martes, 27 de febrero de 2007

Ni partido...ni único

Rigoberto Lanz

Hay una preocupación muy extendida en todos los ámbitos de la izquierda por encontrar fórmulas que le den consistencia a una enorme diversidad de agrupamientos que militan en el proceso revolucionario. Aspirar a una mayor eficacia del trabajo político y a plataformas unitarias para acometer proyectos de distinta naturaleza es desde luego una razonable aspiración. Pero una cuestión tan evidente no tiene por qué suscitar grandes debates ni ocupar la atención prioritaria de la dirigencia. Algo más de fondo se juega en esta formulación y es justamente sobre esos contenidos sobre los que vale la pena hurgar con más detenimiento.


La idea de “partido” (de izquierda o de derecha) es una reminiscencia de la Modernidad que hace rato hizo aguas en todas las experiencias históricas de Occidente. La crisis de la forma partido es consustancial a la debacle de la Modernidad política, al desvanecimiento de la idea de “representación”, a la evaporación de un espacio público concebido como intermediación de intereses en el marco de un “contrato social” culturalmente asentado. Asistimos al fin de la política moderna. Ello se traduce en la inviabilidad de las plataformas institucionales de la democracia burguesa, (Estado, parlamento, gremios, sindicatos, partidos)


Una transformación radical de la sociedad supone una completa reformulación de los sistemas de representación, de los mecanismos de participación, de las formas orgánicas mediante las cuales se expresa la voluntad de la gente. Supone desde luego una demolición del Estado burgués y su entramado organizacional. Supone la suplantación del viejo “contrato social” que nos trajo hasta aquí en estos tres siglos de Modernidad. Pretender transitar el camino de una revolución con los mismos dispositivos heredados de la Modernidad revela una candidez imperdonable. Creer que un “partido revolucionario” es algo que se resuelve con la condición revolucionaria de los militantes es otra ingenuidad que conmueve. El desafío verdadero del proceso venezolano actual es la generación de nuevas formas de gestión política. Esta es una materia pendiente en la que poco o nada se ha avanzado en estos años. El camino fácil de rellenar viejas estructuras del Estado moribundo o el expediente socorrido de copar los espacios sindicales y gremiales son todas estrategias circunstanciales acotadas por la coyuntura. De allí no surgirá nada que valga la pena. La revolución no pasa por allí. Los retos están en otro lado: en la construcción de nuevas formas de gestión política (los “Consejos Comunales” pueden ser un importante embrión) capaces de fundar otra idea de la participación. Los aparatos partidistas son reaccionarios por definición.


Ese formato está colapsado. Es preciso una alta dosis de imaginación para inventar otras modalidades de articulación de la gente. Parece una insoportable incongruencia este conformismo respecto a los aparatos y prácticas heredadas. Está planteado un supremo esfuerzo por repensar otra teoría de la organización popular que se haga cargo de las nuevas realidades que este tiempo está demandando. Al mismo tiempo, de lo que se trata es de impulsar los procesos de nuevo tipo en los que la autonomía de los actores refunda los tejidos de la socialidad que emerge. Allí no cabe la vieja figura del “partido” porque esta época reclama otras figuras de la política.


Por el lado de lo “único” me parece que hay más problemas aún. Nada es tan vital en este plano que la idea de diversidad. El nuevo espacio público que está constituyéndose ha de albergar la multiplicidad de actores, de formas políticas y sensibilidades que un proceso tan rico como este es capaz de propulsar. La diversidad política hay que asumirla como un dato constitutivo de la propia calidad revolucionaria del proceso. Ese no es un hecho adjetivo que dependa del estilo o las buenas maneras. Sin esa diversidad política no es posible enganchar con la complejidad de la vida social, con la sana diferencialidad de la experiencia individual, con la infinita variedad de prácticas que son susceptibles en un espacio público radicalmente emancipado de la brutalidad del Estado (de todo Estado) Allí nada es “único”. Allí nada es homogéneo. Allí nada es plano. Complejidad del pensamiento, complejidad de la subjetividad, complejidad de los procesos: he allí la verdadera vacuna contra toda representación simbólica de lo “único”. Ya sabemos que el “pensamiento único” es la más elaborada expresión de la barbarie en el campo epistémico y cultural. Esta lógica se desliza en otros campos y puede tener los mismos efectos letales.


Hay un debate abierto. Lo importante es poder discutir estos asuntos sin ninguna restricción. Es preciso que los análisis y argumentos puedan ser compartidos por todos los actores involucrados. De las cuestiones operacionales no vale la pena ocuparse puesto que esos asuntos tienen espacios de pertinencia bien definidos. Conviene volver la mirada a lo que está subyacente, a las implicaciones de más largo plazo, a los contextos teóricos e históricos donde este debate cobra su real significación. Como todo debate de fondo, encontraremos aquí matizaciones y contrapuntos que hablan de la diversidad política que puebla hoy los distintos territorios de la revolución (en Venezuela y el mundo) La discusión política permanente es el mejor recurso con el que contamos para combatir el pragmatismo, para atajar las prácticas subordinadas que se asumen sin espíritu crítico (la crítica no es negociable)


Como parece claro en el análisis que precede, la sola imagen de un “partido único” suscita toda clase de cortocircuitos con supuestos muy caros a una concepción libertaria del socialismo, a una visión radical de la crisis de la Modernidad política, a una óptica diferente de la democracia occidental. La palanca de la diversidad política –a contrapelo—funciona como una fuente constante de enriquecimiento de la experiencia y como aliciente vital para la fecundización de la reflexión.

lunes, 26 de febrero de 2007

Socialismo del Siglo XXI y Educación (Primera parte)


Derecho a recibir una educación que fomente la solidaridad,
la amistad y la justicia entre todo el mundo.

Luis Peñalver

Socialismo para Siglo XXI parece, hoy más que nunca, una frase escandalosa que ha tenido la dicha de convertirse en vedette política de los más diversos escenarios nacionales e internacionales. Su más famoso y renombrado mentor, el Presidente Hugo Chávez, pudiera ser acusado de causar un terrible terremoto cognitivo cuyas ondas están recorriendo tanto a la derecha como a la izquierda. En el país, aparte de las múltiples visiones que se han publicado sobre el tema y que tienen como autor, entre otros, al mismo Presidente, también han opinado, en número considerablemente significativo, quienes adversan la Revolución Bolivariana, quienes la apoyan totalmente, quienes la apoyan parcialmente, quienes prefieren ver las cosas de lejito y quienes asumiendo una aparente neutralidad y objetividad, también hacen sus apuntaciones.

En este último caso, me estoy refiriendo, léase bien, por favor, a la jerarquía de la Iglesia Católica, donde aun con muchas diferencias, hay voces con las cuales no es posible diálogo alguno, porque sencillamente un sector ya aniquilado esa posibilidad. Y voces que hacen esfuerzos por expresar planteamientos que bien vale la pena leer y estudiar.

Un ejemplo de ello es el documento que, a pocos días de celebrarse la elección presidencial, puso en circulación la Conferencia Episcopal Venezolana. Aun cuando el episcopado venezolano insiste en la vocación e intención religiosa del referido texto, a mi me parece, y lo digo con el mayor respeto, un texto político de gran envergadura, escrito por religiosos católicos. Es, digámoslo así, una representación de su pensamiento político.

Otros factores políticos nacionales, a los cuales les encanta y excita autodenominarse democráticos o socialistas democráticos, ya tienen decidido, y es conocido por “todos”, lo que pasará en Venezuela: “se iniciará un socialismo perverso, pasará por el comunismo y culminará en fascismo o nazismo, porque el Teniente Coronel Chávez sigue los consejos de Fidel Castro, quien también es etc., etc.” Sé que ustedes están muy bien enterados de lo que este factor político, que es más bien un factor desestabilizador definitivamente disociado, exclama diariamente por casi todos los medios posibles, hasta por Venezolana de Televisión, aunque luego van a otros canal y dicen que no hay libertad de expresión.

En estos escenarios de discusión, que están construyéndose y desarrollándose todos los días, también concurren otros factores de opinión que tienen que ser atendido críticamente y con el mayor de los cuidados. Ahora me estoy refiriendo a los “socialismólogos”, “especialistas en socialismo” o “expertos en socialismo”. Que nadie, léase bien, nadie considere que tiene algún privilegio para hablar en nombre del Socialismo y muchos menos en nombre del Socialismo para el Siglo XXI. Y esto lo señalo, porque hasta el mismo Presidente ha repetido hasta el cansancio que el Socialismo para Venezuela hay que inventarlo; tenemos, así, en letras destacadas, TENEMOS que crearlo, que concebirlo, que parirlo, que criarlo y que cuidarlo.

Si aquí llegara a circular algo que pudiera llamarse Socialismo para el Siglo XXI, tendría un propietario: el pueblo de Venezuela, las ciudadanas y los ciudadanos de este país que podría emerger con nuevos sentidos.

Ojalá que a las instituciones educativas llamadas de educación superior, públicas o privadas, no se les ocurra la atroz idea de diseñar carreras de grado para otorgar títulos de Licenciatura, Profesorado, Técnico en Socialismo o acudir a otros dispositivos de saber-poder como cursos, diplomados, especializaciones, maestrías, doctorados, posdoctorales, presenciales, virtuales y a distancia, para legitimar ciertos conocimientos, descalificar otros e impedir que buena parte del pueblo no pueda inscribirse. Digámoslo de otra manera: si alguna de estas figuras llegara a tener algunos requisitos, como no sean leer, escribir y querer construir una Venezuela distinta, otra vez estamos repitiendo la película que representa el peor de los flagelos que ha sufrido buena parte de nuestro pueblo: la exclusión.

Estamos diciendo que el debate acerca del Socialismo y del Socialismo para el Siglo XXI, porque son dos cosas diferentes, será un auténtico debate, democrático y protagónico o no será. Y disculpen estas palabras que parecen más bien un llamado de atención, pero no habrá lugar ni tregua para discursos privilegiados ni que gocen de ciertas prerrogativas porque han adquirido pase de cortesía. Más bien podemos aprovechar este debate sobre Socialismo y Socialismo del para el Siglo XXI, para fortalecer los valores de una nueva ciudadanía, de una ciudadanía que construirá su porvenir en le presente. Amigas y amigos, el asunto es, al final, ¡cuidado con los apóstoles del Socialismo para el Siglo XXI y los falsos profetas ídem!

Me voy a permitir en este calentamiento preliminar, compartir otra idea que, esquemáticamente, tenía guardada para el final, pero que en el proceso de rebobinar algunas cosas, decidí que mejor era curarme en salud ética y exponerlas en la obertura.

