sábado, 24 de febrero de 2007

Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)

Javier Biardeau R.


"No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heróica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad,en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva".
Mariategui


1.-El debate sobre la forma-partido socialista ha comenzado
Tres temas han marcado el inicio de la agenda política del año 2007, luego de la reelección del Presidente Chávez el 3 de diciembre del año 2006: el llamado a construir el “Socialismo del siglo XXI”, la invitación a edificar el Partido Unido de la Revolución Venezolana y la convocatorio a la Reforma Constitucional. Una nueva fase de aceleración y profundización revolucionaria arrancó con la definición de las 7 Líneas Estratégicas:
1. La nueva ética socialista;
2. El modelo productivo socialista;
3. La democracia protagónica revolucionaria;
4. La suprema felicidad social;
5. Una nueva geopolítica nacional;
6. Una nueva geopolítica internacional, en el contexto del mundo multipolar;
7. Hacer de Venezuela una potencia energética mundial.

En este cuadro estratégico, el presidente Chávez ha anunciado que la nueva etapa arranca con 5 "motores": a) la "Ley Madre", que dará poderes especiales para elaborar las leyes que eliminen definitivamente el la legalidad que impide el avance socialista, b) la reforma constitucional para impulsar el nuevo socialismo, c) la reforma educativa en función de la educación popular, generar nuevos valores y transformar el “carácter y las costumbres” individualistas y capitalitas, d) una nueva geometría del poder nacional, tomando de la geógrafa Doreen Massey este término, para la reorganización simétrica del poder territorial, y e) la explosión del poder comunal para desmontar progresivamente el Estado burgués.

Sin duda, Chávez ha tomado la iniciativa política, bajo un estilo claramente cesarista y bajo el manto de la legitimidad electoral del 3 de diciembre. Desde una perspectiva estratégica, es posible conjeturar que Chávez evaluará las diversas reacciones ante sus intervenciones públicas, así como el posicionamiento de los actores sociales y políticos, organizando el “capacidad de la maniobras por venir”, y creando las mejores condiciones para darle direccionalidad y viabilidad a su plan de acción. En este cuadro, la oposición se ha visto desconcertada, al igual que muchos miembros de la estructura de dirección del proceso, que ven fortalecida la posición de mando del Presidente, con una gran capacidad para fijar objetivos de manera clara y sencilla, redefinir la estructura de mando (“estado mayor” de la nueva etapa), preservar el principio de unidad de mando, manejar la sorpresa y la iniciativa, economizar fuerzas, movilizar una masa crítica, conservar y gestionar una fuerte dosis de reserva de información estratégica, y clarificarles a muchos, el pragmatismo del poder en el uso de frases como “disciplina revolucionaria”, “línea de mando” y “cadena de mando”1.


Obviamente, sobre esta materia no hay nada claro y el debate se ha abierto. El presidente Chávez plantea una aceleración y profundización de los cambios estructurales, y la dirección y contenidos de la nueva etapa del proceso, generará un nuevo cuadro de conflictos sociales-políticos que modificaran las coaliciones y correlaciones de fuerzas en el país, llegando a plantear la viabilidad de un cambio sistémico, mucho mas profundo que la superación de estructuras subdesarrolladas, la situación de dependencia de los EE-UU o determinados modelos/estilos de desarrollo marcados por el neoliberalismo.
Dado lo sustantivo de la agenda y la estrecha interdependencia de todos los temas, es conveniente profundizar en cada uno de estos asuntos, para lograr comprender los alcances histórico-políticos de la nueva etapa que emerge en Venezuela. Para comenzar, indagaremos algunos de los retos y problemas del llamado a edificar el Partido Unido Socialista en el discurso del presidente Chávez, bajo la premisa que afirma que cualquier invocación a recrear la experiencia autoritaria de la forma-partido que caracterizó al “Socialismo realmente inexistente”, conduciría a un verdadero fracaso del proyecto histórico bolivariano.


