Rigoberto Lanz
Nadie parte de cero cuando emprende cualquier tarea intelectual. Menos aún si se trata del mundo de lo político donde el hombre lleva siglos ensayando caminos para encarar aquella clásica pregunta: "¿Podremos vivir juntos?". Obligado es reconocer que arrastramos todo tipo de herencias teóricas: las buenas y las insufribles, las que asumimos concientemente y las que nos dominan en silencio. Eso vale para todos los ámbitos del pensamiento. También para este debate sobre el socialismo. Como ya hemos comentado en artículos precedentes, las corrientes socialistas en el mundo son variadísimas, las experiencias que ostentan este calificativo igualmente diversas. No hay pues chance alguno de colocarse en algún lugar privilegiado y sentenciar en nombre de "el" socialismo. No hubo tal cosa en el pasado, no la hay en estos días y menos la habrá en un futuro imaginable.
Aparece así más que justificado que cada socialismo se identifique con su respectivo apellido, desde el "socialismo utópico" de siglos anteriores, pasando por el "socialismo democrático" y sus variantes, hasta llegar a las búsqueda actuales con denominaciones transitorias como "socialismo del siglo XXI", "socialismo de mercado" o "socialismo posmoderno", entre otros perfiles que caben en la agenda que se discute en la actualidad.
No se trata de ejercitar el ingenio en un laboratorio publicitario para atinar con un nombre simpático. El empeño debe más bien colocarse en otro lado: en la caracterización de los vectores sustantivos que definen los contenidos de las relaciones sociales, de las prácticas en todos los terrenos, de las lógicas de sentido que van a expresarse en los tejidos intersubjetivos de la gente de carne y hueso. Es allí donde se juega lo que es una sociedad (no importa como se llame). Es en la racionalidad de las prácticas (políticas, económicas, culturales, etc.) donde se afincan los contenidos que caracterizan a una sociedad concreta. Es en la médula de las relaciones sociales donde se condensa la naturaleza de un modo de producir la vida en sociedad.
Es justamente en ese terreno donde el pensamiento socialista de tipo soviético fracasó estrepitosamente. Es en ese ámbito esencial donde la experiencia stalinista (la más aberrante expresión del socialismo burocrático) trastocó todo el ideario revolucionario que había sido acumulado en las costosas experiencias del pensamiento libertario, de los movimientos radicales que desfilaron en todo el mundo durante los últimos siglos. El debate que hoy se libra está obligado a hacerse cargo de las lecciones que arroja esta pesadilla. No hay manera de contorsionar este pedazo de la historia haciéndose el distraído con sus terribles consecuencias en el terreno teórico o en la dimensión ético-política. Por ello nuestra insistencia en la necesidad de transitar el camino de un ajuste de cuentas con esta experiencia, de valorar justamente los patrimonios intelectuales que nos han legado las luchas de los pueblos, de ejercer una crítica consistente de las barbaridades con las que se pensó y actuó en este trayecto. Este no puede ser un ejercicio terapéutico para tranquilizar la conciencia; tampoco el taparrabos con el que una izquierda perezosa intenta demarcarse de un pasado poco glorioso. Se trata más bien de un talante intelectual que asume el reto de comprender las causas profundas de los desastres del socialismo stalinista.
Precisamente por ello una postura de este tono se coloca en posibilidades reales de mirar hacia adelante "ligeros de equipaje", sin la rémora de un pensamiento reaccionario que hablaba en nombre de la "revolución", sin la pesada factura de aparatos políticos (la inmensa mayoría de partidos comunistas y similares) que no han sobrevivido al trauma de medio siglo de estafas "socialistas" cuando en verdad estaban construyendo un remedo chimbo de capitalismo de Estado (eso sí, con una dosis de autoritarismo y verticalidad propios de los despotismos más deleznables). El colmo sería que los planteamientos políticos que hoy circulan en este debate ignoraran estas graves implicaciones. Demasiado ingenuo sería creer que aquella mentalidad sólo existía en la extinta Unión Soviética. Muy cándido sería la creencia de un "socialismo del siglo XXI" liderizado por algún "Comité Central" de estos partidos hurásicos que sobreviven todavía, basado en la ideología de algún manual desempolvado y bajo el paraguas geopolítico de estos adefesios internacionales que deberían servir más bien como vitrinas de lo que nunca debió ocurrir.