La expresaremos telegráficamente y luego pretenderé ampliar un poco. El asunto es el siguiente: si hay un dato que tenga el mayor volumen en este debate acerca del Socialismo, el Socialismo para el Siglo XXI y ahora del Socialismo para el Siglo XXI y la Educación, es el que nos involucra a nosotros mismos como seres humanos. Podemos hacer una especie de “carrera socialista”, si ello llegara a existir, e ir a cuanto evento político o académico se presente, escuchar disciplinadamente todos los Aló Presidente y las alocuciones de nuestro Presidente, contar con una biblioteca de textos, comprados o expropiados, del pensamiento socialista mundial, adquirir los libros que el Presidente ha promocionado, leernos las obras completas de Marx, Engels, Lenín o Mao, por lo menos; uniformarnos de socialista y, además, vociferar por los cuatro vientos: ¡soy socialista!. Lamento decirles que le vamos a aguar la fiesta a un grueso considerable de amigos y amigas, pero todo eso que hemos nombrado puede que represente un reconocible y quizás hasta gratificante esfuerzo, pero, aun así, no es suficiente. Digámoslo otra vez: NO ES SUFICIENTE.

Edgar Morín, nuestro amigo que ha repotenciado el pensamiento complejo y de la complejidad, habla de las cabezas bien llenas y de las cabezas bien puestas. Y esto bien pudiera servirnos de ejercicio para hacer dos interrogantes: ¿Vamos a tener cabezas bien llenas de Socialismo para el Siglo XXI? O ¿Vamos a tener cabezas bien puestas de Socialismo para el Socialismo del Siglo XXI? El Socialismo para el Siglo XXI podrá debatirse, por supuesto, como forma diferente de vivir, porque constituye una lucha permanente contra el capitalismo y sus valores; pero también estamos obligados, éticamente hablando, a debatirlo como otra forma de ser ciudadano o ciudadana; es decir, para transformarnos en auténticos seres humanos.

Si estos debates y reflexiones acerca del Socialismo para el Siglo XXI no trastocan nuestras fibras y muchos de los valores con los cuales hemos vivido o convivido, le estaremos dando un chance al Nuevo Socialismo, por una razón muy sencilla: el Socialismo para el Siglo XXI pudiera ser bueno para declararlo o nombrarlo, pero es mejor para vivirlo plenamente. Parafraseando al amigo Rigoberto Lanz, diríamos: entusiásmese por vivir socialistamente. Aquí lo importante es saber en cuál parte de la cancha de juego está usted, ello en el entendido que está en la cancha y no en las gradas mirando como pasan los tiempos del juego que, por cierto, se inició hace un largo rato.

Pudiéramos decir que una oportunidad estelar se nos está presentando en este debate. Si quieren debatan con el Presidente, desquítense con quienes hacen propuestas relacionadas con el Socialismo para el Siglo XXI, póngase en total desacuerdo conmigo, pero, por favor, debata sus propias ideas, piense sus propios pensamientos. Tómese tiempo para ello.

El debate que nos convoca desde el Socialismo, entendido como las experiencias de pensamiento construidas y experiencias sociales vividas, y el Socialismo para el Siglo XXI, como pensamiento y experiencia por concebir, involucra no solo el factor de apellidamiento político como cristiano, utópico, democrático, marxista, entre otros, y lo llamamos sencillamente para el Siglo XXI, también contiene temas transcendentales muy significativos porque, en primer lugar: estamos implicando el presente y el futuro de nuestras propias vidas y de otras vidas que vendrán; en segundo lugar: porque estamos empeñados en transformar las prácticas económicas, políticas, sociales, culturales y educativas, entre otras; y, en tercer lugar: porque construiremos (juntos) otro modo de vivir.

Esta discusión tendrá que ocuparse, necesariamente, de las múltiples lecciones históricas para tener un crítico inventario de grandes patrimonios del pensamiento socialista como Saint Simon, Carlos Marx, Federico Engels, Vladimir Ulianov (Lenin), León Troski, Rosa Luxemburgo, Mao Tse Tung, Ho Chi Min, Ernesto Guevara, Fidel Castro Ruz y, junto a ellos, ampliar nuestros horizontes en América Latina y el Caribe y el resto del mundo en general y en Venezuela de manera particular, desde las creaciones del Maestro Simón Rodríguez, hasta el Presidente Hugo R. Chávez Frías. Como dice el mismo Presidente: debemos buscar tiempo para estudiar, leer y escribir; yo agregaría, que quien se presuma o quiera llamarse o le gusta ser nombrado socialista, está condenado a estudiar, a leer y a escribir. Un socialista serio, una socialista seria, estudia, lee y escribe.

Tal vez, hasta tengamos que hablar con el Presidente para inaugurar otra Misión, la Misión Socialismo para el Siglo XXI; mientras tanto, no hay excusa que valga para desentenderse de la gran responsabilidad que tenemos en la concepción, desarrollo, evaluación y reajuste del denominado Tercer Motor: Moral y Luces, Educación en Todos los Espacios. Aquí está, sin lugar a dudas, una oportunidad pedagógica con la cual no habría soñado jamás persona alguna, pues nos referimos, nada más y nada menos, que a la lógica de inclusión más extraordinaria que puede exponerse así: en cualquier parte de nuestra República donde hayan por lo menos dos personas, allí podemos encender el Tercer Motor, el Motor de la Moral y de las Luces, el Motor de la Educación, el Motor del Pensamiento y la Práctica Socialista en Construcción.

Otra de las lecciones históricas, aparte de las referidas al pensamiento socialista en su más amplia diversidad, son las relacionadas con las experiencias de vida social implicadas con los múltiples socialismos. Allí tenemos el compromiso de acercarnos a los relatos vinculados con la Comuna de París, comentada por Marx, la Revolución Rusa, desde Lenin hasta Gorvachov, pasando por Stalin y Niñita Kruchov; la Revolución de la República Popular China hasta los tiempos recientes, las experiencias de Corea, Cuba, Chile, Guatemala, Albania, Vietnam, Camboya, pasando por el presente reciente latinoamericano en el contexto de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y el Mercado Común del Sur (MERCOSUR).

¿Dijo usted Socialismo para el Siglo XXI? Bueno, aquí tiene un entremés exquisito: iniciar por el corazón y el espíritu mismo del Socialismo. No tenemos chance para los desastres ni para las copias por muy buenas que algunas nos parezcan, ni para perder la oportunidad de reconstituirnos como ciudadanos y ciudadanas de primera. Esta es una oportunidad que NOS PERTENECE. Mucho cuidado con esas organizaciones (partidos, gremios y similares) que siempre andan inventando trampas para ser reconocidos como portadores de…, defensores de… o creyentes en…, cuando lo que buscan son cuotas de poder y mecanismos arribistas para las directivas y quienes logren acercárseles.

Llamarse socialista, socialista para el siglo XX o revolucionario, para no serlo, es vivir en un remedo ético de corte capitalista y si usted habla como capitalista, piensa como capitalista, gestiona como capitalista, funciona como capitalista, camina como capitalista, trata a la gente como capitalista, escribe como capitalista, sueña como capitalista, entonces no le queden dudas: usted es capitalista por muy socialista que se nombre o lo nombren.

Quizás llegue el momento en el cual comencemos a exclamar auténticamente: “cuando yo era capitalista…” y allí, señoras y señores, dará comienzo (es posible) a la otra Historia de Venezuela, aunque no está demás decir que en el medio educativo hay mucha gente que ha sido y es socialista: con espíritu de solidaridad a toda prueba, éticamente irreprochable, de cultura ciudadana intachable, con respeto profundo por el ser humano y la naturaleza, con un ejercicio profesional responsable, con amor a la gente y al trabajo, de pensamiento humanista profundo, con cultivo permanente de sí. Busquemos ahora los impulsos necesarios para una aventura de grandes dimensiones en pro del Socialismo para el Siglo XXI. Y les doy un dato: la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y las Leyes dirigidas a fortalecer el Poder Popular, constituyen parte de nuestro equipaje Rumbo al Socialismo, aquel famoso RAS que mencionó el Presidente en una oportunidad.

Quisiera sintetizar esta primera parte con unas palabras del nombrado amigo Rigoberto Lanz que dice, en un artículo intitulado Borrón y cuanta nueva: el socialismo que viene, lo siguiente:

Queda claro pues que nunca partimos de cero en estos menesteres, pero más claro aun ha de quedar que se arrastra una pesada herencia en el pensamiento y la experiencia llamadas “socialistas” que es preciso colocar en su lugar. Alguien podrá argumentar con alguna razón que no todo fue negativo en este penoso trayecto. En efecto, muchos aportes teóricos quedaron por allí machacados por el implacable ejercicio del poder de los aparatos. Esos aportes han de ser reivindicados críticamente para repensar hoy un horizonte nuevo de la idea de revolución.

Cumaná, enero de 2007.

domingo, 25 de febrero de 2007

La fé

Socialismo del Siglo XXI y Educación (Segunda parte)

Luis Rafael Peñalver B.

Vamos ahora a una segunda parte, aunque ya hay aspectos que hemos mencionado en la primera. Trataré de trazar una cartografía de posibilidades desde la cual pudiera concebirse unas agendas para el trabajo socialista por-venir, en el entendido que tales agendas serán posibles si y solo sí se construyen en el espíritu del debate y de la crítica de pensamiento, en el contexto de la creatividad, la participación, el respeto y la libertad. Si ello no llegara a ocurrir, lo más probable es que tengamos aplazada la materia más importante: creer en nuestras posibilidades, creer en nosotros mismos, creer en nuestro pueblo. Lo diremos de otra manera: si allí la máxima calificación cuantitativa corresponde a veinte puntos, estamos obligados a obtener sobresaliente y contar con veintiún puntos. Por cierto ¿Cuánto sacaría usted?

Ahora, ¿Cuáles serían, puntualmente hablando, esas claves[1] para promover en nosotros y en la educación venezolana, una sintonía hacia el Socialismo para el Siglo XXI?

  1. Nuestra primera clave está representada por la lucha feroz y a brazo partido contra antivalores como el egoísmo, el individualismo, pronunciadamente capitalistas. No bastará con enseñar qué es solidaridad o aprender qué es solidaridad; es decir, no hay lugar para que el profesorado se sienta satisfecho por haber “dado” una clase brillante sobre solidaridad y el estudiantado ande muy contento porque aprobó una evaluación sobre el tema de la solidaridad. Para los efectos del Socialismo para el Siglo XXI, uno y otros están claramente aplazados. Pero, buena noticia, podrán reparar. Solo que la prueba para ambos será generar una cultura de vida solidaria. La palabra es buena, pero el gesto conciente transforma y reconstituye nuestra humanidad. La responsabilidad social que hoy tenemos, es indelegable y la solidaridad puede imprimirle un sello transformador.

  1. El Socialismo para el Siglo XXI, como posibilidad, se construye con y desde los movimientos sociales emancipatorios. Impulsar en la escuela, con la escuela, desde la escuela, movimientos con fuerza y determinación con responsabilidad social y de participación, pudiera fortalecer experiencias como las cooperativas, los consejos comunales, las asociaciones productivas, donde la conformación de lazos de cooperación y definición de visiones conjuntas, sean una prioridad. Nuestras experiencias pedagógicas y de gestión escolar, tendrán que hacerle lugar a una especie de reingeniería pedagógica y gerencial, basadas en las decisiones grupales, en la consulta, en el diálogo, sin imposiciones ni exclusiones.

