1. ¿DE QUÉ DEPENDE ÉSTA O AQUÉLLA FORMA ORGANIZATIVA?
Tanto la experiencia histórica de las luchas revolucionarias en el mundo, como las teorías organizacionales más actualizadas en las agendas de hoy, dan cuenta de una íntima relación entre cada forma organizativa en el terreno político y los contenidos de cada coyuntura, la naturaleza de las prácticas, los perfiles de los actores socio-políticos o el carácter de la lucha de que se trata (no es lo mismo organizarse para disputar un sindicato en una democracia liberal que hacerlo para derrocar una dictadura fascista; no da igual una organización con fines electorales que otra con propósitos subversivos) Existe una estrecha relación entre los contenidos de la Modernidad política que se ha instaurado desde el Siglo XVIII y las modalidades de la organización del espacio público. En particular, la instauración de los sistemas de partidos, la organización sindical y gremial, así como la cultura deliberativa (parlamentos, etc.) están fuertemente asociados a las figuras de la “representación” política, a las presunciones de una legitimidad fundada en “elecciones”, a una cierta idea de “democracia” que consagra una determinada manera de “participar”. Nada de ello es gratuito. Todas esas figuras son la expresión del “Contrato Social” Moderno. “Democracia”, “partidos”, “parlamentos” “sindicatos”, “gremios” son una cadena de figuras políticas que pertenecen a la racionalidad Moderna, son las modalidades históricas de aseguramiento de las relaciones de poder, son formatos organizacionales de un Estado cuya finalidad última es el mantenimiento de la lógica de la dominación.
Tanto la experiencia histórica de las luchas revolucionarias en el mundo, como las teorías organizacionales más actualizadas en las agendas de hoy, dan cuenta de una íntima relación entre cada forma organizativa en el terreno político y los contenidos de cada coyuntura, la naturaleza de las prácticas, los perfiles de los actores socio-políticos o el carácter de la lucha de que se trata (no es lo mismo organizarse para disputar un sindicato en una democracia liberal que hacerlo para derrocar una dictadura fascista; no da igual una organización con fines electorales que otra con propósitos subversivos) Existe una estrecha relación entre los contenidos de la Modernidad política que se ha instaurado desde el Siglo XVIII y las modalidades de la organización del espacio público. En particular, la instauración de los sistemas de partidos, la organización sindical y gremial, así como la cultura deliberativa (parlamentos, etc.) están fuertemente asociados a las figuras de la “representación” política, a las presunciones de una legitimidad fundada en “elecciones”, a una cierta idea de “democracia” que consagra una determinada manera de “participar”. Nada de ello es gratuito. Todas esas figuras son la expresión del “Contrato Social” Moderno. “Democracia”, “partidos”, “parlamentos” “sindicatos”, “gremios” son una cadena de figuras políticas que pertenecen a la racionalidad Moderna, son las modalidades históricas de aseguramiento de las relaciones de poder, son formatos organizacionales de un Estado cuya finalidad última es el mantenimiento de la lógica de la dominación.
Desde luego, como esto no funciona linealmente, siempre es posible aprovechar fisuras y organizar las formas de resistencia. De ese modo la izquierda apostó en todo el mundo a la constitución de diversos tipos de organización asociadas a los rasgos de cada coyuntura (desde asociaciones juveniles más o menos inofensivas, hasta ejércitos guerrilleros) En este largo trayecto de la Modernidad política se ha escenificado un amplísimo espectro de formas partidarias en el seno de las luchas populares: “partidos revolucionarios”, “partidos socialistas”, “partidos de izquierda”, “partidos comunistas”, “partidos nacionalistas”, etc. La cuestión no consiste en historiar los “éxitos” o los “fracasos” de estas formaciones. De allí no se sigue nada respecto a la comprensión de la crisis de lo político en el seno de las sociedades occidentales. Lo que sí interesa es calibrar la relación entre esas formas de la institucionalidad política Moderna y la entrada en vigencia de un nuevo modelo civilizatorio: ¿Cuáles son las nuevas formas de lo político en un tipo de sociedad posmoderna?
2. ¿DE QUÉ REVOLUCIÓN ESTAMOS HABLANDO?
