martes, 17 de abril de 2007

Socialismo del Siglo XI: Apuesta por el futuro desde el presente

Francisco Rodríguez

La cuestión de la búsqueda de una sociedad feliz y emancipada, vale decir, sin explotaciones, dominaciones y opresiones, sin desigualdades e injusticias, siempre fue un sueño dorado de la humanidad. Esto es lo que a través de la historia se denominó como utopía. Desde Platón con la “República” y la utopía del “Rey filósofo”, pasando por San Agustín y la “ciudad del Sol” en la Edad Media, las utopías del Renacimiento, hasta la Modernidad cuando surge el concepto de socialismo. Socialismo utópico primero y luego Socialismo científico con Marx y Engels. El hombre siempre sonó con un tiempo y un espacio en donde podría realizar lo que la Revolución francesa planteó como promesa civilizatoria para toda la humanidad: libertad, igualdad, fraternidad y justicia.

Y sin embargo, esto nunca llegó; el sueño eterno de redención de la humanidad fue siempre una quimera que actuaba como un consolador que servía para seguir durmiendo cuando las pesadillas reales de las lacras sociales y los fantasmas del Inconsciente, no nos dejaban dormir. Pero aunque el hombre, al menos en Occidente, no dejó nunca de ser egoísta, de buscar poder para la dominación y de utilizar el engaño en la comunicación, de ser depredador y por tanto violento, el siglo XX inaugura la utopía socialista del siglo XIX y con ella, el sueño de redención de la humanidad, con la implantación de los “socialismos reales”. Pero bien pronto, nos dimos cuenta que muy por el contrario de eliminar las lacras del sistema capitalista, la utopía ya instalada, las profundizaba. Represión, explotación, exclusión social, opresión y eliminación de toda disidencia. En fin, una reproducción aumentada de todo por lo cual se estaba implantando la utopía de redención de la humanidad.

Pero entonces, ¿Será posible o viable el socialismo?, ¿no serán esos rasgos que decimos propios del capitalismo y las sociedades de clase, inherentes a la naturaleza humana? A cuál socialismo podríamos estarnos refiriendo cuando hablamos de este tema. En principio estaríamos hablando de un concepto, término o categoría, que como otros que pretenden dar cuenta de contradicciones no resueltas nunca por la humanidad (libertad, felicidad, democracia), es multívoco (acepta múltiples acepciones y no sólo una), sobresaturado de significaciones (el término es polisémico) e inevitablemente cargado de imaginarios ideológico-afectivos y por lo tanto instalado en el terreno franco en donde florece el mito. Este término, que más que un enunciado teórico-conceptual es un complejo de imaginarios-simbólicos-ideológicos-afectivos, expresa deseos, añoranzas, intereses históricos, pero sobre todo una “apuesta fundamental por la vida”.

Para Marx, socialismo es ante todo el camino, la vía para la realización futura de una “comunidad de hombres libres” en la cual se pasaría del “reino de la necesidad al reino de la libertad”. De a cada cual según su trabajo a cada cual según su necesidad. Esto significaría la realización de la utopía concreta, la cual se materializaría en: abolición de la propiedad privada y de las contradicciones entre el capital y el trabajo, deconstrucción del estado, disolución de la división social del trabajo, y por tanto de las clases sociales.

Sin embargo, Marx enuncia su teoría, desde una posición eurocéntrica y propia del siglo XIX; es por eso que deberíamos aclarar algunas cosas desde el punto de vista latinoamericano-venezolano y ubicado en el siglo XXI. En este sentido tenemos cuestiones de método que tendríamos que aclarar. El tipo de socialismo que queremos, posible, necesario y deseable, no debería responder al modelo de ninguna otra experiencia histórica, sea cual sea. Luego, el modelo es que no tenemos modelo y por lo tanto no será nunca el producto de ninguna vanguardia ilustrada, o líder mesiánico dotado de una visión iluminada y por lo tanto privilegiada de la realidad social e histórica.

Y entonces, quién es el sujeto político del proceso de construcción del socialismo, que desde ya podríamos comenzar a denominar como de carácter profundamente democrático-popular-comunitario. No hay un sujeto político, sino una pluralidad basada en la diversidad de sujetos-actores políticos, lo cual significa que esta “tela de araña” la tejeremos a muchas manos, la construiremos entre todos. Líderes de todo tipo, estudiantes, profesionales, empresarios, sectores medios, intelectuales, artistas, universidades; gremios, sindicatos y asociaciones; comunidades populares, grupos étnicos, religiosos; en fin, todo un universo de gente interesada en trasformar las estructuras de conciencia y la red de relaciones sociales. Creo que podemos hablar de un “socialismo multicultural”, “barroco” y ante todo “rizomático”; vale decir, desde abajo; más que el producto listo para ser consumido por la población en general.

Un tercer aspecto, plantea el problema del contenido, de la sustancia de ese proceso, vale decir, el tipo de ideología-cultura-ética, que este proceso podría tener. Creo que a contrapelo de la propuesta de sociedad socialista fundada en una concepción materialista de la vida, el socialismo del siglo XXI, debería de privilegiar el aspecto que a mi modo de ver las cosas definen mejor al hombre en su condición óntica y ontológica, como es la dimensión espiritual. Más que a los valores como cuestión puntual, nos referimos a lo que Fromm, denominó como “el corazón del hombre”. La puesta en escena del sustrato ético y lúdico-estético, como cuestión central en el debate de este proceso, nos remite a la idea del surgimiento de una nueva sensibilidad que privilegie la belleza de la fraternidad y el compartir en el juego interminable de la vida social. A partir del mundo de vida de lo cotidiano, de lo que somos hoy y no desde lo que seremos, de lo que podríamos llegar a ser, dada nuestra condición de seres concretos y sujetos históricos pertenecientes al reino animal.

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