Queda claro pues que nunca partimos de cero en estos menesteres pero más claro aún ha de quedar que se arrastra una pesada herencia en el pensamiento y la experiencia llamadas "socialista" que es preciso colocar en su lugar. Alguien podrá argumentar con alguna razón que no todo fue negativo en este penoso trayecto. En efecto, muchos aportes teóricos quedaron por allí machacados por el implacable ejercicio del poder de los aparatos.
Esos aportes han de ser reivindicados críticamente para repensar hoy un horizonte nuevo de la idea de revolución. Pero este justo reconocimiento no puede servir de coartada para encubrir la barbarie stalinista. Bienvenida la recuperación teórica e histórica de las mejores prácticas de las luchas revolucionarias en todo el mundo. Pero ninguna concesión a esta enfermedad del espíritu que ha sido el "marxismo soviético" (y todas sus variantes en América Latina y en Venezuela).
Piezas para armar
¿Cuáles pueden ser las anclas teóricas de una nueva visión del socialismo? ¿Desde dónde nutrir un contenido que tenga a la vez una consistencia epistemológica y una fuerza política subversiva?
Desde una onda crítica. Que eche manos de todas las aportaciones que se producen hoy en los más variados cuestionamientos del status quo heredado de la cultura de la Modernidad. Ese inmenso arsenal crítico es hoy por hoy el más valioso reservorio intelectual para lo que sea (también para repensar la cuestión del socialismo). Desde una perspectiva anti-historicista. Que le tuerza el cuello a las viejas creencias en unas fulanas "leyes de la historia" que asegurarían el "derrumbe del capitalismo" y el triunfo más o menos inevitable del proletariado. Desde una visión relativista. Que ponga en jaque todos los dogmatismos en el terreno estético y moral, que disuelva las falsas creencias en la superioridad de "La Razón", de la civilización occidental, de los "centrismos" que han justificado las más insólitas atrocidades en nombre de "lo verdadero", "lo bello", "lo bueno" y tantas otras falacias. Desde una crítica a la racionalidad tecno-científica. Que intenta pasar como lógica "universal", que se impone en todos lados como paradigma único, que marca los modelos de producción y de vida, que sirve de coartada a los sistemas educativos imperantes, que suelda el "sentido común" dominante como lógica de la dominación. Desde un cuestionamiento del "progreso". Que pone en su lugar toda una cosmovisión en la que se juegan ideas básicas sobe el individuo, la sociedad, el bienestar, las reglas de convivencia, etc. Categorías de este género han jugado un funesto papel en el seno de la izquierda, y sobre manera, en aquellas agrupaciones políticas que diseñan programas y estrategias desde funciones de gobierno. Desde una óptica comunitaria (sin "comunitarismo"). Que de cuenta de los dogmas del liberalismo reintroduciendo la problemática de la subjetividad en la definición de lo político, en la reconfiguración del espacio público, en una densificación social de la idea de democracia, en una redefinición a fondo del concepto de "representación" y de "identidad". Desde la ecología política. Que representa hoy por hoy un importantísimo punto de encuentro de las tendencias alternativas en el terreno de los desarrollos sustentables, en la comunicación alternativa, en la reapropiación de los valores de uso, en la redefinición de la dialéctica "cultura"-"naturaleza". Desde la irrupción del género. Que ha revolucionado por sí solo todo un tejido de prácticas y discursos hondamente arraigados en la cultura heredada. Tanto la explosión del mundo de los derechos humanos, como la generación de movimientos alternativos inspirados en esta problemática, se cuentan como valiosos activos para cualquier diseño de socialidad de nuevo tipo en el siglo XXI. Desde un nuevo multiculturalismo. Que destrone las pretensiones hegemónicas de una globalización en un solo sentido, que reivindica el diálogo de saberes y el verdadero encuentro de civilizaciones, que se casa con una apuesta fuerte por la diversidad cultural. Desde el descentramiento del "Sujeto". Que ponga en su sitio los viejos mitos de un "proletariado" imbuido de la misión histórica de emancipar a la humanidad, y con ello, la pretensión de una "vanguardia" esclarecida que habla en su nombre (más bien que engorda en su nombre). En su lugar, una visión de los actores sociales definidos contingentemente en la performatividad de su acción (nada ni nadie es sustancialmente revolucionario, con este embuste nos marearon durante siglos). Desde una mundialización solidaria. Que enfrenta resueltamente la globalización hegemónica, las nuevas máscaras del colonialismo y todas las formas de subordinación. En su lugar, una concepción dialogante que se funda en los intercambios equitativos, en las relaciones de respeto y en la reciprocidad como norma. Desde los confines de la vida cotidiana. Que destrona el catálogo de prejuicios con los que el discurso político tradicional construye su propio repertorio de control. Se trata de una reapropiación de vida ordinaria de la gente como lugar privilegiado para la construcción de una nueva socialidad, es decir, para la puesta en acto de las prácticas que van tejiendo los embriones de otro modo de vivir en común.