La vieja idea de “partido revolucionario” está directamente asociada al concepto ilustrado de una “vanguardia” que lleva la conciencia al seno de las “masas”. Esa “vanguardia” es la encargada de planificar la acción revolucionaria que conduce a la “toma del poder”. Lo que está detrás de esta sencilla imagen es una tonelada de implicaciones teóricas y prácticas. Baste recordar lo que ocurrió efectivamente con esta concepción en las siniestras experiencias del socialismo staliniano. El socialismo burocrático de tipo soviético no es un pequeño accidente de esta visión de la política sino su más elaborada aberración.
En América Latina no hicimos grandes aportes al marxismo manualesco que sirvió de coartada al capitalismo de Estado que se hizo llamar “La gran patria socialista”. Este inmenso fraude histórico tiene mucho que ver con una idea de la “revolución” pensada al interior del constructo Moderno, con una limitadísima visión del “poder” (siempre entendido como una entidad física que reposa en el palacio de gobierno)
La organización que debemos construir con la gente es una red de dispositivos capaz de deconstruir la lógica de la dominación, capaz de desarticular las tramas de la opresión, la explotación y la hegemonía en todas las prácticas y discursos de la sociedad, capaz de configurar una nueva socialidad desde la vida cotidiana donde la intersubjetividad corra pareja con la emergencia de nuevos modos de producir la vida material de la gente. Eso pasa—aquí y ahora—por inventar NUEVAS FORMAS DE GESTIÓN POLÍTICA que se correspondan con la idea matriz de la autonomía radical de los actores sociales, de la autogestión de la gente y sus asuntos, de la erradicación de las formas de Estado heredadas, de la transformación profunda de cada espacio donde se anidan las viejas relaciones de dominación: la familia, la escuela, la iglesia, el trabajo, el espacio público, las tramas burocráticas del Estado, etc. La emancipación radical respecto a cualquier forma de poder es lo que en verdad merece el nombre de revolución. La vieja idea de “partido” no corresponde más a ningún ideal emancipatorio: porque han cambiado las condiciones históricas, porque se ha agotado su potencial subversivo, porque lo político entró en crisis irreversiblemente.
3. ¿QUIÉNES SE ORGANIZAN, PARA HACER QUÉ?
Si alguna cosa ha quedado clara en este trayecto de crisis profunda del marxismo y bancarrota del socialismo burocrático es la inviabilidad de un proyecto político fundado en el anacronismo de la “clase obrera”. No tanto porque la explotación del trabajo sufre aceleradas mutaciones (hasta la metáfora del “fin del trabajo”) sino porque ya no es posible definir la idea de revolución de cara a la explotación fabril. La “fuerza motriz” de una emancipación radical de las lacras de la Modernidad no es el “proletariado”. Por tanto la vieja figura de los “partidos obreros” es una remembranza que nada tiene que ver hoy con el chance de romper las tramas de la dominación. Asistimos a escenarios sociales de una alta complejidad donde los actores ya no corresponden mecánicamente a determinaciones puramente económicas o a definiciones lineales de pertenencia. Las cadenas identitarias se han roto. Los viejos dispositivos proveedores de sentido ya no funcionan. ¿Quiénes somos “nosotros”?
Las luchas socio-políticas de hoy se instalan intersticialmente en todas las prácticas, intervienen todas las tramas discursivas, se juegan en el desmontaje de los dispositivos de intersubjetividad. Ello indica que los paradigmas culturales tienen un peso creciente, no sólo en las demandas de los nuevos agentes sociales, sino en la construcción de la nueva socialidad que está anunciando la emergencia de otra civilización (no sólo de una episódica forma de gobierno) Las nuevas formas de gestión política tienen que conectar con la naturaleza de esta socialidad. Los formatos organizativos no marchan solos (no son ni universales, ni neutros) Cada forma organizacional tiene una relación muy estrecha con la gente de que se trata y con los propósitos que se postulan. Por ello resulta tan evidente que los sistemas de partido corresponden al ideario de la democracia liberal que está en los tuétanos de la Modernidad política (incluida la izquierda electoral en esta cuenta) De igual manera, la apuesta por los movimientos (por el movimiento mismo) implica otra mirada de la acción, otra manera de entender los cambios, otra forma de gestionar la concertación, otra valoración de los contenidos de las nuevas prácticas y discursos.
