular. Otra vía conduce al colectivismo oligárquico. Y este riesgo se denomina Estadolatria, idolatrar el Estado, a sus órganos y representantes. Una teoría crítica radical es una crítica radical a cualquier forma de fetichismo institucional, por tanto, no basta con nacionalizar ni con decretar, se trata de edificar un poder popular contra-hegemónico de las multitudes en movimiento.
Porque la sociedad no está unificada como un todo, los sindicatos y los movimientos sociales deben permanecer independientes en relación al estado y a los partidos, los partidos independientes en relación al estado. Autonomía organizativa a pesar de las sintonías con los principios estratégicos que orientan un Gobierno Revolucionario. Las contradicciones entre los intereses existentes en la sociedad deben poder ser expresados por una prensa independiente, sin censuras ni restricciones de opinión, y por una pluralidad de formas de delegación y representación. No hay socialismo sin conflicto de intereses, y por tanto sin una metódica democrática de gestión política de los conflictos.
Es también por ello que la autonomía de la forma y de la norma jurídica debe garantizar que el derecho no se reduce a arbitrariedad perennizada de la fuerza, de la razón de Estado. La defensa del pluralismo político socialista no es por tanto una cuestión de circunstancias, sino una condición esencial de la democracia socialista. Es la conclusión que Trotsky y Rosa Luxemburgo, cada cual a su manera, de la experiencia en La Revolución Rusa: “En realidad las clases son heterogéneas, desgarradas por antagonismos internos, y no llegan a fines comunes más que por la lucha de las tendencias, de los agrupamientos y de los partidos”, dice Trotsky en la Revolución traicionada.
Esto quiere decir que la voluntad colectiva no puede expresarse más que a través de un proceso electoral libre, cualesquiera que sean sus formas institucionales, combinando democracia participativa y democracia representativa, como lo ha resaltado el último Poulantzas antes de su trágica partida. Sin constituir una garantía absoluta contra la burocratización y los peligros profesionales del poder, del poder de la tecno-burocracia, pública o privada, pueden sin embargo desprenderse algunas respuestas y orientaciones de la experiencia:
a) La distinción de las clases, de los partidos y del estado, debe traducirse en el reconocimiento del pluralismo político, sindical y social, como única forma de permitir la confrontación de programas y de opciones alternativas sobre todas las grandes cuestiones de sociedad, y no el simple intercambio de puntos de vista provenientes de las instancias locales del poder.
b) Una forma de democracia que combine consejos de producción y consejos territoriales, con una expresión directa y un derecho de control, no solo de los partidos, sino de los sindicatos, asociaciones, movimientos sociales, de mujeres, consumidores, indígenas, etc.
c) La responsabilidad y la revocabilidad de los electos por quienes les han elegido, y no un mandato imperativo que bloquearía toda función deliberativa de las asambleas elegidas.
d) La limitación de la acumulación y de la renovación de los mandatos electivos y la limitación del salario del electo a nivel del obrero/a cualificado/a o del empleado/a de los servicios públicos, a fin de restringir la personalización y la profesionalización del poder.
e) La descentralización del poder y la redistribución e las competencias a nivel local, regional, o nacional más cercano a los ciudadanos, con el derecho de veto suspensivo de las instancias inferiores sobre las decisiones que les afecten directamente y posible recurso a referendums de iniciativa popular.
f) Una democracia de los productores libremente asociados es perfectamente compatible con el ejercicio del sufragio universal. Consejos comunales o asambleas populares territoriales pueden estar formados de representantes de las unidades de trabajo y de habitación y someter toda decisión importante al voto de las poblaciones concernidas. Experiencias recientes, como la de Polonia en 1980-1981, la de Nicaragua en 1984, han puesto al orden del día la posibilidad de un sistema de dos cámaras, una elegida directamente mediante el sufragio universal, la otra representando directamente a los sectores sociales: obreros, los campesinos, indígenas, estudiantes, intelectuales, profesionales, científicos y técnicos, pequeños y medianos empresarios nacionales, y más ampliamente las diferentes formas asociativas del poder popular.
Esta respuesta satisface teóricamente a la vez la exigencia de elecciones generales y la preocupación por la democracia del poder popular lo más directa posible. Permite no confundir por decreto la realidad de la sociedad y la esfera del estado, llamada a ir debilitándose a medida que se desarrolla, se extiende y se generaliza la autogestión. Se trata de la disolución del Estado en el poder popular, a través de la democratización extensiva e intensiva, reconociendo las limitaciones de las circunstancias históricas y de las amenazas que requieren de un nuevo esfuerzo de defensa integral de la soberanía nacional.
Estas grandes orientaciones resumen las lecciones de una historia dolorosa. No constituyen ni un arma absoluta contra los peligros profesionales del poder, ni una receta para cada situación concreta. Toda la experiencia histórica en cambio confirma la advertencia lanzada por Rosa Luxemburg en 1918: “Sin elecciones generales, sin una libertad de la prensa y de reunión ilimitada, sin una lucha de opinión libre, la vida se apaga en todas las instituciones públicas, vegeta, y la burocracia sigue siendo el único elemento activo” (La Revolución Rusa).
La democracia más amplia en el socialismo es inseparablemente una cuestión de libertad personal y de liberación social, además de una condición de eficacia económica de las empresas autogestionarias de producción social: solo ella puede permitir una superioridad de la planificación autogestionaria, democrática, estratégica, sobre los automatismos del mercado y los decretos de la planificación centralista del Estado. De allí que la democracia socialista sea una democracia contra-hegemónica.
Fuente: http://www.aporrea.org/ideologia/a33635.html
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