2.- Algunas advertencias de clásicos del socialismo
En 1904, Trotsky en un documento polémico (“Nuestras Tareas Políticas”), mucho antes de sus actitudes centralizadoras, planteó contra el texto de Lenin: “Un paso adelante, dos pasos atrás”, lanzando una apreciación precisa de lo que aquí comentamos:
“Los métodos de Lenin conducen a esto: primero la organización del partido sustituye al conjunto del partido; después, el Comité Central sustituye a la organización, y finalmente, un solo sustituye al Comité Central”.
Así mismo, en 1904, Rosa Luxemburgo en su texto “problemas de organización de la socialdemocracia” atacó a Lenin por el “ultra-centralismo”, por el “centralismo incondicional”, cuestionando la obediencia ciega y la subordinación mecánica de los militantes al centro del partido, al estrato dirigente del partido, e incluso a la voz dominante del partido. También en menor medida Gramsci, llamó la atención en la diferencia entre un centralismo flexible y dinámico, que denominó “orgánico” y el centralismo burocrático, que finalmente Stalin y la codificación estalinista convirtieron en fetiche de la forma-partido. También el “Maoísmo” quedó atrapado en gran medida en esta formulación ideológica, a pesar del acento colocado en la “línea de masas”, justificando un estilo cesarista de la política a través de la figura del “gran timonel”.
El “socialismo orwelliano”, el socialismo burocrático-autoritario, convirtió a la forma-partido en un aparato de control y vigilancia policial contra la disidencia interna y contra los adversarios políticos (¿recuerdan instituciones como el Comisariado popular para asuntos internos –NKVD en ruso- o la Checa?). De allí se deriva toda la catástrofe de las purgas, hasta llegar a las tesis totalitarias de la “reeducación política” y los “traidores ideológicos”.


3.- El socialismo no se construye con burocratismo, corrupción, ineficiencia, con estilos cesaristas de dirección y ausencia de reflexión crítica y debate democrático
El estilo cesarista revolucionario de la dirección del proceso de transformaciones ha impedido tanto la formación de una dirección colectiva, como la eclosión de las contradicciones de lo que el mismo Chávez ha denominado una “sopa de letras”.¿Tendrán todos estos elementos de izquierda radical la madurez político-cultural de establecer una metódica democrática para el establecimiento de un programa común, un estatuto del PSUV y una dinámica democrática interna? ¿Es posible avanzar en la construcción de algo “realmente distinto” en el plano organizativo, signándolo el llamado explícito de Chávez por una ruptura con la llamada “teoría del la dictadura del proletariado”, la revalorización de la democracia interna y de la consulta a las bases como elementos fundamentales de la construcción del “instrumento político” de la Revolución Socialista Venezolana? ¿Se fraguará un nuevo bloqueo a la unidad del bloque popular bolivariano?

En los términos de Gramsci, el Cesarismo de Chávez será claramente revolucionario y traduce tanto un grado de madurez de los sectores populares para romper de manera pasional e instintiva con el capital, como un síntoma de inmadurez ético-política de una formación político-partidista para ejercer funciones de dirección intelectual, cultural y política. De allí la ausencia de una mediación político-partidista (no se trata de un simple instrumento) y una grave debilidad de los aparatos culturales contra-hegemónicos conformados por “intelectuales orgánicos” que sirvan de soporte. No existe una estructura organizativa que sirva de instrumento político de la revolución, pero el problema no es solo de una estructura, de un instrumento. Esta es una visión extremo simplificada, se trata de un viejo debate organizativo, que ha constatado que el partido-burocracia prefigura un estado despótico; es decir, mayor concentración y monopolio del poder. ¿Esto implica abandonar a toda forma-partido en el basurero de la historia? No, significa superar el “leninismo organizativo”.


Allí esta el reto, ¿cómo construir mediaciones político institucionales que no enajenen la voluntad popular? (Dussel, Veinte tesis sobre política). Se trata de mediaciones y articulaciones, no de instrumentos o estructuras. Mas allá de las estructuras esta la vida de los procesos, de los movimientos. Una revolución que estimula estructuras sobre-codificadas construye burocracias, jaulas de hierro. Se requieren más bien estructuraciones, rotaciones, revocaciones, direcciones compartidas, elecciones por la base, mecanismos de consulta permanentes, construcciones deliberativas de la voluntad común, disminución de la separación entre dirigentes y dirigidos, redes, compromisos de acción, responsabilidad común y personal, democracia interna, libre expresión de corrientes de opinión, allí esta el reto organizativo.


