Rigoberto Lanz
Hay una preocupación muy extendida en todos los ámbitos de la izquierda por encontrar fórmulas que le den consistencia a una enorme diversidad de agrupamientos que militan en el proceso revolucionario. Aspirar a una mayor eficacia del trabajo político y a plataformas unitarias para acometer proyectos de distinta naturaleza es desde luego una razonable aspiración. Pero una cuestión tan evidente no tiene por qué suscitar grandes debates ni ocupar la atención prioritaria de la dirigencia. Algo más de fondo se juega en esta formulación y es justamente sobre esos contenidos sobre los que vale la pena hurgar con más detenimiento.
La idea de “partido” (de izquierda o de derecha) es una reminiscencia de la Modernidad que hace rato hizo aguas en todas las experiencias históricas de Occidente. La crisis de la forma partido es consustancial a la debacle de la Modernidad política, al desvanecimiento de la idea de “representación”, a la evaporación de un espacio público concebido como intermediación de intereses en el marco de un “contrato social” culturalmente asentado. Asistimos al fin de la política moderna. Ello se traduce en la inviabilidad de las plataformas institucionales de la democracia burguesa, (Estado, parlamento, gremios, sindicatos, partidos)
Por el lado de lo “único” me parece que hay más problemas aún. Nada es tan vital en este plano que la idea de diversidad. El nuevo espacio público que está constituyéndose ha de albergar la multiplicidad de actores, de formas políticas y sensibilidades que un proceso tan rico como este es capaz de propulsar. La diversidad política hay que asumirla como un dato constitutivo de la propia calidad revolucionaria del proceso. Ese no es un hecho adjetivo que dependa del estilo o las buenas maneras. Sin esa diversidad política no es posible enganchar con la complejidad de la vida social, con la sana diferencialidad de la experiencia individual, con la infinita variedad de prácticas que son susceptibles en un espacio público radicalmente emancipado de la brutalidad del Estado (de todo Estado) Allí nada es “único”. Allí nada es homogéneo. Allí nada es plano. Complejidad del pensamiento, complejidad de la subjetividad, complejidad de los procesos: he allí la verdadera vacuna contra toda representación simbólica de lo “único”. Ya sabemos que el “pensamiento único” es la más elaborada expresión de la barbarie en el campo epistémico y cultural. Esta lógica se desliza en otros campos y puede tener los mismos efectos letales.
Hay un debate abierto. Lo importante es poder discutir estos asuntos sin ninguna restricción. Es preciso que los análisis y argumentos puedan ser compartidos por todos los actores involucrados. De las cuestiones operacionales no vale la pena ocuparse puesto que esos asuntos tienen espacios de pertinencia bien definidos. Conviene volver la mirada a lo que está subyacente, a las implicaciones de más largo plazo, a los contextos teóricos e históricos donde este debate cobra su real significación. Como todo debate de fondo, encontraremos aquí matizaciones y contrapuntos que hablan de la diversidad política que puebla hoy los distintos territorios de la revolución (en Venezuela y el mundo) La discusión política permanente es el mejor recurso con el que contamos para combatir el pragmatismo, para atajar las prácticas subordinadas que se asumen sin espíritu crítico (la crítica no es negociable)
Como parece claro en el análisis que precede, la sola imagen de un “partido único” suscita toda clase de cortocircuitos con supuestos muy caros a una concepción libertaria del socialismo, a una visión radical de la crisis de la Modernidad política, a una óptica diferente de la democracia occidental. La palanca de la diversidad política –a contrapelo—funciona como una fuente constante de enriquecimiento de la experiencia y como aliciente vital para la fecundización de la reflexión.
Hay una preocupación muy extendida en todos los ámbitos de la izquierda por encontrar fórmulas que le den consistencia a una enorme diversidad de agrupamientos que militan en el proceso revolucionario. Aspirar a una mayor eficacia del trabajo político y a plataformas unitarias para acometer proyectos de distinta naturaleza es desde luego una razonable aspiración. Pero una cuestión tan evidente no tiene por qué suscitar grandes debates ni ocupar la atención prioritaria de la dirigencia. Algo más de fondo se juega en esta formulación y es justamente sobre esos contenidos sobre los que vale la pena hurgar con más detenimiento.