Las indicaciones anteriores no son un "plan de gobierno" ni el listado de tareas que se encomienda a los militantes. Lo que hemos marcado son los contornos de un mapa de posibilidades teórico-políticas para repensar la sociedad que viene; es más bien una "caja de herramientas" con la que es posible trabajar la agenda de este nuevo tiempo. No quiere ello decir que esos ejes sean intercambiables y puramente decorativos. Son en verdad vectores con una fuerte carga sustantiva, preñados de contenidos que valen por sí mismos para marcar un territorio, para definir un perfil, para delinear una identificación. Pero no son los únicos lineamientos teóricos de los que podríamos disponer para este debate. Hay tendencias y matices de gran valor en distintas tribus. De allí la importancia del diálogo y la discusión. Por ello nuestra insistencia en fortalecer los espacios para el debate, para la crítica y el libre desarrollo del pensamiento.
En el largo trayecto de las luchas revolucionarias de los pueblos hay un legado intelectual que forma parte del corpus de cualquier alternativa frente a los desafíos del presente. Eso ha queda claro. También parece claro que no habrá ninguna posibilidad de hacer avanzar la caracterización de un proyecto de cambio para Venezuela y América Latina utilizando los viejos conceptos que quedaron estampados en los manuales de un marxismo escatológico que sólo sirvió para legitimar a un funcionariado de partido tan estéril intelectualmente como inocuo en su desempeño político. Queda abierta sí la vía de las búsquedas teóricas que nunca han renunciado al talante crítico que es consustancial al chance de transformar la realidad. En ese camino habrá que estimular las convergencias de sensibilidades y posturas difícilmente reductibles a un solo punto de vista.
El mapa de orientaciones que ha sido dibujado más arriba sugiere desde ya que el debate sobre el socialismo en esta coyuntura entra de lleno en la agenda que ha predominado en todas estas décadas cruzada por la polémica Modernidad/Posmodernidad. No hay discusión que valga la pena en estos tiempos que pretenda escaparse de ese clima. Por ello resulta mucho más interesante hacerse cargo desde el comienzo de las hondas implicaciones de esa polémica para hacer las cuentas en lo que concierne a la idea del socialismo. En esa dirección se puede anticipar una línea de fuerza que se deriva claramente de las posturas de las tribus posmodernas en América Latina: la figura de un socialismo posmoderno sería el punto de llegada natural de una elaboración teórico-política que se fundamenta precisamente en el repertorio de postulados que han sido esquematizados en líneas anteriores [1].
No se trata de ejercitar el ingenio en un laboratorio publicitario para atinar con un nombre simpático. El empeño debe más bien colocarse en otro lado: en la caracterización de los vectores sustantivos que definen los contenidos de las relaciones sociales, de las prácticas en todos los terrenos, de las lógicas de sentido que van a expresarse en los tejidos intersubjetivos de la gente de carne y hueso. Es allí donde se juega lo que es una sociedad (no importa como se llame). Es en la racionalidad de las prácticas (políticas, económicas, culturales, etc.) donde se afincan los contenidos que caracterizan a una sociedad concreta. Es en la médula de las relaciones sociales donde se condensa la naturaleza de un modo de producir la vida en sociedad.
Es justamente en ese terreno donde el pensamiento socialista de tipo soviético fracasó estrepitosamente. Es en ese ámbito esencial donde la experiencia stalinista (la más aberrante expresión del socialismo burocrático) trastocó todo el ideario revolucionario que había sido acumulado en las costosas experiencias del pensamiento libertario, de los movimientos radicales que desfilaron en todo el mundo durante los últimos siglos. El debate que hoy se libra está obligado a hacerse cargo de las lecciones que arroja esta pesadilla. No hay manera de contorsionar este pedazo de la historia haciéndose el distraído con sus terribles consecuencias en el terreno teórico o en la dimensión ético-política. Por ello nuestra insistencia en la necesidad de transitar el camino de un ajuste de cuentas con esta experiencia, de valorar justamente los patrimonios intelectuales que nos han legado las luchas de los pueblos, de ejercer una crítica consistente de las barbaridades con las que se pensó y actuó en este trayecto. Este no puede ser un ejercicio terapéutico para tranquilizar la conciencia; tampoco el taparrabos con el que una izquierda perezosa intenta demarcarse de un pasado poco glorioso. Se trata más bien de un talante intelectual que asume el reto de comprender las causas profundas de los desastres del socialismo stalinista.
