domingo, 16 de marzo de 2008

La complejidad según Morin ¨*

Alejandro Xul Solar, Barrio



Rigoberto Lanz R.
rlanz@cipost.org.ve


Como suele ocurrir con las cosas que se ponen de moda, el concepto de "complejidad" viaja por allí alegremente en los ambientes más frívolos. Desde luego, esta masticación masiva de las ideas tiene un efecto de trivialización inevitable. Podría ello significar que el "éxito" de esta elaboración ha sido completo, al punto que es un término incorporado al sentido común.

Sospecho que el asunto es menos evidente. No discutiré en este momento lo que significa efectivamente que una idea se "popularice". Más bien invito a escudriñar qué está pasando con esta conceptualización en los medios intelectuales y académicos en donde se supone que las nociones, conceptos y categorías tienen una vida pertinente, o sea, que son usados con arreglo a los rigores de la investigación, a la consistencia de los planteamientos intelectuales más elaborados, a la transparencia de los debates teóricos más encumbrados.

Los conceptos no tienen dueños, pero tampoco son anónimos. Hay elaboraciones intelectuales que pertenecen de una manera bastante neta a un autor (es el caso que genera tanta controversia hoy en Francia por el uso amañado que hace el presidente Sarkosy de la idea moriniana de "Política de civilizaciones").

Toda la impronta de las elaboraciones de un pensamiento complejo corresponde desde hace décadas a los esfuerzos de Edgar Morin y la gente que le acompaña. Sería muy difícil a la hora actual despegar este concepto de complejidad de la imagen de marca que le aporta la figura de Edgar Morin. Ello comporta toda clase de implicaciones al momento de establecer las bases para un debate epistemológico entre corrientes de pensamientos, entre tradiciones intelectuales, entre investigadores que se mueven en distintas agendas a escala mundial.

Una de las tentaciones en las que no hay que caer es la de pretender la "interpretación correcta" de lo que dice el maestro. Hay mucha gente por allí perdiendo el tiempo en este ejercicio hermenéutico, tan excelso como inútil. El propio Morin suele burlarse de esta clase de "discípulos" que cultivan la pretensión de ofrecer "lo que verdaderamente piensa" el autor. Por allí no va la cosa.

Un altísimo componente de la agenda moriniana sobre complejidad viene dado por la lucha infatigable de este autor contra el paradigma de la simplicidad. Ello quiere decir que el paradigma de la complejidad tiene un lado poco visible que es tan decisivo como su positividad, más que eso, me atrevo a decir que la crítica al pensamiento único es más importante que las elaboraciones propositivas sobre la idea misma de complejidad.

Por los intereses que toca, por las tensiones que moviliza, la impugnación a la racionalidad dominante en el mundo intelectual genera un costo político enorme. No importa mucho al status quo reinante en el mundo académico lo que significa complejidad, lo que sí les importa es a lo que se enfrenta, contra quienes combate, qué es lo que cuestiona. Es allí donde se bate el cobre. Lo que cuenta es que el principio de complejidad es una negación de buena parte de lo que se hace hoy en día en mundo universitario. Hay allí una crítica brutal a los modelos culturales y educativos prevalecientes. Una crítica a los modos de pensar. Una crítica a los modos de enseñar. Para los oficiantes del poder en estos ambientes poco importa el debate epistemológico sobre la idea de complejidad. Lo que sí importa es la movida de piso que ello acarrea. Los burócratas no saben de exquisiteces epistémicas, pero sí saben de maniobras para preservar el poder, para que nada cambie, para la perpetuación de lo mismo.

El pensamiento de Edgar Morin es una bomba de tiempo para las estructuras anquilosadas del mundo universitario. Lo es para un modelo de educación no sólo anacrónico y colapsado sino reproductor de tejidos de poder íntimamente conectados con las marañas burocráticas del Estado, con las clases y sectores sociales que se benefician claramente de ese estado de cosas.

Hablar de complejidad puede resultar muy simpático para cierto sifrinismo intelectual que ni huele ni hiede. Habría que ver si este concepto pasa la prueba de su vulgarización.

Mientras tanto, resistir.

* Publicado en:
A
Tres Manos

Miradas múltiples para el diálogo , El Nacional, domingo 16 de abril de 2008, Nación/16

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