La idea de “partido” (de izquierda o de derecha) es una reminiscencia de la Modernidad que hace rato hizo aguas en todas las experiencias históricas de Occidente. La crisis de la forma partido es consustancial a la debacle de la Modernidad política, al desvanecimiento de la idea de “representación”, a la evaporación de un espacio público concebido como intermediación de intereses en el marco de un “contrato social” culturalmente asentado. Asistimos al fin de la política moderna. Ello se traduce en la inviabilidad de las plataformas institucionales de la democracia burguesa, (Estado, parlamento, gremios, sindicatos, partidos)
Una transformación radical de la sociedad supone una completa reformulación de los sistemas de representación, de los mecanismos de participación, de las formas orgánicas mediante las cuales se expresa la voluntad de la gente. Supone desde luego una demolición del Estado burgués y su entramado organizacional. Supone la suplantación del viejo “contrato social” que nos trajo hasta aquí en estos tres siglos de Modernidad. Pretender transitar el camino de una revolución con los mismos dispositivos heredados de la Modernidad revela una candidez imperdonable. Creer que un “partido revolucionario” es algo que se resuelve con la condición revolucionaria de los militantes es otra ingenuidad que conmueve. El desafío verdadero del proceso venezolano actual es la generación de nuevas formas de gestión política. Esta es una materia pendiente en la que poco o nada se ha avanzado en estos años. El camino fácil de rellenar viejas estructuras del Estado moribundo o el expediente socorrido de copar los espacios sindicales y gremiales son todas estrategias circunstanciales acotadas por la coyuntura. De allí no surgirá nada que valga la pena. La revolución no pasa por allí. Los retos están en otro lado: en la construcción de nuevas formas de gestión política (los “Consejos Comunales” pueden ser un importante embrión) capaces de fundar otra idea de la participación. Los aparatos partidistas son reaccionarios por definición.
Ese formato está colapsado. Es preciso una alta dosis de imaginación para inventar otras modalidades de articulación de la gente. Parece una insoportable incongruencia este conformismo respecto a los aparatos y prácticas heredadas. Está planteado un supremo esfuerzo por repensar otra teoría de la organización popular que se haga cargo de las nuevas realidades que este tiempo está demandando. Al mismo tiempo, de lo que se trata es de impulsar los procesos de nuevo tipo en los que la autonomía de los actores refunda los tejidos de la socialidad que emerge. Allí no cabe la vieja figura del “partido” porque esta época reclama otras figuras de la política.
Ese formato está colapsado. Es preciso una alta dosis de imaginación para inventar otras modalidades de articulación de la gente. Parece una insoportable incongruencia este conformismo respecto a los aparatos y prácticas heredadas. Está planteado un supremo esfuerzo por repensar otra teoría de la organización popular que se haga cargo de las nuevas realidades que este tiempo está demandando. Al mismo tiempo, de lo que se trata es de impulsar los procesos de nuevo tipo en los que la autonomía de los actores refunda los tejidos de la socialidad que emerge. Allí no cabe la vieja figura del “partido” porque esta época reclama otras figuras de la política.
Por el lado de lo “único” me parece que hay más problemas aún. Nada es tan vital en este plano que la idea de diversidad. El nuevo espacio público que está constituyéndose ha de albergar la multiplicidad de actores, de formas políticas y sensibilidades que un proceso tan rico como este es capaz de propulsar. La diversidad política hay que asumirla como un dato constitutivo de la propia calidad revolucionaria del proceso. Ese no es un hecho adjetivo que dependa del estilo o las buenas maneras. Sin esa diversidad política no es posible enganchar con la complejidad de la vida social, con la sana diferencialidad de la experiencia individual, con la infinita variedad de prácticas que son susceptibles en un espacio público radicalmente emancipado de la brutalidad del Estado (de todo Estado) Allí nada es “único”. Allí nada es homogéneo. Allí nada es plano. Complejidad del pensamiento, complejidad de la subjetividad, complejidad de los procesos: he allí la verdadera vacuna contra toda representación simbólica de lo “único”. Ya sabemos que el “pensamiento único” es la más elaborada expresión de la barbarie en el campo epistémico y cultural. Esta lógica se desliza en otros campos y puede tener los mismos efectos letales.