Hay que evaluar la experiencia organizativa de las movilizaciones electorales exitosas, sin el fetichismo de los esquemas organizativos. Una organización partidaria tiene que preparase para la batalla electoral, pero no puede agotarse en estas tareas. De allí que todo lo positivo de los comandos electorales exitosos debe aprovecharse como un saldo positivo. Pero, hay que evitar el fetichismo de las estructuras. Las estructuras siguen a las estrategias y no a la inversa. Quién monta un organigrama inflexible sobre el movimiento real, acaba matando los procesos de articulación política.
La crisis de los partidos de izquierda, la crisis de los referentes de izquierda y la crisis de los intelectuales de izquierda van de la mano en Venezuela, conformando no una vanguardia sino una retaguardia. Esta debilidad se expresa brutalmente con la ausencia de “cuadros revolucionarios”, “crisis ético-política”, “ausencia de dirección colectiva”. Aquí se inscribe el debate sobre el PUSV y el cuestionamiento de una cuarta debilidad de la revolución: burocratismo, corrupción, ineficiencia y personalismo. Chávez es la única autoridad del futuro PSUV que se ha legitimado por la base. ¿Podrá el resto lanzarse en un proceso de designación abierto, a cuales cargos, para cuales funciones y tareas, con cuál padrón electoral, con cual marco disciplinario, con cual proceso de inscripción? No se trata de asuntos meramente procedimentales, en estos mecanismos operan profundas lógicas de sentido y significación, profundas premisas que deben debatirse de manera rigurosa y sobre todo abierta al pueblo, a ese pueblo que desea cambios. ¿Puede el PSUV ser un contrapeso a desviaciones cesaristas del liderazgo revolucionario?


La liquidación de cualquier pensamiento de la liberación es un efecto directo tanto del dogmatismo ideológico como del cesarismo en cuestiones de socialismo. Aunque el Cesarismo Revolucionario, en los términos de Gramsci, puede analizarse como un fenómeno transitorio que expresa la debilidad de una estructura de dirección política, intelectual y moral movilizada por una representación política mucho más amplia y democrática; lo cierto es que sin una modalidad radicalmente democrática en el seno de la vida política interna, y además profundamente arraigada en el movimiento social, conducen al morbo del burocrátismo y a la catástrofe del despotismo.

El “leninismo organizativo”, y cualquier figura de ultra-centralismo en la estructura de mando de la organización partidaria, constituiría el principal bloqueo para re-inventar fórmulas verdaderamente democráticas que le aporten un horizonte de factibilidad a cualquier propuesta organizativa socialista:
“El Socialismo que estamos planteando no está reñido con la democracia- como algunos creen o pudieran creer. En otras épocas, las cosas se plantearon en forma diferente. Eran otras realidades y otras circunstancias. Sabemos que uno de los planteamientos de Carlos Marx es precisamente en de la Dictadura del proletariado, pero eso no es viable para Venezuela en esta época. ¡Ese no será nuestro camino! Nuestro Proyecto es esencialmente democrático. Hablamos de democracia popular, democracia participativa, democracia protagónica”. (Chávez, Discurso de la unidad, 33-34)


Falta saber, como ha dicho Chávez, si la afirmación de que el partido bolchevique sufrió una desviación estalinista, fue la causa de que ese partido se convirtiera en un órgano antidemocrático (p. 32), o si, como afirmamos aquí, es la propia concepción leninista, y todo el imaginario jacobino-blanquista de la Revolución la que sella el carácter antidemocrático del cambio estructural, y por tanto el que liquida la vinculación orgánica entre socialismo y democracia.


4.- El socialismo es la revolución democrática permanente
La revolución democrática socialista o es una larga transición democratizadora que implican conflictos de poder canalizados institucional y electoralmente, poniendo a prueba la dimensión persuasiva y la construcción de hegemonía simbólica, o es una corta y trágica concatenación de rupturas violentas, tanto progresivas como terriblemente regresivas. Cualquier desvío del ideario democratizador y de la construcción de un protagónico poder popular conduce a cualquier revolución socialista al fracaso.

La hegemonía histórica del “marxismo autoritario” y todos los regímenes de aparato que se han denominado “socialistas” han presentado características regresivas desde el punto de vista de la tradición democrática, si se comparan históricamente con las conquistas democráticas que los regimenes de compromiso liberal-socialdemócrata, con sus variedades de “Estado democrático y social”, dando lugar a la garantía de “derechos fundamentales” y luchas por figuras cada vez mas progresivas de “ciudadanía” (cívica, política, social, cultural).