  1. El Nuevo Socialismo (otra manera de nombrarlo) tendrá como soportes fundamentales la libertad y la justicia y en las instituciones educativas, uno y otro valor pudieran constituirse en ejes transversales para ser y para vivir, no solo para estudiar; donde la libertad es lo que me hace ser responsable de lo que soy y la justicia para impedir a toda costa el sometimiento y la explotación de unos por otros. Ya decían Mari y Engels en el Manifiesto Comunista que “El lugar de la antigua sociedad burguesa… será ocupado por una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno será la condición del libre desarrollo de todos” Así, la libertad tiene un contenido plus ultra en nuestro debate. Todo germen represivo que atente contra el desarrollo de las personas y de los pueblos, va en dirección contraria al espíritu que aspiramos promover desde el Nuevo Socialismo. Acudiendo a unas palabras recientes del Vice-Presidente de la República, Jorge Rodríguez, la única dictadura posible es la dictadura de la democracia y, agregamos nosotros, de la justicia y la libertad. El retorno pedagógico en estos contextos, sería ganancia neta para el futuro de nuestro país.

  1. El Socialismo para el Siglo XXI, acudiendo a un “viejo” pensamiento del amigo Rigoberto Lanz, hay que entusiasmarse por vivir. Alguien con espíritu socialista vive en una pasión desbordante, en un éxtasis por vivir, con relaciones de intensidad, a construir la mayor suma de felicidad, como dijo Simón Bolívar. Así podremos rediseñar nuestras responsabilidades pedagógicas. Una auténtica pedagogía que de lugar al arte, la música, la poesía, las expresiones populares, la vida común y ordinaria, al acontecer diario, pudiera ser un buen comienzo.

  1. El Socialismo para el Siglo XXI, al menos el que aspiramos, tiene un privilegio fundamental por la educación, pero una educación concebida fuera de los estándares rutinarios. Esa visión que privilegia lo escolar y escolarizante como espacios exclusivos para la educación, arruina la posibilidad de compartir experiencias con otros seres humanos que han sido históricamente excluidos. La Nueva Escuela tendrá un nombre: República Bolivariana de Venezuela. La escuela tendrá que inventar estrategias para salir de las escuelas y las universidades y las misiones educativas, tendrán que hacer algo similar o correrán el riesgo de ver comprometidas sus responsabilidades sociales. Por ejemplo, la Misión Robinson transcendió los actos de leer y escribir como únicas posibilidades y ahora hace fuerza en el ejercicio de la ciudadanía, en el ser republicano ¿Dónde estamos haciendo fuerza nosotros?

  1. El Socialismo para el Siglo XXI podrá ser la alternativa al capitalismo, apostando, en principio, por quienes han sido menos favorecidos, como nuestros conciudadanos pobres de ciudades y pueblos, la población campesina, las comunidades indígenas. El Socialismo para el Siglo XXI pudiera ser un proceso político inclusivo para quienes habitan este país y con atención especial para la niñez y la juventud abandonada y a quienes, por múltiples razones, aun deambulan sin hogar. Con todos los esfuerzos del gobierno, aun vemos estas indignidades sociales. Y parte de ese esfuerzo pendiente, pasará por luchar tenazmente contra la corrupción, la corruptela y los corruptos; la burocracia, la no transparencia en el manejo de los recursos. La escuela podrá ser el espacio para enfrentar la corrupción, luchar decididamente contra la burocracia (incluida la del pensamiento) y promover la vocación por la transparencia en el manejo de recursos. Hay una práctica perversa que atenta contra la atención a tiempo de los sectores nacionales menos favorecidos. Quienes anden por esos caminos tendrán que ser denunciados con pruebas, separados de sus responsabilidades y sometidos al imperio de la Ley y del trabajo honesto. Tenemos que erradicar los mecanismos que producen damnificados sociales. Una vida digna es el norte: trabajo, educación, cultura, alimentación, sanidad, vivienda, agua potable, energía eléctrica, tendrán que formar parte de proyectos integrales de inclusión. Ahí está un baremo social preliminar.

  1. La violencia es un aspecto por atender. El asesinato pareciera el camino más corto para contar con unos zapatos de marca, dinero inmediato o, sencillamente, arreglar un desencuentro. La cultura de la muerte se nos está haciendo tan natural, que ya el linchamiento nos parece legítimo y hasta justo. El ojo por ojo y diente por diente recorre los espacios sociales, recorre los espacios escolares. Los extremos son tales, que se atenta violentamente contra los demás, porque lo importante son “mis” problemas o los problemas de un sector y el resto, simplemente, no importa para nada. Esa cultura de la muerte, de la violencia y contra los derechos de los demás, es contraria al Socialismo para el Siglo XXI. Aquí tenemos que ser extremadamente creativos para instalarnos, léase bien, en una cultura por la vida, en una cultura de la vida, en una cultura de paz, en una nueva cultura ciudadana o los linchadores serán los nuevos héroes superpoderosos.

  1. El Socialismo del Siglo XXI podrá ser la oportunidad histórica para darle cuerpo al diálogo intercultural, plurilingüe y diverso. No queda lugar para acudir a mecanismos que intenten colocar unas culturas por encima y por debajo de otras. Cada cultura tiene su historia, sus valores, sus protagonistas y sus potencias y nada ni nadie podrá despojarlas de tales características. Todas las lenguas, sin excepción, merecen atención en los educativos. Habrá que darle precisamente por la lengua a quienes califiquen como infralenguas, dialectos o microidiomas, a otros idiomas. Lo diverso y la diversidad deben gozar de nuestro mayor respeto. Pareciera contradictorio, pero lo que nos hace humanos e iguales es nuestra diversidad. Los odios y las diferencias contra otros seres humanos son intolerables en la nueva sociedad socialista y en la nueva educación.

  1. El Socialismo para el Siglo XXI avanza en la medida en la medida que avanzan la participación y el poder popular. El Socialismo para el Siglo XXI es un asunto muy serio como para dejarlo en manos del funcionarato de siempre, sea designado o elegido. Más poder para el pueblo no es una consigna, es una determinación para el éxito del Nuevo Socialismo. Las formas de democracia directa ejercida con altos criterios de responsabilidad ciudadana, el reforzamiento del poder popular local a través de los Consejos Comunales como alternativa para una nueva gestión de las políticas públicas, el descentramiento en la administración de presupuestos y gastos, la creación de los Consejos Populares en Defensa de la Educación Pública, podrán ser parte del nuevo poder popular alejado de las cofradías partidistas, las macotas arribistas y los aprovechadores de oficio.

  1. El Socialismo para el Siglo XXI será posible con una auténtica Revolución. Una Revolución que tendrá, primeramente, que ocurrir en nosotros y que atraviese nuestros pensamientos, valores y formas de ser. Una Revolución que fracture la pesadez del Estado capitalista, la ineficacia de sus leyes y normas, la burocracia antihumana; una Revolución que provoque una conmoción institucional necesaria para que los organismos y sus actores recuerden la responsabilidad pública y que se deben, en primero, segundo y tercer lugar, a cualquiera ciudadano o ciudadana que así lo requiera. Una revolución que también recorra todos los rincones del Sistema Educativo Venezolano. Al final, se trata de una Revolución con potencialidad auténtica transformación.

Bueno, pudiéramos decir que esto es una especie de decálogo que podrá estirarse, encogerse, transformarse o, definitivamente, cambiarse; para eso, precisamente, es el debate en torno al Socialismo para el Siglo XXI.

Permítanme culminar con unas palabras del amigo Juan Carlos Monedero:

No sabemos cómo es el socialismo del futuro, pero sabemos cómo no debe ser. Por eso hay un horizonte firme: todo lo que supere al capitalismo, logrando la alternativa [de] hegemonía social, va en la dirección correcta. Por eso, el socialismo del nuevo siglo debe desbordar al capitalismo, acentuar su condición contradictoria, acelerarle sus callejones sin salidas, usar sus recursos para demostrar su inhumanidad, su ineficiencia, su carácter depredador.

Ahora una pregunta final ¿Quiénes tienen disposición para construir el Socialismo para el Siglo XXI, siendo auténticamente Socialistas para el Siglo XXI? Esa es la cuestión.


[1] Varios aspectos de los aquí expuestos, están referidos en el artículo El socialismo del siglo XXI, un modelo para armar, elaborado por Juan Carlos Monedero (2005), quien fue Observador Internacional en el Referéndum Revocatorio realizado en nuestro país.

sábado, 24 de febrero de 2007

El Estado: ese aparato inútil



Rigoberto Lanz


El Estado es lo más parecido a la sociedad
y por ello mismo lo más difícil de cambiar.


En el Estado se condensan todas las creencias, rémoras y atavismos que circulan entre la gente. Lo mejor de la sociedad suele estar en los intersticios, escondido por allí en los márgenes. Más allá de la retórica jurídica que ensalza abstractamente las virtudes cívicas y los caramelos del bien, la sucia realidad se encarga de mostrar de infinitas maneras los rostros patéticos del poder, la brutalidad de la lógica burocrática y la incesante reproducción de lo mismo. El Estado capitalista específicamente es un paradigma de lo que vengo de señalar. Lo es mucho más nítidamente por estos parajes del subdesarrollo donde todas las enfermedades del espíritu se juntaron para producir estos remedos de “países” en los que se repartió tempranamente el suelo americano conquistado.


Esa maraña de prácticas, aparatos y discursos que es el Estado no es “naturalmente” transformable. Quiere ello decir que todo cuanto se intente para cambiarlo ha de llevar la impronta de lo extraordinario. Sólo una voluntad bien direccionada puede generar fisuras que a la larga traducirían cambios significativos. Como el Estado se ha incrustado en la mentalidad de la gente es obvio que su modificación profunda pasa por una suerte de revolución cultural. Cambiar la mentalidad estatal llevará entonces largos períodos de lucha en los que no será todavía visible qué es lo que está cambiando, cómo están ocurriendo esos cambios, cuáles son las nuevas realidades que esos cambios están generando. La enormidad de esta tarea histórica disuade a muchos camaradas bien intencionados. La lejanía de un resultado final termina operando como desaliento para emprender las pequeñas transformaciones que vayan horadando la lógica implacable de un aparato que se reproduce por inercia.