Hay un debate abierto. Lo importante es poder discutir estos asuntos sin ninguna restricción. Es preciso que los análisis y argumentos puedan ser compartidos por todos los actores involucrados. De las cuestiones operacionales no vale la pena ocuparse puesto que esos asuntos tienen espacios de pertinencia bien definidos. Conviene volver la mirada a lo que está subyacente, a las implicaciones de más largo plazo, a los contextos teóricos e históricos donde este debate cobra su real significación. Como todo debate de fondo, encontraremos aquí matizaciones y contrapuntos que hablan de la diversidad política que puebla hoy los distintos territorios de la revolución (en Venezuela y el mundo) La discusión política permanente es el mejor recurso con el que contamos para combatir el pragmatismo, para atajar las prácticas subordinadas que se asumen sin espíritu crítico (la crítica no es negociable)
Como parece claro en el análisis que precede, la sola imagen de un “partido único” suscita toda clase de cortocircuitos con supuestos muy caros a una concepción libertaria del socialismo, a una visión radical de la crisis de la Modernidad política, a una óptica diferente de la democracia occidental. La palanca de la diversidad política –a contrapelo—funciona como una fuente constante de enriquecimiento de la experiencia y como aliciente vital para la fecundización de la reflexión.
3 comentarios:
Diálogo sobre el partido
Por: Julio Escalona
Publicado el Viernes, 29/12/06 08:29am
imprímelo
Como a nuestro parecer
Creo que fue Héctor Mujica quien hace como dos décadas, usó esta expresión. Conociendo de la generosidad de él se la he pedido prestada para encabezar esta reflexión. Gracias, Héctor, que Dios te cuide.
Está surgiendo un debate muy importante en torno a la alternativa del socialismo para Venezuela y muy particularmente sobre la propuesta del Presidente de la República para la constitución de un partido único de los socialistas venezolanos. Voy a enumerar algunos aspectos que me parecen relevantes:
1) No se debería comenzar descalificando a los dialogantes. Ya se ha dicho que el debate que ha planteado Edgardo Lander es inútil, que conduce al desgate. Que esta opinión la sustente alguien no es problema, pues con que otros digamos que es útil, sería suficiente, pues percepciones diferentes en torno a un mismo asunto, resultan lo más común en un debate democrático. Los problemas comienzan a surgir cuando alguien asume la representación del pueblo y dice:
El pueblo no está dispuesto a calarse debates inútiles que solo producen desgaste (Omar Marcano, en documento que ha circulado vía correo electrónico).
Como las opiniones de Edgardo no han circulado por medios masivos (radio, TV, prensa escrita, etc., sino, que yo sepa, por correo electrónico en círculos limitados), debo pensar que amplios sectores del pueblo no las conocen. Por otro lado, en el supuesto negado de que las conociesen, se debería haber hecho encuestas u ocurrido manifestaciones multitudinarias, para saber que el pueblo las rechaza; pero faltaría saber otra cosa: ¿las rechaza por inútiles? ¿Por otras razones?
Luego, ¿a través de qué proceso de consulta se estableció que el pueblo considera la discusión que propone Edgardo, como productora de desgaste?
2) Nada de esto está dicho para descalificar lo que Omar cree, pues si me estoy ocupando de lo que él dice, es porque lo creo importante. La cuestión nos conduce a otra pregunta: ¿Por qué alguien puede asumir sin obligarse a presentar pruebas la representación del pueblo? Las razones son muchas, pero en el contexto que esta discusión parece tener, hay una, que deseo mencionar: los revolucionarios de sucesivas generaciones (años 20, 30, 40, 50, 60, 70, 90 y todavía hoy) nos hemos formado dentro de cierta cultura que proclama una determinada relación entre el partido revolucionario, el gobierno, el Estado, el pueblo y las organizaciones populares, según la cual el partido es la vanguardia de todo el proceso y como tal, resume toda la sabiduría popular, representa la conciencia más elaborada de todos los sectores explotados, los cuales por sí mismos, sólo poseen una conciencia reivindicativista o gremialista. Por tanto, es el partido quien introduce la conciencia revolucionaria en el seno de los trabajadores y quien en todo momento, es el intérprete de la voluntad del movimiento popular. Por tanto, se puede conocer lo que el pueblo desea, lo que piensa, lo que rechaza, a lo que está dispuesto o no, etc. Para facilitar ese conocimiento, el Partido convierte a las organizaciones populares y a los representantes de lo que se consideró poder popular, en correas de transmisión que le permiten conocer lo que el pueblo piensa o quiere, elaborarlo como conciencia revolucionaria para luego a través de la organización del partido, las correas de transmisión y otros medios, introducirla en la conciencia popular. Disculpa Omar si estoy abusando al interpretar las cosas así.
