F. Engels, más como “traductor” y divulgador de la obra de Marx que cualquier otra cosa, vio con mucha claridad el chance de impactar la escena política desde la plataforma intelectual del marxismo. Dato nada despreciable si tomamos en cuenta la naturaleza profundamente praxística de la visión teórica de Marx y el interés concomitante por el espacio público, es decir, por
La agenda de problemas era casi ilimitada en esa coyuntura. Un intelectual como F. Engels no podía darse el lujo de omitir una opinión en terrenos tan disímiles como los que cupiesen en los grandes paraguas enciclopedistas. Sobre manera, si de esos temas en debate podía derivarse alguna incidencia de orden político. Esa es la fuente que explica el interés de F. Engels por darle un asidero “científico” a las ideas del socialismo que circulaban por aquel entonces. Tanto la idea de lo “utópico” como la noción de lo “científico” corresponden en este constructo epistemológico a una positivización de la teoría crítica que estaba en embriones. Veremos que esta temprana deriva epistemológica será llevada hasta sus últimas consecuencias por el stalinismo en el siglo XX.
¿En qué consiste lo “utópico” del “socialismo utópico”? [1] En la mentalidad reinante la idea de utopía está fuertemente cargada de los perfiles de “idealismo”, fragilidad, especulación, ensoñación, lejanía. Justamente el socialismo criticado por F. Engels está representado por las fantasías de un imaginario muy lejano donde el ideal de una nueva sociedad no encuentra ningún asidero. Lo “utópico” es así fácilmente descalificado como un ideal sin fundamentos. ¿Cuál es la debilidad básica de esta visión?
Lo que no puede verse en una perspectiva positivista del conocimiento es la enorme fuerza subversiva que puede encarnar una construcción anticipatoria del mundo. La dimensión utópica puede jugar un rol emancipatorio en la medida en que cuestiona lo existente a partir de un imaginario que no puede ser contenido en el status quo reinante en un momento dado. Pensar utópicamente puede significar una irrupción de las lógicas instaladas y por ello mismo suscitar rupturas profundas con los moldes establecidos de lo bello, de lo bueno, de lo verdadero. F. Engels forma parte de los entusiasmos Modernos por el “progreso” fundado en las “leyes positivas” de la naturaleza (no hay que olvidar una pieza de leyenda en este terreno como su libro Dialéctica de
El desdén por la dimensión utópica del pensamiento no es un “defecto” de las elaboraciones engelsianas sino una condición del clima intelectual de la época, una suerte de sentido común fuertemente incrustado en la atmósfera ilustrada que tanto deslumbró a la élite marxista más connotada (Marx incluido) Suponer que la racionalidad científica estaba “por encima” del talante utópico del espíritu es típico de la arrogancia racionalista del iluminismo. Este componente acompañará a buena parte de las vanguardias intelectuales de la izquierda mundial y no será sino bien entrado el Siglo XX cuando encontraremos las verdaderas impugnaciones epistemológicas al modelo cognitivo de
Por el lado de la hegemonía del paradigma científico que inaugura
Una visión escatológicamente anti-utópica es al mismo tiempo una postura apologética del paradigma científico que impone
¿Qué nos enseña hoy un libro como este? ¿Qué aportaría F. Engels al debate sobre el socialismo en Venezuela?