La tradición socialista ha mantenido una defensa de la unidad orgánica entre los valores de igualdad, libertad, justicia social y solidaridad, en los procesos de liberación social, contra las realidades históricas de la explotación, la coerción la hegemonía, la negación, la exclusión y cualquier figura de la opresión. Frente a esta problemática, voces como la de Rosa Luxemburgo en su análisis de la revolución rusa nos lleva al quid del asunto:
“Y cuanto mas democráticas sean las instituciones, cuanto más vivaz y enérgico sea el pulso de la vida política de las masas, tanto más directo y exacto será el influjo ejercido por estas, por encima de rígidas etiquetas de partido, de listas electorales envejecidas, etc. Cierto: toda institución democrática tiene limitaciones e insuficiencias, cosa que comparte, desde luego, con cualquier institución humana. Pero el remedio que han hallado Trotsky y Lenin, la eliminación de la democracia en general, es peor que la enfermedad que ha de curar: porque obstruye la fuente viva de la que podrían emanar, y sólo de ella, los correctivos de todas las insuficiencias inherentes a las instituciones sociales. La vida política activa, enérgica y sin trabas de las más amplias masas populares.” (RL)


Así mismo, la liquidación de las libertades democráticas es una obvia prolongación del imaginario jacobino:
“El presupuesto tácito de la teoría de la dictadura en el sentido leninista-trotskista es que la revolución socialista es una cosa para la que existe una receta acabada que esta en el bolsillo del partido revolucionario y que solo basta con emplear la energía para hacerla realidad” (RL).
Y en otro fragmento que para los pelos de punta ante la experiencia vivida en el siglo XX:
“(...) La libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros del partido, por muy numerosos que puedan ser, no es libertad. La libertad es siempre únicamente la del que piensa de otra manera. No es ningún fanatismo de “justicia”, sino porque todo lo que de pedagógicamente, saludable y purificador tiene la libertad política depende de esta condición y pierde esta eficacia si la libertad ‘se convierte en un privilegio.” (RL)
La revolución bolivariana ha despertado apoyos por su carácter fundamentalmente pacífico, electoral y de movilización democrática, aunque esto no implique ausencia de conflictos y antagonismos, lo cual se convierte en un valioso patrimonio ha ser defendido. El éxito ha sido la construcción de mayorías nacional-populares. Sin embargo, las estructuras partidistas lucen anquilosadas.


5.- Hay que enfrentar la crisis de representación y legitimación de la forma-partido moderna en Venezuela: la cogollocracia
La crisis de representación y legitimación de los partidos políticos modernos en Venezuela, tanto de la izquierda anticapitalista como del capitalismo reformista, manifestada visiblemente desde los años 80, ha dependido de la generalizada asunción mecánica y dogmática de los postulados del “leninismo organizativo”.
El “centralismo burocrático” surge a partir del predominio de las tendencias a la oligarquización en el seno de las organizaciones políticas (Robert Michels; 1915), que es posible encontrar tanto de la tradición socialdemócrata alemana (partidos de masas creado por Lasalle y consolidado por Kautsky) como bolchevique (partidos de cuadros organizado por una minoría de militantes revolucionarios), generando una lógica profunda que conduciría hacia la concentración del poder en manos de una camarilla de dirigentes que pretendían ser los representantes infalibles, ocupando una posición de privilegio en la determinación de la política. En Venezuela, existe un término que traduce esta situación: COGOLLOCRACIA.
La esterilización mecánica del movimiento social y político en la burocracia organizativa, la anulación de las iniciativas de las bases desde donde nacen los partidos, la carencia de renovación y legitimación de dirigentes que surgen desde lo profundo de lo social hacia las estructuras del aparato de dirección, lo cual aseguraría la adecuación continua de la forma-partido al movimiento real, son aspectos que deben ser tomados en cuenta en el debate del futuro PSUV. Sin profundizar por razones de espacio, sería conveniente que la jefatura política que pretende edificar el PSUV se paseara por la propia historia de la izquierda venezolana desde la fundación del primer núcleo comunista, para rastrear la gravedad del asunto, y evitar lo peor: repetir el guión estalinista-autoritario de la radicalización revolucionaria.
Si como lo expresa en su estudio sobre el MAS, Steve Ellner (De la derrota guerrillera a la política innovadora; 1989, 43-54), la historia de la izquierda venezolana plantea sin lugar a dudas el peso del leninismo organizativo hasta llegar a la propia experiencia innovadora del MAS, que pretendió superar esta tradición sin grandes éxitos.
El reto organizativo del PSUV tiene una dimensión teórico-crítica, de debate y deliberación insustituible e impostergable. Esta discusión no solo compete a los simpatizantes del proceso revolucionario, quienes se verán afectados por cualquier decisión al respecto, sino a todos aquellos venezolanos y venezolanas que reconocen que la constitución de los partidos, el carácter de la competencia política entre múltiples partidos, es el ABC de la democracia política. Habría que rememorar que AD y COPEI, las organizaciones responsables de construir el sistema democrático representativo, y el pacto de conciliación entre elites que sirvió de sustento al modelo de hegemonía y dominación establecido desde 1958, mantuvieron una clara posición a favor del “centralismo democrático” en su dinámica interna, a pesar que antagonizaron a cualquier formación partidaria con demandas anticapitalistas y antiimperialistas. Conclusión simple: la cogollocracia es la expresión fundamental del “leninismo organizativo”.