Precisamente por ello una postura de este tono se coloca en posibilidades reales de mirar hacia adelante "ligeros de equipaje", sin la rémora de un pensamiento reaccionario que hablaba en nombre de la "revolución", sin la pesada factura de aparatos políticos (la inmensa mayoría de partidos comunistas y similares) que no han sobrevivido al trauma de medio siglo de estafas "socialistas" cuando en verdad estaban construyendo un remedo chimbo de capitalismo de Estado (eso sí, con una dosis de autoritarismo y verticalidad propios de los despotismos más deleznables). El colmo sería que los planteamientos políticos que hoy circulan en este debate ignoraran estas graves implicaciones. Demasiado ingenuo sería creer que aquella mentalidad sólo existía en la extinta Unión Soviética. Muy cándido sería la creencia de un "socialismo del siglo XXI" liderizado por algún "Comité Central" de estos partidos hurásicos que sobreviven todavía, basado en la ideología de algún manual desempolvado y bajo el paraguas geopolítico de estos adefesios internacionales que deberían servir más bien como vitrinas de lo que nunca debió ocurrir.
Queda claro pues que nunca partimos de cero en estos menesteres pero más claro aún ha de quedar que se arrastra una pesada herencia en el pensamiento y la experiencia llamadas "socialista" que es preciso colocar en su lugar. Alguien podrá argumentar con alguna razón que no todo fue negativo en este penoso trayecto. En efecto, muchos aportes teóricos quedaron por allí machacados por el implacable ejercicio del poder de los aparatos.
Esos aportes han de ser reivindicados críticamente para repensar hoy un horizonte nuevo de la idea de revolución. Pero este justo reconocimiento no puede servir de coartada para encubrir la barbarie stalinista. Bienvenida la recuperación teórica e histórica de las mejores prácticas de las luchas revolucionarias en todo el mundo. Pero ninguna concesión a esta enfermedad del espíritu que ha sido el "marxismo soviético" (y todas sus variantes en América Latina y en Venezuela).
Piezas para armar
¿Cuáles pueden ser las anclas teóricas de una nueva visión del socialismo? ¿Desde dónde nutrir un contenido que tenga a la vez una consistencia epistemológica y una fuerza política subversiva?
Desde una onda crítica. Que eche manos de todas las aportaciones que se producen hoy en los más variados cuestionamientos del status quo heredado de la cultura de la Modernidad. Ese inmenso arsenal crítico es hoy por hoy el más valioso reservorio intelectual para lo que sea (también para repensar la cuestión del socialismo). Desde una perspectiva anti-historicista. Que le tuerza el cuello a las viejas creencias en unas fulanas "leyes de la historia" que asegurarían el "derrumbe del capitalismo" y el triunfo más o menos inevitable del proletariado. Desde una visión relativista. Que ponga en jaque todos los dogmatismos en el terreno estético y moral, que disuelva las falsas creencias en la superioridad de "La Razón", de la civilización occidental, de los "centrismos" que han justificado las más insólitas atrocidades en nombre de "lo verdadero", "lo bello", "lo bueno" y tantas otras falacias. Desde una crítica a la racionalidad tecno-científica. Que intenta pasar como lógica "universal", que se impone en todos lados como paradigma único, que marca los modelos de producción y de vida, que sirve de coartada a los sistemas educativos imperantes, que suelda el "sentido común" dominante como lógica de la dominación. Desde un cuestionamiento del "progreso". Que pone en su lugar toda una cosmovisión en la que se juegan ideas básicas sobe el individuo, la sociedad, el bienestar, las reglas de convivencia, etc. Categorías de este género han jugado un funesto papel en el seno de la izquierda, y sobre manera, en aquellas agrupaciones políticas que diseñan programas y estrategias desde funciones de gobierno. Desde una óptica comunitaria (sin "comunitarismo"). Que de cuenta de los dogmas del liberalismo reintroduciendo la problemática de la subjetividad en la definición de lo político, en la reconfiguración del espacio público, en una densificación social de la idea de democracia, en una redefinición a fondo del concepto de "representación" y de "identidad". Desde la ecología política. Que representa hoy por hoy un importantísimo punto de encuentro de las tendencias alternativas en el terreno de los desarrollos sustentables, en la comunicación alternativa, en la reapropiación de los valores de uso, en la redefinición de la dialéctica "cultura"-"naturaleza". Desde la irrupción del