4. ¿CÓMO SUPERAR EL BUROCRATISMO?
La propensión burocrática está presente en todo tipo de organización. No hay una receta que permita derrotarla en cualquier lado por pura voluntad. En buena media porque con en el tiempo esta enfermedad se hizo parte de la cultura, se integra a un sentido común muy arraigado, constituye un tipo de mentalidad muy difícil de erradicar. Ello indica que la lucha contra el burocratismo es una agenda permanente en cualquier tipo de organización.
En el terreno político ocurre lo mismo. Tanto la forma partidaria, como cualquiera otra modalidad organizativa (“Frente”, “Alianza”, etc.) están siempre expuestas a procesos de burocratización. La batalla hay que librarla en varios frentes: en el terreno de las mentalidades (donde resulta tal vez el esfuerzo más costoso y largo en el tiempo), en el terreno de la cultura organizacional (donde persisten toda clase de mitos en relación a lo “administrativo”) y en el campo de las relaciones directas con la gente (donde se juega en verdad la calidad de la participación y la calidad de los procesos mismos)
Los sistemas de partido sufren las mismas aberraciones de la burocratización del Estado. Estructuras que controlan estructuras, que a su vez controlan estructuras es sólo una pequeña muestra de las marañas discursivas, jurídicas y de mentalidad que conforman este intrincado fenómeno socio-político. Tanto en el terreno de las teorías organizacionales en disputa, como en el campo de las experimentaciones con procesos de distinta índole, queda claro que el espacio político emergente ha de fundarse en las desempeños de los actores, en su radical horizontalidad, en sistemas flexibles e inteligentes que resguardan la complejidad de los procesos mismos, con una alta prioridad al movimiento respecto a las formalidades procedimentales.
La lucha contra el burocratismo, dada su clara impronta cultural, ha de ser librada de forma permanente y a todas las escalas; entendiendo que su hondo calado en la mentalidad de la gente representa un severo obstáculo para cualquier proceso de transformación.
5. ¿CÓMO PENSAR Y FUNCIONAR EN RED?
El desmontaje de las jerarquías burocráticas y los mandos piramidales abre paso a las nuevas formas de agenciamiento colectivo donde las interacciones se generan redificadamente: pensando los problemas en interacción con los otros, disponiendo de procesos complejos para la toma de decisiones y para garantizar la participación, contando con robustas plataformas tecnológicas que hacen posible el aseguramiento de la calidad de los procesos organizacionales. El nuevo tono de lo político va por esta vía. El empoderamiento de la comunidad haciéndose cargo de sus asuntos (sin intermediación alguna) es el punto de partida para fundar lazos comunitarios auténticos a escalas regionales, nacionales o mundiales.
Habilitar nuevas formas de gestión política supone una apuesta fuerte por la democracia directa, por la autogestión de procesos, por la participación real de la gente en las decisiones, en suma, por un efectivo ejercicio del poder popular en todos los ámbitos. Los dispositivos de redes pueden convertirse en gran escala en una poderosa fuerza anti-estatal que vaya configurando la nueva institucionalidad que una revolución supone. El sistema de las Misiones, los Consejos Comunales y la diseminación de las redes del poder popular en todas las escalas son síntomas de un proceso mucho más profundo de desbancamiento del viejo Estado y sus telarañas burocráticas. No se trata sólo de un proceso tecno-organizacional sino fundamentalmente político: empoderamiento de las comunidades efectivas de cara al poder estatal. Esa contradicción ha de ser resuelta a favor del poder popular. Pero sabemos que ello no ocurrirá asépticamente como simple “transferencia de competencias”. Se trata más bien de un campo de fuerzas en tensión cuyo dinamismo es de naturaleza esencialmente política. Por ello su direccionalidad y los contenidos que se ponen en juego van a depender de las correlaciones de intereses que están presentes en todos los niveles del gobierno y del Estado, y desde luego, en la propia potencia de la multitud, es decir, la capacidad de las redes del poder popular para atravesar la lógica del poder estatal y desmontarlo.