6.- La forma-partido es para la unidad de los socialistas en Venezuela, reconociendo la diversidad de pensamientos contra-hegemónicos
El “leninismo organizativo” se convirtió en un poderoso obstáculo para recrear la posible unidad de la izquierda socialista, intento permanentemente frustrado desde la liquidación del PDN en 1936. Un esfuerzo unitario de izquierda socialista implicaría re-visitar las condiciones y factores por las cuales se bloqueó la construcción de un horizonte socialista, democrático y pluralista que reconociera de entrada la superación del dogmatismo ideológico y del pensamiento único frente al Socialismo, rebasando la premisa autoritaria que afirma que solo con un pensamiento único es posible configurar la unidad de voluntad y acción.
La experiencia de los movimientos alter-mundistas, populares, nacionales e indigenistas ha demostrado que es desde la diversidad de las corrientes contra-hegemónicas desde donde nace una democracia radicalmente participativa y un Socialismo a Escala Humana. Más que un centralismo burocrático, se plantean el poli-centrismo de los movimientos sociales emancipadores y del Poder Popular, así como la construcción de la unidad de acción a partir de una renovación radical de la relación entre los sujetos nacional-populares y la representación política (Rauber; Laclau).
Más que un “pueblo-nación” constituido homogénea y orgánicamente desde arriba, se justifica la constitución de una síntesis contingente de la multiplicidad en el sujeto popular y en el seno de la multitud. Se trata de evitar el populismo autoritario y la burocratización desde arriba de la revolución desde abajo.
Si Chávez propone la incorporación de las diversas corrientes de la izquierda venezolana (p.25) debe reconocer de entrada el pluralismo de concepciones socialistas en el seno de la forma-partido, hecho inédito para la izquierda venezolana; que fue fundamentalmente tributaría de la codificación estalinista del marxismo: mejor conocida como “marxismo-leninismo”2.
El centralismo burocrático es una consecuencia directa de la racionalidad del dominio que codificó el socialismo “realmente inexistente” y el estalinismo. Sin un debate sustantivo sobre la democracia participativa y protagónica en el seno de la forma-partido, cualquier mensaje sobre la democracia revolucionaria hacia la sociedad en su conjunto, resulta ser una profunda incongruencia. Razones justificadas tienen aquellos que desconfían de la potencia revolucionaria de la forma-partido si imita la tradición de la izquierda histórica moderna (Rigoberto Lanz, Edgardo Lander, Julio Escalona son algunos de los que se han cuestionado esta vía) y plantean que el asunto debe situarse en la cuestión sustantiva del Nuevo Socialismo y del Poder Popular.