En la Venezuela de estos días vivimos a intensidad variable las implicaciones de este proceso. Hay amplios contingentes de compatriotas operando en el seno de ese Estado que no están ni enterados del asunto. Existe otra enorme porción de funcionarios que trabajan en el sentido contrario de cualquier transformación (sea por mentalidad o por defensa de intereses precisos) Conseguimos también a importantes sectores que militan activamente en la onda del desmontaje de los aparatos del Estado como condición del avance de cualquier proceso revolucionario.La demolición del Estado es una metáfora que asusta al conservadurismo que está agazapado en las filas de la revolución. Por ello no debe sorprendernos la pasmosa lentitud con la que se asumen las propuestas puntuales de reforma, la pasividad con la que se manejan los grandes enunciados de cambio o la inutilidad simple y llana de las modestas iniciativas que se observan dispersamente aquí y allá. Todo ello nos está indicando que no existe en verdad una poderosa voluntad de transformación del Estado masivamente compartida por todos los operadores políticos con responsabilidades de gobierno. Nos indica también que esa voluntad política—cuando existe—tiene que hacerse acompañar por una concepción teórica alternativa del espacio público y por una visión radicalmente diferente de los procesos organizacionales. Lo peor que puede pasar es que no contemos, ni con la férrea voluntad política para generar transformaciones, ni con la visión alternativa de lo político y lo organizacional para generar la “nueva institucionalidad” de la que tanto se habla.

En la coyuntura que se inicia en Venezuela se han disparado un conjunto de catalizadores políticos que van a dinamizar el adormecido músculo de la revolución para generar cambios sustantivos en el seno del Estado. El conservadurismo se acomoda rápido a los nuevos vientos y se ejercitarán las gimnasias de rigor para que todo siga impecablemente igual. De allí la importancia estratégica de mantener viva la conciencia del momento político de hoy y su chance de abrir una brecha irreversible entre la vieja sociedad y los embriones de una socialidad que nace, entre el viejo Estado que se niega a ser demolido y las nacientes experiencias del poder popular que emergen, entre un pensamiento anacrónico que vive en sus estertores y el alumbramiento de otro modo de pensar.


Hemos sostenido que la Misión Ciencia es una plataforma ideal para contribuir a la generalización de esos cambios en el seno del Estado. No puede ser esta política pública la única concernida en este propósito pero le tocaría la excepcional oportunidad de marcar un rumbo que repercuta en todo el paisaje institucional del viejo Estado. Están dadas las mejores condiciones para que el año 2007 sea el escenario donde se pongan a prueba importantes experiencias de cambios organizacionales de envergadura. Ello no vendrá espontáneamente por el puro desarrollo de las tareas de Misión Ciencia. Es preciso encarar de una manera muy enérgica este componente vital para el propio destino de las transformaciones en curso. No habrá revolución alguna al abrigo del viejo Estado heredado. Esa sencilla constatación debería ser más que suficiente para dotar a todas las políticas públicas de este requisito de base: generar transformaciones tangibles en todos los espacios organizacionales. Se trata de inventar nuevas maneras de hacer las cosas allí donde se ha desmantelado una maraña burocrática.

Preguntas sobre la organización del poder popular: la revolución no pasa por los partidos


Rigoberto Lanz


1. ¿DE QUÉ DEPENDE ÉSTA O AQUÉLLA FORMA ORGANIZATIVA?

Tanto la experiencia histórica de las luchas revolucionarias en el mundo, como las teorías organizacionales más actualizadas en las agendas de hoy, dan cuenta de una íntima relación entre cada forma organizativa en el terreno político y los contenidos de cada coyuntura, la naturaleza de las prácticas, los perfiles de los actores socio-políticos o el carácter de la lucha de que se trata (no es lo mismo organizarse para disputar un sindicato en una democracia liberal que hacerlo para derrocar una dictadura fascista; no da igual una organización con fines electorales que otra con propósitos subversivos) Existe una estrecha relación entre los contenidos de la Modernidad política que se ha instaurado desde el Siglo XVIII y las modalidades de la organización del espacio público. En particular, la instauración de los sistemas de partidos, la organización sindical y gremial, así como la cultura deliberativa (parlamentos, etc.) están fuertemente asociados a las figuras de la “representación” política, a las presunciones de una legitimidad fundada en “elecciones”, a una cierta idea de “democracia” que consagra una determinada manera de “participar”. Nada de ello es gratuito. Todas esas figuras son la expresión del “Contrato Social” Moderno. “Democracia”, “partidos”, “parlamentos” “sindicatos”, “gremios” son una cadena de figuras políticas que pertenecen a la racionalidad Moderna, son las modalidades históricas de aseguramiento de las relaciones de poder, son formatos organizacionales de un Estado cuya finalidad última es el mantenimiento de la lógica de la dominación.
Desde luego, como esto no funciona linealmente, siempre es posible aprovechar fisuras y organizar las formas de resistencia. De ese modo la izquierda apostó en todo el mundo a la constitución de diversos tipos de organización asociadas a los rasgos de cada coyuntura (desde asociaciones juveniles más o menos inofensivas, hasta ejércitos guerrilleros) En este largo trayecto de la Modernidad política se ha escenificado un amplísimo espectro de formas partidarias en el seno de las luchas populares: “partidos revolucionarios”, “partidos socialistas”, “partidos de izquierda”, “partidos comunistas”, “partidos nacionalistas”, etc. La cuestión no consiste en historiar los “éxitos” o los “fracasos” de estas formaciones. De allí no se sigue nada respecto a la comprensión de la crisis de lo político en el seno de las sociedades occidentales. Lo que sí interesa es calibrar la relación entre esas formas de la institucionalidad política Moderna y la entrada en vigencia de un nuevo modelo civilizatorio: ¿Cuáles son las nuevas formas de lo político en un tipo de sociedad posmoderna?

2. ¿DE QUÉ REVOLUCIÓN ESTAMOS HABLANDO?

La vieja idea de “partido revolucionario” está directamente asociada al concepto ilustrado de una “vanguardia” que lleva la conciencia al seno de las “masas”. Esa “vanguardia” es la encargada de planificar la acción revolucionaria que conduce a la “toma del poder”. Lo que está detrás de esta sencilla imagen es una tonelada de implicaciones teóricas y prácticas. Baste recordar lo que ocurrió efectivamente con esta concepción en las siniestras experiencias del socialismo staliniano. El socialismo burocrático de tipo soviético no es un pequeño accidente de esta visión de la política sino su más elaborada aberración.
En América Latina no hicimos grandes aportes al marxismo manualesco que sirvió de coartada al capitalismo de Estado que se hizo llamar “La gran patria socialista”. Este inmenso fraude histórico tiene mucho que ver con una idea de la “revolución” pensada al interior del constructo Moderno, con una limitadísima visión del “poder” (siempre entendido como una entidad física que reposa en el palacio de gobierno)
La organización que debemos construir con la gente es una red de dispositivos capaz de deconstruir la lógica de la dominación, capaz de desarticular las tramas de la opresión, la explotación y la hegemonía en todas las prácticas y discursos de la sociedad, capaz de configurar una nueva socialidad desde la vida cotidiana donde la intersubjetividad corra pareja con la emergencia de nuevos modos de producir la vida material de la gente. Eso pasa—aquí y ahora—por inventar NUEVAS FORMAS DE GESTIÓN POLÍTICA que se correspondan con la idea matriz de la autonomía radical de los actores sociales, de la autogestión de la gente y sus asuntos, de la erradicación de las formas de Estado heredadas, de la transformación profunda de cada espacio donde se anidan las viejas relaciones de dominación: la familia, la escuela, la iglesia, el trabajo, el espacio público, las tramas burocráticas del Estado, etc. La emancipación radical respecto a cualquier forma de poder es lo que en verdad merece el nombre de revolución. La vieja idea de “partido” no corresponde más a ningún ideal emancipatorio: porque han cambiado las condiciones históricas, porque se ha agotado su potencial subversivo, porque lo político entró en crisis irreversiblemente.

3. ¿QUIÉNES SE ORGANIZAN, PARA HACER QUÉ?

Si alguna cosa ha quedado clara en este trayecto de crisis profunda del marxismo y bancarrota del socialismo burocrático es la inviabilidad de un proyecto político fundado en el anacronismo de la “clase obrera”. No tanto porque la explotación del trabajo sufre aceleradas mutaciones (hasta la metáfora del “fin del trabajo”) sino porque ya no es posible definir la idea de revolución de cara a la explotación fabril. La “fuerza motriz” de una emancipación radical de las lacras de la Modernidad no es el “proletariado”. Por tanto la vieja figura de los “partidos obreros” es una remembranza que nada tiene que ver hoy con el chance de romper las tramas de la dominación. Asistimos a escenarios sociales de una alta complejidad donde los actores ya no corresponden mecánicamente a determinaciones puramente económicas o a definiciones lineales de pertenencia. Las cadenas identitarias se han roto. Los viejos dispositivos proveedores de sentido ya no funcionan. ¿Quiénes somos “nosotros”?
Las luchas socio-políticas de hoy se instalan intersticialmente en todas las prácticas, intervienen todas las tramas discursivas, se juegan en el desmontaje de los dispositivos de intersubjetividad. Ello indica que los paradigmas culturales tienen un peso creciente, no sólo en las demandas de los nuevos agentes sociales, sino en la construcción de la nueva socialidad que está anunciando la emergencia de otra civilización (no sólo de una episódica forma de gobierno) Las nuevas formas de gestión política tienen que conectar con la naturaleza de esta socialidad. Los formatos organizativos no marchan solos (no son ni universales, ni neutros) Cada forma organizacional tiene una relación muy estrecha con la gente de que se trata y con los propósitos que se postulan. Por ello resulta tan evidente que los sistemas de partido corresponden al ideario de la democracia liberal que está en los tuétanos de la Modernidad política (incluida la izquierda electoral en esta cuenta) De igual manera, la apuesta por los movimientos (por el movimiento mismo) implica otra mirada de la acción, otra manera de entender los cambios, otra forma de gestionar la concertación, otra valoración de los contenidos de las nuevas prácticas y discursos.

4. ¿CÓMO SUPERAR EL BUROCRATISMO?

La propensión burocrática está presente en todo tipo de organización. No hay una receta que permita derrotarla en cualquier lado por pura voluntad. En buena media porque con en el tiempo esta enfermedad se hizo parte de la cultura, se integra a un sentido común muy arraigado, constituye un tipo de mentalidad muy difícil de erradicar. Ello indica que la lucha contra el burocratismo es una agenda permanente en cualquier tipo de organización.
En el terreno político ocurre lo mismo. Tanto la forma partidaria, como cualquiera otra modalidad organizativa (“Frente”, “Alianza”, etc.) están siempre expuestas a procesos de burocratización. La batalla hay que librarla en varios frentes: en el terreno de las mentalidades (donde resulta tal vez el esfuerzo más costoso y largo en el tiempo), en el terreno de la cultura organizacional (donde persisten toda clase de mitos en relación a lo “administrativo”) y en el campo de las relaciones directas con la gente (donde se juega en verdad la calidad de la participación y la calidad de los procesos mismos)
Los sistemas de partido sufren las mismas aberraciones de la burocratización del Estado. Estructuras que controlan estructuras, que a su vez controlan estructuras es sólo una pequeña muestra de las marañas discursivas, jurídicas y de mentalidad que conforman este intrincado fenómeno socio-político. Tanto en el terreno de las teorías organizacionales en disputa, como en el campo de las experimentaciones con procesos de distinta índole, queda claro que el espacio político emergente ha de fundarse en las desempeños de los actores, en su radical horizontalidad, en sistemas flexibles e inteligentes que resguardan la complejidad de los procesos mismos, con una alta prioridad al movimiento respecto a las formalidades procedimentales.
La lucha contra el burocratismo, dada su clara impronta cultural, ha de ser librada de forma permanente y a todas las escalas; entendiendo que su hondo calado en la mentalidad de la gente representa un severo obstáculo para cualquier proceso de transformación.