Esto se ha convertido en una cultura que no difiere en esencia de las concepciones que el capitalismo ha establecido: democracia representativa y mandato libre (no hay compromiso con el elector), gobierno e instituciones formadas por las élites de la sociedad, poder colocado por encima del pueblo, relación paternalista y providencial con la población y esta como un colectivo que necesita ser civilizado. Por supuesto, yo no estoy diciendo que Omar sostenga estas cosas, con seguridad está opuesto a ellas, pero la cultura nos domina, nos oprime y suele hacernos actuar en contra de lo que concientemente desearíamos hacer. Por eso Marx dijo en el 18 de Brumario: La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.
3) Esa concepción que acabo de referir se formó en la URSS, en el proceso de la revolución rusa. También allá se formó un Partido Único en una determinada relación con el Estado, el gobierno, el pueblo y las organizaciones populares, que resultó negador de las relaciones democráticas y de la diversidad cultural. Por tanto, excluyente, lo que en las condiciones de constitución de la URSS, degeneró en graves procesos represivos y fue uno de los factores que pesó en el derrumbe del campo socialista.
Entonces, cuando Edgardo nos invita a que discutamos la experiencia de la URSS, tiene toda la razón, es absolutamente útil para el futuro de la revolución venezolana.
4) Transformar el modo de producción capitalista es una tarea inconmensurable y será obra de varias generaciones. Hasta ahora en intentos sucesivos a través de décadas la humanidad ha fracasado en ese empeño ¿Por qué no pudo la URSS? ¿Por qué grandes dirigentes como Lenin y millones de militantes socialistas a través del mundo, que lo entregaron todo, incluso la vida, con una abnegación sin límites, con grandes experiencias y conocimientos, con grandes talentos no han podido? ¿Por qué revisar esas experiencias sería un esfuerzo inútil o tiene que ver con la preservación de cuotas de poder y conduciría al desgaste?
Resulta que la URSS reprodujo las más feas aristas del Modo de Producción capitalista: la destrucción de la naturaleza, la extracción de plusvalía, la organización jerárquica e injusta del proceso de trabajo, la ciencia y la técnica como monopolios al servicio de las concepciones desarrollistas y productivistas, etc. En estos ocho años todavía no hay un camino claro a seguir en la construcción de una nueva economía como parte de una nueva civilización ¿Cómo se logra que esa economía sea ecológicamente sustentable? ¿Cómo se va a resolver lo que está ocurriendo con la explotación del carbón del Guasare y en general con la minería y con la producción petrolera? El mundo avanza hacia nuevas formas de energía y aun cuando no es a corto plazo, la era del petróleo está llegando a su final ¿Cómo se va a plantear la revolución este problema? ¿Cómo se establecerá la relación entre la propiedad pública, la propiedad privada de los grandes monopolios, la propiedad privada de pequeños y medianos empresarios, la propiedad cooperativista, los sistemas mixtos de propiedad, la propiedad familiar, la propiedad comunal? ¿Cómo será la transición de unas formas de propiedad a otra? Si es que de transición se trata ¿Quién va tomar las decisiones y cómo se van a tomar dichas decisiones sobre qué se produce, cómo se produce, quién produce, para quién se produce, entre otros problemas, que no son solo económicos? ¿Qué papel juega el mercado capitalista y los mercados no capitalistas? ¿Cuál el papel del dinero? En fin, ¿cómo es que vamos a crear otra cultura fundada en la diversidad, en la democracia, en el protagonismo y la participación popular como base de una nueva sociedad? Todavía esto no esta claro, pero el partido único, tal como está surgiendo, no parece contribuir a ello. Algunos de estos temas, son capitales para esta revolución y no se resolverán de la noche a la mañana, el problema es que las decisiones de hoy condicionan el camino a seguir. Por tanto, el diálogo y la consulta son imprescindibles.
5) Tenemos que tomar en cuenta las amenazas del capitalismo mundial y prepararnos para ellas. Seguramente van a ser más graves y la unidad de las fuerzas revolucionarias es vital. Sin duda. Unos comentarios, sin embargo.