7.- Hay que derrotar las mentalidades de inciso sexto y el macartismo tropical
En Venezuela se estableció una matriz político-cultural anticomunista y antisocialista que tenía sus antecedentes en una restricción legal de naturaleza ideológica que tuvo como propósito impedir la formación y vida activa de organizaciones anticapitalistas, sancionada por primera vez en la reforma constitucional de 1928: el inciso sexto del artículo 32 constitucional.
Ya los vientos de transformación social y demandas radicales de democratización se habían encendido tempranamente en 1910 con la Revolución Mexicana, y llegaban voces que informaban de la movilización bolchevique de 1917. En Venezuela, fueron hechos presos y torturados cualquiera que propagara “literatura marxista” y quienes fueran sospechosos de oponerse a la Dictadura Oligárquica Gomecista.
El ministro Arcaya y Gómez decidieron poner cortapisas a las llamadas “doctrinas exóticas” en el nuevo texto constitucional. El expediente de un supuesto plan de difusión doctrinaria puesto en marcha por la Tercera Internacional Comunista fue utilizado para agregar a la nueva Constitución el Inciso Sexto del Artículo 32, mediante el cual se prohibía la difusión de “propaganda comunista” en el territorio nacional:
"La disposición del inciso sexto del artículo treinta y dos de la Constitución Nacional, introducida en la Constitución de 1929 por el doctor Pedro Manuel Arcaya y mantenida en la Carta de 1936 (aunque modificada y concretada en cuanto a las medidas aplicables) sirvió para establecer un paréntesis de un año en la lucha política encendida: la orden de expulsión de un grupo de importantes dirigentes políticos que se aplicó a dirigentes de izquierda que no eran comunistas, aunque de una manera u otra habían mostrado inclinación por el marxismo y habían formado un frente común con los que sí eran verdaderamente militantes disciplinados de esa corriente internacional.” (Rafael Caldera, Los Causahabientes, http://www.convergencia.org.ve/; p. 48)
De esta manera, la disposición legal formalizó jurídicamente una matriz ideológica anticomunista que generó importantes efectos políticos en la coyuntura 1936, momento de irrupción de demandas anticapitalistas y antiimperialistas, que puede llevar a plantear algunas analogías con la situación actualmente presente en el país. En 1936, el inciso sexto del artículo 32 de la Constitución Nacional sirvió de instrumento para decretar ejecutivamente la disolución del Partido Único de las Izquierdas (Partido Democrático Nacional) y para dictar la medida de expulsión, por un año, de cuarenta y siete líderes políticos de la izquierda opositora al continuismo oligárquico de López Contreras.
Aquí, la historia puede convertirse en un extraordinario revelador. Desde 1936, la unidad de la izquierda anticapitalista y antiimperialista fue bloqueada tanto por errores y posiciones dogmáticas, justificadas desde centros de poder mundial, propias de la dirigencia de las diferentes organizaciones de izquierda, como por acciones de los sectores de derecha, incluidos importantes miembros de la FAN, para impedir cualquier esfuerzo unitario que levantara las banderas del Socialismo.
Con la liquidación del PDN, y los sucesivos enfrentamientos entre el PCV, URD y AD, el campo de las izquierdas quedó mortalmente herido de divisiones, fracturas, dispersiones y resquemores. Con el Pacto de Punto Fijo, y la posterior persecución a la oposición de izquierda, los esfuerzos unitarios de la izquierda fueron liquidados tanto por graves desacuerdos internos sobre el programa y la línea política a seguir, incluyendo los intentos de aplicar el modelo de revolución cubana, como por la efectividad de las llamadas “acciones anti-subversivas” de Betancourt y Leoni, con apoyo del Gobierno Norteamericano.
El proceso de sedimentación de prejuicios y estereotipos en la cultura política venezolana contra el Socialismo tiene un fuerte peso en diferentes grupos, sectores y clases. El propio Betancourt desde la liquidación de la experiencia del PDN en 1936 cae preso de un anticomunismo ramplón para congraciarse con la geopolítica norteamericana, abriendo un abismo entre un populismo anticomunista de corte reformista y socialdemócrata, y cualquier visión de Socialismo anticapitalista y antiimperialista. De allí que sea la izquierda subordinada a Washington el caballo de Troya de la izquierda anticapitalista. El ejemplo de la “adequidad” es ejemplar para comprender que una cosa es la izquierda liberal, que defiende y justifica el capitalismo como nuestro único futuro, y otra cosa es la izquierda socialista.