5. ¿CÓMO PENSAR Y FUNCIONAR EN RED?

El desmontaje de las jerarquías burocráticas y los mandos piramidales abre paso a las nuevas formas de agenciamiento colectivo donde las interacciones se generan redificadamente: pensando los problemas en interacción con los otros, disponiendo de procesos complejos para la toma de decisiones y para garantizar la participación, contando con robustas plataformas tecnológicas que hacen posible el aseguramiento de la calidad de los procesos organizacionales. El nuevo tono de lo político va por esta vía. El empoderamiento de la comunidad haciéndose cargo de sus asuntos (sin intermediación alguna) es el punto de partida para fundar lazos comunitarios auténticos a escalas regionales, nacionales o mundiales.
Habilitar nuevas formas de gestión política supone una apuesta fuerte por la democracia directa, por la autogestión de procesos, por la participación real de la gente en las decisiones, en suma, por un efectivo ejercicio del poder popular en todos los ámbitos. Los dispositivos de redes pueden convertirse en gran escala en una poderosa fuerza anti-estatal que vaya configurando la nueva institucionalidad que una revolución supone. El sistema de las Misiones, los Consejos Comunales y la diseminación de las redes del poder popular en todas las escalas son síntomas de un proceso mucho más profundo de desbancamiento del viejo Estado y sus telarañas burocráticas. No se trata sólo de un proceso tecno-organizacional sino fundamentalmente político: empoderamiento de las comunidades efectivas de cara al poder estatal. Esa contradicción ha de ser resuelta a favor del poder popular. Pero sabemos que ello no ocurrirá asépticamente como simple “transferencia de competencias”. Se trata más bien de un campo de fuerzas en tensión cuyo dinamismo es de naturaleza esencialmente política. Por ello su direccionalidad y los contenidos que se ponen en juego van a depender de las correlaciones de intereses que están presentes en todos los niveles del gobierno y del Estado, y desde luego, en la propia potencia de la multitud, es decir, la capacidad de las redes del poder popular para atravesar la lógica del poder estatal y desmontarlo.


6. ¿CÓMO GESTIONAR LAS ESCALAS Y LOS ÁMBITOS?

Las formas organizacionales están muy influidas por el tamaño de sus objetivos y por la naturaleza del espacio del que se ocupan en la sociedad. De un lado a otro pueden existir diferencias abismales. Se entiende que el ámbito propiamente político le otorga un perfil singular a los modelos organizacionales. En un proceso revolucionario la calidad de los sistemas decisionales es vital. Esa calidad es directamente proporcional a la efectiva participación de la gente. El tamaño de las organizaciones no se escoge caprichosamente pero el impacto de dimensiones inmanejables tampoco se maneja a voluntad. Eso quiere decir las proporciones de una organización política no es neutra respecto a la calidad de la participación y la autonomía de gestión.
Lo mismo ha de plantearse en relación a los ámbitos en los que es susceptible la organización de prácticas políticas. Aquí la clave es saber valorar en cada instante la especificidad de los diversos ámbitos de acción y las implicaciones que esto tiene a la hora de determinar las modalidades de la organización política. Tanto la vida interna de las organizaciones, como la riqueza de sus articulaciones con los tejidos sociales que les son pertinentes, tienen una directa relación con el tipo organizacional que se adopta. Por aquello de que “lo pequeño es hermoso” es menester cuidar las escalas al punto de asegurar la participación directa, los acuerdos bregados en el diálogo, la negociación de conflictos lidiados en caliente. Allí se logra un poderoso antídoto anti-burocrático que funciona eficazmente justo hasta el momento en que las grandes escalas desdibujan el rostro de la participación directa. Los ámbitos de acción tampoco se eligen por capricho. La vida política no es sólo el espacio público convencional. Desde la bio-política que encara asuntos atinentes a la intersubjetividad, hasta los desarrollos más radicales de una ecología política de nuevo tipo que replantea la agenda de los viejos modos de tramitar la vida en común, se despliega un amplio abanico de espacios en los que las prácticas políticas requieren modalidades organizativas. Es justo allí donde es preciso innovar esas modalidades de gestión política. De nuevo: con una gran vocación de horizontalidad, prescindiendo de lógicas normativas que ponen por delante las formalidades, acentuando el valor del desempeño frente al imperio del status, erradicando sin contemplaciones las parafernalias nominales que entorpecen, que retardan, que distraen energías impunemente.

Este conjunto de planteamientos son una breve indicación de la agenda de debate que está pendiente para la gente que cuestiona la vieja figura de los partidos, para muchísimos amigos que se esfuerzan por inventar otras maneras de encarar la construcción de nuevos espacios de libertad, para grandes contingentes de actores que se empeñan en superar los límites de la política heredada, es decir, de sobrepasar el encierro de la institucionalidad burguesa que se reproduce tramposamente en nombre de la revolución.

Caracas, Enero 2007

Proyecto histórico y transición al nuevo Socialismo del Siglo XXI: ¿Puntos de bifurcación?

Javier Biardeau R.


El presidente Hugo Chávez ha dicho que el proyecto socialista en Venezuela es diferente al modelo cubano, tratando de disipar temores y expectativas negativas de actores aliados que pertenecen a los llamados agentes económicos privados, a los sectores medios, a las diferentes fracciones del bloque social dominante y a los factores de poder, nacionales e internacionales.



En las bases sociales del llamado movimiento popular bolivariano, diversas tendencias de izquierda radical estiman que estamos en presencia de una coyuntura de flujo y avance revolucionario, en la cual es posible detectar fuerzas motrices y dirigentes de un cambio en dirección hacia un proyecto socialista, concebido de acuerdo a los parámetros clásicos del “socialismo histórico”: nacionalización y socialización de medios de producción fundamentales, modificación sustantiva del modo de distribución del excedente económico, transformación del Estado Burgués, ruptura con el latifundio, salto cualitativo de la conciencia de las clases populares, quiebre de la hegemonía ideológico-comunicacional de la oligarquía dominante, etc.


Lo cierto es que cada uno de los grupos, sectores y clases, así como los actores políticos y sociales generan auto-referencias sobre las tendencias de cambio y sobre la situación de conjunto que genera un inevitable conflicto de interpretaciones del momento histórico. Para Chávez, el modelo de desarrollo que propone consiste en un "socialismo con particularidades”; una de ella es un modelo de economía mixta, donde coexisten la propiedad estatal, privada y social. Así mismo, viene planteando vías “atípicas” de nacionalización de actividades económicas consideradas estratégicas para la soberanía económica del país. Chávez anunció este mes la nacionalización de las telecomunicaciones y de la energía eléctrica. Así mismo, entre las declaraciones públicas más significativas, ha señalado:

    "Quienes pretendan decir que yo estoy siguiendo los
    lineamientos de Fidel (Castro) no tienen ni idea de cómo avanzan los procesos
    históricos".

  • "Donde sí tenemos rodilla en tierra (somos intransigentes) es
    con la propiedad social, a través de los medios de producción estratégicos
    (...)".
    "El petróleo no será privatizado nunca".
  • "Nosotros respetamos la revolución cubana, a Fidel, que
    es referencia moral, política, ideológica". Castro es "el César del socialismo y
    de la dignidad" parafraseando una cita del independentista cubano José Martí
    referida a su héroe predilecto del siglo XIX, Simón Bolívar.

    "Cuba es Cuba y Venezuela es Venezuela. Bolivia es Bolivia en
    su tiempo y su espacio", dijo, para enfatizar las diferencias en los procesos de
    los tres gobiernos de izquierda.

  • Chávez justificó la rapidez de sus medidas apelando a su
    formación militar: "Soy cuartelero. A mí me gusta la guerra, la guerra relámpago"

Es decir, Chávez ha utilizado la metáfora de la “guerra relámpago” para impulsar lo que ha dado en llamar los motores constituyentes. Por otra parte, Heinz Dietrich ha declarado recientemente (19/02/2007) que la "Economía mixta es la vía al socialismo del siglo XXI". Dietrich está convencido de que estatizar la propiedad privada no lleva al socialismo. Aunque el Estado nacional tendría la función de ordenar las principales esferas de la vida social, la lógica del sistema económico estaría definida por la economía mundial actual, que está dominada por los principios del mercado, por lo que el avance hacia el socialismo del siglo XXI debe ser a través de un sistema mixto. También Dietrich afirma que “la única vía posible es una economía mixta, que tendría tres sujetos, el Estado, la empresa privada y la propiedad social, como cooperativas". Asímismo planteó que no se debe hacer la llamada "revolución por etapas", que implicaba la revolución industrial el fortalecimiento del capitalismo de estado, para luego llevar a cabo la socialista. "Eso nunca ha funcionado, de ahí que creo que en la medida que recuperas la economía, el bienestar de la gente, tienes que empezar a dar los primeros pasos hacia la civilización post-capitalista".



En opinión de Dieterich toda sociedad actualmente tiene tres vías económicas a seguir, el neoliberalismo, el desarrollismo con estado de bienestar y de derecho, y el socialismo del siglo XXI: "Lo único que está prohibido hoy día en América Latina es la neoliberal, porque simplemente la gente no lo acepta más, la opción es por lo tanto si me quedo en el desarrollismo o si trato de combinar el desarrollismo con un intento de llegar a una sociedad postcapitalista, y el Presidente ha declarado que esta es su intención, pero es opcional y la gente va a decidir.


El proyecto histórico de Chávez tendría una estrategia dual de desarrollo:

a) El desarrollismo, que es una vía socialdemócrata de desarrollo, donde el Estado utiliza su fuerza económica y normativa para fomentar, por ejemplo, la reindustrialización, se reparte gran parte de la riqueza, a través de PDVSA, etc. creas el estado de bienestar al lado del de derecho; esto llevaría a un crecimiento hacia la mejora de una situación material, pero el límite, es que no sales de la economía de mercado y el capitalismo.


b) Relanzar medidas socialistas para impulsar cambios sustantivos de las relaciones de producción dominantes. Sin embargo, el éxito de las medidas de corte socialista, están condicionadas por condiciones de viabilidad política y por su factibilidad económico-administrativa. La misión de toda empresa, sea capitalista o socialista, es generar excedentes (cuya apropiación y distribución difiere sustantivamente) o al menos cubrir necesidades sociales. Si el sector de economía de propiedad social no logra ni generar eficiencia económica ni modificar realmente el proceso de trabajo y de gestión típicamente capitalista, se verá en serias dificultades y dependerá de subsidios estatales, reforzando la centralidad del capitalismo de estado.