En primer lugar, las revoluciones se han desarrollado muy determinadas por las agresiones de la contrarrevolución, al punto de que han influido decisivamente sobre decisiones estratégicas. Es decir, decisiones que no sólo afectaron la coyuntura concreta de las amenazas y peligros, sino que afectaron el rumbo a largo plazo de las revoluciones. Entonces, los limites creados por las amenazas de un momento determinado, se convirtieron en límites o componentes de fondo de los procesos de transformación. De esa manera, el Capital encontró una forma de determinar el curso de las revoluciones y su contenido en el largo plazo, proyectándose el Capital como una presencia viva que de alguna manera influyó en el trazado de caminos que se recorrieron con la vista puesta en el pasado. Entonces, sin subestimar las reales amenazas de la reacción mundial (que también es nacional), debemos aprender a mirar el futuro, defendiéndonos de las amenazas, pero sin que sus efectos se conviertan en fantasma que aprisiona el futuro. En este sentido, se puede aprender mucho de la revolución rusa y de otras.
En segundo lugar, esta revolución es muy diversa, plural y democrática. Tanto, que si la oposición se mantiene por vías democráticas, deberá ser respetada y su espacio de participación garantizado. Estos y otros aspectos convierten esta revolución en un proceso inédito, obligado a inventar, a crear constantemente; tomando de las experiencias anteriores, pero siempre guardando distancias. Cualquier decisión que afecte ese rasgo esencial, la debilitará tanto como movimiento de la población, como para enfrentar a sus enemigos. Los atajos relativamente fáciles como decretar el partido único como vía rápida, gerencial (como dice Omar) y eficiente, no siempre son el mejor camino ni siquiera el más corto.
6) El Partido único podría ser una decisión que genere menos desavenencias si por lo menos algunas cosas se cumplieran. Veamos:
6.1) Si no apareciese como decreto de obligatorio cumplimiento y de carácter excluyente, discriminatorio e injusto. De plano, el que no se integre ya, queda fuera del gobierno y esto podría establecer una nueva lista negra, que distinguiría los muy fieles, los fieles, los menos fieles y los infieles; pero no necesariamente al proceso revolucionario o al pueblo, sino al partido. Por lo que la fidelidad a la revolución queda determinada por la fidelidad al partido, .lo que sólo puede ocurrir si asumimos que el partido es el máximo representante del pueblo y los valores revolucionarios. Como parece que muchos que hasta hoy han acompañado este proceso no van a entrar al partido único, ¿este comenzaría excluyéndolos? Dejando fuera a mucha gente honesta, firme, revolucionarios(as) curtidos(as) en muchas luchas ¿Será así como se desenvolverán las cosas?
6.2) Uno no tendría por qué oponerse al deseo de unidad de muchos que decidan, por las razones que les parezcan apropiadas, constituir un partido disolviendo aquel o aquellos donde militen ahora. No tendríamos por qué inmiscuirnos, independientemente de las consideraciones que tengamos sobre la organización partidista como organización propia para un proceso revolucionario hoy día. Pero si ese partido se asume como partido de la revolución que excluye a los demás, o de alguna manera los presiona para que militen en dicho partido, entonces si es un grave problema. Si además, ese partido es el dirigente del Estado, del gobierno, de los consejos comunales, sindicatos, cooperativas, etc., el problema se convierte en gravísimo.
Lo deseable es que se distinga entre unidad orgánica y unidad de acción. Se disuelven todas las organizaciones que deseen hacerlo, se incluyen todos los militantes que voluntariamente quieran y los que no, se mantienen participando vinculados con el partido unificado mediante la unidad de acción. Surgirían así distintas formas de unidad, de organización, de participación, de protagonismo en correspondencia con el desarrollo de la organización y la conciencia del movimiento popular. Esto estaría en sintonía con los niveles de diversidad, democracia, pluralismo y el carácter inédito de este proceso, que lejos de pretender avanzar dividiendo, tiene la real posibilidad de hacerlo sumando, multiplicando y ser tremendamente inclusivo.
6.3) La orientación excluyente crea varios contrasentidos. Por ejemplo, se ha anunciado que los que no ingresen al partido no formarán parte del gobierno y se deduce que difícilmente podrían ser candidatos a cargos de representación popular por muy destacados militantes que sean, si no gozan del respaldo del partido único, con base a determinadas condiciones. Pero también se puede inferir que los funcionarios gubernamentales que no se integren al partido, deberán salir del gobierno independientemente de que sean muy capaces y honestos. En el mismo sentido, los funcionarios que decidan ingresar a ese partido, independientemente de su capacidad y honestidad, en principio se quedarían ocupando sus cargos. Entonces, los que han construido grupos de poder, han abusado del poder, han malversado fondos, de hecho han creado mafias que monopolizan cargos y prebendas, en principio, se quedarían en el gobierno. Es probable que muchos de ellos hayan corrido a suscribir la formación del nuevo partido.