8.- Hay que reinventar el socialismo democrático desde la raíz nacional-popular de “Nuestra América”
El socialismo, desde nuestra perspectiva será la lucha por ampliar los espacios de libertad, confrontando abiertamente las condiciones de desigualdad, injusticia, explotación, vulnerabilidad y exclusión que reproducen una “libertad real para algunos pocos” en “Nuestra America”. Por esta razón, la estrategia socialista depende de una “revolución democrática” y de una praxis contra-hegemónica de fuerzas nacional-populares, que junto a movimientos anti-institucionales, anti-patriarcales, anti-autoritarios, eco-políticos y de sensibilidades ecuménicas, planteen las bases de un nuevo espacio-tiempo de transformaciones radicales de todos los espacios de poder, moleculares y molares, como los Estados-Nación y las instancias de poder supranacionales.
No se trata de una revolución “color de rosa”. Un socialismo democrático en la indo-afro-latinoamérica profunda se enfrenta a adversarios claros: las plutocracias capitalistas y sus representantes político-ideológicos, y las “nomenclaturas” políticas del colectivismo oligárquico, que han gestionado diseños globales sin huella alguna del poder de las historias locales y del protagonismo de los lugares-mundos de lo nacional-popular. En definitiva, será una democracia participativa, radical, pluralista y protagónica la condición de posibilidad de los horizontes socialistas.
La revolución bolivariana ha levantado tres banderas inicialmente: una bandera nacional-revolucionaria de carácter anti-imperialista, una bandera igualitaria y justiciera que confronta al desorden neoliberal, y una bandera democratizadora que desmonta el simulacro de la democracia elitista con coro electoral. Allí confluyen la raíz indígena, afro-americana, popular, mestiza subalterna, libertaria y emancipadora con otras cosmovisiones, otras formas de vida que han resistido a los procesos de modernización capitalista dependiente, con su carácter trunco y reflejo.
La introducción en “nuestra america” de corrientes ideológicas como el comunismo, el marxismo o el anarquismo, implicaron la entrada a una Modernidad sui generis, que todavía hoy manifiesta un profundo déficit de secularización, por el lado de la izquierda, algo que aterra a las mentalidades liberales, positivistas y católicas reaccionarias. La izquierda quedó presa del imaginario Moderno-desarrollista-modernizador enfatizando unilateralmente un esquema dogmático en la cual “las leyes de la evolución social” y la “necesidad histórica” obviaron la situación de demandas radical-democráticas en el seno del campo popular que ya desde 1890 tomaban claras expresiones urbanas y agrarias.
Se requiere un nuevo ciclo político-ideológico para un nuevo socialismo democrático, pluralista y no euro-céntrico, que abra las compuertas a una rearticulación democratizadora de los movimientos sociales con la forma-partido. Hablamos de socialismos en el siglo XXI, porque sin esta lectura no habrá posibilidad alguna del “Socialismo del siglo XXI”. Para que sea del siglo XXI tiene que situarse inevitablemente en el siglo XXI; es decir abordar un talante contemporáneo, pluricultural y cosmopolita.
¿Qué significa en el presente histórico problematizar las experiencias socialistas y las visiones socialistas para el siglo XXI?. Significa ni más ni menos, realizar un verdadero balance de inventario, y levantar sobre las huellas del siglo XIX y XX, los nuevos horizontes socialistas, reconociendo las limitaciones colonialistas y euro-céntricas de proyectos que idealizaron un mito de progreso articulado exclusivamente al industrialismo, la burocratización de la existencia y la lógica unidimensional de la racionalidad instrumental. Entre estas huellas, es impostergable redefinir la relación de cualquier programa político con la obra teórica y política de Marx, por ejemplo, con todo el “socialismo y comunismo teórico”, y con los “socialismos históricos”. Hoy es inevitable, analizar desde una perspectiva no euro-céntrica todas las huellas del socialismo, y enfrentar la impostergable interdependencia entre nuevo socialismo (nueva economía mixta de estilo socialista con un marcado acento popular- autogestionario) y la nueva democracia (con marcado acento en la participación y protagonismo del mundo popular y de las escalas locales). Un nuevo poli-centrismo democratizador y socializador a través de redes para un mejor-vivir (Villasante).
La forma-partido vive una profunda crisis de adecuación a la complejidad de los procesos políticos contemporáneos. El cambio de condiciones y circunstancias del siglo XXI cancela la visión moderna de la forma-partido. Actualmente emergen tanto el vital impulso que los movimientos sociales, como nuevas modalidades de gestión de la política y lo político, la influencia de la media-cracia en la estructuración de “matrices de opinión” y “atractores de sentido” que nuclean los procesos de legitimación. Los grandes aparatos burocráticos vienen siendo desplazados por la lógica de las redes y las organizaciones de información, basadas en nuevas tecnologías de comunicación e información. Sería un error no adecuar los aparatos organizativos a las nuevas lógicas sociales.
Se trata, finalmente, de la factibilidad de un nuevo socialismo a escala humana, un eco-socialismo que permita una radical apertura al pluri-verso, condición de posibilidad de una ética de la liberación y de los pensamientos críticos contra-hegemónicos, por la vida digna del género humano en su condición plural.

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