Este proceso en la esfera de la producción de satisfactores, está acompañado de cambios en la esfera de las relaciones de poder. Los Consejos Comunales son un experimento audaz que pretende democratizar el poder y democratizas el poder económico. Mientras no exista más democracia desde las bases, la matriz estado-céntrica dominará la lógica de los movimientos sociales. Aún existe una identificación entre Estado y aspiraciones populares, pero son visibles síntomas de distanciamiento entre las políticas públicas y las demandas y aspiraciones cada vez más complejas y politizadas de las clases populares y los sectores medios.

Comienzan a visibilizarse críticas al "capitalismo proteccionista de estado", lógicamente con su respectiva "democracia participativa”, planteando que esta última parece funcionar más como una democracia de tono “delegativo” con rasgos “plesbicitarios”. La concentración de poderes en la figura del jefe de Estado a través de la Ley Habilitante no parece acompañar un proceso de transferencia real de poder a las bases populares. Existe una peligrosa ambivalencia en este punto, dado que crea expectativas contradictorias de fortalecimiento del Estado como aparato y del poder popular como contra-estado.
Para los sectores de izquierda radical ha llegado la hora del socialismo, sin transiciones ni gradualismos. Se necesita una revolución que se encamine hacia un cambio completo de la sociedad. Para ello es indispensable eliminar la dominación que ha ejercido sobre nuestro pueblo la gran burguesía. En otras palabras, se tienen que expropiar las grandes empresas y proyectar y planificar la economía al servicio de los trabajadores. Se rechaza el sistema de mercado mixto, y el papel del capital monopólico. Para la izquierda radical, se estaría fortaleciendo las posiciones de sectores de derecha con el sistema de economía mixta, reforzando sus posiciones en el interior del estado. Se preguntan: ¿Qué camino es ese para llegar al socialismo?

Para la izquierda radical, la historia ha enseñado la imposibilidad de trabajar con la burguesía y al mismo tiempo generar un verdadero desarrollo. Sólo se estaría permitiendo el desarrollo de una “burguesía formalmente nacional”, pero articulada a los intereses transnacionales que penetran al propio aparato de Estado y a sus cuadros dirigentes. A través de toda la historia de la humanidad, para la izquierda radical, la clase dominante sólo ha perseguido sus intereses de acumulación de capital, incluso apoyando una retórica socialista.

La disyuntiva genera una tensión que apenas se está prefigurando, pero que es fundamental para comprender el devenir político actual, así como el carácter de los conflictos, posiciones y decisiones que aparecen en la escena política. Sin embargo, hacer predicciones en situaciones con estados nacientes es inconveniente e imprudente. Lo fundamental es identificar potenciales puntos de bifurcación.

Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)

Javier Biardeau R.


"No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heróica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad,en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva".
Mariategui


1.-El debate sobre la forma-partido socialista ha comenzado
Tres temas han marcado el inicio de la agenda política del año 2007, luego de la reelección del Presidente Chávez el 3 de diciembre del año 2006: el llamado a construir el “Socialismo del siglo XXI”, la invitación a edificar el Partido Unido de la Revolución Venezolana y la convocatorio a la Reforma Constitucional. Una nueva fase de aceleración y profundización revolucionaria arrancó con la definición de las 7 Líneas Estratégicas:
1. La nueva ética socialista;
2. El modelo productivo socialista;
3. La democracia protagónica revolucionaria;
4. La suprema felicidad social;
5. Una nueva geopolítica nacional;
6. Una nueva geopolítica internacional, en el contexto del mundo multipolar;
7. Hacer de Venezuela una potencia energética mundial.

En este cuadro estratégico, el presidente Chávez ha anunciado que la nueva etapa arranca con 5 "motores": a) la "Ley Madre", que dará poderes especiales para elaborar las leyes que eliminen definitivamente el la legalidad que impide el avance socialista, b) la reforma constitucional para impulsar el nuevo socialismo, c) la reforma educativa en función de la educación popular, generar nuevos valores y transformar el “carácter y las costumbres” individualistas y capitalitas, d) una nueva geometría del poder nacional, tomando de la geógrafa Doreen Massey este término, para la reorganización simétrica del poder territorial, y e) la explosión del poder comunal para desmontar progresivamente el Estado burgués.

Sin duda, Chávez ha tomado la iniciativa política, bajo un estilo claramente cesarista y bajo el manto de la legitimidad electoral del 3 de diciembre. Desde una perspectiva estratégica, es posible conjeturar que Chávez evaluará las diversas reacciones ante sus intervenciones públicas, así como el posicionamiento de los actores sociales y políticos, organizando el “capacidad de la maniobras por venir”, y creando las mejores condiciones para darle direccionalidad y viabilidad a su plan de acción. En este cuadro, la oposición se ha visto desconcertada, al igual que muchos miembros de la estructura de dirección del proceso, que ven fortalecida la posición de mando del Presidente, con una gran capacidad para fijar objetivos de manera clara y sencilla, redefinir la estructura de mando (“estado mayor” de la nueva etapa), preservar el principio de unidad de mando, manejar la sorpresa y la iniciativa, economizar fuerzas, movilizar una masa crítica, conservar y gestionar una fuerte dosis de reserva de información estratégica, y clarificarles a muchos, el pragmatismo del poder en el uso de frases como “disciplina revolucionaria”, “línea de mando” y “cadena de mando”1.


Obviamente, sobre esta materia no hay nada claro y el debate se ha abierto. El presidente Chávez plantea una aceleración y profundización de los cambios estructurales, y la dirección y contenidos de la nueva etapa del proceso, generará un nuevo cuadro de conflictos sociales-políticos que modificaran las coaliciones y correlaciones de fuerzas en el país, llegando a plantear la viabilidad de un cambio sistémico, mucho mas profundo que la superación de estructuras subdesarrolladas, la situación de dependencia de los EE-UU o determinados modelos/estilos de desarrollo marcados por el neoliberalismo.
Dado lo sustantivo de la agenda y la estrecha interdependencia de todos los temas, es conveniente profundizar en cada uno de estos asuntos, para lograr comprender los alcances histórico-políticos de la nueva etapa que emerge en Venezuela. Para comenzar, indagaremos algunos de los retos y problemas del llamado a edificar el Partido Unido Socialista en el discurso del presidente Chávez, bajo la premisa que afirma que cualquier invocación a recrear la experiencia autoritaria de la forma-partido que caracterizó al “Socialismo realmente inexistente”, conduciría a un verdadero fracaso del proyecto histórico bolivariano.


2.- Algunas advertencias de clásicos del socialismo
En 1904, Trotsky en un documento polémico (“Nuestras Tareas Políticas”), mucho antes de sus actitudes centralizadoras, planteó contra el texto de Lenin: “Un paso adelante, dos pasos atrás”, lanzando una apreciación precisa de lo que aquí comentamos:
“Los métodos de Lenin conducen a esto: primero la organización del partido sustituye al conjunto del partido; después, el Comité Central sustituye a la organización, y finalmente, un solo sustituye al Comité Central”.
Así mismo, en 1904, Rosa Luxemburgo en su texto “problemas de organización de la socialdemocracia” atacó a Lenin por el “ultra-centralismo”, por el “centralismo incondicional”, cuestionando la obediencia ciega y la subordinación mecánica de los militantes al centro del partido, al estrato dirigente del partido, e incluso a la voz dominante del partido. También en menor medida Gramsci, llamó la atención en la diferencia entre un centralismo flexible y dinámico, que denominó “orgánico” y el centralismo burocrático, que finalmente Stalin y la codificación estalinista convirtieron en fetiche de la forma-partido. También el “Maoísmo” quedó atrapado en gran medida en esta formulación ideológica, a pesar del acento colocado en la “línea de masas”, justificando un estilo cesarista de la política a través de la figura del “gran timonel”.
El “socialismo orwelliano”, el socialismo burocrático-autoritario, convirtió a la forma-partido en un aparato de control y vigilancia policial contra la disidencia interna y contra los adversarios políticos (¿recuerdan instituciones como el Comisariado popular para asuntos internos –NKVD en ruso- o la Checa?). De allí se deriva toda la catástrofe de las purgas, hasta llegar a las tesis totalitarias de la “reeducación política” y los “traidores ideológicos”.


3.- El socialismo no se construye con burocratismo, corrupción, ineficiencia, con estilos cesaristas de dirección y ausencia de reflexión crítica y debate democrático
El estilo cesarista revolucionario de la dirección del proceso de transformaciones ha impedido tanto la formación de una dirección colectiva, como la eclosión de las contradicciones de lo que el mismo Chávez ha denominado una “sopa de letras”.¿Tendrán todos estos elementos de izquierda radical la madurez político-cultural de establecer una metódica democrática para el establecimiento de un programa común, un estatuto del PSUV y una dinámica democrática interna? ¿Es posible avanzar en la construcción de algo “realmente distinto” en el plano organizativo, signándolo el llamado explícito de Chávez por una ruptura con la llamada “teoría del la dictadura del proletariado”, la revalorización de la democracia interna y de la consulta a las bases como elementos fundamentales de la construcción del “instrumento político” de la Revolución Socialista Venezolana? ¿Se fraguará un nuevo bloqueo a la unidad del bloque popular bolivariano?

En los términos de Gramsci, el Cesarismo de Chávez será claramente revolucionario y traduce tanto un grado de madurez de los sectores populares para romper de manera pasional e instintiva con el capital, como un síntoma de inmadurez ético-política de una formación político-partidista para ejercer funciones de dirección intelectual, cultural y política. De allí la ausencia de una mediación político-partidista (no se trata de un simple instrumento) y una grave debilidad de los aparatos culturales contra-hegemónicos conformados por “intelectuales orgánicos” que sirvan de soporte. No existe una estructura organizativa que sirva de instrumento político de la revolución, pero el problema no es solo de una estructura, de un instrumento. Esta es una visión extremo simplificada, se trata de un viejo debate organizativo, que ha constatado que el partido-burocracia prefigura un estado despótico; es decir, mayor concentración y monopolio del poder. ¿Esto implica abandonar a toda forma-partido en el basurero de la historia? No, significa superar el “leninismo organizativo”.


Allí esta el reto, ¿cómo construir mediaciones político institucionales que no enajenen la voluntad popular? (Dussel, Veinte tesis sobre política). Se trata de mediaciones y articulaciones, no de instrumentos o estructuras. Mas allá de las estructuras esta la vida de los procesos, de los movimientos. Una revolución que estimula estructuras sobre-codificadas construye burocracias, jaulas de hierro. Se requieren más bien estructuraciones, rotaciones, revocaciones, direcciones compartidas, elecciones por la base, mecanismos de consulta permanentes, construcciones deliberativas de la voluntad común, disminución de la separación entre dirigentes y dirigidos, redes, compromisos de acción, responsabilidad común y personal, democracia interna, libre expresión de corrientes de opinión, allí esta el reto organizativo.