género. Que ha revolucionado por sí solo todo un tejido de prácticas y discursos hondamente arraigados en la cultura heredada. Tanto la explosión del mundo de los derechos humanos, como la generación de movimientos alternativos inspirados en esta problemática, se cuentan como valiosos activos para cualquier diseño de socialidad de nuevo tipo en el siglo XXI. Desde un nuevo multiculturalismo. Que destrone las pretensiones hegemónicas de una globalización en un solo sentido, que reivindica el diálogo de saberes y el verdadero encuentro de civilizaciones, que se casa con una apuesta fuerte por la diversidad cultural. Desde el descentramiento del "Sujeto". Que ponga en su sitio los viejos mitos de un "proletariado" imbuido de la misión histórica de emancipar a la humanidad, y con ello, la pretensión de una "vanguardia" esclarecida que habla en su nombre (más bien que engorda en su nombre). En su lugar, una visión de los actores sociales definidos contingentemente en la performatividad de su acción (nada ni nadie es sustancialmente revolucionario, con este embuste nos marearon durante siglos). Desde una mundialización solidaria. Que enfrenta resueltamente la globalización hegemónica, las nuevas máscaras del colonialismo y todas las formas de subordinación. En su lugar, una concepción dialogante que se funda en los intercambios equitativos, en las relaciones de respeto y en la reciprocidad como norma. Desde los confines de la vida cotidiana. Que destrona el catálogo de prejuicios con los que el discurso político tradicional construye su propio repertorio de control. Se trata de una reapropiación de vida ordinaria de la gente como lugar privilegiado para la construcción de una nueva socialidad, es decir, para la puesta en acto de las prácticas que van tejiendo los embriones de otro modo de vivir en común.
Las indicaciones anteriores no son un "plan de gobierno" ni el listado de tareas que se encomienda a los militantes. Lo que hemos marcado son los contornos de un mapa de posibilidades teórico-políticas para repensar la sociedad que viene; es más bien una "caja de herramientas" con la que es posible trabajar la agenda de este nuevo tiempo. No quiere ello decir que esos ejes sean intercambiables y puramente decorativos. Son en verdad vectores con una fuerte carga sustantiva, preñados de contenidos que valen por sí mismos para marcar un territorio, para definir un perfil, para delinear una identificación. Pero no son los únicos lineamientos teóricos de los que podríamos disponer para este debate. Hay tendencias y matices de gran valor en distintas tribus. De allí la importancia del diálogo y la discusión. Por ello nuestra insistencia en fortalecer los espacios para el debate, para la crítica y el libre desarrollo del pensamiento.
En el largo trayecto de las luchas revolucionarias de los pueblos hay un legado intelectual que forma parte del corpus de cualquier alternativa frente a los desafíos del presente. Eso ha queda claro. También parece claro que no habrá ninguna posibilidad de hacer avanzar la caracterización de un proyecto de cambio para Venezuela y América Latina utilizando los viejos conceptos que quedaron estampados en los manuales de un marxismo escatológico que sólo sirvió para legitimar a un funcionariado de partido tan estéril intelectualmente como inocuo en su desempeño político. Queda abierta sí la vía de las búsquedas teóricas que nunca han renunciado al talante crítico que es consustancial al chance de transformar la realidad. En ese camino habrá que estimular las convergencias de sensibilidades y posturas difícilmente reductibles a un solo punto de vista.
El mapa de orientaciones que ha sido dibujado más arriba sugiere desde ya que el debate sobre el socialismo en esta coyuntura entra de lleno en la agenda que ha predominado en todas estas décadas cruzada por la polémica Modernidad/Posmodernidad. No hay discusión que valga la pena en estos tiempos que pretenda escaparse de ese clima. Por ello resulta mucho más interesante hacerse cargo desde el comienzo de las hondas implicaciones de esa polémica para hacer las cuentas en lo que concierne a la idea del socialismo. En esa dirección se puede anticipar una línea de fuerza que se deriva claramente de las posturas de las tribus posmodernas en América Latina: la figura de un socialismo posmoderno sería el punto de llegada natural de una elaboración teórico-política que se fundamenta precisamente en el repertorio de postulados que han sido esquematizados en líneas anteriores [1].
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