6. ¿CÓMO GESTIONAR LAS ESCALAS Y LOS ÁMBITOS?
Las formas organizacionales están muy influidas por el tamaño de sus objetivos y por la naturaleza del espacio del que se ocupan en la sociedad. De un lado a otro pueden existir diferencias abismales. Se entiende que el ámbito propiamente político le otorga un perfil singular a los modelos organizacionales. En un proceso revolucionario la calidad de los sistemas decisionales es vital. Esa calidad es directamente proporcional a la efectiva participación de la gente. El tamaño de las organizaciones no se escoge caprichosamente pero el impacto de dimensiones inmanejables tampoco se maneja a voluntad. Eso quiere decir las proporciones de una organización política no es neutra respecto a la calidad de la participación y la autonomía de gestión.
2. ¿DE QUÉ REVOLUCIÓN ESTAMOS HABLANDO?
La vieja idea de “partido revolucionario” está directamente asociada al concepto ilustrado de una “vanguardia” que lleva la conciencia al seno de las “masas”. Esa “vanguardia” es la encargada de planificar la acción revolucionaria que conduce a la “toma del poder”. Lo que está detrás de esta sencilla imagen es una tonelada de implicaciones teóricas y prácticas. Baste recordar lo que ocurrió efectivamente con esta concepción en las siniestras experiencias del socialismo staliniano. El socialismo burocrático de tipo soviético no es un pequeño accidente de esta visión de la política sino su más elaborada aberración.
En América Latina no hicimos grandes aportes al marxismo manualesco que sirvió de coartada al capitalismo de Estado que se hizo llamar “La gran patria socialista”. Este inmenso fraude histórico tiene mucho que ver con una idea de la “revolución” pensada al interior del constructo Moderno, con una limitadísima visión del “poder” (siempre entendido como una entidad física que reposa en el palacio de gobierno)
La organización que debemos construir con la gente es una red de dispositivos capaz de deconstruir la lógica de la dominación, capaz de desarticular las tramas de la opresión, la explotación y la hegemonía en todas las prácticas y discursos de la sociedad, capaz de configurar una nueva socialidad desde la vida cotidiana donde la intersubjetividad corra pareja con la emergencia de nuevos modos de producir la vida material de la gente. Eso pasa—aquí y ahora—por inventar NUEVAS FORMAS DE GESTIÓN POLÍTICA que se correspondan con la idea matriz de la autonomía radical de los actores sociales, de la autogestión de la gente y sus asuntos, de la erradicación de las formas de Estado heredadas, de la transformación profunda de cada espacio donde se anidan las viejas relaciones de dominación: la familia, la escuela, la iglesia, el trabajo, el espacio público, las tramas burocráticas del Estado, etc. La emancipación radical respecto a cualquier forma de poder es lo que en verdad merece el nombre de revolución. La vieja idea de “partido” no corresponde más a ningún ideal emancipatorio: porque han cambiado las condiciones históricas, porque se ha agotado su potencial subversivo, porque lo político entró en crisis irreversiblemente.
3. ¿QUIÉNES SE ORGANIZAN, PARA HACER QUÉ?
Si alguna cosa ha quedado clara en este trayecto de crisis profunda del marxismo y bancarrota del socialismo burocrático es la inviabilidad de un proyecto político fundado en el anacronismo de la “clase obrera”. No tanto porque la explotación del trabajo sufre aceleradas mutaciones (hasta la metáfora del “fin del trabajo”) sino porque ya no es posible definir la idea de revolución de cara a la explotación fabril. La “fuerza motriz” de una emancipación radical de las lacras de la Modernidad no es el “proletariado”. Por tanto la vieja figura de los “partidos obreros” es una remembranza que nada tiene que ver hoy con el chance de romper las tramas de la dominación. Asistimos a escenarios sociales de una alta complejidad donde los actores ya no corresponden mecánicamente a determinaciones puramente económicas o a definiciones lineales de pertenencia. Las cadenas identitarias se han roto. Los viejos dispositivos proveedores de sentido ya no funcionan. ¿Quiénes somos “nosotros”?