Hay que evaluar la experiencia organizativa de las movilizaciones electorales exitosas, sin el fetichismo de los esquemas organizativos. Una organización partidaria tiene que preparase para la batalla electoral, pero no puede agotarse en estas tareas. De allí que todo lo positivo de los comandos electorales exitosos debe aprovecharse como un saldo positivo. Pero, hay que evitar el fetichismo de las estructuras. Las estructuras siguen a las estrategias y no a la inversa. Quién monta un organigrama inflexible sobre el movimiento real, acaba matando los procesos de articulación política.
La crisis de los partidos de izquierda, la crisis de los referentes de izquierda y la crisis de los intelectuales de izquierda van de la mano en Venezuela, conformando no una vanguardia sino una retaguardia. Esta debilidad se expresa brutalmente con la ausencia de “cuadros revolucionarios”, “crisis ético-política”, “ausencia de dirección colectiva”. Aquí se inscribe el debate sobre el PUSV y el cuestionamiento de una cuarta debilidad de la revolución: burocratismo, corrupción, ineficiencia y personalismo. Chávez es la única autoridad del futuro PSUV que se ha legitimado por la base. ¿Podrá el resto lanzarse en un proceso de designación abierto, a cuales cargos, para cuales funciones y tareas, con cuál padrón electoral, con cual marco disciplinario, con cual proceso de inscripción? No se trata de asuntos meramente procedimentales, en estos mecanismos operan profundas lógicas de sentido y significación, profundas premisas que deben debatirse de manera rigurosa y sobre todo abierta al pueblo, a ese pueblo que desea cambios. ¿Puede el PSUV ser un contrapeso a desviaciones cesaristas del liderazgo revolucionario?


La liquidación de cualquier pensamiento de la liberación es un efecto directo tanto del dogmatismo ideológico como del cesarismo en cuestiones de socialismo. Aunque el Cesarismo Revolucionario, en los términos de Gramsci, puede analizarse como un fenómeno transitorio que expresa la debilidad de una estructura de dirección política, intelectual y moral movilizada por una representación política mucho más amplia y democrática; lo cierto es que sin una modalidad radicalmente democrática en el seno de la vida política interna, y además profundamente arraigada en el movimiento social, conducen al morbo del burocrátismo y a la catástrofe del despotismo.

El “leninismo organizativo”, y cualquier figura de ultra-centralismo en la estructura de mando de la organización partidaria, constituiría el principal bloqueo para re-inventar fórmulas verdaderamente democráticas que le aporten un horizonte de factibilidad a cualquier propuesta organizativa socialista:
“El Socialismo que estamos planteando no está reñido con la democracia- como algunos creen o pudieran creer. En otras épocas, las cosas se plantearon en forma diferente. Eran otras realidades y otras circunstancias. Sabemos que uno de los planteamientos de Carlos Marx es precisamente en de la Dictadura del proletariado, pero eso no es viable para Venezuela en esta época. ¡Ese no será nuestro camino! Nuestro Proyecto es esencialmente democrático. Hablamos de democracia popular, democracia participativa, democracia protagónica”. (Chávez, Discurso de la unidad, 33-34)


Falta saber, como ha dicho Chávez, si la afirmación de que el partido bolchevique sufrió una desviación estalinista, fue la causa de que ese partido se convirtiera en un órgano antidemocrático (p. 32), o si, como afirmamos aquí, es la propia concepción leninista, y todo el imaginario jacobino-blanquista de la Revolución la que sella el carácter antidemocrático del cambio estructural, y por tanto el que liquida la vinculación orgánica entre socialismo y democracia.


4.- El socialismo es la revolución democrática permanente
La revolución democrática socialista o es una larga transición democratizadora que implican conflictos de poder canalizados institucional y electoralmente, poniendo a prueba la dimensión persuasiva y la construcción de hegemonía simbólica, o es una corta y trágica concatenación de rupturas violentas, tanto progresivas como terriblemente regresivas. Cualquier desvío del ideario democratizador y de la construcción de un protagónico poder popular conduce a cualquier revolución socialista al fracaso.

La hegemonía histórica del “marxismo autoritario” y todos los regímenes de aparato que se han denominado “socialistas” han presentado características regresivas desde el punto de vista de la tradición democrática, si se comparan históricamente con las conquistas democráticas que los regimenes de compromiso liberal-socialdemócrata, con sus variedades de “Estado democrático y social”, dando lugar a la garantía de “derechos fundamentales” y luchas por figuras cada vez mas progresivas de “ciudadanía” (cívica, política, social, cultural).


La tradición socialista ha mantenido una defensa de la unidad orgánica entre los valores de igualdad, libertad, justicia social y solidaridad, en los procesos de liberación social, contra las realidades históricas de la explotación, la coerción la hegemonía, la negación, la exclusión y cualquier figura de la opresión. Frente a esta problemática, voces como la de Rosa Luxemburgo en su análisis de la revolución rusa nos lleva al quid del asunto:
“Y cuanto mas democráticas sean las instituciones, cuanto más vivaz y enérgico sea el pulso de la vida política de las masas, tanto más directo y exacto será el influjo ejercido por estas, por encima de rígidas etiquetas de partido, de listas electorales envejecidas, etc. Cierto: toda institución democrática tiene limitaciones e insuficiencias, cosa que comparte, desde luego, con cualquier institución humana. Pero el remedio que han hallado Trotsky y Lenin, la eliminación de la democracia en general, es peor que la enfermedad que ha de curar: porque obstruye la fuente viva de la que podrían emanar, y sólo de ella, los correctivos de todas las insuficiencias inherentes a las instituciones sociales. La vida política activa, enérgica y sin trabas de las más amplias masas populares.” (RL)


Así mismo, la liquidación de las libertades democráticas es una obvia prolongación del imaginario jacobino:
“El presupuesto tácito de la teoría de la dictadura en el sentido leninista-trotskista es que la revolución socialista es una cosa para la que existe una receta acabada que esta en el bolsillo del partido revolucionario y que solo basta con emplear la energía para hacerla realidad” (RL).
Y en otro fragmento que para los pelos de punta ante la experiencia vivida en el siglo XX:
“(...) La libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros del partido, por muy numerosos que puedan ser, no es libertad. La libertad es siempre únicamente la del que piensa de otra manera. No es ningún fanatismo de “justicia”, sino porque todo lo que de pedagógicamente, saludable y purificador tiene la libertad política depende de esta condición y pierde esta eficacia si la libertad ‘se convierte en un privilegio.” (RL)
La revolución bolivariana ha despertado apoyos por su carácter fundamentalmente pacífico, electoral y de movilización democrática, aunque esto no implique ausencia de conflictos y antagonismos, lo cual se convierte en un valioso patrimonio ha ser defendido. El éxito ha sido la construcción de mayorías nacional-populares. Sin embargo, las estructuras partidistas lucen anquilosadas.


5.- Hay que enfrentar la crisis de representación y legitimación de la forma-partido moderna en Venezuela: la cogollocracia
La crisis de representación y legitimación de los partidos políticos modernos en Venezuela, tanto de la izquierda anticapitalista como del capitalismo reformista, manifestada visiblemente desde los años 80, ha dependido de la generalizada asunción mecánica y dogmática de los postulados del “leninismo organizativo”.
El “centralismo burocrático” surge a partir del predominio de las tendencias a la oligarquización en el seno de las organizaciones políticas (Robert Michels; 1915), que es posible encontrar tanto de la tradición socialdemócrata alemana (partidos de masas creado por Lasalle y consolidado por Kautsky) como bolchevique (partidos de cuadros organizado por una minoría de militantes revolucionarios), generando una lógica profunda que conduciría hacia la concentración del poder en manos de una camarilla de dirigentes que pretendían ser los representantes infalibles, ocupando una posición de privilegio en la determinación de la política. En Venezuela, existe un término que traduce esta situación: COGOLLOCRACIA.
La esterilización mecánica del movimiento social y político en la burocracia organizativa, la anulación de las iniciativas de las bases desde donde nacen los partidos, la carencia de renovación y legitimación de dirigentes que surgen desde lo profundo de lo social hacia las estructuras del aparato de dirección, lo cual aseguraría la adecuación continua de la forma-partido al movimiento real, son aspectos que deben ser tomados en cuenta en el debate del futuro PSUV. Sin profundizar por razones de espacio, sería conveniente que la jefatura política que pretende edificar el PSUV se paseara por la propia historia de la izquierda venezolana desde la fundación del primer núcleo comunista, para rastrear la gravedad del asunto, y evitar lo peor: repetir el guión estalinista-autoritario de la radicalización revolucionaria.
Si como lo expresa en su estudio sobre el MAS, Steve Ellner (De la derrota guerrillera a la política innovadora; 1989, 43-54), la historia de la izquierda venezolana plantea sin lugar a dudas el peso del leninismo organizativo hasta llegar a la propia experiencia innovadora del MAS, que pretendió superar esta tradición sin grandes éxitos.
El reto organizativo del PSUV tiene una dimensión teórico-crítica, de debate y deliberación insustituible e impostergable. Esta discusión no solo compete a los simpatizantes del proceso revolucionario, quienes se verán afectados por cualquier decisión al respecto, sino a todos aquellos venezolanos y venezolanas que reconocen que la constitución de los partidos, el carácter de la competencia política entre múltiples partidos, es el ABC de la democracia política. Habría que rememorar que AD y COPEI, las organizaciones responsables de construir el sistema democrático representativo, y el pacto de conciliación entre elites que sirvió de sustento al modelo de hegemonía y dominación establecido desde 1958, mantuvieron una clara posición a favor del “centralismo democrático” en su dinámica interna, a pesar que antagonizaron a cualquier formación partidaria con demandas anticapitalistas y antiimperialistas. Conclusión simple: la cogollocracia es la expresión fundamental del “leninismo organizativo”.


