Edgar Morin* Traducido por Rigoberto Lanz R. | |
¿Qué política sería necesaria para que una sociedad-mundo pueda constituirse, no como sojuzgamiento de algún imperio hegemónico sino sobre la base de una confederación civilizatoria? Propongamos aquí, no un "programa" ni un "proyecto", sino más bien los principios que permitirían abrir una vía.
Son esos los principios de lo que he llamado la antropopolítica (política de la humanidad a escala planetaria) y política de civilización.
Ello debería conducirnos de entrada a deshacernos del término de "desarrollo", incluso en su derivación de desarrollo "durable", "sostenible" o "humano". La idea de "desarrollo" ha comportado siempre una base tecno-económica mensurable por los indicadores de crecimiento y las tasas de ganancia. Esa idea supone de manera implícita que el desarrollo tecno-económico es la locomotora que lleva naturalmente a un "desarrollo humano" cuyo modelo consagrado es el de los países así llamados "desarrollados", o sea, occidentales. Esta visión supone que el estado actual de las sociedades occidentales continúa el objetivo y la finalidad de la historia humana.
El desarrollo "durable" no hace sino atemperar la idea de desarrollo con la consideración del contexto ecológico, pero sin cuestionar sus principios. En el "desarrollo humano" la palabra "humano" está vacía de toda sustancia, salvo reenviándola al modelo humano occidental, que tiene desde luego vectores positivos, pero repitámoslo, que posee condiciones esencialmente negativas.
De ese modo el "desarrollo", noción aparentemente universal, constituye un mito típico del socio-centrismo occidental, un motor de occidentalización forzada, un instrumento de colonización de los "sub-desarrollados" (el Sur) por el Norte. El "desarrollo" ignora todo lo que no es ni calculable, ni medible, es decir, la vida, el sufrimiento, la alegría, el amor; su única medida de satisfacción está en el crecimiento de la producción, de la productividad, del beneficio monetario. Concebido únicamente en términos cuantitativos, él ignora las calidades: de la existencia, de la solidaridad, la calidad del medio, la calidad de la vida, las riquezas humanas no calculables y no monetarizables; él ignora el don, la magnanimidad, el honor, la conciencia. Su marcha triunfal banaliza los tesoros culturales y el conocimiento de las civilizaciones antiguas y tradicionales; el concepto ciego y grosero de "sub-desarrollo" desintegra las artes y sabidurías de la vida de culturas milenarias.
El "desarrollo" ignora que el crecimiento tecno-económico produce también un subdesarrollo moral y psíquico: la hiper-especialización generalizada, la compartimentalización en todos los dominios, el hiper-individualismo, el espíritu del lucro que produce la pérdida de la solidaridad. La educación disciplinaria del mundo "desarrollado" aporta desde luego conocimientos.
Pero también engendra un conocimiento especializado que es incapaz de captar los fenómenos multidimensionales, determinando así una incapacidad intelectual para reconocer los problemas fundamentales y globales.
El "desarrollo" comporta en sí mismo como benéfico y positivo todo aquello que es problemático, nefasto y funesto en la civilización occidental, sin poder hacer suyos valores fecundos como derechos humanos, responsabilidad individual, cultura humana, democracia.
El "desarrollo" aporta, es verdad, progresos científicos, técnicos, médicos, sociales; pero genera también destrucciones en la biosfera, destrucciones culturales, nuevas desigualdades, nuevas servidumbres. El "desarrollo" desencadenado por la ciencia y la técnica implica por sí mismo una amenaza de aniquilación (nuclear, biológica) e impresionantes poderes de manipulación.
El término de "desarrollo durable" o "sostenible" puede aminorar o atenuar, pero no modificar su curso destructor. Se trata entonces no de aminorar o atenuar, sino de concebir un nuevo punto de partida.
En fin, el "desarrollo", cuyo modelo y cuyo ideal y finalidad es la civilización occidental, ignora que esa civilización está en crisis, que su bienestar es más bien un malestar.
*Traducción: Rigoberto Lanz
** Publicado en: A Tres Manos: Miradas múltiples para el diálogo, El Nacional. A-12
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