Las luchas socio-políticas de hoy se instalan intersticialmente en todas las prácticas, intervienen todas las tramas discursivas, se juegan en el desmontaje de los dispositivos de intersubjetividad. Ello indica que los paradigmas culturales tienen un peso creciente, no sólo en las demandas de los nuevos agentes sociales, sino en la construcción de la nueva socialidad que está anunciando la emergencia de otra civilización (no sólo de una episódica forma de gobierno) Las nuevas formas de gestión política tienen que conectar con la naturaleza de esta socialidad. Los formatos organizativos no marchan solos (no son ni universales, ni neutros) Cada forma organizacional tiene una relación muy estrecha con la gente de que se trata y con los propósitos que se postulan. Por ello resulta tan evidente que los sistemas de partido corresponden al ideario de la democracia liberal que está en los tuétanos de la Modernidad política (incluida la izquierda electoral en esta cuenta) De igual manera, la apuesta por los movimientos (por el movimiento mismo) implica otra mirada de la acción, otra manera de entender los cambios, otra forma de gestionar la concertación, otra valoración de los contenidos de las nuevas prácticas y discursos.
4. ¿CÓMO SUPERAR EL BUROCRATISMO?
La propensión burocrática está presente en todo tipo de organización. No hay una receta que permita derrotarla en cualquier lado por pura voluntad. En buena media porque con en el tiempo esta enfermedad se hizo parte de la cultura, se integra a un sentido común muy arraigado, constituye un tipo de mentalidad muy difícil de erradicar. Ello indica que la lucha contra el burocratismo es una agenda permanente en cualquier tipo de organización.
En el terreno político ocurre lo mismo. Tanto la forma partidaria, como cualquiera otra modalidad organizativa (“Frente”, “Alianza”, etc.) están siempre expuestas a procesos de burocratización. La batalla hay que librarla en varios frentes: en el terreno de las mentalidades (donde resulta tal vez el esfuerzo más costoso y largo en el tiempo), en el terreno de la cultura organizacional (donde persisten toda clase de mitos en relación a lo “administrativo”) y en el campo de las relaciones directas con la gente (donde se juega en verdad la calidad de la participación y la calidad de los procesos mismos)
Los sistemas de partido sufren las mismas aberraciones de la burocratización del Estado. Estructuras que controlan estructuras, que a su vez controlan estructuras es sólo una pequeña muestra de las marañas discursivas, jurídicas y de mentalidad que conforman este intrincado fenómeno socio-político. Tanto en el terreno de las teorías organizacionales en disputa, como en el campo de las experimentaciones con procesos de distinta índole, queda claro que el espacio político emergente ha de fundarse en las desempeños de los actores, en su radical horizontalidad, en sistemas flexibles e inteligentes que resguardan la complejidad de los procesos mismos, con una alta prioridad al movimiento respecto a las formalidades procedimentales.
La lucha contra el burocratismo, dada su clara impronta cultural, ha de ser librada de forma permanente y a todas las escalas; entendiendo que su hondo calado en la mentalidad de la gente representa un severo obstáculo para cualquier proceso de transformación.
5. ¿CÓMO PENSAR Y FUNCIONAR EN RED?
El desmontaje de las jerarquías burocráticas y los mandos piramidales abre paso a las nuevas formas de agenciamiento colectivo donde las interacciones se generan redificadamente: pensando los problemas en interacción con los otros, disponiendo de procesos complejos para la toma de decisiones y para garantizar la participación, contando con robustas plataformas tecnológicas que hacen posible el aseguramiento de la calidad de los procesos organizacionales. El nuevo tono de lo político va por esta vía. El empoderamiento de la comunidad haciéndose cargo de sus asuntos (sin intermediación alguna) es el punto de partida para fundar lazos comunitarios auténticos a escalas regionales, nacionales o mundiales.