6.- La forma-partido es para la unidad de los socialistas en Venezuela, reconociendo la diversidad de pensamientos contra-hegemónicos
El “leninismo organizativo” se convirtió en un poderoso obstáculo para recrear la posible unidad de la izquierda socialista, intento permanentemente frustrado desde la liquidación del PDN en 1936. Un esfuerzo unitario de izquierda socialista implicaría re-visitar las condiciones y factores por las cuales se bloqueó la construcción de un horizonte socialista, democrático y pluralista que reconociera de entrada la superación del dogmatismo ideológico y del pensamiento único frente al Socialismo, rebasando la premisa autoritaria que afirma que solo con un pensamiento único es posible configurar la unidad de voluntad y acción.
La experiencia de los movimientos alter-mundistas, populares, nacionales e indigenistas ha demostrado que es desde la diversidad de las corrientes contra-hegemónicas desde donde nace una democracia radicalmente participativa y un Socialismo a Escala Humana. Más que un centralismo burocrático, se plantean el poli-centrismo de los movimientos sociales emancipadores y del Poder Popular, así como la construcción de la unidad de acción a partir de una renovación radical de la relación entre los sujetos nacional-populares y la representación política (Rauber; Laclau).
Más que un “pueblo-nación” constituido homogénea y orgánicamente desde arriba, se justifica la constitución de una síntesis contingente de la multiplicidad en el sujeto popular y en el seno de la multitud. Se trata de evitar el populismo autoritario y la burocratización desde arriba de la revolución desde abajo.
Si Chávez propone la incorporación de las diversas corrientes de la izquierda venezolana (p.25) debe reconocer de entrada el pluralismo de concepciones socialistas en el seno de la forma-partido, hecho inédito para la izquierda venezolana; que fue fundamentalmente tributaría de la codificación estalinista del marxismo: mejor conocida como “marxismo-leninismo”2.
El centralismo burocrático es una consecuencia directa de la racionalidad del dominio que codificó el socialismo “realmente inexistente” y el estalinismo. Sin un debate sustantivo sobre la democracia participativa y protagónica en el seno de la forma-partido, cualquier mensaje sobre la democracia revolucionaria hacia la sociedad en su conjunto, resulta ser una profunda incongruencia. Razones justificadas tienen aquellos que desconfían de la potencia revolucionaria de la forma-partido si imita la tradición de la izquierda histórica moderna (Rigoberto Lanz, Edgardo Lander, Julio Escalona son algunos de los que se han cuestionado esta vía) y plantean que el asunto debe situarse en la cuestión sustantiva del Nuevo Socialismo y del Poder Popular.


7.- Hay que derrotar las mentalidades de inciso sexto y el macartismo tropical
En Venezuela se estableció una matriz político-cultural anticomunista y antisocialista que tenía sus antecedentes en una restricción legal de naturaleza ideológica que tuvo como propósito impedir la formación y vida activa de organizaciones anticapitalistas, sancionada por primera vez en la reforma constitucional de 1928: el inciso sexto del artículo 32 constitucional.
Ya los vientos de transformación social y demandas radicales de democratización se habían encendido tempranamente en 1910 con la Revolución Mexicana, y llegaban voces que informaban de la movilización bolchevique de 1917. En Venezuela, fueron hechos presos y torturados cualquiera que propagara “literatura marxista” y quienes fueran sospechosos de oponerse a la Dictadura Oligárquica Gomecista.
El ministro Arcaya y Gómez decidieron poner cortapisas a las llamadas “doctrinas exóticas” en el nuevo texto constitucional. El expediente de un supuesto plan de difusión doctrinaria puesto en marcha por la Tercera Internacional Comunista fue utilizado para agregar a la nueva Constitución el Inciso Sexto del Artículo 32, mediante el cual se prohibía la difusión de “propaganda comunista” en el territorio nacional:
"La disposición del inciso sexto del artículo treinta y dos de la Constitución Nacional, introducida en la Constitución de 1929 por el doctor Pedro Manuel Arcaya y mantenida en la Carta de 1936 (aunque modificada y concretada en cuanto a las medidas aplicables) sirvió para establecer un paréntesis de un año en la lucha política encendida: la orden de expulsión de un grupo de importantes dirigentes políticos que se aplicó a dirigentes de izquierda que no eran comunistas, aunque de una manera u otra habían mostrado inclinación por el marxismo y habían formado un frente común con los que sí eran verdaderamente militantes disciplinados de esa corriente internacional.” (Rafael Caldera, Los Causahabientes, http://www.convergencia.org.ve/; p. 48)
De esta manera, la disposición legal formalizó jurídicamente una matriz ideológica anticomunista que generó importantes efectos políticos en la coyuntura 1936, momento de irrupción de demandas anticapitalistas y antiimperialistas, que puede llevar a plantear algunas analogías con la situación actualmente presente en el país. En 1936, el inciso sexto del artículo 32 de la Constitución Nacional sirvió de instrumento para decretar ejecutivamente la disolución del Partido Único de las Izquierdas (Partido Democrático Nacional) y para dictar la medida de expulsión, por un año, de cuarenta y siete líderes políticos de la izquierda opositora al continuismo oligárquico de López Contreras.
Aquí, la historia puede convertirse en un extraordinario revelador. Desde 1936, la unidad de la izquierda anticapitalista y antiimperialista fue bloqueada tanto por errores y posiciones dogmáticas, justificadas desde centros de poder mundial, propias de la dirigencia de las diferentes organizaciones de izquierda, como por acciones de los sectores de derecha, incluidos importantes miembros de la FAN, para impedir cualquier esfuerzo unitario que levantara las banderas del Socialismo.
Con la liquidación del PDN, y los sucesivos enfrentamientos entre el PCV, URD y AD, el campo de las izquierdas quedó mortalmente herido de divisiones, fracturas, dispersiones y resquemores. Con el Pacto de Punto Fijo, y la posterior persecución a la oposición de izquierda, los esfuerzos unitarios de la izquierda fueron liquidados tanto por graves desacuerdos internos sobre el programa y la línea política a seguir, incluyendo los intentos de aplicar el modelo de revolución cubana, como por la efectividad de las llamadas “acciones anti-subversivas” de Betancourt y Leoni, con apoyo del Gobierno Norteamericano.
El proceso de sedimentación de prejuicios y estereotipos en la cultura política venezolana contra el Socialismo tiene un fuerte peso en diferentes grupos, sectores y clases. El propio Betancourt desde la liquidación de la experiencia del PDN en 1936 cae preso de un anticomunismo ramplón para congraciarse con la geopolítica norteamericana, abriendo un abismo entre un populismo anticomunista de corte reformista y socialdemócrata, y cualquier visión de Socialismo anticapitalista y antiimperialista. De allí que sea la izquierda subordinada a Washington el caballo de Troya de la izquierda anticapitalista. El ejemplo de la “adequidad” es ejemplar para comprender que una cosa es la izquierda liberal, que defiende y justifica el capitalismo como nuestro único futuro, y otra cosa es la izquierda socialista.




8.- Hay que reinventar el socialismo democrático desde la raíz nacional-popular de “Nuestra América”
El socialismo, desde nuestra perspectiva será la lucha por ampliar los espacios de libertad, confrontando abiertamente las condiciones de desigualdad, injusticia, explotación, vulnerabilidad y exclusión que reproducen una “libertad real para algunos pocos” en “Nuestra America”. Por esta razón, la estrategia socialista depende de una “revolución democrática” y de una praxis contra-hegemónica de fuerzas nacional-populares, que junto a movimientos anti-institucionales, anti-patriarcales, anti-autoritarios, eco-políticos y de sensibilidades ecuménicas, planteen las bases de un nuevo espacio-tiempo de transformaciones radicales de todos los espacios de poder, moleculares y molares, como los Estados-Nación y las instancias de poder supranacionales.
No se trata de una revolución “color de rosa”. Un socialismo democrático en la indo-afro-latinoamérica profunda se enfrenta a adversarios claros: las plutocracias capitalistas y sus representantes político-ideológicos, y las “nomenclaturas” políticas del colectivismo oligárquico, que han gestionado diseños globales sin huella alguna del poder de las historias locales y del protagonismo de los lugares-mundos de lo nacional-popular. En definitiva, será una democracia participativa, radical, pluralista y protagónica la condición de posibilidad de los horizontes socialistas.
La revolución bolivariana ha levantado tres banderas inicialmente: una bandera nacional-revolucionaria de carácter anti-imperialista, una bandera igualitaria y justiciera que confronta al desorden neoliberal, y una bandera democratizadora que desmonta el simulacro de la democracia elitista con coro electoral. Allí confluyen la raíz indígena, afro-americana, popular, mestiza subalterna, libertaria y emancipadora con otras cosmovisiones, otras formas de vida que han resistido a los procesos de modernización capitalista dependiente, con su carácter trunco y reflejo.
La introducción en “nuestra america” de corrientes ideológicas como el comunismo, el marxismo o el anarquismo, implicaron la entrada a una Modernidad sui generis, que todavía hoy manifiesta un profundo déficit de secularización, por el lado de la izquierda, algo que aterra a las mentalidades liberales, positivistas y católicas reaccionarias. La izquierda quedó presa del imaginario Moderno-desarrollista-modernizador enfatizando unilateralmente un esquema dogmático en la cual “las leyes de la evolución social” y la “necesidad histórica” obviaron la situación de demandas radical-democráticas en el seno del campo popular que ya desde 1890 tomaban claras expresiones urbanas y agrarias.
Se requiere un nuevo ciclo político-ideológico para un nuevo socialismo democrático, pluralista y no euro-céntrico, que abra las compuertas a una rearticulación democratizadora de los movimientos sociales con la forma-partido. Hablamos de socialismos en el siglo XXI, porque sin esta lectura no habrá posibilidad alguna del “Socialismo del siglo XXI”. Para que sea del siglo XXI tiene que situarse inevitablemente en el siglo XXI; es decir abordar un talante contemporáneo, pluricultural y cosmopolita.
¿Qué significa en el presente histórico problematizar las experiencias socialistas y las visiones socialistas para el siglo XXI?. Significa ni más ni menos, realizar un verdadero balance de inventario, y levantar sobre las huellas del siglo XIX y XX, los nuevos horizontes socialistas, reconociendo las limitaciones colonialistas y euro-céntricas de proyectos que idealizaron un mito de progreso articulado exclusivamente al industrialismo, la burocratización de la existencia y la lógica unidimensional de la racionalidad instrumental. Entre estas huellas, es impostergable redefinir la relación de cualquier programa político con la obra teórica y política de Marx, por ejemplo, con todo el “socialismo y comunismo teórico”, y con los “socialismos históricos”. Hoy es inevitable, analizar desde una perspectiva no euro-céntrica todas las huellas del socialismo, y enfrentar la impostergable interdependencia entre nuevo socialismo (nueva economía mixta de estilo socialista con un marcado acento popular- autogestionario) y la nueva democracia (con marcado acento en la participación y protagonismo del mundo popular y de las escalas locales). Un nuevo poli-centrismo democratizador y socializador a través de redes para un mejor-vivir (Villasante).
La forma-partido vive una profunda crisis de adecuación a la complejidad de los procesos políticos contemporáneos. El cambio de condiciones y circunstancias del siglo XXI cancela la visión moderna de la forma-partido. Actualmente emergen tanto el vital impulso que los movimientos sociales, como nuevas modalidades de gestión de la política y lo político, la influencia de la media-cracia en la estructuración de “matrices de opinión” y “atractores de sentido” que nuclean los procesos de legitimación. Los grandes aparatos burocráticos vienen siendo desplazados por la lógica de las redes y las organizaciones de información, basadas en nuevas tecnologías de comunicación e información. Sería un error no adecuar los aparatos organizativos a las nuevas lógicas sociales.
Se trata, finalmente, de la factibilidad de un nuevo socialismo a escala humana, un eco-socialismo que permita una radical apertura al pluri-verso, condición de posibilidad de una ética de la liberación y de los pensamientos críticos contra-hegemónicos, por la vida digna del género humano en su condición plural.