La primera lección es la comprensión del sentido de este debate a finales del siglo XIX. Ese contexto es altamente explicativo de la pertinencia de conceptos, métodos, agendas, interlocutores e incidencia política del debate. Las discusiones no se hacen en el aire. Los destinatarios de estas discusiones traducen una clara intencionalidad política que condiciona fuertemente el lugar desde donde se mira
Por otro lado la experiencia engelsiana ilustra bien la dificultad mayor (palpable en estos días) de demarcarse en serio de los presupuestos epistemológicos que están en el punto de partida. De esta dificultad nace la permanente ambivalencia de un pensamiento que proclama vehementemente el fin del capitalismo sin poder de verdad hacerse cargo del substrato cultural más caro de la civilización burguesa: su Razón. Esta inconsistencia pasó de la anécdota accidental a constituirse en una constante estructural de todo el pensamiento crítico hasta nuestros días (sea que tengamos como referencia el mundo político, el universo ético, la vida estética o la experiencia afectiva)
Por su lado, el pensamiento libertario que se abre paso en medio de la bruma ha comenzado por revalorizar la dimensión utópica de la existencia, a tensar los códigos establecidos hasta que estallen, a cuestionar el “realismo” de la militancia ciega justamente por su carencia de una entonación poética que conecta la idea de revolución con un auténtico trastocamiento del sentido dominante. La utopización del pensamiento supone su radicalización de cara a la prudencia de lo “políticamente correcto”. No se trata del clásico ejercicio abstracto de un intelecto fugado de la realidad. Una utopía emancipatoria es otra cosa. Camina por los senderos de la imaginación creadora, de la mano de una subversiva voluntad de transfiguración de lo existente. La lucha pura y dura contra las lacras del poder (explotación, hegemonía y coerción) no garantiza automáticamente un contenido revolucionario de prácticas y discursos. Una sensibilidad humanista y justiciera puede ser suficiente para que legiones de habitantes del planeta acompañen por un tiempo las luchas socio-políticas contra las atrocidades del capitalismo salvaje. No digo que esto sea desdeñable políticamente. Lo que estoy sosteniendo es que eso no puede ser confundido con revolución. Cosa bien distinta es admitir que en la larga marcha por conquistar espacios de libertad, es decir, en el complejo proceso de deconstrucción de los tejidos dominantes, es menester transitar por los estadios de las reformas parciales, de las alianzas circunstanciales, de las marchas y contra-marchas. La progresividad de los procesos de transformación de la sociedad no es un criterio de planificación decidido por burócratas. Hablamos allí de imperativos impuestos por la dialéctica de la brutal realidad, condicionamientos objetivos que no dependen de la voluntad de los actores políticos.
Enarbolar hoy como bandera supuestamente “revolucionaria” la consigna del “socialismo científico” sería un anacronismo insoportable. No solo porque la idea misma del “socialismo” ha quedado enteramente desdibujada por la tragedia del stalinismo y la crisis profunda del marxismo de manual, sino porque el concepto de “ciencia” ha sido severamente deconstruido para develar sus trampas y sus secretas conexiones con las tramas del poder. Tanto “socialismo” como “científico” son denominaciones altamente discutibles que no pueden ser asumidas ingenuamente como categorías universales.
El único modo de hacer avanzar esta discusión desde el punto en donde
En Venezuela y América Latina se reaviva el debate sobre el socialismo. Desde luego, no por una súbita inspiración de la vieja izquierda sino por la irrupción de un torrente transformador que brota del poder popular emergente. En este nuevo clima cambian sustancialmente las referencias, los ritmos y modulaciones del proceso político, las características propias de los nuevos actores, los rasgos singulares de la gestión política, el horizonte valórico de la sociedad que queremos. La calidad de las nuevas relaciones sociales que emergen dependen muy preponderantemente de la calidad de los actores y su intersubjetividad, de la calidad de las organizaciones que remplacen al viejo Estado, de la calidad de un pensamiento que sea capaz de comprender el presente y pueda por ello anticipar los cursos de acción para la incesante expansión de los espacios de libertad.
La lectura de este texto de F. Engels enseña cómo la voluntad intelectual puede engancharse con las exigencias de una coyuntura histórica, la suya. Debería enseñarnos, sobre todo, a encontrar nuestros propios modos de asumir el compromiso de pensar y vivir una verdadera revolución.
[1] Si me tocara escribir hoy un libro como este lo titularía DEL SOCIALISMO CIENTÍFICO AL SOCIALISMO UTÓPICO.
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