Habilitar nuevas formas de gestión política supone una apuesta fuerte por la democracia directa, por la autogestión de procesos, por la participación real de la gente en las decisiones, en suma, por un efectivo ejercicio del poder popular en todos los ámbitos. Los dispositivos de redes pueden convertirse en gran escala en una poderosa fuerza anti-estatal que vaya configurando la nueva institucionalidad que una revolución supone. El sistema de las Misiones, los Consejos Comunales y la diseminación de las redes del poder popular en todas las escalas son síntomas de un proceso mucho más profundo de desbancamiento del viejo Estado y sus telarañas burocráticas. No se trata sólo de un proceso tecno-organizacional sino fundamentalmente político: empoderamiento de las comunidades efectivas de cara al poder estatal. Esa contradicción ha de ser resuelta a favor del poder popular. Pero sabemos que ello no ocurrirá asépticamente como simple “transferencia de competencias”. Se trata más bien de un campo de fuerzas en tensión cuyo dinamismo es de naturaleza esencialmente política. Por ello su direccionalidad y los contenidos que se ponen en juego van a depender de las correlaciones de intereses que están presentes en todos los niveles del gobierno y del Estado, y desde luego, en la propia potencia de la multitud, es decir, la capacidad de las redes del poder popular para atravesar la lógica del poder estatal y desmontarlo.
6. ¿CÓMO GESTIONAR LAS ESCALAS Y LOS ÁMBITOS?
Las formas organizacionales están muy influidas por el tamaño de sus objetivos y por la naturaleza del espacio del que se ocupan en la sociedad. De un lado a otro pueden existir diferencias abismales. Se entiende que el ámbito propiamente político le otorga un perfil singular a los modelos organizacionales. En un proceso revolucionario la calidad de los sistemas decisionales es vital. Esa calidad es directamente proporcional a la efectiva participación de la gente. El tamaño de las organizaciones no se escoge caprichosamente pero el impacto de dimensiones inmanejables tampoco se maneja a voluntad. Eso quiere decir las proporciones de una organización política no es neutra respecto a la calidad de la participación y la autonomía de gestión.
Lo mismo ha de plantearse en relación a los ámbitos en los que es susceptible la organización de prácticas políticas. Aquí la clave es saber valorar en cada instante la especificidad de los diversos ámbitos de acción y las implicaciones que esto tiene a la hora de determinar las modalidades de la organización política. Tanto la vida interna de las organizaciones, como la riqueza de sus articulaciones con los tejidos sociales que les son pertinentes, tienen una directa relación con el tipo organizacional que se adopta. Por aquello de que “lo pequeño es hermoso” es menester cuidar las escalas al punto de asegurar la participación directa, los acuerdos bregados en el diálogo, la negociación de conflictos lidiados en caliente. Allí se logra un poderoso antídoto anti-burocrático que funciona eficazmente justo hasta el momento en que las grandes escalas desdibujan el rostro de la participación directa. Los ámbitos de acción tampoco se eligen por capricho. La vida política no es sólo el espacio público convencional. Desde la bio-política que encara asuntos atinentes a la intersubjetividad, hasta los desarrollos más radicales de una ecología política de nuevo tipo que replantea la agenda de los viejos modos de tramitar la vida en común, se despliega un amplio abanico de espacios en los que las prácticas políticas requieren modalidades organizativas. Es justo allí donde es preciso innovar esas modalidades de gestión política. De nuevo: con una gran vocación de horizontalidad, prescindiendo de lógicas normativas que ponen por delante las formalidades, acentuando el valor del desempeño frente al imperio del status, erradicando sin contemplaciones las parafernalias nominales que entorpecen, que retardan, que distraen energías impunemente.
Este conjunto de planteamientos son una breve indicación de la agenda de debate que está pendiente para la gente que cuestiona la vieja figura de los partidos, para muchísimos amigos que se esfuerzan por inventar otras maneras de encarar la construcción de nuevos espacios de libertad, para grandes contingentes de actores que se empeñan en superar los límites de la política heredada, es decir, de sobrepasar el encierro de la institucionalidad burguesa que se reproduce tramposamente en nombre de la revolución.
Caracas, Enero 2007
Este conjunto de planteamientos son una breve indicación de la agenda de debate que está pendiente para la gente que cuestiona la vieja figura de los partidos, para muchísimos amigos que se esfuerzan por inventar otras maneras de encarar la construcción de nuevos espacios de libertad, para grandes contingentes de actores que se empeñan en superar los límites de la política heredada, es decir, de sobrepasar el encierro de la institucionalidad burguesa que se reproduce tramposamente en nombre de la revolución.
Caracas, Enero 2007
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