Edgar Morin | |
Las dos vías para una reforma de la humanidad se encuentran en un mismo impasse. La vía interior, aquella del espíritu, de las almas, de la ética, de la caridad y la compasión, no ha podido jamás reducir la barbarie humana.
La vía exterior, aquella de los cambios en las instituciones y en las estructuras sociales, ha concluido en el último y terrible fracaso en el que la erradicación de la clase dominante y explotadora ha suscitado la formación de una nueva clase peor que la precedente. Desde luego, las dos vías se necesitan mutuamente. Será necesario combinarlas. ¿Cómo? Nosotros no estamos todavía en un nuevo comienzo.
Estamos en un estadio preliminar donde los desencadenamientos incontrolados pueden arruinar todas las posibilidades de lograrlo. Se trata del desencadenamiento del cuatrimotor ciencia-técnica-industria-beneficio, asociado al desencadenamiento de las barbaries que suscita –y resucita– el caos planetario.
La peor amenaza y la más grande promesa llegan al mismo tiempo a nuestro siglo. De un lado, el progreso científico-técnico ofrece posibilidades de emancipación hasta ahora desconocidas en relación a las restricciones materiales, a las máquinas, a las burocracias, a los límites biológicos de la enfermedad y de la muerte.
Del otro lado, el fallecimiento colectivo por armas nucleares, químicas, biológicas, por degradación ecológica, imprime su sombra sobre la humanidad: la edad de oro y la edad del horror se presentan al mismo tiempo sobre nuestro futuro. Pudiera ser que se entremezclen, en un nivel sociológico nuevo, en la continuación de la edad de hierro planetaria y de la prehistoria del espíritu humano.
Si las ambiciones, la sed de lucro, las incomprensiones, en suma, los aspectos más perversos, bárbaros y viciosos del ser humano no pueden ser inhibidos, o al menos regulados, si no adviene una reforma del pensamiento y una reforma del ser humano mismo, la sociedad-mundo sufrirá todo lo que hasta el presente ha ensangrentado y llenado de crueldad la historia de la humanidad, de los imperios, de las naciones. ¿Cómo ocurrirá una tal reforma, que supone una reforma radical de los sistemas de educación, que supone una gran corriente de comprensión y de compasión en el mundo, un nuevo evangelio, nuevas mentalidades? ¿La esperanza? La superación de esta situación necesitará una metamorfosis completamente inconcebible.
No obstante, esta constatación desesperante comporta un principio de esperanza: sabemos que las grandes mutaciones son invisibles y lógicamente imposibles antes que aparezcan. Sabemos también que ellas surgen cuando los medios de los que dispone un sistema devienen incapaces para la resolución de sus problemas. Así, la metamorfosis no es imposible, es improbable.
La política del hombre y la política de civilización deben converger sobre los problemas vitales del planeta.
El Planeta Tierra está propulsado por cuatro motores asociados y al mismo tiempo incontrolados: ciencia, técnica, industria y beneficio.
El problema es establecer un control sobre esos motores: los poderes de la ciencia y la técnica deben ser controlados por la ética, que no puede imponer su control sino a través de la política. La economía debe ser no sólo regulada, sino que ha de devenir plural.
Aparece aquí un segundo principio de esperanza: de vez en cuando lo improbable aparece en la historia humana. Hay un principio de esperanza en lo que llamaba Marx "el hombre genérico": recordemos que las células capaces de regenerar a la humanidad están presentes en todos lados, en todo ser humano y en toda sociedad, sea cual sea se trata de saber cómo estimularlas.
Es posible por ello mantener la esperanza dentro de la desesperanza.
Agreguemos a todo ello el papel de la voluntad frente a la grandeza del desafío. A pesar de que casi nadie tiene todavía conciencia, jamás ha habido una causa tan grande, tan noble, tan necesaria que la causa de la humanidad, para –a la vez y de forma inseparable– sobrevivir, vivir y humanizarse.
* ATres Manos: Miradas múltiples para el diálogo, El Nacional, Opinión-10, Lunes 31/03/08
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