Podría ser, que ese solo anuncio aleje de ese partido a muchos revolucionarias(os) honestas(os) que no tienen interés en cargos públicos. Por el contrario, podría acercar a otros cuyo interés es burocrático.
7) No se ha dicho todo sobre los resultados electorales. Sin duda, el Presidente obtuvo una contundente victoria, pero hay algunas consideraciones que hasta donde sé, sólo los ha planteado Vladimir Acosta. Por una parte, la votación ha podido ser más alta y por otra, hubo una serie de protestas populares que no han sido suficientemente valoradas, protestas de legítimo descontento ocasionado por insuficiencias, ineficiencias y sobre todo, por falta de vocación de servicio público por parte de funcionarios de todos los niveles; por falta de un real compromiso con el pueblo, por falta de sensibilidad y amor hacia los desposeídos. El empuje del Presidente, el esfuerzo de miles de militantes, de gente anónima y de muchos dirigentes, como cuestión principal, y las fallas de la oposición, hicieron la diferencia. Entonces, ¿con quiénes se va a constituir el partido único? No hay mejor dinamismo seleccionador que el proceso mismo, que inevitablemente se va decantando. Un partido único que parece estarse constituyendo a contramarcha de los hechos, podría crear más problemas que los que resuelva. A veces uno cree que gana tiempo, pero si se apresura más de la cuenta lo puede perder.
Además, hay que tener más prudencia al interpretar lo que el pueblo quiso decir el 3 de diciembre. En primer lugar, la votación del Presidente está por debajo del 50% del censo electoral. Por razones seguramente muy variadas hay un alto porcentaje de la población que no está respaldando los cambios, lo que no quiere decir que en bloque esté contra ellos. Es probable que por lo menos el 90% de ese conjunto sea pueblo, pueblo al que no se ha sabido educar, hacia el que no se han tendido caminos para llegar a su cerebro, su alma y su corazón. Por tanto, pueblo no es solo el que está con Chávez, sino también un gran sector que no está con él. Eso significa que el proceso revolucionario tiene un gran camino por andar y que debe hacerlo con tacto, con sabiduría, con un sentimiento profundo de servir al pueblo; no simplemente a la revolución en general, pues la revolución siempre es concreta y tiene sujetos concretos. Luego, ella sin el respaldo de al menos el 90% de la población venezolana, todavía no es tal. Mucho menos colocando al partido por encima del pueblo, como ha ocurrido en experiencias revolucionarias fallidas. Es bueno saber que esas revoluciones fueron conducidas generalmente por hombres y mujeres nobles, valientes, generosas, comprometidos en el servicio al pueblo, con amplia experiencia. Sin embargo, no pudieron. Eso significa que no se debe ser prepotente, sino muy humildes y reconocer a esas revoluciones fallidas como parte de los ejemplos-maestros de los que hay que aprender.
El mandato que el pueblo dio fue un mandato genérico y probablemente en diversos aspectos, vago, impreciso, porque una campaña electoral democrático-representativa como la que se hace en Venezuela, no es el mejor escenario para medir la conciencia más profunda de la población. No debemos concederle atributos de consulta popular clara y eficiente a las elecciones democrático-formales, pues ellas no están creadas para eso. En ese contexto ¿en qué medida la gente se comportó como pueblo consciente? ¿O más bien como simple elector que no se siente responsable por lo que los elegidos hagan luego ni tampoco por lo que ellos puedan reclamarle? Bien sabe la gente a través de más de cuarenta años de democracia formal, que los elegidos no adquieren responsabilidad alguna con el elector, que los programas son básicamente papel que aguanta todo ¿Entonces? Se podría inferir que sólo el sector más consciente votó por el socialismo y sólo un sector de los militantes y allegados a los partidos, cuyo tamaño no conocemos, votó por la formación de un partido único de la revolución, si es que eso estuvo en sus mentes, cuestión sobre la que tengo dudas.
El mandato democrático representativo o mandato libre, es desmovilizador, propiciando que la gente vote y luego permanezca pasiva. Entre otras razones, porque no se establecen compromisos recíprocos, la gente se moviliza electoralmente, vota y luego regresa a la vida cotidiana. A la dominación no le interesa otra cosa. Esto todavía no se ha revertido sustancialmente, por tanto, no se pueden atribuir cualidades revolucionarias a procesos que las tienen o esperar de ellos decisiones plenamente conscientes. Para que así sea, las consultas electorales, que son muy necesarias, deben adquirir otros contenidos que se expresarán, seguramente, a través de otras formas.
Si algo hay que reformar urgentemente es este sistema de consulta electoral para lograr, entre otros objetivos, que los programas sean un compromiso, no una promesa. Pero un compromiso recíproco, que obliga a electores y elegidos. Esta reforma tiene un nombre: educación, pedagogía cotidiana, paciencia didáctica, verdadera vocación de servicio. No es una simple reforma constitucional. No son mejores leyes las que generarán un mejor país.
Un proceso inédito requiere también soluciones inéditas. Inventamos o erramos.
Hago votos para que este diálogo, franco y fraterno, pueda permear todas las instancias.
Tomado de:
http://www.aporrea.org/dameletra.php?docid=28836
PODEMOS RECTIFICAR
Lamento la razón que tuve. Y presento excusas por la inmodestia. Algún compatriota recordará mi nota "Chávez se equivoca", del 23 de diciembre, en la que advertí el error de proponer un partido unido en vez de un frente, para lo que estábamos más preparados y mejor dadas las condiciones. Nada sorprendente lo de Podemos. Hace unos días les advertí de que se fraguaba una fractura mostrada como un distanciamiento -no como una ruptura-- dentro de factores del proceso. Seguirán otros. Partidos o grupos con vocación política, organizaciones sociales o comunitarias, individualidades. Se me dirá que es normal y lógico, en todos los procesos revolucionarios hay decantación. Pero la decantación llega antes del partido, en este caso.
Y con el líder inmerso, a la vez, en sus tareas como Jefe del Estado, del Gobierno, comandante de la revolución, promotor de la integración latinoamericana, de la multipolaridad y la resistencia al imperialismo, bujía de los cinco motores, comunicador a diario, componedor de la ley habilitante y de la reforma constitucional y, por añadidura, jefe de un partido que no se forjó para tomar el poder sino que lo administrará o acompañará después que el poder ha sido capturado. Y se lo hará reuniendo escuelas de pensamiento, de vida y de lucha política tan distintas como los combatientes populares de izquierda en barriadas, campos y universidades; los militares que siguieron al MBR 200; políticos profesionales de partidos escasos de masas; la maquinaria de los burócratas y de quienes obtienen distintos dispendios del Estado; y nuevos luchadores llegados desde movimientos sociales populares.
Y como si fuera poco, la verdad es que no tenemos una tesis política y un programa sólidos. Algunos de nuestros dirigentes reivindican ese limbo, pero este país es muy grande y ya tiene mucha gente con muy diversas necesidades, aspiraciones o ideas como para depender en cada caso y para cada cosa de lo que dirá el presidente. Se necesita una guía teórica de envergadura y todavía no existe.
Respecto de Podemos y otras disidencias que puedan venir, discrepo del modo fácil como se las despacha. No las subestimemos, ni esperemos dormidos y confiados a que Chávez las satanice para que sean borradas. Creo en cambio que tendrán audiencia popular, incluso más allá de donde han ganado gobernaciones y alcaldías, y sobre todo ahora que el gobierno confronta dificultades que podemos atribuir a la preeminencia de valores capitalistas pero no a conspiraciones del imperio; sinceramente. Otros se han ido del proceso, pero, díganme si no, estos son los primeros que se distancian después de acontecimientos definitorios: el golpe de Estado de abril 2002, el criminal sabotaje disfrazado de huelga en 2002-2003, y la lucha y victoria lograda en el referendo revocatorio. Y más, rematada en la reelección del presidente.
Estamos a tiempo de dar un paso atrás: volvamos a una vía frentista. Demos oportunidad a todos, y mostremos al resto del país, el que ha estado con nosotros y el que no, y de la opinión internacional, que podemos ser amplios. Podemos rectificar. (AMRO)
auramarod@yahoo.com
Tomado de http://www.aporrea.org/dameletra.php?docid=31408
El partido único: ¿Última trinchera del burocratismo?
Por: Gustavo Fernández Colón
La concepción del partido único como herramienta política para la organización de las masas bajo la conducción de la vanguardia revolucionaria, está estrechamente ligada a la teoría y la práctica del socialismo burocrático del siglo XX. Más aún, esta concepción ha sido uno de los ingredientes principales de las recetas dogmáticas que condujeron al fracaso de los movimientos de liberación que, con el propósito de construir un orden social distinto al capitalismo, conquistaron el poder en la era moderna. De ahí la tremenda trascendencia del debate sobre la conveniencia o no de integrar en un único partido a todos los actores políticos del proceso revolucionario venezolano, en esta nueva etapa de profundización del socialismo del siglo XXI que se inicia con la contundente victoria popular lograda en las elecciones del pasado tres de diciembre.
El partido es una institución típica de la modernidad burguesa, estrechamente vinculada a la noción del pueblo como “masa” o “fuerza bruta” carente de la capacidad intelectual y organizativa que sólo la guía de una vanguardia ilustrada puede ofrecerle. Los integrantes de la vanguardia, por su parte, están llamados a asumir la representación de la masa en la toma de decisiones de interés colectivo y la dirección de los órganos del estado, en vista de su mayor nivel individual de apropiación del capital de conocimientos científicos y pericias administrativas del que la masa carece. En pocas palabras, el partido político es un engranaje fundamental del moribundo sistema de la democracia representativa y, en esa misma medida, es uno de los mayores obstáculos para la maduración orgánica de la participación y el protagonismo de las comunidades populares.
Desde esta óptica, la enfermedad del burocratismo (y la de la corrupción que suele acompañarla) es una consecuencia inevitable del orden socio-político burgués basado en la existencia de representantes en los cuales la masa atomizada delega su poder originario, perdiendo así su capacidad de acción directa y permanente sobre el estado. Por ende, quienes militamos en las filas revolucionarias (dentro o fuera de las filas de un partido) corremos el riesgo de cometer un error político de gravísimas consecuencias si, ignorando estas evidencias históricas, despachamos de un plumazo el problema del burocratismo atribuyéndolo ingenuamente a la lenidad moral de determinados funcionarios. Pues más allá de la condenable proliferación de conductas individuales contrarias a la ética revolucionaria, para comprender a cabalidad la lógica del burocratismo, es necesario tener en cuenta que éste es sobre todo la manifestación más visible de un sistema político en el cual la voluntad de participación y protagonismo del pueblo termina siendo enajenada por la monopolización del poder en manos de las dirigencias partidistas y las jerarquías burocráticas del aparato del estado.
El verdadero contenido revolucionario del socialismo del siglo XXI radicará, en consecuencia, en el éxito que alcancemos en la tarea de construir una nueva institucionalidad política cimentada en la participación permanente de las comunidades populares en la toma de decisiones y la gestión del estado, y no en la participación intermitente de una masa amorfa -a través del ejercicio periódico del sufragio-, característica de la democracia representativa.
Si examinamos la evolución reciente de los procesos de transformación política que hoy vive América Latina, desde el Caracazo de 1989 hasta la rebelión popular de Oaxaca en 2006, podremos darnos cuenta de que su motor principal ha sido el protagonismo popular y no la acción programada de organizaciones partidistas. La efectividad de los liderazgos revolucionarios emergentes, como el de Hugo Chávez o Evo Morales, se debe básicamente a su capacidad de interlocución directa con las comunidades populares, a su aptitud para dialogar con los excluidos desde su propio lenguaje y su visión del mundo, y mucho menos a la acción sistemática de un partido dotado de una doctrina formal y cuadros bien estructurados. Los partidos se han insertado sobre la marcha como mediadores incómodos entre los pueblos y sus líderes naturales, a medida que los triunfos electorales -logrados gracias al empuje espontáneo de los pobres y excluidos- han obligado a ocupar los compartimientos burocráticos de un estado diseñado para obrar siempre de espaldas a la voluntad popular.
El reto entonces radica en transformar la estructura del estado moderno desde sus cimientos, y ello pasa por cuestionar la razón de ser del partido político (igual da si se trata de un partido único o de múltiples partidos, como ha señalado Rigoberto Lanz), en tanto que pieza clave de la democracia representativa y el ordenamiento económico capitalista. Pasa, como ya comienza a vislumbrarse por todos los rincones de la América Latina, por el empoderamiento cultural, tecno-productivo, político y militar de las comunidades indígenas, campesinas y populares-urbanas. Pasa por la asunción de la participación y el protagonismo del pueblo (entendido no como masa sino como diálogo entre diversas subjetividades) como valores fundacionales del socialismo del siglo XXI que ya comienza a echar raíces en nuestro continente.
- Profesor de la Universidad de Carabobo
hermesnet@movistar.net.ve
prensaunt@gmail.com
Funete: http://www.aporrea.org/regionales/a28268.html
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